Consejos para los Maestros

Capítulo 3

El Que Enseña la Verdad Es el Único Educador Seguro

HAY dos clases de educadores en el mundo. La una está compuesta por quienes Dios hace conductos de luz; la otra por aquellos a los cuales Satanás usa como sus agentes, que son sabios para hacer el mal. La primera contempla el carácter de Dios y crece en el conocimiento de Jesús. Se entrega completamente a las cosas que producen ilustración celestial, sabiduría celestial, para edificación del alma. Toda capacidad de su naturaleza queda sometida a Dios; aun sus pensamientos son puestos en cautiverio de Cristo. La segunda está en connivencia con el príncipe de las tinieblas, siempre alerta para hallar oportunidad de enseñar el conocimiento del mal, y que, si se le da cabida, no tardará en penetrar en el corazón y la mente.

Hay una gran necesidad de elevar la norma de la justicia en nuestras escuelas, de dar instrucción de acuerdo con la orden de Dios. Si Cristo penetrase en nuestras instituciones destinadas a la educación de los jóvenes, las limpiaría como limpió el templo, desterrando muchas cosas que ejercen una influencia contaminadora. Muchos de los libros que los jóvenes estudian serían expulsados, y ocuparían su lugar otros que inculcarían un conocimiento sustancial y que abundarían en sentimientos dignos de atesorarse en el corazón, y en preceptos capaces de regir en forma segura la conducta.

¿Es propósito del Señor que los principios erróneos, los raciocinios falsos y los sofismas de Satanás se mantengan ante la atención de nuestros jóvenes y niños? ¿Deben presentarse los sentimientos paganos e incrédulos a nuestros alumnos como adiciones valiosas a su caudal de conocimientos? Las obras de los escépticos más intelectuales son obras de una mente prostituida al servicio del enemigo; y ¿deben los que sostienen ser reformadores, que procuran dirigir a los niños y los jóvenes en el camino recto, en la senda trazada para que anden en ella los redimidos del Señor, imaginarse que Dios desea que ellos presenten a la juventud para su estudio aquello que representará falsamente su carácter y lo pondrá en una luz falsa? ¿Deben ser defendidos como dignos de la atención del estudiante los sentimientos de los incrédulos, las expresiones de hombres disolutos, porque son producciones de quienes el mundo admira como grandes pensadores? ¿Habrán de obtener de estos autores profanos los hombres que profesan creer en Dios sus expresiones y sentimientos, y atesorarlos como joyas preciosas, dignas de ser almacenadas entre las riquezas de la mente? ¡No lo permita Dios! A los hombres a quienes el mundo admira, el Señor les concedió inestimables dones intelectuales; los dotó de mentes maestras; pero ellos no usaron sus facultades para la gloria de Dios. Se apartaron de él, como lo hizo Satanás; pero aunque se separaron de él, conservaron muchas de las preciosas gemas de pensamiento que él les había dado. Colocaron estas gemas en un marco de error para dar lustre a sus propios sentimientos humanos, para hacer atrayentes las expresiones inspiradas por el príncipe del mal.

Es verdad que en los escritos de los paganos e incrédulos se encuentran pensamientos de un carácter elevado, que son atrayentes para la mente. Pero hay motivo para ello. ¿No fue Satanás el lucero que participaba de la gloria de Dios en el cielo, y seguía a Jesús en poder y majestad? En las palabras de la inspiración, se lo describe como el que ponía el sello a la perfección, "lleno de sabiduría, y acabado de hermosura". El profeta declara: "Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad" (Eze. 28: 12, 14, 15). Lucifer ha pervertido la grandeza y el poder con que el Creador lo dotó; sin embargo, cuando conviene a su propósito, puede impartir a los hombres sentimientos encantadores. Satanás puede inspirar a sus agentes pensamientos que parecen elevadores y nobles. ¿No se acercó a Cristo con citas de la Escritura cuando se propuso derrotarle con tentaciones especiosas? Así es como se presenta a los hombres, disfrazando sus tentaciones bajo una apariencia de bondad, haciéndoles creer que es amigo, más bien que enemigo, de la humanidad. De esta manera ha engañado y seducido a la familia humana, fascinándola con tentaciones sutiles, y extraviándola con engaños especiosos.

Dios representado falsamente

Satanás ha atribuido a Dios todos los males que ha heredado la carne. Lo ha presentado como un Dios vengativo e implacable, que se deleita en los sufrimientos de sus criaturas. Satanás fue quien originó la doctrina de los tormentos eternos como castigo para el pecado, porque de esta manera podía llevar a los hombres a la incredulidad y la rebelión, enajenar las almas y destronar la razón humana.

El cielo, mirando hacia abajo y viendo los engaños en los cuales eran inducidos los hombres, conoció que un Instructor divino debía venir a la tierra. Mediante las falsas representaciones del enemigo, muchos habían sido tan engañados que adoraban a un dios falso, revestido de los atributos satánicos. Los que estaban en la ignorancia y las tinieblas morales debían recibir luz, luz espiritual; por cuanto el mundo no conoció a Dios, éste debía ser revelado a su entendimiento. La Verdad miró desde el cielo, y no vio reflexión de su imagen; porque densas nubes de tinieblas y lobreguez espirituales rodeaban al mundo. Solamente el Señor Jesús podía disiparlas; porque él es la luz del mundo. Por su presencia, podía disipar la lóbrega sombra que Satanás había arrojado entre el hombre y Dios. (Publicado por primera vez el 17 de noviembre de 1891.)

Una representación verídica

El Hijo de Dios vino a esta tierra para revelar el carácter de su Padre a los hombres, a fin de que pudiesen aprender a adorarle en espíritu y en verdad. Vino a sembrar la verdad en el mundo. Tenía las llaves de todos los tesoros de la sabiduría, y podía abrir puertas a la ciencia, y revelar caudales de conocimientos no descubiertos aún, si ello era esencial para la salvación. Le era evidente la luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo, toda fase de la verdad.

En los días de Cristo, los maestros establecidos instruían a los hombres en las tradiciones de los padres, en fábulas pueriles, con las cuales se entremezclaban las opiniones de los que eran considerados como altas autoridades. Sin embargo, ni los encumbrados ni los humildes podían hallar luz o fuerza en sus enseñanzas.

Jesús habló cual nunca habló hombre alguno. Derramó sobre los hombres todo el tesoro del cielo en sabiduría y en conocimiento. No había venido para expresar sentimientos y opiniones inciertas, sino para hablar la verdad establecida en principios eternos. Podría haber hecho revelaciones científicas que habrían puesto en el olvido como pequeñeces los descubrimientos de los mayores de los hombres; pero ésta no era su misión ni su obra. Había venido para buscar y salvar lo que se había perdido, y no quiso permitir que nada lo desviase de su objeto. Reveló verdades que habían estado sepultadas bajo los escombros del error, las libró de las exacciones y las tradiciones de los hombres, y les ordenó permanecer firmes para siempre. Rescató la verdad de su oscuridad, y la puso dentro de su marco apropiado, a fin de que resplandeciese con su lustre original. ¡Qué de extraño hay que las muchedumbres siguiesen en las pisadas del Señor, y le rindiesen homenaje mientras escuchaban sus palabras!

Cristo presentó a los hombres algo que era completamente contrario a las representaciones del enemigo referentes al carácter de Dios, y procuró inculcar a los hombres el amor de su Padre, quien de tal manera amó al mundo, "que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3: I6). Instó a los hombres a reconocer la necesidad de la oración, el arrepentimiento, la confesión y el abandono del pecado. Les enseñó a ser honrados, tolerantes, misericordiosos y compasivos, recomendándoles amar no sólo a quienes los amaban, sino a los que los odiaban y los trataban despectivamente. En todo esto estaba revelándoles el carácter del Padre, quien es longánime, misericordioso, lento para la ira y lleno de bondad y verdad.

Cuando Moisés pidió al Señor que le mostrase su gloria, Dios le dijo: "Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro". "Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡ Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado... Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró" (Éxo. 33: I9; 34: 6-8). Cuando podamos comprender el carácter de Dios como lo comprendió Moisés, también nos apresuraremos a postrarnos en adoración y alabanza.

Solamente la sabiduría de Dios puede revelar los misterios del plan de la salvación. La de los hombres puede ser o no muy valiosa, según lo demuestre la experiencia; pero la sabiduría de Dios es indispensable. Por cortos que nos quedemos en las realizaciones mundanales, debemos tener fe en el perdón que a un costo infinito ha sido puesto a nuestro alcance, o toda la sabiduría que obtengamos en la tierra perecerá con nosotros.

¿Haremos entrar en nuestras escuelas al sembrador de cizaña? ¿Permitiremos que hombres enseñados por el enemigo de toda verdad eduquen a nuestros jóvenes? ¿O tomaremos la Palabra de Dios como nuestra guía? ¿Por qué admitir como exaltada sabiduría las palabras inestables de los hombres, cuando está a nuestra disposición una sabiduría mayor y cierta? ¿Por qué presentar autores inferiores a la atención de los estudiantes, cuando Aquel cuyas palabras son espíritu y vida nos invita: "Venid... y aprended de mí" (Mat. 11: 28, 29).

"Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del .hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre" (Juan 6: 27). Cuando obedezcamos estas palabras, comprenderemos correctamente las enseñanzas de las Escrituras, y estimaremos la verdad como el tesoro más valioso que podamos atesorar en la mente. Tendremos dentro de nosotros una fuente de agua viva. Oraremos como el salmista: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley". Y descubriremos, como él, que "los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón" (Sal. 119: 18; 19: 9-11).

Unicamente la vida puede engendrar vida. Únicamente tiene vida el que está conectado con la Fuente de la vida, y únicamente el tal puede ser conducto de vida. A fin de que el maestro pueda lograr el objeto de su trabajo, debe ser una personificación viva de la verdad, un conducto vivo por medio del cual puedan fluir la vida y la sabiduría. Una vida pura, resultado de sanos principios y hábitos correctos, debe ser considerada, por lo tanto, como su cualidad más esencial.