Consejos para los Maestros

Capítulo 70

La Obtención de la Eficiencia

EL TERCER ángel es representado como volando por en medio del cielo, para demostrar que el mensaje ha de ir por toda la longitud y anchura de la tierra. Es el mensaje más solemne que ha sido dado jamás a los mortales, y todos los que se proponen relacionarse con la obra deben sentir, en primer lugar, la necesidad de educarse y adquirir una preparación cabal. Es necesario hacer planes y esfuerzos para el perfeccionamiento de los que se proponen entrar en cualquier ramo de la obra.

La labor ministerial no debe ser confiada a jovencitos, ni la obra de dar estudios bíblicos a jovencitas, por el hecho de que ofrezcan sus servicios, y estén dispuestos a asumir puestos de responsabilidad, mientras carecen de experiencia religiosa, y les falta una educación y preparación cabales. Se los debe probar; porque a menos que desarrollen los principios firmes y concienzudos para ser todo lo que Dios quiere que sean, no representarán correctamente su causa. Todos los que están empeñados en la obra, y en cada misión, deben adquirir profunda experiencia. Los que son jóvenes en la obra deben ser ayudados por los que han tenido experiencia y comprenden la manera de trabajar. Las operaciones misioneras están constantemente estorbadas por falta de obreros de la debida clase mental, obreros que tengan devoción y piedad y que representen correctamente nuestra fe.

Son muchos los que debieran ser misioneros, pero que nunca entran en el campo porque los que alternan con ellos, en la iglesia o en nuestros colegios, no sienten la preocupación de trabajar por ellos, de presentarles los derechos que Dios tiene sobre sus facultades, y no oran por ellos ni con ellos. Transcurre el período trascendental que decide el curso de la vida, sus convicciones se ahogan, otras influencias e incentivos los atraen, arrastrándolos a las corrientes del mundo y a las tentaciones de buscar posiciones que, según ellos creen, les darán ganancia financiera. Estos jóvenes podrían haber sido salvados para la causa.

Nuestras escuelas han de ser escuelas preparatorias. Si salen de ellas hombres y mujeres aptos en cualquier sentido para el campo misionero, deben ser inducidos a comprender la grandeza de la obra; se ha de introducir en su experiencia diaria la piedad práctica, para que sean aptos para cualquier puesto de utilidad en la causa de Dios.

La escuela ha de continuar el trabajo del hogar

Los que asisten a nuestros colegios deben recibir una preparación diferente de la que se da en las escuelas comunes de hoy. Generalmente, a nuestros jóvenes que tienen padres sabios y temerosos de Dios, se les han enseñado los principios del cristianismo. La Palabra de Dios ha sido respetada en sus hogares, y sus enseñanzas han sido hechas la ley de la vida. Han sido criados en la amonestación del Evangelio. Cuando entran en la escuela, ha de continuar esta misma educación y preparación. Las máximas, las costumbres y prácticas del mundo no son la enseñanza que necesitan. Déjeseles ver que los maestros de la escuela cuidan de sus almas, que tienen un interés definido en su bienestar espiritual. La religión es el gran principio que se debe inculcar; porque el temor de Dios es el principio de la sabiduría.

Placer en la religión

Dondequiera que se establezca una escuela, debe haber corazones ardientes que se interesen vivamente en los jóvenes. Se necesitan padres y madres que den calurosa simpatía y amonestaciones bondadosas. Debe introducirse en los principios religiosos todo lo placentero que sea posible. Los que prolongan estos ejercicios hasta el cansancio, dejan malas impresiones en las mentes de los jóvenes, induciéndolos a asociar la religión con lo que es árido, poco sociable y sin interés... Es esencial en el maestro una piedad ardiente y activa. A menos que se ejerza un cuidado constante, y a menos que sean vivificados por el Espíritu de Dios, los cultos matutinos y vespertinos de la capilla y las reuniones del sábado llegarán a ser áridos y formales, y para los jóvenes serán los ejercicios escolares más cansadores y menos atrayentes. Las reuniones de testimonios deben ser dirigidas de tal manera que sean ocasiones, no sólo de provecho, sino de positivo placer.

Estudien por su cuenta en la escuela de Cristo los que enseñan a los jóvenes y aprendan lecciones que han de comunicar a sus alumnos. Se necesita una devoción sincera, ferviente y sentida en el corazón. Debe evitarse toda estrechez. Deslíguese el maestro lo suficiente de su dignidad como para hacerse uno con los niños en sus ejercicios y diversiones, sin dejar la impresión de que los está vigilando. Su misma presencia amoldará sus acciones, y hará que su corazón palpite con nuevo afecto.

Los jóvenes necesitan simpatía, afecto y amor, o se desalentarán. Un espíritu de "no me importa de nadie y nadie se interesa en mí" se posesiona de ellos. Puede ser que profesen ser discípulos de Cristo, pero los sigue un demonio tentador y están en peligro de desalentarse, y entibiarse y apartarse de Dios. Entonces sienten algunos que es su deber censurarlos y tratarlos con frialdad, como si fuesen mucho peores de lo que en realidad son. Pocos -tal vez ninguno- sienten que es su deber esforzarse personalmente para reformarlos, y para eliminar las impresiones desdichadas que se les han causado.

Las obligaciones del maestro son pesadas y sagradas, pero ninguna parte de su obra es más importante que la de mirar por los jóvenes con solicitud tierna y amante. Si el maestro gana una vez la confianza de sus alumnos, puede conducirlos con facilidad, controlarlos y adiestrarlos. Los santos motivos sobre los cuales se basa la vida cristiana deben ser introducidos en la vida. La salvación de sus alumnos es el más alto interés confiado al maestro que teme a Dios. Es colaborador de Cristo, su esfuerzo especial y resuelto debe consistir en ganarlos para su causa. Es lo que Dios requiere de él.

Todo maestro debe llevar una vida de piedad, pureza y esfuerzo esmerado. Si en su corazón arde el amor de Dios, se verá en su vida aquel afecto puro que es esencial; ofrecerá oraciones fervientes y dará amonestaciones fieles. Cuando descuida estas cosas, están en peligro las almas confiadas a su custodia...

Sin embargo, después que se han hecho todos estos esfuerzos, puede ser que los maestros se encuentren con que algunos desarrollan un carácter falto de principios. Serán relajados en su moral, en muchos casos como resultado de ejemplos viciosos y falta de disciplina paternal. Aunque los maestros hagan todo lo que puedan, no lograrán conducir a estos jóvenes a una vida de pureza y santidad. Después de una disciplina paciente, afectuosa labor y oración ferviente, se verán chasqueados por aquellos de quienes esperaban mucho. Además, tendrán que afrontar los reproches de los padres porque no pudieron contrarrestar la influencia de los malos ejemplos y de la preparación imprudente recibida en el hogar. Pero a pesar de estos desalientos, el maestro debe seguir esforzándose, confiando en que Dios obrará con él, permaneciendo en su puesto virilmente y trabajando con fe. Otros serán salvos para Dios y su influencia se ejercerá para la salvación de otros aún...

Fijación de una norma elevada

Lo que vale la pena hacerse, ha de ser bien hecho. Aunque la religión tiene que ser el elemento prevaleciente en toda escuela, no llevará a rebajar los progresos literarios. Hará sentir a todos los verdaderos cristianos la necesidad de un conocimiento cabal, a fin de que puedan hacer el mejor uso de las facultades a ellos concedidas. Mientras crezcan en gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, procurarán constantemente emplear hasta lo sumo sus facultades mentales, a fin de llegar a ser cristianos inteligentes.

El Señor queda deshonrado por las ideas o designios bajos que alberguemos. El que no percibe las exigencias de la Ley de Dios, y es negligente en cuanto a observar cada uno de sus requerimientos, viola toda la ley. El que se conforma con alcanzar tan sólo parcialmente la norma de justicia, y no triunfa sobre todo enemigo espiritual, no cumplirá el propósito de Cristo. Rebaja todo el plano de su vida religiosa y debilita su carácter. Bajo la fuerza de la tentación, sus defectos de carácter tienen la supremacía y triunfa el mal.

Para cumplir la más alta norma posible, necesitamos ser perseverantes y resueltos. En muchos casos hay que vencer hábitos de vida e ideas aferradas, antes que podamos progresar en la vida religiosa... La obra esencial consiste en conformar a la gran norma de justicia, los gustos, los apetitos, las pasiones, los motivos y los deseos. La obra debe empezar en el corazón. A menos que todo el corazón esté completamente amoldado a la voluntad de Cristo, alguna pasión dominante, algún hábito o defecto, llegará a tener poder destructor.

La piedad y la experiencia religiosa constituyen el mismo fundamento de la verdadera educación. Dios quiere que los maestros de nuestras escuelas sean eficientes. Si progresan en la comprensión espiritual, verán cuán importante es que no sean deficientes en el conocimiento de las ciencias. Aunque los maestros necesitan piedad, necesitan también conocimiento cabal de las ciencias...

El cristiano se propone alcanzar las realizaciones más elevadas con el propósito de hacer bien a otros. El conocimiento armoniosamente fusionado con un carácter semejante al de Cristo, hará de un hombre una luz en el mundo. Dios obra con los esfuerzos humanos. Los que dediquen toda diligencia a asegurar su vocación y elección, sentirán que un conocimiento superficial no los capacitará para un puesto de utilidad. La educación equilibrada por una sólida experiencia religiosa, da solidez al hijo de Dios, para cumplir con firmeza y comprensión la obra que le ha sido señalada. El que aprende del mayor de los educadores que el mundo haya conocido, tendrá no solamente un carácter cristiano simétrico, sino una mente adiestrada para la labor eficaz...

Dios no quiere que nos conformemos con mentes perezosas, sin disciplina, pensamientos embotados, y memoria deficiente. El quiere que cada maestro se sienta desconforme con una medida mezquina de éxito, que comprenda su necesidad de ser siempre diligente en adquirir conocimiento. Nuestro cuerpo y nuestra alma pertenecen a Dios, porque él nos ha comprado. Nos ha dado talentos, y ha hecho posible que adquiramos otros aún, para poder ayudarnos a nosotros mismos y a otros en el camino de la vida. Es obra de cada uno desarrollar y fortalecer los dones que Dios le ha prestado. Si todos comprendiesen esto, cuán vasta diferencia veríamos en nuestras escuelas, nuestras iglesias y nuestras misiones Pero los más se conforman con un mezquino conocimiento, pocas realizaciones, contentos con ser tan sólo pasables. La necesidad de ser hombres como Daniel, hombres de influencia, hombres cuyo carácter se haya vuelto armonioso al trabajar en beneficio de la humanidad y glorificar a Dios, no la sienten los tales, y el resultado es que pocos son aptos para la gran necesidad de estos tiempos. Dios no pasa por alto a los hombres ignorantes; pero si los tales están relacionados con Cristo, y son santificados por la verdad, reunirán constantemente conocimiento. Ejercitando toda facultad para glorificar a Dios, tendrán poder acrecentado con el cual glorificarle. Los que están dispuestos a permanecer en una estrecha esfera porque Dios condescendió a aceptarlos donde estaban, son muy insensatos. Sin embargo, hay centenares y millares que están haciendo esto mismo.