LA VIDA no nos ha sido dada para que la pasemos en la ociosidad y la complacencia propia. Grandes posibilidades han sido colocadas delante de cada uno que quiera desarrollar las capacidades que Dios le ha dado. Por esta razón la educación de los jóvenes es asunto de la más alta importancia. Cada niño nacido en el hogar es un cometido sagrado. Dios dice a los padres: "Tomad este niño, y criádmelo, para que pueda honrar mi nombre y ser un medio por el cual mis bendiciones fluyan al mundo". A fin de preparar al niño para una vida tal, se necesita algo más que una educación parcial, unilateral, que desarrolle las facultades mentales a expensas de las físicas. Todas las facultades de la mente y del cuerpo necesitan desarrollarse; y ésta es la obra que los padres, ayudados por el maestro, han de hacer en favor de los niños y jóvenes encargados a su cuidado.
Las primeras lecciones son de gran importancia. Es costumbre mandar a los niños a la escuela con muy tierna edad. Se les exige que estudien de los libros cosas que recargan sus mentes infantiles, y con frecuencia se les enseña música. A menudo los padres tienen recursos limitados, y hacen gastos que casi no pueden sufragar, pero creen que deben hacer todo lo posible para cumplir con esta parte artificial de la educación. Tal conducta no es prudente. El niño nervioso no debe ser recargado en ningún sentido, y no debe aprender música hasta que esté bien desarrollado físicamente.
La madre debe ser la maestra, y el hogar la escuela donde cada niño aprenda sus primeras lecciones; y estas lecciones deben incluir los hábitos de laboriosidad. Madres, dejad a los pequeñuelos jugar al aire libre; dejadlos escuchar los cantos de las aves, y aprender del amor de Dios según se expresa en sus hermosas obras. Enseñadles lecciones sencillas del libro de la naturaleza y de las cosas que los rodean; y a medida que sus mentes se expandan podrán añadirse las lecciones de los libros, y grabarse firmemente en su memoria. Pero aprendan ellos también, aun en sus primeros años, a ser útiles. Enseñadles a pensar que, como miembros de la familia, deben desempeñar una parte desinteresada y útil en llevar las cargas domésticas, y procurar ejercicio saludable en el cumplimiento de los deberes necesarios del hogar.
Es esencial que los padres hallen empleo útil para sus hijos, que entrañe el desempeño de las responsabilidades que les permiten su edad y fuerza. Debe darse a los niños algo que hacer, que no sólo los mantenga ocupados, sino que los interese. Las manos y los cerebros activos deben ser empleados desde los primeros años. Si los padres descuidan la tarea de encauzar las energías de sus hijos por canales útiles, les causan un gran daño; porque Satanás está listo para darles algo que hacer. . .
La cooperación de padres y maestros
Cuando el niño tiene bastante edad para ser enviado a la escuela, el maestro debe cooperar con los padres, y la preparación manual ha de continuarse como parte de los estudios escolares. Hay muchos estudiantes que se oponen a esta clase de trabajo en las escuelas. Consideran degradante el empleo útil, o el aprender un oficio; pero los tales tienen una idea incorrecta de lo que constituye la verdadera dignidad. . .
El ejemplo de Cristo
En su vida terrenal, Cristo fue un ejemplo para toda la familia humana, obediente y servicial en el hogar. Aprendió el oficio de carpintero, y trabajó con sus propias manos en el tallercito de Nazaret. . . La Biblia dice de Jesús: "Y el niño crecía, y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él" (Luc. 2: 40). Mientras trabajaba en la infancia y la juventud, desarrolló su mente y su cuerpo. No empleó temerariamente sus facultades físicas, sino de una manera que lo mantuviese sano, y le permitiese hacer el mejor trabajo en todo sentido. . .
En los niños y los jóvenes debe despertarse la ambición de obtener su ejercicio haciendo algo que los beneficie a sí mismos y a los demás. El ejercicio que desarrolla la mente y el carácter, que enseña a las manos a ser útiles, que educa a los jóvenes para que lleven su parte de las cargas de la vida, es lo que da fuerza física y vivifica toda facultad. Y hay una recompensa en la laboriosidad virtuosa, en el cultivo del hábito de vivir haciendo bien.
No debe privarse a los hijos de los ricos de la gran bendición de tener algo que hacer para aumentar la fuerza del cerebro y de los músculos. El trabajo no es una maldición, sino una bendición. Aun antes que pecasen Adán y Eva, Dios les dio un hermoso huerto para que lo cultivaran. Era trabajo agradable, y ningún otro trabajo que no lo fuera habría penetrado en nuestro mundo, si la primera pareja no hubiese transgredido los mandamientos de Dios. . . Los ricos no han de quedar privados del privilegio y la bendición de tener un lugar entre los obreros del mundo. Deben comprender que son responsables del uso que hagan de las posesiones que les han sido confiadas; que su fuerza, su tiempo y su dinero han de ser empleados sabiamente, y no con propósitos egoístas. . .
La aprobación de Dios descansa con amante seguridad sobre los hijos que alegremente asumen su parte en los deberes de la vida doméstica, compartiendo las cargas de sus padres. En recompensa tendrán salud del cuerpo y paz mental, y disfrutarán del placer de ver a sus padres obtener su parte de placer social y recreación sana, lo cual prolongará su vida. Los niños educados en el cumplimiento de los deberes prácticos de la vida saldrán del hogar para ser miembros útiles de la sociedad con una educación muy superior a la que se obtiene por estar encerrados en el aula desde edad temprana, cuando ni la mente ni el cuerpo son bastante fuertes para soportar la tensión.
En el hogar y en la escuela, por el precepto y el ejemplo, se debe enseñar a los niños y a los jóvenes a ser veraces, abnegados y laboriosos. No se les debe permitir dedicar su tiempo a la ociosidad; sus manos no deben doblarse en la inacción. Los padres y los maestros deben trabajar para lograr este objeto: el desarrollo de todas las facultades, y la formación del debido carácter. Pero cuando los padres comprendan sus responsabilidades, quedará mucho menos que hacer para los maestros.
El cielo está interesado en esta obra en favor de los jóvenes. Los padres y maestros que por instrucciones sabias, con modales serenos y decididos, acostumbren a los niños a pensar en los demás y a cuidar de ellos, les ayudarán a vencer su egoísmo, y cerrarán la puerta a muchas tentaciones. Los ángeles de Dios cooperarán con estos instructores fieles. Los ángeles no son enviados para hacer esta obra ellos mismos; sino que darán fuerza y eficiencia a los que, en el temor de Dios, procuren educar a los jóvenes para una vida de utilidad.
Nuestras escuelas son los instrumentos especiales del Señor para preparar a los niños y a los jóvenes para la obra misionera. Los padres deben comprender su responsabilidad, y ayudar a sus hijos a apreciar los grandes privilegios y las bendiciones que Dios les ha provisto en las ventajas educativas.
Pero su educación doméstica debe guardar paso con su educación en los ramos misioneros. En la infancia y la juventud, deben combinarse la educación práctica y la literaria. Se debe enseñar a los niños a tomar parte en los deberes domésticos. Debe instruírseles acerca de cómo ayudar a sus padres en las cosas pequeñas que pueden hacer. Su mente debe aprender a pensar, y deben ejercitar su memoria para recordar el trabajo que se les haya asignado; y al adquirir hábitos que los hagan útiles en el hogar, se están educando en los deberes prácticos apropiados a su edad.
Si a los niños se les imparte la debida preparación en el hogar, no se los encontrará en las calles asimilando la educación azarosa que muchos reciben. Los padres que aman a sus hijos de una manera sensata, no les permitirán desarrollarse con hábitos de pereza y en la ignorancia de cómo se realizan los deberes domésticos. La ignorancia no es aceptable para Dios, y es desfavorable para la ejecución de su obra.