TRATAR con las mentes juveniles es la obra más hermosa emprendida alguna vez por hombres y mujeres. En la educación de los jóvenes debe ejercerse el mayor cuidado y variar la instrucción, a fin de poner a contribución las altas y nobles facultades de la mente. Si los padres y los maestros no aprenden primero las lecciones de dominio propio, paciencia, tolerancia, mansedumbre y amor, están ciertamente descalificados para educar debidamente a los niños. ¡Cuán importante posición es la de los padres, tutores y maestros! Son pocos los que comprenden las necesidades esenciales de la mente, y cómo se ha de dirigir el intelecto que se desarrolla, los crecientes pensamientos y sentimientos de la juventud. . .
La individualidad de los niños
La educación de los niños, en el hogar y en la escuela, no debe ser como el adiestramiento de los animales; porque los niños tienen una voluntad inteligente, que debe ser dirigida a fin de que controle todas sus facultades. Los animales necesitan ser adiestrados, porque no tienen razón ni intelecto. Pero a la mente humana se le debe enseñar el dominio propio. Se la debe educar para que rija el ser humano. Los animales, en cambio, son controlados por un amo, y se los adiestra para que se sometan a él. El amo es mente, juicio y voluntad para su bestia.
Se puede enseñar a un niño de manera que, como la bestia, no tenga voluntad propia. Aun su individualidad se fusionará en aquella que vigila su educación; su voluntad, para todos los intentos y propósitos, queda sujeta a la del maestro. Los niños así educados serán siempre deficientes en energía moral y en responsabilidad individual. No se les ha enseñado a obrar por razón y principio; su voluntad ha sido controlada por otra, y la mente no ha sido llamada a manifestarse, a fin de expandirse y fortalecerse por el ejercicio. No han sido dirigidos y disciplinados con respecto a sus constituciones peculiares y capacidades mentales, para ejercitar sus facultades más fuertes cuando sea necesario.
Los maestros no deben detenerse allí, sino prestar atención especial al cultivo de las facultades más débiles, a fin de que todas las potencias sean ejercitadas, y llevadas hacia adelante de un grado de fuerza a otro, para que la mente alcance las debidas proporciones.
Una causa de inestabilidad en los jóvenes
Hay muchas familias de niños que parecen bien educados mientras están bajo la disciplina del adiestramiento; pero cuando el sistema que los sujetaba a reglas fijas se quebranta, parecen incapaces de pensar, actuar o decidir por sí mismos. Estos niños han estado durante tanto tiempo bajo una regla férrea que no les permitía pensar y actuar por su cuenta en las cosas en que era muy propio que lo hicieran, que no tienen confianza en sí mismos para actuar de acuerdo con su propio juicio, ni tienen opinión propia. Cuando se apartan de sus padres para actuar por su cuenta, son fácilmente llevados en la mala dirección por el juicio ajeno. No tienen estabilidad de carácter. No han tenido que depender de su propio juicio en la medida y hasta donde fuese practicable y, por lo tanto, su mente no se ha desarrollado ni fortalecido debidamente. Han estado tanto tiempo dominados absolutamente por sus padres, que dependen completamente de ellos; sus padres les son mente y juicio.
Por otra parte, no hay que dejar que los jóvenes piensen y actúen independientemente del juicio de sus padres y maestros. Se les debe enseñar a los niños a respetar el juicio experimentado. Se los debe educar de tal manera que su mente esté unida con la de sus padres y maestros, e instruirlos de manera que puedan ver cuán propio es escuchar su consejo. Entonces, cuando se aparten de la mano guiadora, su carácter no será como el junco que tiembla al soplo del viento. . .
Los padres y maestros que se jactan de tener completo dominio de la mente y voluntad de los niños que están bajo su cuidado, dejarían de jactarse si pudiesen ver la vida futura de los así puestos en sujeción por la fuerza o el temor. Están casi completamente sin preparación para participar en las severas responsabilidades de la vida. Cuando estos jóvenes ya no estén bajo sus padres y maestros, y se vean obligados a pensar y a actuar por sí mismos, es casi seguro que seguirán un curso erróneo, y cederán al poder de la tentación. No tendrán éxito en esta vida, y las mismas deficiencias se verán en su vida religiosa.
Si los instructores de los niños y jóvenes pudiesen ver delante de sí el resultado futuro de su disciplina errónea, cambiarían su plan de educación. . . Nunca quiso Dios que una mente humana estuviese bajo el dominio completo de otra. Los que hacen esfuerzos para que la individualidad de sus alumnos se fusione con la suya propia, y quieren ser mente, voluntad y conciencia para ellos, asumen terribles responsabilidades. Estos alumnos pueden, en ciertas ocasiones, parecer como soldados bien adiestrados; pero cuando desaparezca la restricción, se verá en ellos una falta de acción independiente regida por principios firmes.
Son maestros más útiles y los que tienen éxito más permanente los que se proponen educar de tal manera a sus alumnos, que éstos puedan ver y sentir que está en ellos el poder ser hombres y mujeres de principios firmes, calificados para cualquier posición en la vida. Tal vez su obra no sea tan estimada por los observadores negligentes, y sus labores no sean tan apreciadas como las del maestro que domina las mentes y voluntades de sus alumnos por autoridad absoluta, pero la vida futura de los educandos manifestará los frutos del mejor plan de educación.
Existe el peligro de que tanto los padres como los maestros manden y dicten demasiado, y no entren suficientemente en relaciones sociales con sus hijos o alumnos. Con frecuencia se mantienen demasiado reservados, y ejercen su autoridad de una manera fría, carente de simpatía, que no puede ganar los corazones de los niños. Si tan sólo quieren conseguir que éstos se acerquen a ellos, demostrándoles que los aman y manifestando interés en todos sus esfuerzos, y aun en sus juegos, siendo a veces hasta niños entre ellos, harán a los niños muy felices, y conquistarán su amor y confianza. Y los niños aprenderán más rápidamente a respetar y amar la autoridad de sus padres y maestros.
Cualidades personales del maestro
Los hábitos y principios de un maestro deben ser considerados como de importancia aun mayor que su preparación literaria. Si es un cristiano sincero, sentirá la necesidad de tener igual interés en la educación física, mental, moral y espiritual de sus alumnos. A fin de ejercer la debida influencia, debe tener perfecto dominio de sí mismo. Su corazón debe estar abundantemente imbuido de amor hacia sus alumnos, y ello se notará en sus miradas, palabras y actos. Debe tener firmeza de carácter, y entonces podrá tanto amoldar la mente de sus alumnos, como instruirlos en las ciencias.
La primera educación de los jóvenes modela generalmente su carácter para toda la vida. Los que tratan con los jóvenes deben ser muy cuidadosos al desarrollar las capacidades de la mente, a fin de saber mejor cómo dirigir sus facultades para que las ejerzan de la manera más provechosa.
El encierro en la escuela
El sistema de educación llevado a cabo desde generaciones ha sido destructor de la salud, y aun de la vida misma. Muchos tiernos niños han pasado cinco horas diarias en aulas que no estaban debidamente ventiladas, ni eran bastante grandes para acomodar saludablemente a los alumnos. Así el aire se transforma pronto en veneno para los pulmones que lo inhalan. Los niñitos, cuyos miembros y músculos no son fuertes, y cuyo cerebro no está desarrollado, han estado encerrados para su perjuicio. Muchos comienzan la vida con poca resistencia vital, y el estar encerrados día tras día en la escuela los vuelve nerviosos y enfermos. Su cuerpo queda atrofiado debido al agotamiento de sus nervios.
Y si se apaga la lámpara de la vida, los padres y los maestros no consideran que ellos pueden haber tenido influencia directa en ahogar la chispa vital. Cuando están al lado de la tumba de sus hijos, los padres afligidos consideran su duelo como una dispensación especial de la Providencia, cuando, por una ignorancia inexcusable, su propia conducta destruyó la vida de sus hijos. Acusar de su muerte a la Providencia es una blasfemia. Dios quería que los pequeñuelos vivieran y fueran disciplinados, para que tuviesen un hermoso carácter y le glorificasen en este mundo y le alabasen en el mundo mejor. . .
El familiarizarse con el magnífico organismo humano, los huesos, los músculos, el estómago, el hígado, los intestinos, el corazón y los poros de la piel, y comprender cómo depende un órgano del otro para el funcionamiento saludable de todos, es un estudio en el cual las más de las madres no se interesan. No saben nada de la influencia que ejerce el cuerpo sobre la mente, o la mente sobre el cuerpo. No parecen comprender la mente, que aúna lo finito con lo infinito. Todo órgano del cuerpo fue hecho para servicio de la mente. La mente es la capital del cuerpo.
Se permite a los niños ingerir carne, especias, manteca, queso, carne de cerdo, pasteles suculentos, y condimentos en general. Se les permite comer alimentos malsanos a horas irregulares y entre las comidas. Estas cosas contribuyen a trastornar el estómago, excitan los nervios a una acción antinatural, y debilitan el intelecto. Los padres no comprenden que están sembrando las semillas que producirán enfermedad y muerte.
Muchos niños han sido arruinados para toda la vida al aguijonear su intelecto y descuidar el fortalecimiento de las facultades físicas. Muchos han muerto en la infancia por la conducta seguida por padres y maestros poco juiciosos que forzaron sus jóvenes intelectos por la adulación y el temor, cuando eran demasiado jóvenes para estar en un aula de clases. Recargaron sus mentes con lecciones, cuando no se les debiera haber incitado a estudiarlas, sino impedido que lo hiciesen hasta que su constitución física fuese lo bastante fuerte para el esfuerzo mental. Los niños pequeños deben ser dejados sin trabas como los corderos para correr al aire puro, ser libres y felices, y se les deben conceder las oportunidades más favorables para echar el fundamento de una constitución sana.
El plan ideal
Los padres deben ser los únicos maestros de sus hijos hasta que éstos lleguen a la edad de ocho o diez años. A medida que su mente puede comprenderlo, los padres deben abrir delante de ellos el gran libro divino de la naturaleza. La madre debiera tener menos amor por lo artificial en su casa y en la preparación de su indumentaria para la ostentación, y debiera tomar tiempo para cultivar, en sí misma y en sus hijos, un amor por los hermosos capullos y las delicadas flores que se abren. Llamando la atención de sus hijos a los diferentes colores y a la variedad de formas, puede hacerles conocer a Dios, quien hizo todas las cosas bellas que los atraen y deleitan. Puede elevar sus mentes al Creador, y despertar en sus corazones jóvenes amor hacia su Padre celestial, quien manifestó tanta bondad hacia ellos. Los padres pueden asociar a Dios con todas sus obras creadas.
La única aula que debieran tener los niños hasta los ocho o diez años, es el aire libre, en medio de las flores que abren sus capullos y las hermosas escenas naturales, y su libro de texto más familiar, los tesoros de la naturaleza. Estas lecciones, grabadas en su mente en medio de las escenas agradables y atrayentes de la naturaleza, no se olvidarán muy pronto. . .
En la primera educación de los niños, muchos padres y maestros no comprenden que la mayor atención debe darse a la constitución física, a fin de que se pueda asegurar una condición sana del cuerpo y de la mente. Ha sido costumbre animar a los niños a asistir a la escuela cuando eran simples infantes que necesitaban del cuidado de una madre. Cuando son de tierna edad, con frecuencia se los apiña en un aula mal ventilada, donde permanecen sentados en malas posiciones sobre bancos mal construidos y, como resultado, se deforma el esqueleto joven y tierno de algunos.
La disposición y los hábitos de la juventud propenderán a manifestarse en la edad madura. Podemos doblar a un árbol joven hasta darle casi cualquier forma que querramos. Si queda en la forma que le hemos dado y crece así, será un árbol deformado, que siempre denunciará el perjuicio y abuso que recibió de nuestras manos. Después de años de crecimiento, podemos procurar enderezarlo, pero todos los esfuerzos resultarán inútiles. Será siempre un árbol torcido.
Tal sucede con la mente de los jóvenes. Debe educárselos con cuidado y ternura en la infancia. Pueden ser guiados en la debida dirección o en la mala, y en su vida futura seguirán la conducta en la cual fueron dirigidos en la infancia. Los hábitos formados en la juventud crecerán con el crecimiento y se fortalecerán con la fortaleza. . .
Degeneración física
El hombre salió de la mano de su Creador perfecto, hermoso de forma, y tan lleno de fuerza vital, que transcurrieron más de mil años antes que sus apetitos y pasiones corruptas y las violaciones generales de las leyes físicas se notasen sensiblemente en la especie. Las generaciones más recientes han sentido la presión de la enfermedad y los achaques más rápida y penosamente a medida que cada una iba apareciendo. Las fuerzas vitales han sido muy debilitadas por la complacencia del apetito y las pasiones concupiscentes... La violación de la ley física y su consecuencia, el sufrimiento humano, han prevalecido durante tanto tiempo, que los hombres y las mujeres consideran el estado actual de enfermedad, sufrimiento, debilidad y muerte prematura como la suerte señalada a la humanidad. . .
Es asombrosa la extraña ausencia de buenos principios que caracteriza a esta generación, y que se manifiesta en su desprecio por las leyes de la vida y de la salud. . . Para la mayoría la ansiedad principal es: ¿Qué comeré, qué beberé, con qué me vestiré?. . . Las facultades morales están debilitadas, porque hombres y mujeres no quieren vivir en obediencia a las leyes de la salud, y hacer de este gran asunto un deber personal . . . Los más. . . ignoran las leyes de su ser, y complacen el apetito y la pasión a costa del intelecto y la moral; y parecen dispuestos a permanecer en la ignorancia acerca del resultado de su violación de las leyes de la naturaleza. Satisfacen el apetito depravado con el uso de venenos lentos que corrompen la sangre y minan las fuerzas nerviosas, y en consecuencia atraen sobre sí mismos enfermedad y muerte. . .
Importancia de la educación en el hogar
Una causa importante del deplorable estado de cosas existente estriba en que los padres no se sienten bajo la obligación de enseñar a sus hijos que se conformen a la ley física. Las madres los aman con amor idólatra, y satisfacen su apetito cuando saben que ello ha de perjudicar su salud y causarles enfermedad y desgracia. Esta bondad cruel se manifiesta en extenso grado en la generación actual. Se satisfacen los deseos de los niños a costa de la salud y de la disposición feliz, porque por el momento, es más fácil para la madre satisfacerlos que privarlos de aquello por lo cual claman. Así siembran ellas las semillas que brotarán y darán frutos. No se les enseña a los niños a dominar los apetitos y restringir sus deseos, y así se vuelven egoístas, exigentes, desobedientes, ingratos y profanos. Las madres que están haciendo esto cosecharán con amargura el fruto de la semilla que han sembrado. Han pecado contra el cielo y contra sus hijos, y Dios las tendrá por responsables.
Si la educación de las generaciones pasadas se hubiese dirigido de acuerdo con un plan completamente diferente, los jóvenes de esta generación no serían tan depravados e indignos. Los dirigentes y maestros de las escuelas debieran haber comprendido la fisiología, y haber tenido interés no sólo por educar a los jóvenes en las ciencias, sino por enseñarles a conservar la salud, a fin de que pudiesen emplear su conocimiento de la manera más útil posible después de haberlo obtenido...
Regulación del trabajo y la recreación
A fin de que los niños y los jóvenes tengan salud, alegría, vivacidad, y músculos y cerebros bien desarrollados, deben estar mucho al aire libre, tener trabajo y recreación bien regulados. Los niños y los jóvenes a quienes se los mantiene en la escuela, atados a los libros, no pueden tener sana constitución física. El ejercicio del cerebro en el estudio sin el correspondiente ejercicio físico, tiende a atraer la sangre al cerebro y desequilibra su circulación a través del organismo. El cerebro tiene demasiada sangre y ésta falta en las extremidades. Debe haber reglas para regir y limitar los estudios de los niños y los jóvenes a ciertas horas, y luego una parte de su tiempo tiene que dedicarse a la labor física. Si sus hábitos de comer, vestir y dormir están de acuerdo con la ley natural, pueden educarse sin sacrificar la salud física y mental. . .
Relacionados con las escuelas debe haber establecimientos para la ejecución de ciertas ramas del trabajo, que proporcionen a los alumnos empleo y ejercicio necesario fuera de las horas de estudio. El trabajo de los alumnos y sus recreaciones debieran haberse regulado de acuerdo con la ley física, y debieran haberse adaptado para conservarles en tono saludable todas las facultades del cuerpo y de la mente. Entonces podrían ellos haber adquirido un conocimiento práctico de los negocios mientras adquirían su educación literaria.
Deben despertarse las sensibilidades morales de los estudiantes de las escuelas para que vean y sientan que la sociedad tiene derechos sobre ellos, y que deben vivir en obediencia a la ley natural a fin de poder, por su vida e influencia, por precepto y ejemplo, ser un beneficio para la sociedad. Debe inculcarse a los jóvenes que todos ejercen una influencia que se hace sentir constantemente sobre la sociedad, para mejorarla y elevarla, o para rebajarla y degradarla. El primer estudio de los jóvenes debe consistir en conocerse a sí mismos, y en saber cómo conservar sano su cuerpo.
Resultados de la continua aplicación
Muchos padres mantienen a sus hijos en la escuela casi todo el año. Estos niños se someten mecánicamente a la rutina del estudio, pero no retienen lo que aprenden. Muchos de estos estudiantes constantes parecen casi desprovistos de vida intelectual. La monotonía del estudio continuo cansa la mente, y ellos se interesan poco en sus lecciones; y para muchos llega a ser penosa la aplicación a los libros. No tienen amor íntimo por la reflexión, ni ambición por adquirir conocimiento. No estimulan en sí mismos hábitos de reflexión e investigación.
Los niños necesitan grandemente la debida educación, a fin de poder ser útiles en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que ensalce la cultura intelectual por encima de la moral, va descaminado. Instruir, cultivar, pulir y refinar a los jóvenes y los niños, debiera ser la preocupación principal de padres y maestros. Son pocos los que razonan detenidamente y piensan con lógica, porque falsas influencias han detenido el desarrollo del intelecto. La suposición que hacen padres y maestros de que el estudio continuo fortalece el intelecto, es errónea; porque en muchos casos ha tenido el efecto opuesto. . .
Estamos viviendo en una época cuando casi todo es superficial. Hay muy poca estabilidad y firmeza de carácter, porque la preparación y educación de los niños desde su cuna es superficial. Se edifica el carácter sobre la arena. No se lo amolda a la abnegación y el dominio propio. Se los ha mimado y complacido hasta echarlos a perder para la vida práctica. . .
Los niños deben ser preparados y educados de tal manera que sepan que les esperan tentaciones, y cuenten con que tendrán que hacer frente a dificultades y peligros. Debe enseñárseles a tener dominio propio, y a vencer noblemente las dificultades; y si bien no se precipitarán voluntariosamente al peligro, ni se pondrán innecesariamente en el camino de la tentación, sino que rehuirán las malas influencias y las compañías viciosas, cuando estén inevitablemente obligados a estar en mala compañía, tendrán fuerza de carácter para mantenerse de parte de lo recto y apoyar los buenos principios, y saldrán del peligro con la fuerza de Dios, sin que su moral quede mancillada. Si los jóvenes que han sido debidamente educados ponen su confianza en Dios, sus facultades morales resistirán la más tremenda prueba. (Testimonies for the Church, tomo 3, Págs. 131-144.)