Consejos sobre Mayordomía Cristiana

Capítulo 7

Hay que sostener la obra de Dios

Los últimos años del tiempo de prueba están pasando a la eternidad. El gran día del Señor está sobre nosotros. Toda energía que poseemos deberíamos emplearla ahora para estimular a los que están muertos en sus transgresiones y pecados...

Es tiempo de prestar atención a la Palabra de Dios. Todos sus requerimientos han sido dados para nuestro bien. El pide que los que están bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel den evidencia de que comprenden su dependencia de Dios y su responsabilidad frente a él al devolverle una parte de lo que él les ha confiado. Este dinero debe utilizarse para promover la obra que debe hacerse a fin de cumplir la comisión dada por Cristo a sus discípulos...

El pueblo de Dios es llamado a una obra que requiere dinero y consagración. Las obligaciones que descansan sobre nosotros nos hacen responsables de trabajar para Dios hasta el máximo de nuestra habilidad. El pide un servicio indiviso, la completa devoción del corazón, el alma, la mente y las fuerzas.

En el universo hay tan sólo dos lugares donde podemos colocar nuestros tesoros: en la tesorería de Dios o en la de Satanás; y todo lo que no se dedica al servicio de Dios se pone en el lado de Satanás, y va a fortalecer su causa. El Señor se propone que los medios confiados a nosotros se empleen en la edificación de su reino. Sus bienes nos han sido confiados en nuestra calidad de mayordomos suyos para que los manejemos cuidadosamente y le llevemos los intereses en términos de almas salvadas. Estas almas a su turno se convertirán en mayordomos confiables que colaborarán con Cristo para estimular los intereses de la causa de Dios.

Recibiendo para impartir

Cuando hay vida en una iglesia, ésta se manifiesta en aumento y crecimiento. Hay también un intercambio constante, tomando y dando, recibiendo y devolviendo al Señor lo que es suyo. Dios imparte a cada verdadero creyente luz y bendición, y el creyente las imparte a su turno a otros en la obra que hace por el Señor. Al dar de lo que recibe, aumenta su capacidad para recibir. Hace lugar para una nueva provisión de gracia y verdad. Recibe una luz más clara y un mayor conocimiento. La vida y el crecimiento de la iglesia dependen de este dar y recibir. El que recibe, pero que nunca da, pronto deja de recibir. Si la verdad no fluye de él hacia otros, pierde su capacidad para recibir. Debemos impartir los bienes del cielo si queremos recibir nuevas bendiciones.

El Señor no se propone venir a este mundo para poner oro y plata a disposición del adelantamiento de su obra. Proporciona recursos a los hombres para que éstos, mediante sus donativos y ofrendas, mantengan su obra en progreso. Un propósito por encima de todos los demás para el que debieran usarse los donativos de Dios, es el sostén de los obreros en los campos donde se realiza la cosecha [de almas]. Y si los hombres están dispuestos a convertirse en conductos a través de los cuales las bendiciones del cielo puedan fluir hacia otros, el Señor mantendrá esos canales provistos. Los hombres no se empobrecen al devolver a Dios lo que es suyo; la pobreza sobreviene cuando se retienen esos recursos...

Un tiempo para ejercer economía y sacrificio

Dios pide que su pueblo despierte a sus responsabilidades. De su palabra fluye abundancia de luz, y debe producirse un cumplimiento de las obligaciones descuidadas. Cuando se lleva a cabo esto dando al Señor lo que le pertenece en diezmos y ofrendas, se abrirá el camino para que el mundo escuche el mensaje que el Señor se propone que éste oiga. Si nuestro pueblo poseyera el amor de Dios en el corazón, si cada miembro de iglesia estuviera imbuido por el espíritu de abnegación, no habría falta de fondos para las misiones nacionales y extranjeras; nuestros recursos se multiplicarían; se abrirían mil puertas de utilidad, y se nos invitaría a entrar por ellas. Si se hubiera cumplido el propósito de Dios de presentar el mensaje de misericordia al mundo, Cristo habría venido y los santos habrían recibido la bienvenida a la ciudad de Dios.

Si alguna vez hubo un tiempo cuando ha sido necesario hacer sacrificios, es ahora. Hermanos y hermanas, practicad la economía en vuestros hogares. Desechad los ídolos que habéis colocado delante de Dios. Abandonad vuestros placeres egoístas. Os ruego que no gastéis dinero en embellecer vuestras casas, porque vuestros recursos pertenecen a Dios y a él tendréis que dar cuenta por su uso. No utilicéis el dinero de Dios para gratificar los caprichos de vuestros hijos. Enseñadles que Dios tiene derecho sobre todo lo que poseen y que nada podrá cancelar ese derecho.

El dinero constituye un capital necesario. No lo gastéis pródigamente sobre los que no lo necesitan. Hay quienes tienen necesidad de vuestros donativos voluntarios. En el mundo hay gente que tiene hambre y que muere por falta de alimento. Podéis decir: yo no puedo alimentarlos a todos. Pero al practicar las lecciones de economía dadas por Cristo, podéis alimentar a uno. "Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada". Juan 6:12. Estas palabras fueron pronunciadas por Aquel cuyo poder obró un milagro para satisfacer las necesidades de una multitud hambrienta.

Si tenéis hábitos dispendiosos, eliminadlos inmediatamente de vuestra vida. A menos que lo hagáis entraréis en bancarrota por toda la eternidad. Los hábitos de economía, trabajo y sobriedad constituyen para vuestros hijos una mejor parte que una rica dote.

Somos peregrinos y extranjeros en el mundo. No gastemos nuestros medios gratificando deseos que Dios quiere que reprimamos. Representemos adecuadamente nuestra fe restringiendo nuestras necesidades. Que los miembros de nuestras iglesias se levanten como un solo hombre y trabajen fervorosamente como quienes andan en la plena luz de la verdad para estos últimos días...

¿Qué valor tiene una cuantiosa riqueza si se encuentra acumulada en costosas mansiones o en bonos y acciones? ¿Cuánto pesa eso en la balanza en comparación con la salvación de las almas por quienes ha muerto Cristo, el Hijo del Dios infinito?--The Review and Herald, 24 de diciembre de 1903.

Un privilegio y una responsabilidad

Las verdades más solemnes que alguna vez se hayan confiado a los mortales nos han sido dadas para que las proclamemos al mundo. La divulgación de estas verdades constituye nuestro trabajo. El mundo tiene que ser amonestado y el pueblo de Dios debe ser fiel a la comisión que se le ha dado. Sus integrantes no deben dedicarse a especulaciones, ni tampoco han de establecer relaciones comerciales con los incrédulos, porque éstos les impedirían llevar a cabo la obra que se les ha dado que hagan.

Cristo dijo a su pueblo: "Vosotros sois la luz del mundo". Mateo 5:14. No es asunto de poca importancia el que los consejos, los propósitos y los planes de Dios nos hayan sido revelados claramente. Es un privilegio maravilloso el poder comprender la voluntad de Dios tal como ha sido manifestada en la segura palabra profética. Esto coloca una pesada responsabilidad sobre nosotros. Dios espera que impartamos a otros el conocimiento que nos ha proporcionado. El espera que los instrumentos divinos y humanos se unan en la proclamación del mensaje de amonestación.--The Review and Herald, 28 de julio de 1904.

Hay que sostener las misiones en el extranjero

La simpatía del pueblo de Dios debería ser estimulada en cada iglesia del país, y debería llevarse a cabo una acción abnegada para satisfacer las necesidades de los diferentes campos misioneros. Los hombres deberían dar testimonio de su interés en la causa de Dios dando de su sustancia. Si ese interés se pusiera de manifiesto, existiría el vínculo de la fraternidad y su fuerza aumentaría entre todos los miembros de la familia de Cristo.

Esta obra de entregar fielmente todos los diezmos para que haya comida en la casa de Dios, proporcionaría obreros para los campos nacionales tanto como para los extranjeros. Aunque los libros y otras publicaciones acerca de la verdad presente están derramando sus tesoros de conocimientos en todas partes del mundo, sin embargo hay que establecer puestos misioneros en diferentes lugares. El predicador viviente debe proclamar las palabras de vida y salvación. Hay campos abiertos que invitan a los obreros a entrar. La cosecha está madura y por todas partes en la tierra se escucha el ferviente llamado macedónico que pide obreros.--The Review and Herald, 19 de febrero de 1889.

La obra no debe detenerse

Si en realidad tenemos la verdad para estos últimos días, ésta debe ser llevada a cada nación, tribu, lengua y pueblo. Dentro de poco los vivos y los muertos serán juzgados según sus obras hechas en el cuerpo, y la ley de Dios es la norma por medio de la que serán probados. Por lo tanto ahora deben ser advertidos; la ley de Dios debe ser vindicada y puesta ante ellos como un espejo. Para llevar a cabo esta obra se necesitan recursos financieros. Sé que los tiempos son difíciles y que no hay mucho dinero; pero la verdad debe ser esparcida y el dinero necesario para extenderla debe ser colocado en la tesorería...

¿Abandonaremos la obra?

Nuestro mensaje es de alcance mundial, y sin embargo muchos no están haciendo literalmente nada, y muchos más están haciendo muy poco, y esto frente a la tremenda falta de fe significa prácticamente nada. ¿Abandonaremos los campos que ya hemos abierto en los países del extranjero? ¿Descartaremos una parte de la obra en nuestras misiones nacionales? ¿Palideceremos frente a una deuda de unos pocos miles de dólares? ¿Claudicaremos y nos convertiremos en holgazanes ahora que nos encontramos en las escenas finales de la historia de este mundo? Mi corazón dice: No, no. No puedo considerar este asunto sin experimentar el deseo ardiente de que la obra siga avanzando. No queremos negar nuestra fe ni a Cristo, sin embargo lo haremos a menos que avancemos a medida que la providencia de Dios abre el camino.

La obra no debe detenerse por falta de recursos. Hay que invertir más dinero en ella. Hermanos de América, ¡en el nombre del Maestro os ruego que os despertéis! Vosotros que estáis ocultando vuestros talentos en la tierra, que estáis edificando casas y añadiendo más tierra a la que ya poseéis, Dios os dice: "Vended lo que tenéis y haced donativos". Está por llegar el tiempo cuando los que guardan los mandamientos no podrán comprar ni vender. Apresuraos a desenterrar vuestros talentos ocultos. Si Dios os ha confiado dinero, sed fieles a ese legado; abrid vuestros cofres y enviad vuestros talentos a los banqueros para que cuando Cristo venga pueda recibir lo suyo con interés.

Gozosa liberalidad en la obra final

En los momentos más difíciles, antes de que esta obra termine, miles de pesos serán depositados gozosamente sobre el altar. Hombres y mujeres consideran un bendito privilegio participar en la obra de la preparación de las almas para que estén firmes en el gran día de Dios, y darán cientos de pesos con tanta presteza como ahora dan uno.

Si el amor de Cristo ardiera en los corazones de su pueblo profeso, hoy veríamos manifestarse el mismo espíritu. Si tan sólo comprendieran cuán cerca está el fin de toda obra en favor de la salvación de las almas, sacrificarían sus posesiones tan espontáneamente como lo hicieron los miembros de la iglesia primitiva. Trabajarían por el progreso de la causa de Dios con tanto fervor como los hombres mundanos trabajan por adquirir riquezas. Se ejercería tacto y habilidad, y se pondría en práctica un trabajo fervoroso y abnegado a fin de adquirir dinero no para guardarlo, sino para derramarlo en la tesorería del Señor.

¿Y si alguno se empobrece por invertir sus recursos en la obra? Cristo se hizo pobre por amor a nosotros, pero nosotros estamos asegurándonos riquezas eternas, un tesoro en el cielo que no fallará. Nuestro caudal está mucho más seguro depositado allá que en un banco o invertido en casas y terrenos. Es colocado en bolsas que no envejecen. Ningún ladrón puede aproximarse a él, y ningún fuego puede consumirlo...

Al obedecer la orden del Salvador, nuestro ejemplo predicará con voz más alta que nuestras palabras. La manifestación más patente del poder de la verdad se ve cuando los que profesan ser creyentes dan evidencia de su fe por medio de sus obras. Los que creen en esta verdad solemne deberían poseer espíritu de sacrificio en una medida tal que sirvan de reproche a las ambiciones mundanas de los adoradores del dinero.--Historical Sketches of the Foreign Missions of the Seventh Day Adventist, 291-293.