Consejos para los Maestros

Capítulo 30

Algunas de las Necesidades del Maestro Cristiano

AL MAESTRO le ha sido confiada una obra muy importante, una obra a la cual no debe dedicarse sin una preparación cuidadosa y cabal. Debe sentir el carácter sagrado de su vocación, y dedicarse a ella con celo y devoción. Cuanto más conocimiento verdadero tenga, tanto mejor hará su obra. El aula de clase no es lugar para hacer una obra superficial. Ningún maestro que se satisfaga con un conocimiento superficial alcanzará un alto grado de eficiencia. Pero no basta que el maestro posea capacidad natural y cultura intelectual. Estas cosas son indispensables, pero sin una idoneidad espiritual para el trabajo, no está preparado para dedicarse a él. Debe ver en todo alumno la obra de Dios, un candidato para honores inmortales. Debe procurar educar, preparar y disciplinar de tal manera a los jóvenes, que cada uno de ellos pueda alcanzar la alta norma de excelencia a la cual Dios los llama.

El propósito de la educación consiste en glorificar a Dios; en habilitar a hombres y mujeres para contestar la oración: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mat. 6: 10). Dios invita a los maestros a ser su mano auxiliadora en la ejecución de este propósito. El les pide que apliquen a su trabajo los principios del cielo, el A B C de la verdadera educación. El maestro que no ha aprendido todavía estos principios debe comenzar ahora a estudiarlos. Y mientras aprende, desarrollará la idoneidad para enseñarlos a otros.

Un conocimiento personal de Cristo

Cada maestro cristiano debe tener una comprensión inteligente de lo que Cristo es para él individualmente. Debe saber cómo hacer del Señor su fuerza y eficiencia; cómo confiar la custodia de su alma a Dios como a un Creador fiel. De Cristo procede todo el conocimiento esencial para habilitar a los maestros a ser colaboradores con Dios, para abrirles los campos más amplios de utilidad.

Muchos no aprecian este conocimiento, sino que al procurar educarse, buscan algo que será considerado por sus semejantes como una instrucción admirable. Maestros, sea vuestra jactancia en Dios, no en la ciencia, no en los idiomas extranjeros ni en ninguna otra cosa que sea meramente humana. Sea vuestra más alta ambición el practicar el cristianismo en vuestra vida.

"Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida" (Ose. 6: 3). Como la luz del sol resplandece con poder creciente desde la mañana hasta el mediodía; así también a medida que progreséis en la luz inicial de la Palabra de Dios, recibiréis más luz.

Los que aceptan la responsabilidad de enseñar deben progresar incesantemente. No deben conformarse con morar en las tierras bajas de la experiencia cristiana, sino ascender constantemente más alto. Con la Palabra del Señor en la mano, y el amor de las almas impulsándolos siempre a la diligencia constante, deben avanzar paso a paso en la eficiencia.

La necesidad de orar que tiene el maestro

Todo maestro debe recibir diariamente instrucción de Cristo, y debe trabajar constantemente bajo su dirección. Es imposible que comprenda o cumpla correctamente su trabajo a menos que pase mucho tiempo con Dios en oración. Únicamente con la ayuda divina combinada con su esfuerzo ferviente y abnegado, puede esperar hacer su trabajo sabiamente y bien.

El maestro perderá la misma esencia de la educación, a menos que comprenda la necesidad de orar, y humille su corazón delante de Dios. Debe saber orar, y saber qué lenguaje debe usar en la oración. "Yo soy la vid -dijo Jesús-, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15: 5). El maestro debe permitir que el fruto de la fe se manifieste en sus oraciones. Debe aprender a acudir al Señor e interceder con él hasta recibir la seguridad de que sus peticiones han sido oídas.

El trato de los alumnos como individuos

El maestro debe estudiar cuidadosamente la disposición y el carácter de sus alumnos, a fin de adaptar su enseñanza a sus necesidades peculiares. Tiene que cultivar un jardín, en el cual hay plantas que difieren ampliamente en naturaleza, forma y desarrollo. Algunas pocas pueden parecer hermosas y simétricas, pero muchas se han atrofiado y deformado por la negligencia. Aquellos a quienes fue confiado el cuidado de estas plantas, las dejaron a la merced de las circunstancias, y ahora se han decuplicado las dificultades del cultivo correcto.

Armonioso desarrollo

Ningún ramo de estudio debe recibir atención especial con descuido de otros igualmente importantes. Algunos maestros dedican mucho tiempo a una materia favorita, haciendo ensayar a los alumnos en todo punto y alabándolos en sus progresos, mientras que en otros estudios esenciales estos alumnos pueden ser deficientes. Estos instructores están causando un grave daño a sus alumnos. Los están privando del desarrollo armonioso de las facultades mentales que debieran tener, como también del conocimiento que mucho necesitan.

En estos asuntos, los maestros se dejan dominar con demasiada frecuencia por motivos ambiciosos y egoístas. Mientras trabajen sin otro objeto superior, no podrán inspirar a sus alumnos deseos o propósitos nobles. Las mentes agudas y activas de los jóvenes disciernen prontamente todo defecto de carácter, y copiarán esos defectos con más facilidad que las gracias del Espíritu Santo.

El poder de una disposición feliz

El trato continuo con personas inferiores en edad y preparación mental, tiende a hacer que el maestro se aferre tenazmente a sus derechos y opiniones y defienda celosamente su posición y dignidad. Un espíritu tal se opone a la mansedumbre y humildad de Cristo. La negligencia en el cultivo de estas gracias le impide progresar en la vida divina. Muchos levantan así barreras entre sí y Jesús, hasta tal punto que su amor no puede fluir a su corazón, y luego se quejan de que no ven al Sol de Justicia. Olvídense del yo, vivan para Jesús, y la luz del cielo infundirá alegría a su alma.

Ningún hombre o mujer está preparado para la obra de enseñar, si es inquieto, impaciente, arbitrario o autoritario. Estos rasgos de carácter perjudican mucho en el aula de clase. No disculpe el maestro su mala conducta con el argumento de que tiene por naturaleza un genio vivo, o que ha errado por ignorancia. El ocupa un lugar donde la ignorancia o la falta de dominio propio es un pecado. Está escribiendo en las almas lecciones que las acompañarán durante toda la vida, y debe aprender a no pronunciar jamás una palabra apresurada y a no perder el dominio propio.

Más que nadie, el encargado de educar a los jóvenes debe precaverse contra el ceder a una disposición sombría o lóbrega; porque ella le impedirá simpatizar con sus alumnos, y sin simpatía no puede beneficiarlos. No debemos oscurecer nuestra propia senda o la ajena con la sombra de nuestras pruebas. Tenemos un Salvador a quien recurrir, en cuyo oído compasivo podemos volcar toda queja. Podemos confiarle todos nuestros cuidados y preocupaciones, y entonces nuestra labor no parecerá difícil ni severas nuestras pruebas.

"Regocijaos en el Señor siempre -exhorta el apóstol Pablo-. Otra vez digo: ¡Regocijaos!" (Fil. 4: 4). Cualquiera que sea vuestra disposición, Dios puede amoldarla de tal manera que llegue a ser mansa y semejante a la de Cristo. Por el ejercicio de una fe viva podemos separarnos de todo lo que no esté de acuerdo con la voluntad de Dios, y así poner el cielo en nuestra vida terrenal. Haciendo esto, tendremos alegría a cada paso. Cuando el enemigo procure envolver con tinieblas el alma, cantemos y hablemos con fe, y encontraremos que cantando y hablando habremos pasado a la luz.

Somos nosotros los que nos abrimos las esclusas de la desgracia o las del gozo. Si permitimos que las dificultades y trivialidades de la tierra embarguen nuestros pensamientos, nuestro corazón se llenará de incredulidad, lobreguez y presentimientos. Si fijamos nuestros afectos en las cosas de lo alto, la voz de Jesús hablará a nuestro corazón, las murmuraciones cesarán, y los pensamientos afligentes se transformarán en alabanzas a nuestro Redentor. Los que se espacian en las grandes misericordias de Dios, y que no se olvidan de sus beneficios menores, se ceñirán de alegría, y habrá en su corazón melodías para el Señor. Entonces disfrutarán de su trabajo. Permanecerán firmes en sus puestos del deber. Tendrán un genio plácido, un espíritu confiado.

Aumentará con el uso

El maestro no tiene que pensar que debe dedicar todo su tiempo al estudio de los libros. Poniendo en práctica lo que aprende, obtendrá más de lo que lograría por el simple estudio. A medida que emplee su conocimiento, recibirá más.222 Algunos, que tienen solamente un talento, creen que no pueden hacer nada. Lo ocultan en la tierra, por así decirlo; y porque no se multiplica, murmuran contra Dios. Pero si ellos quisieran ejercitar la capacidad que les ha sido dada, sus talentos se duplicarían. Por el uso fiel de los talentos éstos se multiplican. Cuando aprovechamos debidamente las ventajas que Dios nos da, él aumenta nuestra capacidad para servir.

Por el hecho de que enseñáis, no penséis que es innecesario obtener preparación en los deberes más sencillos de la vida. Por el hecho de que estudiáis los libros, no descuidéis los deberes diarios que os rodean. Doquiera estéis, entretejed con vuestra vida toda utilidad posible, y hallaréis que vuestra mente se vuelve más capaz de expansión, más vigorosa para la comprensión de las lecciones que procuráis aprender. Cumpliendo con fidelidad todo deber práctico que os incumba, os calificáis mejor para educar a los que necesitan aprender a hacer estas cosas.

Una súplica

Hay quienes aman la sociedad del mundo, que consideran la compañía de los mundanos como algo que es más deseable que la compañía de los que aman a Dios y guardan sus mandamientos. Maestros, sabed lo suficiente para obedecer a Dios. Sabed lo suficiente para seguir en las pisadas de Jesús, para llevar el yugo de Cristo. ¿Deseáis la sabiduría de Dios? Entonces humillaos delante de él; andad en el camino de sus mandamientos; resolveos a que sacaréis el mejor partido posible de toda oportunidad que se os conceda. Juntad todo rayo de luz que caiga sobre vuestra senda. Seguid la luz. Poned en práctica en vuestra vida las enseñanzas de la verdad. A medida que os humilléis bajo la poderosa mano de Dios, él os elevará. Confiadle vuestro trabajo; trabajad con fidelidad y sinceridad, y hallaréis que la labor de cada día trae su recompensa.

Los maestros deben tener una fe viva, o se separarán de Cristo. El Salvador no pregunta de cuánto favor gozamos en el mundo, cuánta alabanza estamos recibiendo de los labios humanos; pero sí nos pide que vivamos de tal manera que pueda poner su sello sobre nosotros. Satanás está procurando arrojar su sombra sobre vuestra senda, a fin de estorbar el éxito de vuestro trabajo. Debéis tener en vosotros un poder de lo alto, para que en el nombre de Jesús de Nazaret podáis resistir el poder que obra de abajo. Tener en el corazón el Espíritu de Cristo es infinitamente más importante que poseer el reconocimiento del mundo.

Al maestro ha sido confiada una gran obra, una obra para la cual, en su propia fuerza, es completamente insuficiente. Sin embargo, si comprendiendo su propia debilidad se aferra a Jesús, llegará a ser fuerte en la fortaleza del Poderoso. Aplicará a su tarea difícil la paciencia, la tolerancia y la amabilidad de Cristo. Su corazón estará inflamado del mismo amor que indujo al Señor de vida y gloria a morir por un mundo perdido. La paciencia y la perseverancia no dejarán de tener su recompensa. Los mejores esfuerzos del maestro fiel resultarán a veces inútiles, y sin embargo él verá el fruto de su labor. Caracteres nobles y vidas útiles recompensarán ricamente sus afanes y trabajos.

Vale la pena trabajar con la naturaleza humana. Esta ha de ser elevada, refinada, santificada y adornada con el atavío interior. Por la gracia de Dios en Cristo Jesús, que revela la salvación, la inmortalidad y la vida, su herencia ha de ser educada, no en las minucias de la etiqueta, las modas y formas del mundo, sino en la ciencia de la piedad.