Consejos para los Maestros

Capítulo 59

La Palabra de Dios Es un Tesoro

LA BIBLIA es del más alto valor porque es la palabra del Dios viviente. De todos los libros del mundo, es el que merece más estudio y atención; porque es sabiduría eterna. La Biblia es una historia que nos relata la creación del mundo, y nos revela los siglos pasados. Sin ella quedaríamos reducidos a hilvanar meras conjeturas y fábulas acerca de lo que ocurrió en el remoto pasado. Nos revela al Creador de los cielos y de la tierra, así como el universo que él trajo a la existencia; y derrama una luz gloriosa sobre el mundo venidero. La Biblia es un campo en el cual están escondidos tesoros celestiales, que permanecerán ocultos hasta que por diligente trabajo de minero, sean descubiertos y sacados a la luz. La Biblia es un estuche que contiene joyas de inestimable valor, que deben ser presentadas en forma tal que se vean con su brillo intrínseco. Pero la belleza y la excelencia de estos diamantes de verdad no son discernidas por el ojo natural. Las cosas hermosas del mundo material no se ven hasta que el sol, disipando las tinieblas, las inunda con su luz. Así sucede también con los tesoros de la Palabra de Dios; no son apreciados hasta que son revelados por el Sol de justicia.

La Biblia contiene un sistema sencillo y completo de teología y filosofía. Es el libro que nos hace sabios para la salvación. Nos habla del amor de Dios según se revela en el plan de la redención, impartiendo el conocimiento esencial para todos los estudiantes: el conocimiento de Cristo. . .

No sólo nos ha revelado Dios la doctrina de la expiación, ofreciendo la esperanza de vida eterna, sino que sus palabras son maná del cielo para que el alma se alimente y reciba fuerza espiritual. La Biblia es la gran norma de lo bueno y de lo malo, que define claramente el pecado y la santidad. Sus principios vivos, corriendo por nuestras vidas como hilos de oro, son nuestra única salvaguardia en la prueba y la tentación.

Las Sagradas Escrituras eran el estudio esencial de las escuelas de los profetas, y deben ocupar el primer lugar en todo sistema educativo; porque el fundamento de toda educación correcta es el conocimiento de Dios. Usada como libro de texto en nuestras escuelas, la Biblia hará para la mente y para la moral lo que no pueden hacer los libros de ciencia y filosofía. Como libro destinado a disciplinar y fortalecer el intelecto, ennoblecer, purificar y refinar el carácter, es sin rival.

Dios cuida de nosotros como seres inteligentes, y nos ha dado su Palabra como lámpara a nuestros pies y luz para nuestro sendero. Sus enseñanzas tienen una influencia vital sobre nuestra prosperidad y en todas las relaciones de la vida. Aun en nuestros asuntos temporales será un guía más sabio que cualquier otro consejero. Sus instrucciones divinas señalan el único camino que conduce al verdadero éxito. No hay posición social, ni fase de la experiencia humana, para la cual el estudio de la Biblia no sea una preparación esencial.

La sabiduría finita

Pero la mera lectura de la Palabra no producirá el resultado propuesto por el cielo; debe ser estudiada y albergada en el corazón. La Biblia no ha recibido la atención detenida que merece. No ha sido honrada sobre todo otro libro en la educación de los niños y los jóvenes. Los estudiantes emplean años en adquirir una educación. Estudian diferentes autores, y se familiarizan con las ciencias y la filosofía por medio de obras que contienen los resultados de investigaciones humanas; pero el Libro que proviene del Maestro divino ha sido, en extenso grado, descuidado. No se discierne su valor; sus tesoros permanecen ocultos.

Una educación de ese carácter es deficiente. ¿Quiénes y qué son estos hombres de saber, para que la mente y el carácter de los jóvenes sean amoldados por sus ideas? Tal vez publiquen por la pluma y la voz los mejores resultados de su raciocinio, pero abarcan tan sólo un detalle de la obra de Dios, y en su cortedad de vista, llamándolo ciencia, lo exaltan por encima del Dios de la ciencia.

El hombre es finito; no hay luz en su sabiduría. Su razón no puede, sin auxilio, explicar nada de las cosas profundas de Dios, ni comprender las lecciones espirituales que Dios ha puesto en el mundo material. Pero la razón es un don de Dios, y su Espíritu ayudará a los que estén dispuestos a ser enseñados. Las palabras del hombre, cuando tienen algún valor, son un eco de las palabras de Dios; en la educación de los jóvenes, no deben nunca reemplazar a la Palabra divina.

Las especulaciones filosóficas frías y las investigaciones científicas en las cuales no se reconoce a Dios, son un daño positivo. El mal se agrava cuando, como sucede a menudo, se coloca en las manos de los jóvenes libros aceptados como autoridad y como adecuados para su educación, pero de autores abiertamente incrédulos. Entremezclados con todos los pensamientos presentados por estos hombres, están sus sentimientos venenosos. Estudiar tales libros es como manejar negros carbones; un alumno no puede guardar su mente sin contaminación si piensa en las doctrinas escépticas.

Los autores de esos libros, que han sembrado la semilla de duda e incredulidad por todo el mundo, han estado bajo el adiestramiento del gran enemigo de Dios y el hombre, la cabeza reconocida de los principados y potestades, el gobernante de las tinieblas de este mundo. La palabra que Dios habló acerca de ellos es: "Se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios", "pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias" (Rom. 1: 21, 22). Rechazaron la verdad divina en su sencillez y pureza por la sabiduría de este mundo.

Cuandoquiera que se da la preferencia a los libros de estos autores incrédulos, y se hace secundaria la Palabra de Dios, saldrá de las escuelas una clase de estudiantes que no estará mejor preparada para el servicio de Dios que antes de haberse educado.

Causa de oposición a la Biblia

No por falta de evidencia dudan los hombres de la verdad divina; no son incrédulos por ignorar el carácter de la Palabra de Dios. Pero a causa del pecado todo el organismo humano está desordenado, la mente corrompida, la imaginación pervertida. Las tentaciones exteriores hallan respuesta en el corazón, y los pies se deslizan imperceptiblemente hacia el pecado. Y así es como muchos odian la Biblia. A algunos no les afligiría que no hubiese una sola Biblia en el mundo.

Cuando se estaba juzgando al Hijo de Dios, los judíos clamaron: "Quítale, crucifícale"; porque su vida pura y su enseñanza santa los convencían de pecado y los condenaban; y por la misma razón muchos claman en su corazón contra la Palabra de Dios. Muchos, aun entre los niños y jóvenes, han aprendido a amar el pecado. Aborrecen la reflexión, y el pensar en Dios es un aguijón para sus conciencias. Debido a que el corazón humano se inclina al mal, el sembrar la semilla de escepticismo en las mentes juveniles es muy peligroso.

La ciencia y la Biblia

No queremos restringir la educación, ni tener en poco la cultura y la disciplina mental. Dios quiere que seamos estudiantes mientras permanezcamos en el mundo. Debemos aprovechar toda oportunidad de adquirir cultura. Las facultades necesitan fortalecerse por el ejercicio, la mente ha de ser adiestrada y debe expandirse mediante estudio asiduo; pero todo esto puede hacerse mientras el corazón es presa fácil del engaño. La sabiduría de lo alto debe ser comunicada al alma. La entrada de la Palabra de Dios es lo que da luz: "La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples" (Sal. 119: 130). Su palabra nos es dada para instruirnos; no hay en ella nada que sea deficiente o engañoso. La Biblia no ha de ser probada por las ideas que tienen los hombres acerca de la ciencia, sino que ésta ha de ser sometida a la prueba de la norma infalible.

Sin embargo, el estudio de las ciencias no debe descuidarse. Con este propósito deben emplearse libros que estén en armonía con la Biblia, porque ella es la norma. Las obras de este carácter deben ocupar el lugar de muchas de las que están ahora en las manos de los estudiantes.

Dios es el autor de la ciencia. La investigación científica abre ante la mente vastos campos de pensamiento e información, capacitándonos para ver a Dios en sus obras creadas. La ignorancia puede intentar apoyar al escepticismo apelando a la ciencia; pero en vez de sostenerlo, la verdadera ciencia revela con nuevas evidencias la sabiduría y el poder de Dios. Debidamente entendida, la ciencia y la palabra escrita concuerdan, y cada una derrama luz sobre la otra. Juntamente nos conducen a Dios, enseñándonos algo de las leyes sabias y benéficas por medio de las cuales él obra.

Cuando el estudiante reconoce a Dios como fuente de todo conocimiento y le honra, sometiendo la mente y el carácter para que sean amoldados por su Palabra, puede aferrarse a la promesa: "Yo honraré a los que me honran" (1 Sam. 2: 30). Cuanto más cuidadosamente se cultiva el intelecto, tanto más eficazmente podrá emplearse en el servicio de Dios, si se lo coloca bajo el dominio de su Espíritu. Los talentos usados son talentos multiplicados. La experiencia en las cosas espirituales amplía la visión de los santos y de los ángeles, y ambos crecen en capacidad y conocimiento mientras trabajan en sus respectivas esferas.

"¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Rom. 11: 33) (Special Testimonies on Education, págs. 52 - 57; escrito el 16 de mayo de 1896).