Consejos para los Maestros

Capítulo 9

Los Maestros y la Enseñanza

LA VERDADERA educación significa más que seguir cierto curso de estudios. Es amplia. Incluye el desarrollo armonioso de todas las facultades físicas y mentales. Enseña a amar y temer a Dios, y es una preparación para el fiel cumplimiento de los deberes de la vida.

Hay una educación que es esencialmente mundanal. Su fin es dar éxito en el mundo, satisfacer la ambición egoísta. Para conseguir esta educación muchos estudiantes dedican tiempo y dinero y llenan su mente de conocimientos innecesarios. El mundo los tiene por sabios; pero no tienen a Dios en sus pensamientos. Comen del árbol del conocimiento mundanal, que nutre y fortalece el orgullo. En su corazón se vuelven desobedientes, y se apartan de Dios; y colocan de parte del enemigo los dones a ellos confiados. Mucha de la educación actual es de ese carácter. El mundo puede considerarla como altamente deseable; pero acrecienta el peligro para el estudiante.

Hay otra clase de educación que es muy diferente. Su principio fundamental, según lo declaró el mayor Maestro que el mundo haya conocido, es: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mat. 6: 33). Su fin no es egoísta; su propósito es honrar a Dios, y servirle en el mundo. Tanto los estudios como la preparación industrial que se procura tienen este objeto en vista. Se estudia la Palabra de Dios; se mantiene una conexión vital con él y se ejercitan los mejores sentimientos y rasgos de carácter. Esta clase de educación produce resultados tan duraderos como la eternidad. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría" (Prov. 9: 10), y mejor que todo conocimiento es la comprensión de su Palabra.

¿Cuál será el carácter de la educación en nuestras escuelas? ¿Estará de acuerdo con la sabiduría de este mundo, o con la sabiduría de lo alto? . . . Los maestros deben hacer por sus alumnos algo más que impartir conocimiento de los libros. Su posición como guías e instructores de los jóvenes es de la mayor responsabilidad, porque les ha sido confiada la obra de amoldar la mente y el carácter. Los que emprenden esta obra deben poseer un carácter bien equilibrado y simétrico. Deben ser refinados en modales, aseados en su indumentaria, cuidadosos en todos sus hábitos; y deben tener aquella verdadera cortesía cristiana que gana la confianza y el respeto. El mismo maestro debiera ser lo que desea que lleguen a ser sus alumnos.

Los maestros han de velar sobre sus alumnos como el pastor vela sobre el rebaño confiado a su cuidado. Deben cuidar las almas, como quienes han de dar cuenta.

El maestro puede comprender muchas cosas con referencia al universo físico; puede saber lo referente a la estructura de la vida animal, conocer los descubrimientos de la ciencia natural, los inventos del arte mecánico; pero no puede llamarse educado, ni está preparado para trabajar como instructor de los jóvenes, a menos que tenga en su propia alma un conocimiento de Dios y de Cristo. No puede ser verdadero educador hasta tanto él mismo no esté aprendiendo en la escuela de Cristo, recibiendo una educación del Instructor divino.

Dependemos de Dios

Dios es la fuente de toda sabiduría. El es infinitamente sabio, justo y bueno. Aparte de Cristo, los hombres más sabios no pueden comprenderle. Pueden profesar ser sabios; pueden gloriarse por sus adquisiciones; pero el simple conocimiento intelectual, aparte de las grandes verdades que se concentran en Cristo, es como nada. "No se alabe el sabio en su sabiduría. . . más alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra" (Jer. 9: 23,24).

Si los hombres pudiesen ver por un momento más allá del alcance de la visión finita, si pudiesen discernir una vislumbre de lo eterno, toda boca dejaría de jactarse. Los hombres que viven en este pequeño átomo del universo son finitos; Dios tiene mundos innumerables que obedecen a sus leyes, y son conducidos para gloria suya. Cuando en sus investigaciones científicas los hombres han ido hasta donde se lo permiten sus facultades mentales, queda todavía más allá un infinito que no pueden comprender.

Antes que los hombres puedan ser verdaderamente sabios, deben comprender que dependen de Dios, y deben estar henchidos de su sabiduría. Dios es la fuente tanto del poder intelectual como del espiritual. Los mayores hombres, que han llegado a lo que el mundo considera como admirables alturas de la ciencia, no pueden compararse con el amado Juan o el apóstol Pablo. La más alta norma de virilidad se alcanza cuando se combina el poder intelectual con el espiritual. A los que hacen esto, Dios los aceptará como colaboradores consigo en la preparación de las mentes.

Grande conocimiento es el conocerse a sí mismo. El maestro que se estime debidamente permitirá que Dios amolde y discipline su mente. Y reconocerá la fuente de su poder. . . El conocimiento propio lleva a la humildad y a confiar en Dios; pero no reemplaza a los esfuerzos para el mejoramiento de uno mismo. El que comprende sus propias deficiencias no escatimará empeño para alcanzar la más alta norma de la excelencia física, mental y moral. Ninguno que esté satisfecho con una norma inferior debiera tener parte en la educación de los jóvenes.

Un ayudador eficaz

Por su precepto y ejemplo, el verdadero maestro procurará ganar almas para Cristo. Debe recibir la verdad con amor, y permitir que ésta limpie su corazón y amolde su vida. Todo maestro debe estar bajo el dominio completo del Espíritu Santo. Entonces Cristo puede hablar al corazón, y su voz es la voz del amor. Y el amor de Dios, recibido en el corazón, es un poder activo para el bien, que vivifica y ensancha la mente y el alma. Teniendo en su corazón el calor del amor divino, el maestro exaltará al Hombre del Calvario, no para dar a los estudiantes una vislumbre casual de él, sino para fijar su atención hasta que Jesús les parezca ser el "señalado entre diez mil", y el "todo amable" (Cant. 5: 10, 16, VM).

El Espíritu Santo es un auxiliador eficaz para restaurar la imagen de Dios en el alma humana; pero su eficiencia y poder no han sido apreciados en nuestras escuelas. Penetró en las escuelas de los profetas, poniendo hasta los pensamientos en armonía con la voluntad de Dios. Había una conexión viva entre el cielo y estas escuelas; y el gozo y agradecimiento de corazones amantes hallaban su expresión en cantos de alabanza a los cuales se unían los ángeles.

El Espíritu Santo viene al mundo como el representante de Cristo. No solamente habla la verdad, sino que es la verdad, el Testigo fiel y verdadero. Es el gran escrutador de los corazones y conoce el carácter de todos.

El Espíritu Santo ha venido muchas veces a nuestras escuelas y no ha sido reconocido, sino que ha sido tratado como extraño, tal vez hasta como un intruso. Cada maestro debiera conocer y dar la bienvenida a este huésped celestial. Si los maestros quieren abrir su corazón para recibirlo, estarán preparados para cooperar con él al trabajar por sus alumnos. Cuando se le dé libre curso, efectuará transformaciones maravillosas. Obrará en cada corazón, corrigiendo el egoísmo, amoldando y refinando el carácter, y sujetando hasta los pensamientos en cautiverio a Cristo.

El gran propósito del maestro debe ser perfeccionar el carácter cristiano en sí mismo y en sus estudiantes. Maestros, estén vuestras lámparas aderezadas y ardiendo, y no solamente serán luces para vuestros alumnos, sino que harán penetrar rayos claros y distintos en los hogares y el vecindario donde viven vuestros alumnos, y a lo lejos, en las tinieblas morales del mundo. (Special Testimonies on Education, Págs. 47-52; escrito el 15 de mayo de 1896.)

Nuestros hermanos dicen que de los ministros y padres llega la súplica de que hay veintenas de jóvenes adventistas que necesitan de las ventajas de nuestras escuelas preparatorias, pero no pueden asistir a ellas a menos que se rebaje el costo de la enseñanza.

Los que piden que se cobre menos por la enseñanza, deben pesar cuidadosamente los asuntos en todos sus aspectos. Si los estudiantes no pueden por sí mismos disponer de recursos suficientes con que pagar los gastos reales del trabajo fiel y esmerado que se haga por su educación, ¿no sería mejor que les ayuden sus padres, sus amigos o las iglesias a las cuales pertenecen, o hermanos benévolos y de gran corazón de su asociación, antes que imponer una carga de deuda a la escuela? Sería mucho mejor dejar que los muchos patrocinadores de la institución compartan el gasto, en vez de que la escuela se endeude.

Las iglesias de diferentes localidades deben sentir que descansa sobre ellas la solemne responsabilidad de educar a los jóvenes y preparar sus talentos para que se dediquen a la obra misionera. Cuando ellos vean en la iglesia quienes prometen llegar a ser obreros útiles, pero que no pueden sostenerse en la escuela, deben asumir la responsabilidad de mandarlos a una de nuestras escuelas. Hay en las iglesias excelente capacidad que necesita dedicarse a servir. Hay personas que prestarían buen servicio en la viña del Señor, pero muchas son demasiado pobres para obtener, sin ayuda, la educación que necesitan. Las iglesias deben considerar un privilegio tener una parte en sufragar los gastos de las tales.

Los que tienen la verdad en su corazón, son siempre generosos, y ayudan donde es necesario. Van a la cabeza y otros imitan su ejemplo. Si hay quienes debieran gozar de los beneficios de la escuela, pero no pueden pagar toda su enseñanza, manifiesten las iglesias su liberalidad ayudándoles.

Además de esto, en cada asociación debe crearse un fondo para prestar dinero a los estudiantes pobres, pero dignos, que deseen dedicarse a la obra misionera. Hasta en algunos casos, los tales estudiantes deben recibir donaciones. Cuando se abrió por primera vez el colegio de Battle Creek, se creó en la oficina de la Review and Herald un fondo para beneficio de los que deseaban obtener una educación, pero que no tenían recursos. Fue usado por varios estudiantes hasta que pudieron iniciarse bien; luego, de lo que ganaban, reponían lo que habían sacado, a fin de que otros pudieran ser beneficiados por el fondo.

Debiera hacerse ahora alguna provisión para mantener un fondo de donde prestar a estudiantes pobres, pero dignos, que desean prepararse para la obra misionera. Debiera explicarse claramente a los jóvenes que, hasta donde les sea posible, deben trabajar para sufragar sus gastos y así sostenerse en parte. Lo que cuesta poco se aprecia poco, pero lo que cuesta un precio aproximado a su valor real será estimado proporcionalmente.

Las ventajas de un maestro pueden haber sido limitadas, puede ser que no posea cualidades literarias tan altas como él desearía; pero si tiene una verdadera percepción de la naturaleza humana, y sabe apreciar la magnitud de su obra y la ama de veras; si está dispuesto a trabajar ferviente, humilde y perseverantemente, comprenderá las necesidades de sus alumnos, y con su espíritu lleno de simpatía ganará sus corazones y los conducirá hacia adelante y hacia arriba. Sus esfuerzos estarán tan bien dirigidos, que la escuela será un poder vivo y creciente para el bien, llena del espíritu del progreso real.