Religión práctica
Hay en la vida tranquila y consecuente de un cristiano puro y verdadero una elocuencia mucho más poderosa que la de las palabras. Lo que un hombre es tiene más influencia que lo que dice.
Los emisarios enviados a Jesús volvieron diciendo que nadie había hablado antes como él. Pero esto se debía a que jamás hombre alguno había vivido como él. De haber sido su vida diferente de lo que fue, no hubiera hablado como habló. Sus palabras llevaban consigo un poder que convencía porque procedían de un corazón puro y santo, lleno de amor y simpatía, de benevolencia y de verdad.
Nuestro carácter y experiencia determinan nuestra influencia en los demás. Para convencer a otros del poder de la gracia de Cristo, tenemos que conocer ese poder en nuestro corazón y nuestra vida. El evangelio que presentamos para la salvación de las personas debe ser el evangelio que salva nuestra propia vida. Sólo mediante una fe viva en Cristo como Salvador personal nos resulta posible hacer sentir nuestra influencia en un mundo escéptico. Si queremos sacar pecadores de la corriente impetuosa, nuestros pies deben estar afirmados en la Roca: Cristo Jesús.
El símbolo del cristianismo no es una señal exterior, ni tampoco una cruz o una corona que se lleven puestas, sino que es aquello que revela la unión del hombre con Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada en la transformación del carácter, el mundo ha de convencerse de que Dios envió a su Hijo para que fuese su Redentor. Ninguna otra influencia que pueda rodear al ser humano ejerce tanto poder sobre él como la de una vida abnegada. El argumento más poderoso a favor del evangelio es un cristiano amante y amable.
La disciplina de las pruebas
Llevar una vida tal, ejercer semejante influencia, cuesta a cada paso esfuerzo, sacrificio de sí mismo y disciplina. Muchos, por no comprender esto, se desalientan fácilmente en la vida cristiana. Muchos que consagran sinceramente su vida al servicio de Dios, se chasquean y sorprenden al verse como nunca antes frente a obstáculos, y asediados por pruebas y perplejidades. Piden en oración un carácter semejante al de Cristo y aptitudes para la obra del Señor, y luego se hallan en circunstancias que parecen exponer todo el mal de su naturaleza. Se revelan entonces defectos cuya existencia no sospechaban. Como el antiguo fsrael, se preguntan: "Si Dios es el que nos guía, ¿por qué nos sobrevienen todas estas cosas?"
Les acontecen porque Dios los conduce. Las pruebas y los obstáculos son los métodos de disciplina que el Señor escoge, y las condiciones que señala para el éxito. El que lee en los corazones de los hombres conoce sus caracteres mejor que ellos mismos. Él ve que algunos tienen facultades y aptitudes que, bien dirigidas, pueden ser aprovechadas en el adelanto de la obra de Dios. Su providencia los coloca en diferentes situaciones y variadas circunstancias para que descubran en su carácter los defectos que permanecían ocultos a su conocimiento. Les da oportunidad para enmendar estos defectos y prepararse para servirle. Muchas veces permite que el fuego de la aflicción los alcance para purificarlos.
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo precioso que quiere desarrollar. Si no viera en nosotros nada con qué glorificar su nombre, no perdería tiempo en refinarnos. No echa piedras inútiles en su hornillo. Lo que él refina es mineral precioso. El herrero coloca el hierro y el acero en el fuego para saber de qué clase son. El Señor permite que sus escogidos pasen por el horno de la aflicción para probar su carácter y saber si pueden ser amoldados para su obra.
El alfarero toma arcilla, y la modela según su voluntad. La amasa y la trabaja. La despedaza y la vuelve a amasar. La humedece, y luego la seca. La deja después descansar por algún tiempo sin tocarla. Cuando ya está bien maleable, reanuda su trabajo para hacer de ella una vasija. Le da forma, la compone y la alisa en el tomo. La pone a secar al sol y la cuece en el horno. Así llega a ser una vasija útil. Así también el gran Artífice desea amoldarnos y formarnos. Y así como la arcilla está en manos del alfarero, nosotros también estamos en las manos divinas. No debemos intentar hacer la obra del alfarero. Sólo nos corresponde someternos a que el divino Artífice nos forme.
"Amados, nos os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciera. Al contrario, gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría". 1 Pedro 4:12, 13.
A plena luz del día, y al oír la música de otras voces, el pájaro enjaulado no cantará lo que su amo procure enseñarle. Aprende un poquito de esto, un trino de aquello, pero nunca una melodía entera y definida. Cubre el amo la jaula, y la pone donde el pájaro sólo oiga el canto que ha de aprender. En la oscuridad lo ensaya y vuelve a ensayar hasta que lo sabe, y prorrumpe en perfecta melodía. Después el pájaro es sacado de la oscuridad, y en lo sucesivo cantará aquel mismo canto en plena luz. Así trata Dios a sus hijos. Tiene un canto que enseñarnos, y cuando lo hayamos aprendido entre las sombras de la aflicción, podremos cantarlo perpetuamente.
La elección de Dios en nuestra vocación
Muchos están descontentos de su vocación. Tal vez no congenien con lo que los rodea. Puede ser que algún trabajo vulgar consuma su tiempo mientras se creen capaces de más altas responsabilidades; muchas veces les parece que sus esfuerzos no son apreciados o estériles; o que es incierto su porvenir.
Recordemos que aun cuando el trabajo que nos toque hacer no sea tal vez el de nuestra elección, debemos aceptarlo como escogido por Dios para nosotros. Gústenos o no, hemos de cumplir el deber que más a mano tenemos. "Todo lo que te venga a mano para hacer, hazlo según tus fuerzas, porque en el seol [sepulcro], adonde vas, no hay obra, ni trabajo ni ciencia ni sabiduría". Eclesiastés 9:10.
Si el Señor desea que llevemos un mensaje a Nínive, no le agradará que vayamos a Jope o a Capernaum. Razones tiene para enviarnos al punto hacia donde han sido encaminados nuestros pies. Allí mismo puede estar alguien que necesite la ayuda que podemos darle. El que mandó a Felipe al eunuco etíope; que envió a Pedro al centurión romano; y a la pequeña israelita en auxilio de Naamán, el capitán sirio, también envía hoy, como representantes suyos, a hombres, mujeres y jóvenes para que vayan a los que necesitan ayuda y dirección divinas.
Los planes de Dios son los mejores
Nuestros planes no son siempre los de Dios. Puede suceder que él vea que lo mejor para nosotros y para su causa consiste en desechar nuestras mejores intenciones, como en el caso de David. Pero podemos estar seguros de que bendecirá y empleará en el adelanto de su causa a quienes se dediquen sinceramente, con todo lo que tienen, a la gloria de Dios. Si él ve que es mejor no acceder a los deseos de sus siervos, compensará su negativa concediéndoles señales de su amor y encomendándoles otro servicio.
En su amante cuidado e interés por nosotros, muchas veces Aquel que nos comprende mejor de lo que nos comprendemos a nosotros mismos, se niega a permitirnos que procuremos con egoísmo la satisfacción de nuestra ambición. No permite que pasemos por alto los deberes sencillos pero sagrados que tenemos más a mano. Muchas veces estos deberes entrañan la verdadera preparación indispensable para una obra superior. Muchas veces nuestros planes fracasan para que los de Dios respecto a nosotros tengan éxito.
Nunca se nos exige que hagamos un verdadero sacrificio por Dios. Él nos pide que le cedamos muchas cosas, pero al hacerlo nos despojamos nada más que de aquello que nos impide avanzar hacia el cielo. Aun cuando nos invita a renunciar a cosas que en sí mismas son buenas, podemos estar seguros de que Dios nos prepara algún bien superior.
En la vida futura se aclararán los misterios que aquí nos han preocupado y chasqueado. Veremos que las oraciones que nos parecían desatendidas y las esperanzas defraudadas figuraron entre nuestras mayores bendiciones.
Debemos considerar todo deber, por muy humilde que sea, como sagrado por ser parte del servicio de Dios. Nuestra oración cotidiana debería ser: "Señor, ayúdame a hacer lo mejor que pueda. Enséñame a hacer mejor mi trabajo. Dame energía y alegría. Ayúdame a compartir en mi servicio el amante ministerio del Salvador".
Una lección sacada de la vida de Moisés
Consideren lo que le ocurrió a Moisés. La educación que había recibido en Egipto como nieto del rey y presunto heredero del trono, fue muy completa. Nada fue descuidado de lo que se pensaba que podía hacerle sabio, según como entendían los egipcios la sabiduría. Recibió un adiestramiento civil y militar de orden superior. Se sintió completamente preparado para la obra de libertar a Israel de la esclavitud. Pero Dios no lo vio así. Su providencia señaló a Moisés un período de cuarenta años de preparación en el desierto como pastor de ovejas.
La educación que Moisés recibiera en Egipto le ayudó en muchos aspectos; pero la preparación más provechosa para su misión fue la que recibió mientras apacentaba el ganado. Moisés era de carácter impetuoso. En Egipto, en su calidad de afortunado caudillo militar y favorito del rey y de la nación, se había acostumbrado a recibir alabanza y adulación. Se había granjeado la simpatía del pueblo. Esperaba llevar a cabo con sus propias fuerzas la obra de libertar a Israel. Muy diferentes fueron las lecciones que hubo de aprender como representante de Dios. Al conducir sus ganados por los montes desiertos y por los verdes pastos de los valles, aprendió a tener fe, mansedumbre, paciencia, humildad y a olvidarse de sí mismo. Aprendió a cuidar a seres débiles y enfermos, a salir en busca de los descarriados, a ser paciente con los revoltosos, a proteger a los corderos y a nutrir a los miembros del rebaño ya viejos y enclenques.
En esta labor Moisés se fue acercando al supremo Pastor. Llegó a unirse estrechamente con el Santo de Israel. Ya no se proponía hacer una gran obra. Procuraba hacer fielmente y como para Dios la tarea que le estaba encomendada. Reconocía la presencia de Dios en todo cuanto le rodeaba. La naturaleza entera le hablaba del Invisible. Conocía a Dios como Dios personal, y al meditar en su carácter se compenetraba cada vez más del sentido de su presencia. Hallaba refugio en los brazos del Eterno.
Habiendo experimentado todo esto, Moisés oyó la invitación del cielo a cambiar el cayado del pastor por la vara de mando; a dejar su rebaño de ovejas para encargarse de la dirección de Israel. El mandato divino le encontró desconfiado de sí mismo, torpe de palabra y tímido. Le abrumaba el sentimiento de su incapacidad para ser portavoz de Dios. Pero, poniendo toda su confianza en el Señor, aceptó la obra. La grandeza de su misión puso en ejercicio las mejores facultades de su espíritu. Dios bendijo su pronta obediencia, y Moisés llegó a ser elocuente y dueño de sí mismo, se llenó de esperanza y fue capacitado para la mayor obra que fuera encomendada jamás a hombre alguno.
De él se escribió: "Nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara". Deuteronomio 34:10.
Quienes piensan que su trabajo no es apreciado y ansían un puesto de mayor responsabilidad, deben considerar que "ni de oriente ni de occidente ni del desierto viene el enaltecimiento, pues Dios es el juez; a este humilla, y a aquel enaltece". Salmos 75:6, 7. Todo hombre tiene su lugar en el eterno plan del cielo. El que lo ocupemos depende de nuestra fidelidad en colaborar con Dios. Necesitamos desconfiar de la compasión propia. Jamás se permitan sentir que no se los aprecia debidamente ni se tienen en cuenta vuestros esfuerzos, o que vuestro trabajo es demasiado difícil. Toda murmuración sea acallada por el recuerdo de lo que Cristo sufrió por nosotros. Recibimos mejor trato que el que recibió nuestro Señor. "¿Y tú buscas para ti grandezas? ¡No las busques!". Jeremías 45:5. El Señor no tiene lugar en su obra para los que sienten mayor deseo de ganar la corona que de llevar la cruz. Necesita hombres que piensen más en cumplir su deber que en recibir la recompensa; hombres más solícitos por los principios que por su propio progreso.
Los que son humildes y desempeñan su trabajo como para Dios quizá no aparentan tanto como los presuntuosos y bulliciosos; pero su obra en más valiosa. Muchas veces los jactanciosos llaman la atención sobre sí mismos, y se interponen entre el pueblo y Dios, pero su obra fracasa. "Sabiduría ante todo, ¡adquiere sabiduría! Sobre todo lo que posees, ¡adquiere inteligencia! Engrandécela, y ella te engrandecerá; te honrará, si tú la abrazas". Proverbios 4:7, 8.
Por no haberse resuelto a reformarse, muchos se obstinan en una conducta errónea. Pero no debe ser así. Pueden cultivar sus facultades para prestar el mejor servicio, y entonces siempre se les pedirá su cooperación. Se les apreciará en un todo por lo que valgan.
Si hay quienes tengan aptitud para un puesto superior, el Señor se lo hará sentir, y no sólo a ellos, sino a los que los hayan probado y, conociendo su mérito, puedan alentarlos comprensivamente a seguir adelante. Los que cumplen día tras día la obra que les fue encomendada, serán los que oirán en el momento señalado por Dios su invitación: "Sube más alto".
Mientras los pastores velaban sobre sus rebaños en los collados de Belén, ángeles del cielo los visitaron. También hoy, mientras el humilde obrero de Dios desempeña su labor, ángeles de Dios están a su lado, escuchando sus palabras, observando cómo trabaja, para ver si se le pueden encomendar mayores responsabilidades.
La verdadera grandeza
No estima Dios a los hombres por su fortuna, su educación o su posición social. Los aprecia por la pureza de sus móviles y la belleza de su carácter. Se fija en qué medida poseen el Espíritu Santo, y en el grado de semejanza de su vida con la divina. Ser grande en el reino de Dios es ser como un niño en humildad, en fe sencilla y en pureza de amor.
"Entonces Jesús, llamándolos, dijo: 'Sabéis que los gobernadores de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor'". Mateo 20:25, 26.
De todos los dones que el cielo pueda conceder a los hombres, la comunión con Cristo en sus padecimientos es el mayor cometido y el más alto honor. Ni Enoc, el que fue trasladado al cielo, ni Elías, el que ascendió en un carro de fuego, fueron mayores o más honrados que Juan el Bautista, quien murió en la soledad de un calabozo. "A vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él". Filipenses 1:29.
Planes para el futuro
Muchos son incapaces de idear planes definidos para lo porvenir. Su vida es inestable. No pueden entrever el desenlace de los asuntos, y esto los llena a menudo de ansiedad e inquietud. Recordemos que la vida de los hijos de Dios en este mundo es vida de peregrino. No tenemos sabiduría para planear nuestra vida. No nos incumbe amoldar lo futuro en nuestra existencia. "Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba". Hebreos 11:8.
Cristo, en su vida terrenal, no se trazó planes personales. Aceptó los planes de Dios para él, y día tras día el Padre se los revelaba. Así deberíamos nosotros también depender de Dios, para que nuestras vidas fueran sencillamente el desenvolvimiento de su voluntad. A medida que le encomendemos nuestros caminos, él dirigirá nuestros pasos.
Son muchos los que, al idear planes para un brillante porvenir, fracasan completamente. Dejen que Dios haga planes para ustedes. Como niños, confien en la dirección de Aquel que "guarda los pies de sus santos". 1 Samuel 2:9. Dios no guía jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían, si pudieran ver el fin desde el principio y discernir la gloria del destino que cumplen como colaboradores con Dios.
La paga
Cuando Cristo llamó a sus discípulos para que le siguieran, no les ofreció lisonjeras perspectivas para esta vida. No les prometió ganancias ni honores mundanos, ni tampoco demandaron ellos paga alguna por sus servicios. A Mateo, sentado en la receptoría de impuestos, le dijo: "'Sígueme'. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió". Lucas 5:27, 28. Mateo, antes de prestar servicio alguno, no pensó en exigir paga igual a la que cobraba en su profesión. Sin vacilar ni hacer una sola pregunta, siguió a Jesús. Le bastaba saber que estaría con el Salvador, oiría sus palabras y estaría mucho con él en su obra.
Otro tanto había sucedido con los discípulos llamados anteriormente. Cuando Jesús invitó a Pedro y a sus compañeros a que le siguieran, en el acto todos ellos dejaron sus barcas y sus redes. Algunos de estos discípulos tenían deudos a quienes mantener; pero cuando oyeron la invitación del Salvador, no dudaron ni preguntaron: "¿Cómo viviré y quién mantendrá a mi familia?" Fueron obedientes al llamado, y cuando en una ocasión ulterior Jesús les preguntó: "Cuando os envié sin bolsa, alforja ni calzado, ¿os faltó algo?", ellos contestaron: "Nada". Lucas 22:35.
El Salvador nos llama hoy a su obra, como llamó a Mateo, a Juan y a Pedro. Si su amor mueve nuestro corazón, el asunto de la compensación no será el que predomine en nuestro ánimo. Nos gozaremos en ser colaboradores con Cristo, y sin temor nos confiaremos a su cuidado. Si hacemos de Dios nuestra fuerza, tendremos claras percepciones de nuestro deber y aspiraciones altruistas; el móvil de nuestra vida será un propósito noble que nos elevará por encima de toda preocupación sórdida.
Dios proveerá
Muchos de los que profesan seguir a Cristo se sienten angustiados, porque temen confiarse a Dios. No se han entregado por completo a él, y retroceden ante las consecuencias que semejante entrega podría implicar. Pero a menos que se entreguen así a Dios, no podrán hallar paz.
Muchos son aquellos cuyo corazón gime bajo el peso de los cuidados porque procuran alcanzar la norma del mundo. Escogieron servir a éste, aceptaron sus perplejidades y adoptaron sus costumbres. Así se corrompió su carácter, y la vida se les tornó en cansancio. La congoja constante consume sus fuerzas vitales. Nuestro Señor desea que depongan este yugo de servidumbre. Los invita a aceptar su yugo y les dice: "Mi yugo es fácil y ligera mi carga". Mateo 11:30. La congoja es ciega y no puede discernir lo porvenir; pero Jesús ve el fin desde el principio. En toda dificultad ha dispuesto un medio de proporcionar alivio. "No quitará el bien a los que andan en integridad". Salmos 84:11.
Para proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras de las cuales nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillo de hacer del servicio de Dios el asunto supremo, verán desvanecerse sus perplejidades y extenderse ante sus pies un camino despejado.
El fiel cumplimiento de los deberes de hoy es la mejor preparación para las pruebas de mañana. No amontonemos las eventualidades y los cuidados de mañana para añadirlos a la carga de hoy. "Basta a cada día su propio mal". Mateo 6:34.
Tengamos confianza y seamos valientes. El desaliento en el servicio de Dios es pecaminoso e irrazonable. Dios conoce todas nuestras necesidades. A la omnipotencia del Rey de reyes, Dios, que guarda el pacto con nosotros, añade la dulzura y el solícito cuidado del tierno pastor. Su poder es absoluto, y es garantía del seguro cumplimiento de sus promesas para todos los que en él confían. Tiene medios de apartar toda dificultad, para que sean confortados lo que le sirven y respetan los medios que él emplea. Su amor supera todo otro amor, como el cielo excede en altura a la Tierra. Vela por sus hijos con un amor inconmensurable y eterno.
En los días aciagos, cuando todo parece conjurarse contra nosotros, tengamos fe en Dios, quien lleva adelante sus designios y hace bien todas las cosas en favor de su pueblo. La fuerza de los que le aman y le sirven será renovada día tras día.
Dios puede y quiere conceder a sus siervos toda la ayuda que necesitan. Les dará la sabiduría que requieran sus varias necesidades.
El experimentado apóstol Pablo dijo: "Y me ha dicho: 'Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad'. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte". 2 Corintios 12:9, 10.
En el trato con los demás
Toda asociación en la vida requiere el ejercicio del demonio propio, la tolerancia y la simpatía. Diferimos tanto en disposición, hábitos y educación, que nuestra manera de ver las cosas varía mucho. Juzgamos de modo distintos. Nuestra comprensión de la verdad, nuestras ideas acerca del comportamiento en la vida, no son idénticas en todos sus aspectos. No hay dos personas cuyas experiencias sean iguales en todo detalle. Las pruebas de uno no son las de otro. Los deberes que a uno le parecen fáciles, son para otro en extremo difíciles y le dejan perplejo.
Tan frágil, tan ignorante, tan propensa a equivocarse es la naturaleza humana, que cada cual debe ser prudente al valorar a su prójimo. Poco sabemos de la influencia de nuestros actos en la experiencia de los demás. Lo que hacemos o decimos puede parecernos de poca monta, cuando, si pudiéramos abrir los ojos, veríamos que de ello dependen importantísimos resultados para el bien o el mal.
Consideración por quienes llevan cargas
Muchos son los que han llevado tan pocas cargas, y cuyo corazón ha experimentado tan poca angustia verdadera, y ha sentido tan poca congoja por el prójimo, que no pueden comprender lo que es llevar cargas. No son más capaces de apreciar las de quien las lleva que lo es el niño de comprender el cuidado y el duro trabajo de su recargado padre. El niño se sorprende ante los temores y las perplejidades de su padre. Le parecen inútiles. Pero cuando su experiencia aumente con los años y le toque llevar su propia carga, entonces echará una mirada retrospectiva sobre la vida de su padre y comprenderá lo que anteriormente le parecía tan incomprensible. La amarga experiencia le dará conocimiento.
No se comprende la pesada labor de muchos ni se aprecian debidamente sus trabajos hasta después de su muerte. Cuando otros asumen las cargas que el extinto dejó, y tropiezan con las dificultades que él arrostró, entonces comprenden hasta qué punto fueron probados su valor y su fe. Muchas veces, ya no ven las faltas que tanto se apresuraban a censurar. La experiencia les enseña a tener simpatía. Dios permite que los hombres ocupen puestos de responsabilidad. Cuando se equivocan, tiene poder para corregirlos o para deponerlos. Cuidémonos de no juzgar, porque es obra que pertenece a Dios.
La conducta de David para con Saúl encierra una lección. Por mandato de Dios, Saúl fue ungido rey de Israel. Por causa de su desobediencia, el Señor declaró que el reino le sería quitado; y no obstante, ¡cuán cariñosa, cortés y prudente fue la conducta de David para con él! Al procurar quitarle la vida a David, Saúl se trasladó al desierto y, sin saberlo, penetró en la misma cueva que David y sus guerreros estaban escondidos. Entonces "los hombres de David le dijeron: 'Mira, este es el día que Jehová te anunció: "Yo entrego a tu enemigo en tus manos, y harás con él como te parezca"'... Y [David] dijo a sus hombres: 'Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová. ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido de Jehová!'" 1 Samuel 24:4, 6. El Salvador nos dice: "No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os medirá". Mateo 7:1, 2. Acuérdense de que pronto el curso de vuestra vida será revisado ante Dios. Recuerden también que él dijo: "Por eso eres inexcusable, hombre, tú que juzgas... pues tú, que juzgas, haces lo mismo". Romanos 2:1.
Paciencia en las pruebas
No nos conviene dejarnos llevar por el enojo con motivo de algún agravio real o supuesto que se nos haya hecho. El enemigo a quien más hemos de temer es el yo. Ninguna forma de vicio es tan funesta para el carácter como la pasión humana no refrenada por el Espíritu Santo. Ninguna victoria que podamos ganar es tan preciosa como la victoria sobre nosotros mismos.
No debemos permitir que nuestros sentimientos sean quisquillosos. Hemos de vivir, no para proteger nuestros sentimientos o nuestra reputación, sino para salvar a las personas. Conforme nos interesamos en la salvación de los seres humanos, dejaremos de notar las leves diferencias que suelen surgir en nuestro trato con los demás. Piensen o hagan ellos lo que quieran con respecto a nosotros, nada debe turbar nuestra unión con Cristo, nuestra comunión con el Espíritu Santo. "Pues ¿qué mérito tiene el soportar que os abofeteen si habéis pecado? Pero si por hacer lo que es bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios". 1 Pedro 2:20.
No se desquiten. En cuanto les sea posible, quiten toda causa de falsa aprensión. Eviten la apariencia de mal. Hagan cuanto puedan, sin sacrificar los principios cristianos, para conciliarse con los demás. "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda". Mateo 5:23, 24.
Si les dicen palabras violentas, no repliquen jamás con el mismo espíritu. Recuerden que "la respuesta suave aplaca la ira". Proverbios 15:1. Y hay un poder maravilloso en el silencio. A veces las palabras que se le dicen al que está enfadado no sirven sino para exasperarlo. Pero pronto se desvanece el enojo contestado con el silencio, con espíritu cariñoso y paciente.
Bajo la granizada de palabras punzantes de acre censura, mantengan su espíritu firme en la Palabra de Dios. Atesoren vuestro espíritu y vuestro corazón las promesas de Dios. Si les tratan mal o si les censuran sin motivo, en vez de replicar con enojo, repítanse las preciosas promesas:
"No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal". Romanos 12:21.
"Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz y tu derecho como el mediodía". Salmos 37:5, 6.
"Nada hay encubierto que no haya de descubrirse; ni oculto que no haya de saberse". Lucas 12:2.
"Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza. ¡Pasamos por el fuego y por el agua, pero nos sacaste a la abundancia!" Salmos 66:12.
Propendemos a buscar simpatía y aliento en nuestro prójimo en vez de mirar a Jesús. En su misericordia y fidelidad, Dios permite muchas veces que aquellos en quienes ponemos nuestra confianza nos chasqueen, para que aprendamos cuán vano es confiar en el hombre y hacer de la carne nuestro brazo. Confiemos completa, humilde y abnegadamente en Dios. Él conoce las tristezas que sentimos en las profundidades de nuestro ser y que no podemos expresar. Cuando todo parezca oscuro e inexplicable, recordemos las palabras de Cristo: "Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después". Juan 13:7.
Estudien la historia de José y de Daniel. El Señor no impidió las intrigas de los hombres que procuraban hacerles daño; pero hizo redundar todos esos ardides en beneficio de sus siervos, quienes en medio de la prueba y del conflicto conservaron su fe y lealtad.
Mientras permanezcamos en el mundo, tendremos que arrostrar influencias adversas. Habrá provocaciones que probarán nuestro temple, y si las arrostramos con buen espíritu desarrollaremos las virtudes cristianas. Si Cristo vive en nosotros, seremos sufridos, bondadosos y prudentes, alegres en medio de los enojos y las irritaciones. Día tras día y año tras año iremos venciéndonos, hasta llegar al noble heroísmo. Esta es la tarea que se nos ha señalado; pero no se puede llevar a cabo sin la ayuda de Jesús, sin ánimo resuelto, sin propósito firme, sin continua vigilancia y oración. Cada cual tiene su propia lucha. Ni siquiera Dios puede ennoblecer nuestro carácter ni hacer útiles nuestras vidas a menos que lleguemos a ser sus colaboradores. Los que huyen del combate pierden la fuerza y el gozo de la victoria.
Las bendiciones de Dios, no las pruebas, es lo que cuenta
No necesitamos llevar cuenta de las pruebas, dificultades, pesares y tristezas, porque están consignados en los libros, y no los olvidará el cielo. Mientras rememoramos las cosas desagradables, se escapan de la memoria muchas que son agradables, tales como la bondad misericordiosa con que Dios nos rodea a cada momento, y el amor que admira a los ángeles, el que le impulsó a dar a su Hijo para que muriese por nosotros. Si al trabajar para Cristo creen haber experimentado mayores pruebas y cuidados que las que afligieron a otros, recuerden que gozarán de una paz desconocida por quienes rehuyeron esas cargas. Hay consuelo y gozo en el servicio de Cristo. Demuestren al mundo que la vida de Cristo no es fracaso.
Si no se sienten de buen ánimo y alegres, no hablen de ello. No arrojen sombra sobre la vida de los demás. Una religión fría y desolada no atrae nunca a las personas a Cristo. Las aparta de él para empujarlas a las redes que Satanás tendió ante los pies de los descarriados. En vez de pensar en vuestros desalientos, piensen en el poder a que pueden aspirar en el nombre de Cristo. Aférrese vuestra imaginación a las cosas invisibles. Dirijan sus pensamientos hacia las manifestaciones evidentes del gran amor de Dios por ustedes. La fe puede sobrellevar la prueba, resistir la tentación y mantenerse firme ante los desengaños. Jesús vive y es nuestro Abogado. Todo lo que su mediación nos asegura es nuestro.
¿No creen que Cristo aprecia a quienes viven enteramente para él? ¿No piensan que visita a los que como el amado Juan en el destierro, se encuentran por su causa en situaciones difíciles? Dios no consentirá en que sea dejado solo uno de sus fieles obreros, para que luche con gran desventaja y sea vencido. Él guarda como preciosa joya a todo aquel cuya vida está escondida con Cristo en él. De cada uno de ellos dice: "Te pondré como anillo de sellar, porque yo te he escogido". Hageo 2:23.
Por tanto, hablen de las promesas; hablen de la buena voluntad de Jesús para bendecir. No nos olvida ni un solo instante. Cuando, a pesar de las circunstancias desagradables, sigamos confiados en su amor y unidos íntimamente con él, el sentimiento de su presencia nos inspirará un gozo profundo y tranquilo. Acerca de sí mismo Cristo dijo:
"Nada hago por mí mismo, sino que, según me enseñó el Padre, así hablo, porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada". Juan 8:28, 29.
La presencia del Padre rodeaba a Cristo, y nada le sucedía que Dios en su infinito amor no permitiera para bendición del mundo. Esto era fuente de consuelo para Cristo, y lo es también para nosotros. El que está lleno del Espíritu de Cristo vive en Cristo. Lo que le suceda viene del Salvador, quien le rodea con su presencia. Nada podrá tocarle sin permiso del Señor. Todos nuestros padecimientos y tristezas, todas nuestras tentaciones y pruebas, todas nuestras pesadumbres y congojas, todas nuestras privaciones y persecuciones, todo, en una palabra, contribuye a nuestro bien. Todos los acontecimientos y las circunstancias obran con Dios para nuestro bien.
No hablar mal
Si comprendemos la longanimidad de Dios para con nosotros, nunca juzgaremos ni acusaremos a nadie. Cuando Cristo vivía en la Tierra, ¡cuán sorprendidos hubieran quedado quienes con él vivían si, después de haberle conocido, le hubieran oído decir una palabra de acusación, de censura o de impaciencia! No olvidemos nunca que los que le aman deben imitar su carácter.
"Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros". "No devolváis mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados a heredar bendición". Romanos 12:10; 1 Pedro 3:9.
La cortesía
El Señor Jesús nos pide que reconozcamos los derechos de cada ser humano. Hemos de considerar los derechos sociales de los hombres y sus derechos como cristianos. A todos debemos tratar con cortesía y delicadeza, como hijos e hijas de Dios.
El cristiano hará de todo hombre un cumplido caballero. Cristo fue cortés aun con sus perseguidores; y sus discípulos verdaderos manifestarán el mismo espíritu. Miren a Pablo cuando compareció ante los magistrados. Su discurso ante Agripa es un dechado de verdadera cortesía y de persuasiva elocuencia. El evangelio no fomenta la cortesía formalista, tan corriente en el mundo, sino la cortesía que brota de la verdadera bondad del corazón.
El cultivo más esmerado del decoro externo no basta para acabar con el enojo, el juicio implacable y la palabra inconveniente. El verdadero refinamiento no traslucirá mientras se siga considerando al yo como objeto supremo. El amor debe residir en el corazón. Un cristiano cabal funda sus motivos de acción en el amor profundo que tiene por el Maestro. De las raíces de su amor a Cristo brota un interés abnegado por sus hermanos. El amor comunica, a quien lo posee, gracia, decoro y gentileza en el modo de comportarse. Ilumina el rostro y modula la voz; refina y eleva al ser entero.
Importancia de las cosas pequeñas
La vida no consiste principalmente en grandes sacrificios ni en maravillosas hazañas, sino en cosas menudas, que parecen insignificantes y, sin embargo, suelen ser causa de mucho bien o mucho mal en nuestras vidas. Contraemos hábitos que deforman el carácter debido a nuestro fracaso en soportar las pruebas que nos sobrevienen en las cosas menudas, y cuando sobrevienen las grandes pruebas nos encuentran desapercibidos. Sólo obrando de acuerdo con los buenos principios en las pruebas de la vida diaria, podremos adquirir poder para permanecer firmes y fieles en situaciones más peligrosas y difíciles.
La autodisciplina
Nunca estamos solos. Sea que le escojamos o no, tenemos siempre a Uno por compañero. Recordemos que doquiera estemos, hagamos lo que hagamos, Dios está siempre presente. Nada de lo que se diga, se haga o se piense puede escapar a su atención. Para cada palabra o acción tenemos un testigo, el Santo Dios, que aborrece el pecado. Recordémoslo siempre antes de hablar o de realizar un acto cualquiera. Como cristianos, somos miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. No digan una palabra ni hagan cosa alguna que afrente "el buen nombre que fue invocado sobre vosotros". Santiago 2:7.
Estudien atentamente el carácter divino-humano, y pregúntense siempre: "¿Qué haría Jesús si estuviera en mi lugar?" Tal debiera ser la norma de vuestro deber. No frecuenten innecesariamente la sociedad de quienes debilitarían por sus artificios vuestro propósito de hacer el bien, o mancharían vuestra conciencia. No hagan entre extraños, en la calle o en casa, lo que tenga la menor apariencia de mal. Hagan algo cada día para mejorar, embellecer y ennoblecer la vida que Cristo compró con su sangre.
Guiados por principios
Obren siempre movidos por principios, nunca por impulso. Moderen la impetuosidad natural de vuestro ser con mansedumbre y dulzura. No den lugar a la liviandad ni a la frivolidad. No broten chistes vulgares de vuestros labios. Ni siquiera den rienda suelta a vuestros pensamientos. Deben ser contenidos y sometidos a la obediencia de Cristo. Conságrense siempre a cosas santas. De este modo, mediante la gracia de Cristo, serán puros y sinceros.
Debemos sentir el poder ennoblecedor de los pensamientos puros. La única seguridad para la persona consiste en pensar bien, pues acerca del hombre se nos dice: "Porque cuales son sus pensamientos íntimos, tal es él". Proverbios 23:7. El poder del dominio propio se acrecienta con el ejercicio. Lo que al principio parece difícil, se vuelve fácil con la práctica, hasta que los buenos pensamientos y acciones llegan a ser habituales. Si queremos, podemos apartamos de todo lo vulgar y degradante y elevamos hasta un nivel alto, donde gozaremos del respeto de los hombres y del amor de Dios.
Hablemos bien de los demás
Practiquen el hábito de hablar bien de los demás. Piensen en las buenas cualidades de aquellos con quienes tratan, y fíjense lo menos posible en sus faltas y errores. Cuando sientan la tentación de lamentar lo que alguien haya dicho o hecho, alaben algo de su vida y carácter. Cultiven el agradecimiento. Alaben a Dios por su amor admirable de haber dado a Cristo para que muriera por nosotros. Nada sacamos con pensar en nuestros agravios. Dios nos invita a meditar en su misericordia y amor incomparables, para que seamos movidos a alabarle.
Los que trabajan fervorosamente no tienen tiempo para fijarse en las faltas ajenas. No podemos vivir de las cáscaras de las faltas o errores de los demás. Hablar mal es una maldición doble, que recae más pesadamente sobre el que habla que sobre el que oye. El que esparce las semillas de la disensión y la discordia cosecha en su propia vida los frutos mortíferos. El mero hecho de buscar algo malo en otros desarrolla el mal en los que lo buscan. Al espaciarnos en los defectos de los demás nos transformamos a la imagen de ellos. Por el contrario, mirando a Jesús, hablando de su amor y de la perfección de su carácter, nos transformamos a su imagen. Mediante la contemplación del elevado ideal que él puso ante nosotros, nos elevaremos a una atmósfera pura y santa, hasta la presencia de Dios. Cuando permanecemos en ella, brota de nosotros una luz que irradia sobre cuantos se relacionan con nosotros.
En vez de criticar y condenar a los demás, digan: "Tengo que consumar mi propia salvación. Si coopero con el que quiere salvar mi vida, debo vigilarme a mí mismo con diligencia. Debo eliminar de mi ser todo mal. Debo vencer todo defecto. Debo ser una nueva criatura en Cristo. Entonces, en vez de debilitar a los que luchan contra el mal, podré fortalecerlos con palabras de aliento". Somos por demás indiferentes unos con otros. Demasiadas veces olvidamos que nuestros compañeros de trabajo necesitan fuerza y estímulo. No dejemos de reiterarles el interés y la simpatía que por ellos sentimos. Ayudémosle con nuestras oraciones y dejémosle saber que así obramos.
Paciencia con el que erra
No todos lo que dicen trabajar por Cristo son discípulos verdaderos. Entre los que llevan su nombre y se llaman sus obreros, hay quienes no le representan por su carácter. No se rigen por los principios de su Maestro. A menudo ocasionan perplejidades y desalientos a sus compañeros de trabajo, jóvenes aún en experiencia cristiana; pero no hay por qué dejarse extraviar. Cristo nos dio un ejemplo perfecto. Nos manda que le sigamos.
Hasta la consumación de los siglos habrá cizaña entre el trigo. Cuando los siervos del padre de familia, en su celo por la honra de él, le pidieron permiso para arrancar la cizaña, él les dijo: "No, no sea que al arrancar la cizaña arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega". Mateo 13:29, 30.
En su misericordia y longanimidad, Dios tiene paciencia con el impío, y aun con el corazón falso. Entre los apóstoles escogidos por Cristo estaba Judas, el traidor. ¿Deberá ser causa de sorpresa o de desaliento el que haya hoy hipócritas entre los obreros de Cristo? Si Aquel que lee en los corazones pudo soportar al que, como él sabía, iba a entregarle, ¡con cuánta paciencia deberemos nosotros también soportar a los que yerran!
Y no todos, ni aun entre los que parecen ser los que más yerran, son como Judas. El impetuoso Pedro, tan violento y seguro de sí mismo, a menudo aparentaba ser inferior a Judas. El Salvador le reprendió más veces que al traidor. Pero ¡qué vida de servicio y sacrificio fue la suya! ¡Cómo atestigua el poder de la gracia de Dios! Hasta donde podamos, debemos ser para los demás lo que fue Jesús para sus discípulos mientras andaba y discurría con ellos en la Tierra.
Considérense misioneros, ante todo entre vuestros compañeros de trabajo. A menudo cuesta mucho tiempo y trabajo ganar a un ser humano para Cristo. Y cuando una persona deja el pecado para aceptar la justicia, hay gozo entre los ángeles. ¿Piensan que a los diligentes espíritus que velan por estos seres les agrada la indiferencia con que las tratan quienes aseveran ser cristianos? Si Jesús nos tratara como nosotros nos tratamos muchas veces unos a otros, ¿quién de nosotros podría salvarse?
Recuerden que no pueden leer los corazones. No conocen los motivos que inspiran los actos que les parecen malos. Son muchos los que no recibieron buena educación; sus caracteres están deformados; son toscos y duros y parecen tortuosos por cualquier lado que se los mire. Pero la gracia de Cristo puede transformarlos. No los desechen ni los arrastren al desaliento ni a la desesperación, diciéndoles: "Me has engañado y ya no procuraré ayudarte". Unas cuantas palabras, dichas con la viveza inspirada por la provocación y que consideramos merecidas, pueden romper los lazos de influencias que debieran unir su corazón con el nuestro.
Influencia de una vida cristiana consecuente
La vida consecuente, la sufrida prudencia, el ánimo impasible bajo la provocación, son siempre los argumentos más decisivos y los más solemnes llamamientos. Si han tenido oportunidades y ventajas que otros no tuvieron, ténganlo bien en cuenta, y sean siempre maestros sabios, esmerados y benévolos.
Para que el sello deje en la cera una impresión clara y destacada, no lo aplican precipitadamente y con violencia, sino que con mucho cuidado lo ponen sobre la cera blanda, y pausadamente y con firmeza lo oprimen hasta que la cera se endurece. Así también traten con los seres humanos. El secreto del poder que tiene la influencia cristiana consiste en que ella es ejercida de continuo, y ello depende de la firmeza con que manifiesten el carácter de Cristo. Ayuden a los que han errado, hablándoles de lo que ustedes han experimentado. Muéstrenles cómo, cuando ustedes también cometieron faltas graves, la paciencia, la bondad y la ayuda de vuestros compañeros de trabajo les infundieron aliento y esperanza.
Hasta el día del juicio no conocerán la influencia de un trato bondadoso y respetuoso para con el débil, el irrazonable y el indigno. Cuando tropezamos con la ingratitud y la traición de los cometidos sagrados, nos sentimos impulsados a manifestar desprecio e indignación. Esto es lo que espera el culpable, y se prepara para ello. Pero la prudencia bondadosa le sorprende, y suele despertar sus mejores impulsos y el deseo de llevar una vida más noble.
"Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo". Gálatas 6:1, 2.
Todos los que profesan ser hijos de Dios deben recordar que, como misioneros, tendrán que tratar con toda clase de personas: refinadas y toscas, humildes y soberbias, religiosas y escépticas, educadas e ignorantes, ricas y pobres. No es posible tratar a todas estas mentalidades del mismo modo; y no obstante, todas necesitan bondad y simpatía. Mediante el trato mutuo, nuestro intelecto debe recibir pulimento y refinamiento. Dependemos unos de otros, unidos como estamos por los vínculos de la fraternidad humana.
"Habiéndonos formado el cielo para depender unos de otros, el amo, el siervo o el amigo, uno a otro se piden ayuda, hasta que la flaqueza de uno resulta en la fuerza de todos".
Por medio de las relaciones sociales el cristianismo se revela al mundo. Todo hombre y mujer que ha recibido la divina iluminación debe arrojar luz sobre el tenebroso sendero de quienes no conocen el mejor camino. La influencia social, santificada por el Espíritu de Cristo, debe servir para llevar a las personas al Salvador. Cristo no debe permanecer oculto en el corazón como tesoro codiciado, sagrado y dulce, para que de él sólo goce su dueño. Cristo debe ser en nosotros una fuente de agua que brote para vida eterna y refrigere a todos los que se relacionen con nosotros.
Para desarrollar un carácter cristiano
La vida cristiana es más de lo que muchos se la representan. No consiste toda ella en dulzura, paciencia, mansedumbre y benevolencia. Estas virtudes son esenciales; pero también se necesitan valor, fuerza, energía y perseverancia. La senda que Cristo señala es estrecha y requiere abnegación. Para internarse en ella e ir al encuentro de dificultades y desalientos, se requieren hombres y no seres débiles.
La fuerza de carácter
Se necesitan hombres firmes que no esperen a que el camino se les allane y quede despejado de todo obstáculo, hombres que inspiren nuevo celo a los débiles esfuerzos de los desalentados obreros, hombres cuyos corazones irradien el calor del amor cristiano y cuyas manos tengan fuerzas para desempeñar la obra del Maestro.
Algunos de los que se ocupan en el servicio misionero son débiles, sin nervios ni espíritu, y se desalientan por cualquier cosa. Carecen de impulso y de los rasgos positivos de carácter que dan fuerza para hacer algo; les falta el espíritu y la energía que encienden el entusiasmo. Los que anhelen éxito deben ser animosos y optimistas. Deben cultivar no sólo las virtudes pasivas, sino también las activas. Han de dar la blanda respuesta que aplaca la ira, pero también han de tener valor heroico para resistir al mal. Con la caridad que todo lo soporta, necesitan la fuerza de carácter que hará de su influencia un poder positivo.
Algunos no tienen firmeza de carácter. Sus planes y propósitos carecen de forma definida y de consistencia. De poco sirven en el mundo. Esta flaqueza, indecisión e ineficacia deben vencerse. Hay en el verdadero carácter cristiano algo indómito que no puede ser moldeado o vencido por las circunstancias adversas. Debemos tener firmeza moral, una integridad que no pueda ser adulada, sobornada o atemorizada.
La cultura mental
Dios desea que aprovechemos toda oportunidad de prepararnos para su obra. Espera que dediquemos todas nuestras energías a realizar dicha obra, y que mantengamos nuestros corazones susceptibles a su carácter tan sagrado y a sus temibles responsabilidades.
Muchos que son aptos para hacer una obra excelente logran muy poco porque a poco aspiran. Miles de cristianos pasan la vida como si no tuvieran un gran fin que perseguir, ni un alto ideal que alcanzar. Una causa de ello es lo poco en que se estiman. Cristo dio un precio infinito por nosotros, y quiere que estimemos nuestro propio valor en conformidad con dicho precio.
No se den por satisfechos con alcanzar un nivel bajo. No somos lo que podríamos ser, ni lo que Dios quiere que seamos. Dios no nos ha dado las facultades racionales para que permanezcan ociosas, ni para que las pervirtamos en la prosecución de fines terrenales y mezquinos, sino para que sean desarrolladas hasta lo sumo, refinadas, ennoblecidas y empleadas en hacer progresar los intereses de su reino.
Nadie debe consentir en ser mera máquina, accionada por la inteligencia de otro hombre. Dios nos ha dado capacidad para pensar y obrar, y actuando con cuidado, buscando en Dios nuestra sabiduría, llegaremos a estar en condición de llevar nuestras cargas. Obren con la personalidad que Dios les ha dado. No sean la sombra de otra persona. Cuenten con que el Señor obrará en ustedes, con ustedes y por medio de ustedes.
No piensen nunca que ya han aprendido bastante, y que pueden cejar en sus esfuerzos. La mente cultivada es la medida del hombre. Vuestra educación debe proseguir durante toda la vida; cada día deben aprender algo y poner en práctica el conocimiento adquirido.
Recuerden que en cualquier puesto en que sirvan, revelan qué móvil los inspira y desarrolla vuestro carácter. Cuanto hagan, háganlo con exactitud y diligencia; dominen la inclinación a buscar tareas fáciles.
¿Cómo trabajas?
El mismo espíritu y los mismos principios en que uno se inspira en el trabajo diario compenetrarán toda la vida. Los que buscan una tarea fija y un salario determinado, y desean dar pruebas de aptitud sin tomarse la molestia de adaptarse o de preparase, no son los hombres a quienes Dios llama para trabajar en su causa. Los que procuran dar lo menos posible de sus facultades físicas, mentales y morales, no son los obreros a quienes Dios pueden bendecir abundantemente. Su ejemplo es contagioso. Los mueve el interés personal. Los que necesitan que se les vigile, y sólo trabajan cuando se les señala una tarea bien definida, no serán declarados buenos y fieles obreros. Se necesitan hombres de energía, integridad y diligencia; que estén dispuestos a hacer cuanto deba hacerse.
Muchos se inutilizan porque, temiendo fracasar, huyen de las responsabilidades. Dejan así de adquirir la educación que es fruto de la experiencia, y que no les pueden dar la lectura y el estudio ni todas las demás ventajas adquiridas de otros modos.
El hombre puede moldear las circunstancias, pero nunca debe permitir que ellas le amolden a él. Debemos valernos de las circunstancias como de instrumentos para obrar. Debemos dominarlas, y no consentir en que nos dominen.
Los hombres fuertes son los que han sufrido oposición y contradicción. Por el hecho de que ponen en juego sus energías, los obstáculos con que tropiezan les resultan bendiciones positivas. Llegan a valerse por sí mismos. Los conflictos y las perplejidades invitan a confiar en Dios, y determinan la firmeza que desarrolla poder.
El motivo en el servicio
Cristo no prestó un servicio limitado. No midió su obra por horas. Dedicó su tiempo, su corazón, su espíritu y su fuerza a trabajar en beneficio de la humanidad. Pasó días de rudo trabajo y noches enteras pidiendo a Dios gracia y fuerza para realizar una obra mayor. Con clamores y lágrimas rogó al cielo que fortaleciese su naturaleza humana para hacer frente al astuto adversario en todas sus obras engañosas, y que le sostuviese para el cumplimiento de su misión de enaltecer a la humanidad. A sus obreros les dice: "Ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis". Juan 13:15.
"El amor de Cristo--dijo Pablo--nos constriñe" (2 Corintios 5:14), Tal era el principio que inspiraba la conducta de Pablo; era su móvil. Si alguna vez su ardor menguaba por un momento en la senda del deber, una mirada a la cruz le hacía ceñirse nuevamente los lomos del entendimiento y avanzar en el camino del desprendimiento. En sus trabajos por sus hermanos fiaba mucho en la manifestación de amor infinito en el sacrificio de Cristo, con su poder que domina y constriñe.
Cuán fervoroso y conmovedor llamamiento expresa cuando dice: "Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos". 2 Corintios 8:9. Ya saben desde cuán alto se rebajó, ya conocen la profundidad de la humillación a la cual descendió. Sus pies transitaron por el camino del sacrificio, y no se desviaron hasta que hubo entregado su vida. No medió descanso para él entre el trono del cielo y la cruz. Su amor por el hombre le indujo a soportar cualquier indignidad y cualquier ultraje.
Pablo nos amonesta a no buscar nuestro "propio provecho, sino el de los demás". Filipenses 2:4. Nos exhorta a que tengamos el "sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Filipenses 2:5-8.
Pablo tenía vivísimos deseos de que se viese y comprendiese la humillación de Cristo. Estaba convencido de que, con tal que se lograse que los hombres consideraran el asombroso sacrificio realizado por la majestad del cielo, el egoísmo sería desterrado de sus corazones. El apóstol se detiene en un detalle tras otro para que de algún modo alcancemos a darnos cuenta de la admirable condescendencia del Salvador para con los pecadores. Dirige primero el pensamiento a la contemplación del puesto que Cristo ocupaba en el cielo, en el seno de su Padre. Después lo presenta abdicando de su gloria, sometiéndose voluntariamente a las humillantes condiciones de la vida humana, asumiendo las responsabilidades de un siervo, haciéndose obediente hasta la muerte más ignominiosa, repulsiva y dolorosa: la muerte en la cruz. ¿Podemos contemplar tan admirable manifestación del amor de Dios sin agradecimiento ni amor, y sin un sentimiento profundo de que ya no somos nuestros? A un Maestro como Cristo no debe servírsele impulsado por móviles forzados y egoístas.
"Sabiendo--dice el apóstol--que fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles, como oro o plata". 1 Pedro 1:18. ¡Oh!, si con dinero hubiera podido comprarse la salvación del hombre, cuán fácil hubiera sido realizarla por Aquel que dice: "Mía es la plata y mío es el oro"! Hageo 2:8. Pero el pecador no podía ser redimido sino por la preciosa sangre del Hijo de Dios. Los que, dejando de apreciar tan admirable sacrificio, se retraen del servicio de Cristo, perecerán en su egoísmo.
Sinceridad de propósito
En la vida de Cristo, todo quedó subordinado a su obra: la gran obra de redención que vino a cumplir. Y este mismo celo, esta misma abnegación, este mismo sacrificio, esta misma sumisión a las exigencias de la Palabra de Dios, han de manifestarse en sus discípulos.
Todo aquel que acepte a Cristo como su Salvador personal anhelará tener el privilegio de servir a Dios. Al considerar lo que el cielo ha hecho por él, su corazón se sentirá conmovido de un amor sin límites y de agradecida adoración. Ansiará manifestar su gratitud dedicando sus capacidades al servicio de Dios. Anhelará demostrar su amor por Cristo y por los hombres a quienes Cristo compró. Deseará pasar por pruebas, penalidades y sacrificios.
El verdadero obrero de Dios trabajará lo mejor que pueda, porque así podrá glorificar a su Maestro. Obrará bien para satisfacer las exigencias de Dios. Se esforzará por perfeccionar todas sus facultades. Cumplirá todos sus deberes como para Dios. Su único deseo será que Cristo reciba homenaje y servicio perfecto.
Hay un cuadro que representa un buey parado entre un arado y un altar, con la inscripción: "Dispuesto para uno u otro": para trabajar duramente en el surco o para servir de ofrenda en el altar del sacrificio. Tal es la actitud de todo verdadero hijo de Dios: ha de negarse a sí mismo y a sacrificarse por la causa del Redentor.
Rumbo al blanco
Necesitamos de continuo una nueva revelación de Cristo, una experiencia diaria que se armonice con sus enseñanzas. Altos y santos resultados están a nuestro alcance. El propósito de Dios es que progresemos siempre en conocimiento y virtud. Su ley es eco de su propia voz, que dirige a todos la invitación: "Sube más alto. Sé santo, cada vez más santo". Cada día podemos adelantar en la perfección del carácter cristiano.
Los que trabajan en el servicio del Maestro necesitan una experiencia mucho más elevada, más profunda y más amplia que la que muchos han deseado tener. Muchos que ya son miembros de la gran familia de Dios poco saben de lo que significa contemplar su gloria y ser transformados de gloria en gloria. Muchos tienen una percepción crepuscular de la excelencia de Cristo, y sus corazones se estremecen de gozo. Anhelan sentir más hondamente y en mayor grado el amor del Salvador. Cultiven ellos todo deseo del espíritu por conocer a Dios. El Espíritu Santo obra en quienes se someten a su influencia, amolda y forma a quienes quieren ser así formados. Dedíquense al cultivo de pensamientos espirituales y a la santa comunión. Sólo han visto los primeros rayos de la aurora de su gloria. Conforme sigan conociendo a Dios, verán que "la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto". Proverbios 4:18.
El gozo del señor
"Estas cosas os he hablado--dijo Cristo--para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo" Juan 15:11.
Cristo siempre tenía presente el resultado de su misión. Su vida terrenal, tan recargada de penas y sacrificios, era alegrada por el pensamiento de que su trabajo no sería inútil. Dando su vida por la vida de los hombres, iba a restaurar en la humanidad la imagen de Dios. Iba a levantarnos del polvo, a reformar nuestro carácter conforme al suyo, y embellecerlo con su gloria.
Cristo vio "el fruto de la aflicción de su alma" y quedó "satisfecho". Vislumbró lo dilatado de la eternidad, y vio de antemano la felicidad de quienes por medio de su humillación recibirán perdón y vida eterna. Fue herido por sus transgresiones y quebrantado por sus iniquidades. El castigo que les daría paz fue sobre él, y con sus heridas fueron sanados. Él oyó el júbilo de los rescatados, quienes entonaban el canto de Moisés y del Cordero. Aunque había de recibir primero el bautismo de sangre, aunque los pecados del mundo iban a pesar sobre su vida inocente y la sombra de indecible dolor se cernía sobre él, por el gozo que le fue propuesto, escogió sufrir la cruz y menospreció la vergüenza.
De este gozo han de participar todos sus discípulos. Por grande y gloriosa que sea en lo porvenir, toda nuestra recompensa no está reservada para el día de nuestra liberación final. En esta misma vida hemos de entrar por fe en el gozo del Salvador. Cual Moisés, hemos de sostenernos como si viéramos al Invisible.
La iglesia es ahora militante. Actualmente arrostramos un mundo en tinieblas, casi enteramente entregado a la idolatría. Pero se acerca el día cuando habrá terminado la batalla y la victoria habrá sido ganada. La voluntad de Dios ha de cumplirse en la Tierra como en el cielo. Las naciones de los salvados no conocerán otra ley que la del cielo. Todos constituirán una familia dichosa, unida, vestida con las prendas de alabanza y de acción de gracias: con el manto de la justicia de Cristo. Toda la naturaleza, en su incomparable belleza, ofrecerá a Dios tributo de alabanza y adoración. El mundo quedará bañado en luz celestial. La luz de la luna será como la del sol, y la luz del sol siete veces más intensa que ahora. Los años transcurrirán alegremente. Por sobre la escena, las estrellas de la mañana cantarán juntas y los hijos de Dios clamarán de gozo, mientras que Dios y Cristo declararán a una voz que "ya no habrá más pecado, ya no habrá más muerte".
Estas visiones de la gloria futura, descritas por la mano de Dios, deberían ser de gran valor para sus hijos.
Evaluar las cosas del tiempo y la eternidad
Deténganse en el umbral de la eternidad y oigan la misericordiosa bienvenida dada a quienes en esta vida cooperaron con Cristo y consideraron como un privilegio y un honor sufrir por su causa. Con los ángeles, echan sus coronas a los pies del Redentor, exclamando: "El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza... Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". Apocalipsis 5:12, 13.
Allí los redimidos saludan a quienes los encaminaron hacia el Salvador. Se unen en alabanzas a Aquel que murió para que los humanos gozaran una vida tan duradera como la de Dios. Acabó el conflicto. Concluyeron las tribulaciones y las luchas; al rodear los rescatados el trono de Dios, los cantos de victoria llenan todo el cielo. Todos entonan el alegre coro: "Digno, digno es el Cordero que fue inmolado" y nos rescató para Dios.
"Después de esto miré, y vi una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos. Clamaban a gran voz, diciendo: 'La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero'". Apocalipsis 7:9, 10.
"Éstos son los que han salido de la gran tribulación; han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y lo sirven día y noche en su templo. El que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos". Vers. 14-17. "Y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron" (21:4).
Necesitamos tener siempre presente esta visión de las cosas invisibles. Así comprenderemos el verdadero valor de las cosas eternas y de las transitorias, y esto nos dará más poder para influir en los demás con el fin de que vivan una vida más elevada.
En el monte con Dios
"Sube a mí al monte", nos dice Dios. Antes de que pudiera Moisés ser instrumento de Dios para libertar a Israel, se le señalaron cuarenta años de comunión con Dios en las soledades de las montañas. Antes de llevar el mensaje de Dios a Faraón, habló con el ángel en la zarza ardiente. Antes de recibir la ley de Dios como representante de su pueblo, fue llamado al monte, y contempló su gloria. Antes de ejecutar la justicia sobre los idólatras, fue escondido en la cueva de la roca, y el Señor le dijo: "Pronunciaré el nombre de Jehová delante de ti... Misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad... pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado". Éxodo 33:19; 34:6, 7. Antes de deponer, con la vida, su responsabilidad respecto de Israel, Dios le llamó a la cumbre de Pisga y desplegó ante él la gloria de la tierra prometida.
Antes de emprender su misión, los discípulos fueron llamados al monte, con Jesús. Antes del poder y la gloria de Pentecostés, vino la noche de comunión con el Salvador, la reunión en un monte de Galilea, la escena de despedida en el monte de los Olivos, con la promesa de los ángeles, y los días de oración y de comunión en el aposento alto.
Jesús, cuando se preparaba para una gran prueba o para algún trabajo importante, se retiraba a la soledad de los montes y pasaba la noche orando a su Padre. Una noche de oración precedió a la ordenación de los apóstoles, al Sermón del Monte, a la transfiguración, a la agonía del pretorio y de la cruz, así como a la gloria de la resurrección.
Comunión con Dios en oración
Nosotros también debemos destinar momentos especiales para meditar, orar y recibir refrigerio espiritual. No reconocemos debidamente el valor del poder y la eficacia de la oración. La oración y la fe harán lo que ningún poder en la Tierra podrá hacer. Raramente nos encontramos dos veces en la misma situación. Hemos de pasar continuamente por nuevos escenarios y nuevas pruebas, y en los cuales la experiencia pasada no puede ser una guía suficiente. Debemos tener la luz continua que procede de Dios.
Cristo manda continuamente mensajes a los que escuchan su voz. En la noche de la agonía del Getsemaní, los discípulos que dormían no oyeron la voz de Jesús. Aunque tenían una débil percepción de la presencia de los ángeles, no participaron de la fuerza y la gloria de la escena. A causa de su somnolencia y estupor, no recibieron las evidencias que hubieran fortalecido su espíritu para los terribles acontecimientos que se avecinaban. Así también hoy día: los hombres que más necesitan la instrucción divina no la reciben, porque no se ponen en comunión con el cielo.
Las tentaciones a que estamos expuestos cada día hacen de la oración una necesidad. Todo camino está sembrado de peligros. Los que procuran rescatar a otros del vicio y de la ruina están especialmente expuestos a la tentación. En continuo contacto con el mal, necesitan apoyarse fuertemente en Dios si no quieren corromperse. Cortos y terminantes son los pasos que conducen a los hombres desde las alturas de la santidad al abismo de la degradación. En un solo momento pueden tomarse resoluciones que determinen para siempre el destino personal. Al no obtener la victoria una vez, la persona queda desamparada. Un hábito vicioso que dejemos de reprimir se convertirá en cadenas de acero que sujetarán el ser entero.
Muchos se ven abandonados en la tentación porque no han tenido la vista siempre fija en el Señor. Al permitir que nuestra comunión con Dios se interrumpa, perdemos nuestra defensa. Ni siquiera todos sus buenos propósitos e intenciones los capacitarán para resistir el mal. Tienen que ser hombres y mujeres de oración. Sus peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perseverantes y constantes. No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultiven la costumbre de conversar con el Salvador cuando estén solos, cuando anden o estén ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración una oración.
Como obreros de Dios, debemos llegar a los hombres doquiera estén, rodeados de tinieblas, sumidos en el vicio y manchados por la corrupción. Pero mientras afirmemos nuestro pensamiento en Aquel que es nuestro sol y nuestro escudo, el mal que nos rodea no manchará nuestra vestidura. Mientras trabajemos para salvar a las personas prontas a perecer, no seremos avergonzados si ponemos nuestra confianza en Dios. Cristo en el corazón, Cristo en la vida: tal es nuestra seguridad. La atmósfera de su presencia llenará el ser de aborrecimiento a todo lo malo. Nuestro espíritu puede identificarse de tal modo con el suyo, que en pensamiento y propósito seremos uno con él.
Por la fe y la oración Jacob, siendo de suyo débil y pecador, llegó a ser príncipe con Dios. Así podrán llegar a ser hombres y mujeres de fines elevados y santos, de vida noble, hombres y mujeres que por ninguna consideración se apartarán de la verdad, del bien y de la justicia. A todos nos acosan preocupaciones apremiantes, cargas y obligaciones; pero cuanto más difícil la situación y más pesadas las cargas, tanto más necesitamos a Jesús.
Error grave es descuidar el culto público de Dios. Los privilegios del servicio divino no son cosa de poca monta. Muchas veces los que asisten a los enfermos no pueden aprovechar estos privilegios, pero deben cuidar de no ausentarse de la casa de Dios sin necesidad.
Al atender a los enfermos, más que en cualquier ocupación secular, el éxito depende del espíritu de consagración con que se hace la obra. Los que asumen responsabilidades necesitan colocarse donde puedan recibir honda impresión del Espíritu de Dios. Deben tener tanto más vivos deseos que otros de la ayuda del Espíritu Santo y del conocimiento de Dios, por cuanto su puesto de confianza es de más responsabilidad que el de otros.
Nada es más necesario en nuestro trabajo que los resultados prácticos de la comunión con Dios. Debemos mostrar con nuestra vida diaria que tenemos paz y descanso en el Salvador. Su paz en el corazón se reflejará en el rostro. Dará a la voz un poder persuasivo. La comunión con Dios ennoblecerá el carácter y la vida. Los hombres verán que hemos estado con Jesús, así como lo notaron en los primeros discípulos. Esto comunicará al obrero un poder que ninguna otra cosa puede dar. No debe permitir que cosa alguna le prive de este poder.
Hemos de vivir una vida noble: una vida de pensamiento y de acción, de silenciosa oración y fervoroso trabajo. La fuerza recibida por medio de la comunión con Dios, unida con el esfuerzo diligente por educar la mente para que llegue a ser reflexiva y cuidadosa, nos prepara para desempeñar las obligaciones cotidianas y conserva al espíritu en paz en cualquiera circunstancias, por penosas que resulten.
El divino consejero
Cuando están afligidos, muchos piensan que deben dirigirse a algún amigo terrenal para contarle sus perplejidades y pedirle ayuda. En circunstancias difíciles, la incredulidad llena sus corazones y el camino les parece oscuro. Sin embargo, está siempre a su lado el poderoso Consejero de todos los siglos, invitándoles a depositar en él su confianza. Jesús, el gran Ayudador, les dice: "Venid a mí... y yo os haré descansar". ¿Nos apartaremos de él para seguir en pos de falibles seres humanos que dependen de Dios como nosotros mismos?
Tal vez echen de ver las diferencias de vuestro carácter y la escasez de vuestra capacidad frente a la magnitud de la obra. Pero aunque tuvieran la mayor inteligencia dada al hombre, no bastaría para vuestro trabajo. "Separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5), dice nuestro Señor y Salvador. El resultado de todo lo que hacemos está en manos de Dios. Suceda lo que suceda, aférrense a él, con firme y perseverante confianza.
En sus negocios, en las amistades que cultiven durante sus ratos de ocio, y en los vínculos que duren toda la vida, inicien todas sus relaciones tras seria y humilde oración. Así probarán que honran a Dios, y Dios les honrará. Oren cuando se sientan desfallecer. Cuando estén desalentados, permanezcan mudos ante los hombres; no echen sombra sobre la senda de los demás; mas díganselo todo a Jesús. Alcen sus manos en demanda de auxilio. En su flaqueza, aférrense de la fuerza infinita. Pidan humildad, sabiduría, valor y aumento de fe, para que vean la luz de Dios y se regocijen en su amor.
Consagración y confianza
Cuando nos mostramos humildes y contritos, nos encontramos en situación en que Dios puede y quiere manifestarse a nosotros. Le agrada que evoquemos las bendiciones y los favores ya recibidos como motivos para que nos conceda aun mayores bendiciones. Colmará las esperanzas de quienes en él confían por completo. El Señor Jesús sabe muy bien lo que necesitan sus hijos y cuánto poder divino asimilaremos para bendición de la humanidad, y nos concede todo lo que estemos dispuestos a emplear para beneficiar a los demás y ennoblecer nuestra propia vida.
Debemos tener menos confianza en lo que por nosotros mismo podemos hacer, y más en lo que el Señor puede hacer por nosotros y a través de nosotros. La obra en que están empeñados no es de ustedes; es de Dios. Sometan su voluntad y su camino a Dios. No hagan una sola excepción, ni un simple compromiso con el yo. Aprendan a conocer lo que es ser libres en Cristo.
Oír sermones sábado tras sábado, leer la Biblia de tapa a tapa, o explicarla versículo por versículo, no nos beneficiará a nosotros ni a los que nos oigan, a no ser que llevemos las verdades de la Biblia al terreno de nuestra experiencia personal. La inteligencia, la voluntad y los afectos deben someterse al gobierno de la Palabra de Dios. Entonces, mediante la obra del Espíritu Santo, los preceptos de la Palabra vendrán a ser los de la vida.
Cuando pidan a Dios que les ayude, honren a su Salvador creyendo que reciben su bendición. Todo poder y toda sabiduría están a nuestra disposición. No tenemos más que pedir.
Anden siempre en la luz de Dios. Mediten día y noche en su carácter. Entonces verán su belleza y se alegrarán en su bondad. Vuestro corazón brillará con un destello de su amor. Serán levantados como si los llevaran brazos eternos. Con el poder y la luz que Dios les comunica, podrán comprender, abarcar y realizar más de lo que jamás les pareció posible.
"Permaneced en mí"
Cristo nos ordena: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí... El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer... Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis así mis discípulos.
"Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor...
"No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dé". Juan 15:4-16.
"Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo". Apocalipsis 3:20.
"Al vencedor le daré de comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual nadie conoce sino el que lo recibe". Apocalipsis 2:17.
"Al vencedor... le daré la estrella de la mañana... Escribiré sobre él el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de Dios... y mi nombre nuevo". Vers. 26-28; 3:12.
"Una cosa hago"
Aquel cuya confianza está en Dios podrá decir como dijo Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece". Filipenses 4:13. Cualesquiera que sean los errores y fracasos del pasado, podemos, con la ayuda de Dios, sobreponernos a ellos. Con el apóstol podemos decir:
"Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". Filipenses 3:13, 14.