Consejos sobre Mayordomía Cristiana

Capítulo 3

¿Por qué Dios emplea a los hombres como los encargados de distribuir sus recursos?

Dios no depende de los hombres para promover su causa. Podría convertir a los ángeles en embajadores de su verdad. Habría podido revelar su voluntad por medio de su propia voz cuando proclamó la ley desde el Sinaí. Pero ha elegido emplear a los hombres para que hagan su obra a fin de cultivar en ellos el espíritu de liberalidad.

Cada acto de abnegación realizado en bien de otros fortalecerá el espíritu de generosidad en el donante, y lo vinculará más estrechamente con el Redentor del mundo, quien "por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos". 2 Corintios 8:9. Y la vida puede ser una bendición para nosotros únicamente en la medida en que cumplimos el propósito divino para el cual fuimos creados. Todas las buenas dádivas que Dios hace al hombre constituirán una maldición a menos que éste las emplee para hacer felices a sus semejantes y para promover la causa de Dios en el mundo.--The Review and Herald, 7 de diciembre de 1886.

Resultado de la búsqueda de ganancias

Este creciente apego por la obtención de dinero, el egoísmo engendrado por el deseo de ganancias, es lo que amortece la espiritualidad de la iglesia y aleja de ella el favor de Dios. Cuando la cabeza y las manos están ocupadas constantemente en planear y trabajar para acumular riquezas, los derechos de Dios y la humanidad quedan olvidados.

Si Dios nos ha bendecido con prosperidad, esto no quiere decir que debemos apartar de él nuestro tiempo y atención para dirigirlos a las cosas que él nos ha prestado. El Dador es más grande que el don. Hemos sido comprados por un precio y por lo tanto no nos pertenecemos a nosotros mismos. ¿Hemos olvidado cuál fue el precio infinito pagado por nuestra redención? ¿Ha muerto la gratitud en el corazón? ¿La vida de Cristo no es un reproche para una vida de comodidad egoísta y complacencia?... Estamos cosechando los frutos de este sacrificio de abnegación infinita; y sin embargo, cuando hay que trabajar, cuando se necesita que nuestro dinero ayude a la obra del Redentor en la salvación de las almas, nos apartamos de nuestro deber y oramos para que se nos excuse. Pereza innoble, descuidada indiferencia, y egoísmo malvado sellan nuestros sentidos para que no veamos los derechos de Dios.

¡Oh! ¿Debe Cristo, la Majestad del cielo, el Rey de gloria, cargar con la pesada cruz, llevar la corona de espinas y beber la amarga copa, mientras nosotros descansamos cómodamente, nos glorificamos a nosotros mismos y nos olvidamos de las almas por las que murió para redimirlas mediante su sangre preciosa? No; demos mientras podamos hacerlo. Hagámoslo mientras tenemos fuerzas para hacerlo. Trabajemos mientras dura el día. Dediquemos nuestro tiempo y nuestros medios al servicio de Dios a fin de recibir su aprobación y su recompensa.--The Review and Herald, 17 de octubre de 1882.

Nuestro mayor conflicto es con el yo

Nuestras posesiones en esta vida son limitadas, pero el gran tesoro que Dios ofrece en su don al mundo es ilimitado. Abarca todo deseo humano y sobrepasa nuestros cálculos finitos. En el gran día de la decisión final, cuando cada uno sea juzgado por sus obras, se hará callar toda voz que hable en favor de la justificación de sí mismo; porque se verá que el Padre en su don a la humanidad, dio todo lo que poseía, y resultará evidente que los que han rehusado aceptar ese misericordioso ofrecimiento carecen de toda excusa.

No tenemos ningún enemigo exterior a quien debemos temer. Nuestro gran conflicto lo tenemos con nuestro yo no consagrado. Cuando dominamos el yo somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Hermanos míos, ahí está la vida eterna que debemos ganar. Peleemos la buena batalla de la fe. Nuestro tiempo de prueba no está en el futuro, sino en el momento presente. Mientras éste dura, "buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33)--las cosas que ahora con tanta frecuencia ayudan a Satanás en sus propósitos sirviendo como trampas para engañar y destruir.--The Review and Herald, 5 de marzo de 1908.

Una fea mancha

Nunca debemos olvidar que se nos ha puesto a prueba en este mundo a fin de determinar nuestra aptitud para la vida futura. No podrá entrar en el cielo ninguna persona cuyo carácter haya sido contaminado por la fea mancha del egoísmo. Por lo tanto, Dios nos prueba aquí entregándonos posesiones temporales a fin de que el uso que hagamos de ellas demuestre si se nos pueden confiar las riquezas eternas.--The Review and Herald, 16 de mayo de 1893.

Nuestras posesiones son tan sólo un depósito

Por cuantiosas o reducidas que sean las posesiones de una persona, ésta debe recordar que las ha recibido tan sólo en calidad de depósito. Debe rendir cuenta a Dios de su fuerza, habilidad, tiempo, talento, oportunidades y recursos. Esto constituye una obra individual; Dios nos da para que seamos como él generosos, nobles y benevolentes al compartir lo que tenemos con otros. Los que olvidan su misión divina procuran tan sólo ahorrar o gastar para complacer el orgullo o el egoísmo, y éstos puede ser que disfruten de los placeres de este mundo; pero ante la vista de Dios, estimados en base a sus realizaciones espirituales, son desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos.

Cuando se emplea la riqueza en forma debida, ésta se convierte en un dorado vínculo de gratitud y afecto entre el hombre y sus semejantes, y en un fuerte lazo que une sus afectos con su Redentor. El don infinito que Dios hizo en la persona de su Hijo amado exige expresiones tangibles de gratitud de parte de los recipientes de su gracia. El que recibe la luz del amor de Cristo queda por ese motivo bajo la más definida obligación de iluminar con esa luz bendita a las almas que están en las tinieblas.--The Review and Herald, 16 de mayo de 1882.

Para despertar los atributos del carácter de Cristo

El Señor permite que hombres y mujeres experimenten sufrimientos y calamidades a fin de arrancarlos de su egoísmo y para despertar en ellos los atributos de su [Cristo] carácter: compasión, ternura y amor.

El amor divino realiza sus llamamientos más conmovedores cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo expresó. Él fue varón de dolores, experimentado en quebrantos. Él fue afligido con todas nuestras aflicciones. Él ama a hombres y mujeres como una adquisición hecha con su propia sangre, y nos dice: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros". Juan 13:34.--The Review and Herald, 13 de septiembre de 1906.

El honor más elevado y el gozo más grande

Dios es la fuente de vida, luz y gozo para todo el universo. Sus bendiciones, como rayos de sol, fluyen desde él hacia todas las criaturas que él ha hecho. En su amor infinito ha concedido a los hombres el privilegio de llegar a ser participantes de la naturaleza divina, para que ellos a su turno compartan las bendiciones con sus semejantes. Esto constituye el honor más elevado y el gozo más grande que Dios pueda derramar sobre los hombres. Estos son conducidos más cerca de su Creador al convertirse en esta forma en participantes de los trabajos de amor. El que rehúsa llegar a ser un "obrero juntamente con Dios"--el hombre que por amor a la complacencia egoísta ignora las necesidades de sus semejantes, el avaro que amontona sus tesoros--está privándose de la bendición más rica que Dios puede proporcionarle.--The Review and Herald, 6 de diciembre de 1887.