LO QUE en los consejos del cielo el Padre y el Hijo consideraban esencial para la salvación del hombre, está presentado claramente en las Sagradas Escrituras. Las verdades infinitas de la salvación están expuestas tan sencilla y claramente que los seres finitos que desean poseer la verdad no pueden menos que comprenderlas. Las revelaciones divinas han sido hechas para instruirlos en la justicia, a fin de que glorifiquen a Dios y ayuden a sus semejantes.
Estas verdades se hallan en la Palabra de Dios, norma por la cual hemos de juzgar entre lo bueno y lo malo. La obediencia a ella es el mejor escudo para los jóvenes contra las tentaciones a las cuales están expuestos mientras adquieren educación. De esta Palabra aprenden a honrar a Dios y a ser fieles a la humanidad, cumpliendo alegremente los deberes, afrontando las pruebas que cada día trae, y soportando valientemente sus cargas.
Cristo, el gran Maestro, procuró desviar la mente de los hombres de la contemplación de las cosas terrenales, a fin de poder enseñarles las cosas celestiales. Si los maestros de su tiempo hubiesen estado dispuestos a recibir sus instrucciones, y se hubiesen unido con él para sembrar las semillas de verdad en el mundo, éste sería hoy muy diferente de lo que es. Si los escribas y fariseos hubiesen unido sus fuerzas a las del Salvador, el conocimiento de Cristo habría restaurado la imagen moral de Dios en sus almas.
Pero los caudillos de Israel se apartaron de la fuente del 425 verdadero conocimiento. Estudiaban las Escritura solamente para apoyar sus tradiciones e imponer sus ritos de origen humano. Por su interpretación les hacían expresar sentimientos que Dios nunca había albergado. Su construcción mística hacía indistinto lo que Dios había hecho claro. Disputaban sobre puntos técnicos, y casi negaban las verdades más esenciales. Despojaban a la Palabra de Dios de su poder, y los malos espíritus realizaban su voluntad.
Las palabras de Cristo no contienen nada que no sea esencial. El Sermón del Monte es una producción maravillosa, sin embargo es tan sencillo que hasta un niño puede estudiarlo sin dejar de comprenderlo. El monte de las bienaventuranzas es un símbolo de la elevación espiritual en la cual siempre se hallaba Cristo. Cada palabra que pronunciaba provenía de Dios, y hablaba con la autoridad del cielo. "Las palabras que yo os he hablado -dijo- son espíritu y son vida" (Juan 6: 63). Su enseñanza está llena de verdad ennoblecedora y salvadora, con la cual no se pueden comparar las más altas ambiciones humanas y las más profundas investigaciones. Él comprendía la terrible ruina que amenazaba a la raza, y vino para salvar almas por su propia justicia, trayendo al mundo definida seguridad de esperanza y completo socorro.
Debido a que las palabras de Cristo son despreciadas, y que la Palabra de Dios recibe un lugar secundario en la educación, la incredulidad y la iniquidad abundan. Cosas de menor importancia ocupan hoy la mente de muchos de los maestros. Una masa de tradición, que contiene simplemente una similitud de verdad, es introducida en los cursos de estudios de las escuelas comunes. La fuerza de mucha enseñanza humana se encuentra en las suposiciones, no en la verdad. Los maestros del tiempo actual pueden usar tan sólo el saber de los maestros anteriores; y sin embargo, con toda la ponderable importancia que pueda reconocerse a las palabras de los mayores autores humanos, hay una consciente incapacidad de remontarse al gran principio primero, la Fuente infalible de sabiduría. Hay una dolorosa incertidumbre, un constante escrutinio, una búsqueda de seguridad que puede hallarse únicamente en Dios. Puede hacerse oír la trompeta de la grandeza humana, pero su sonido es incierto; no es fidedigno y no puede asegurar la salvación de las almas.
Al adquirir conocimiento terrenal, los hombres han pensado ganarse un tesoro; y han puesto a un lado la Biblia, ignorando que ella contiene un tesoro que supera todo lo demás. El no estudiar ni obedecer la Palabra de Dios ha traído confusión al mundo. Los hombres han abandonado la custodia de Cristo por la custodia del gran rebelde, el príncipe de las tinieblas. El fuego extraño se ha mezclado con el sagrado. La acumulación de cosas que favorecen la concupiscencia y la ambición ha traído el juicio del cielo sobre el mundo.
Cuando están en dificultad, los filósofos y los hombres de ciencia procuran satisfacer su mente sin apelar a Dios. Ventilan su filosofía acerca de los cielos y de la tierra, explicando plagas, pestilencias, epidemias, terremotos y hambres, por sus supuestas ciencias. Las cuestiones relativas a la creación y la providencia procuran resolverlas diciendo: Es la ley de la naturaleza.
El conocimiento por la obediencia
La desobediencia ha cerrado la puerta que lleva a un vasto conocimiento que podría haberse adquirido de la Palabra de Dios. Si los hombres hubieran sido obedientes habrían comprendido el plan de gobierno de Dios. El mundo celestial habría abierto sus cámaras de gracia y gloria a su exploración. En forma, en palabra, en canto, los seres humanos habrían sido muy superiores a lo que son ahora. El misterio de la redención, la encarnación de Cristo, su sacrificio expiatorio, no serían cosas vagas para nuestra mente. No sólo se comprenderían mejor, sino que se apreciarían mucho más altamente.
El no haber estudiado la Palabra de Dios es la gran causa de la debilidad e ineficiencia mentales. Al apartarse de ella para alimentarse en los escritos de hombres no inspirados, la mente se empequeñece y degenera. No se pone en contacto con los principios profundos y amplios de la verdad eterna. El entendimiento se adapta a la comprensión de las cosas con las cuales está familiarizado, y en esta devoción a lo finito se debilita, su poder se contrae, y después de un tiempo se vuelve incapaz de expandirse.
Todo esto es falsa educación. La obra de cada maestro debe ser aferrar la mente de los jóvenes a las grandes verdades de la Palabra inspirada. Esta es la educación esencial para esta vida y la venidera.
Y no se crea que ello impedirá el estudio de las ciencias o hará bajar las normas en la educación. El conocimiento de Dios es tan elevado como el cielo y tan amplio como el universo. No hay nada tan ennoblecedor y vigorizador como un estudio de los grandes temas que conciernen a nuestra vida eterna. Procuren los jóvenes comprender estas verdades dadas por Dios, y su mente se expandirá y se fortalecerá con el esfuerzo. Pondrá a todo alumno que sea hacedor de la Palabra en un campo más amplio de pensamiento, y le asegurará una riqueza imperecedera de conocimiento.
La ignorancia que ahora aflige al mundo acerca de los requerimientos de la ley de Dios, es el resultado de haber descuidado el estudio de las Escrituras. Es plan estudiado de Satanás absorber y engolfar la mente de tal manera que el gran Libro guía de Dios no sea considerado como el Libro de los libros, y que el pecador no sea desviado de la senda de la transgresión a la de la obediencia.
¿Por qué nuestros jóvenes, aun los de edad madura, son tan fácilmente inducidos a la tentación y al pecado? La razón está en que no se estudia la Biblia ni se medita en ella como se debe. Si se la estudiara diariamente, habría una rectitud interior, una fortaleza de espíritu, que resistiría las tentaciones del enemigo. No se ve en la vida un esfuerzo firme, decidido para apartarse del mal, porque se menosprecia la instrucción dada por Dios. No se hace el esfuerzo debido para llenar la mente con pensamientos puros y santos, y librarla de todo lo impuro y falso. No se elige la parte mejor, el sentarse a los pies de Jesús, como lo hizo María, para aprender las lecciones del divino Maestro.
Cuando hacemos de la Palabra de Dios nuestra consejera, cuando escudriñamos las Escrituras en busca de luz, los ángeles celestiales se acercan para impresionar la mente e iluminar el entendimiento, a fin de que se pueda decir con verdad: "La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples" (Sal. 119: 130). No es extraño que no haya mayor sentir del cielo entre los jóvenes que profesan el cristianismo, cuando se presta tan poca atención a la Palabra de Dios. No se escuchan los consejos divinos, ni se obedecen sus amonestaciones. No se busca la gracia y la sabiduría celestial, para que la vida se limpie de toda mancha de corrupción.
Por sendas prohibidas
Si la mente de los jóvenes estuviese encaminada correctamente, su conversación se dedicaría a temas elevados. Cuando la mente es pura y los pensamientos son ennoblecidos por la Palabra de Dios, las palabras tienen ese mismo carácter, son como "manzana de oro con figuras de plata" (Prov. 25: 11). Pero con la comprensión y las prácticas actuales, con la baja norma con que se conforman los cristianos, la conversación es trivial y sin provecho. Es terrenal, y no llega a la norma de la clase más culta de los mundanos. Cuando Cristo y el cielo sean el tema de la contemplación, la conversación dará evidencia del hecho. El habla estará sazonada con gracia, y el que hable demostrará que se ha educado en la escuela del divino Maestro.
Hemos de considerar la Biblia como la revelación que Dios nos hace de cosas eternas cuyo conocimiento nos resulta de la mayor importancia. El mundo la arroja a un lado, como si hubiese terminado su examen; pero mil años de estudio no agotarían el tesoro escondido que contiene. Sólo la eternidad revelará la sabiduría de este libro; porque es la sabiduría de una mente infinita. ¿Habremos, pues, de cultivar un hambre profunda por las producciones de autores humanos, y despreciar la Palabra de Dios?. Este anhelo por algo que jamás debieran anhelar hace que los hombres reemplacen el verdadero conocimiento por lo que nunca los hará sabios para la salvación. No se consideren los asertos humanos como verdad cuando contradicen la Palabra de Dios.
El Creador de los cielos y de la tierra, la Fuente de toda sabiduría, no es inferior a nadie. Pero los supuestos grandes autores, cuyas obras se usan como libros de texto, son aceptados y glorificados, aun cuando no tienen ninguna relación vital con Dios. Por un estudio tal el hombre ha sido llevado por sendas prohibidas. La mente se ha cansado hasta la muerte por un trabajo innecesario al procurar obtener lo que es como el conocimiento que Adán y Eva obtuvieron desobedeciendo a Dios.
Hoy los jóvenes dedican años a adquirir una educación que es como paja y hojarasca, que ha de ser consumida en la última gran conflagración. Dios no atribuye valor alguno a una educación tal. Muchos estudiantes dejan la escuela sin tener la capacidad de recibir la Palabra de Dios con la reverencia y respeto que le daban antes de entrar. Su fe se ha eclipsado en el esfuerzo por sobresalir en los diversos estudios. La Biblia no ha sido el tema vital de su educación, sino que libros mancillados de incredulidad y propagadores de teorías malsanas han sido puestos delante de ellos.
Todos los asuntos innecesarios debieran desarraigarse de los cursos de estudio; únicamente han de ponerse delante de los alumnos los estudios que les resulten de verdadero valor. Solamente con éstos deben familiarizarse, a fin de obtener la vida que se mide con la vida de Dios. Cuando se la incita a considerar los grandes temas de la salvación, la mente se eleva cada vez más alto en la comprensión de estos temas, dejando atrás los asuntos comunes e insignificantes.
Una ilustración
¿Qué hizo grande a Juan el Bautista? Negó su atención al cúmulo de las tradiciones presentadas por los maestros de la nación judaica y la dirigió a la sabiduría que viene de lo alto. Antes de su nacimiento el Espíritu Santo testificó de Juan: "Porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo... Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y virtud de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Luc. 1: 15-17).
En su profecía Zacarías dijo de Juan: "Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestras pies por camino de paz". Y Lucas añade: "Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel" (Luc. 1: 76-80).
Por su propia elección Juan se apartó de los goces y lujos de la vida de las ciudades y prefirió la severa disciplina del desierto. Allí el ambiente era favorable a los hábitos de sencillez y abnegación. Sin ser interrumpido por el clamor del mundo, podía estudiar las lecciones de la naturaleza, de la revelación y de la providencia. Las palabras del ángel a Zacarías le habían sido repetidas con frecuencia por sus padres temerosos de Dios. Desde la infancia se le había recordado su misión, y aceptó el santo cometido. Para él la soledad del desierto era una manera feliz de escapar de la sociedad en la cual predominaban las sospechas, la incredulidad y la impureza. Desconfiaba de su propio poder para resistir la tentación y rehuía el constante contacto con el pecado, no fuese que perdiera el sentido de su excesiva gravedad.
Pero la vida de Juan no se dedicaba a la ociosidad, ni a la lobreguez ascética, o al aislamiento egoísta. De vez en cuando salía para mezclarse con los hombres; y era un observador atento de lo que sucedía en el mundo. Desde su tranquilo retiro, vigilaba el desarrollo de los sucesos. Con visión iluminada por el espíritu divino, estudiaba el carácter de los hombres, a fin de aprender a alcanzar los corazones con el mensaje del cielo.
Acerca de Cristo, Simeón dijo: "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel". Y el relato declara: "Jesús crecía en sabiduría y en estatura y en gracia para con Dios y los hombres" (Luc. 2: 29-32, 52).
Jesús y Juan fueron representados como ignorantes por los educadores de aquel tiempo, porque no habían aprendido en las escuelas de los rabinos; pero el Dios del cielo era su maestro, y todos los que les oían se quedaban asombrados por su conocimiento de las Escrituras.
La primera gran lección de toda educación consiste en conocer y comprender la voluntad de Dios. Debemos hacer en cada día de la vida el esfuerzo para obtener este conocimiento. Aprender la ciencia por la sola interpretación humana es obtener una falsa educación; pero el aprender de Dios y de Cristo es conocer la ciencia del cielo. La confusión que se nota en la educación proviene de que la sabiduría y el conocimiento de Dios no han sido ensalzados.
Los estudiantes de nuestras escuelas deben considerar el conocimiento de Dios como algo que está por encima de todo lo demás. "La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos". "Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres". "Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor" (1 Cor. 1: 18, 19, 25, 30, 31).
Los que profesan creer la Palabra debieran orar diariamente porque la luz del Espíritu Santo resplandezca sobre las páginas del Libro sagrado, a fin de que estén capacitados para comprender las cosas del Espíritu de Dios. . . Las palabras de los hombres, por grandes que éstos sean, no pueden hacernos perfectos, enteramente instruidos para toda buena obra. (2 Tim. 3: 17.)