"Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto". Proverbios 3:9, 10.
Este pasaje nos enseña que Dios, como el Dador de todos nuestros beneficios, tiene derecho sobre todos ellos; que deberíamos considerar en primer lugar sus derechos; y que los que honran esos derechos disfrutarán de una bendición especial.
En el pasaje mencionado se establece un principio que se advierte en todos los tratos de Dios con el hombre. El Señor colocó a nuestros primeros padres en el huerto del Edén. Los rodeó con todo lo que podría servir para su felicidad y les pidió que lo reconocieran como el poseedor de todas las cosas. Hizo crecer en el huerto todo árbol agradable a los ojos o bueno para comer. Pero se reservó uno entre todos ellos. Adán y Eva podían comer libremente de todos los demás; pero de ese árbol especial Dios dijo: "No comerás". Eso constituía la prueba de su gratitud y lealtad a Dios.
Así también el Señor nos ha impartido el tesoro más rico del cielo al darnos a Jesús. Con él nos ha dado todas las cosas para que disfrutemos de ellas abundantemente. Los productos de la tierra, las cuantiosas cosechas, los tesoros de oro y plata, son sus dones. Ha entregado a los hombres casas y tierras, alimento y vestido. Nos pide que lo reconozcamos como el Dador de todas las cosas, y por esta razón ha dicho: De todas vuestras posesiones me reservo la décima parte para mí mismo, además de los donativos y las ofrendas, que deben ser llevados a mi tesorería. Esto constituye la prueba de la provisión que Dios ha hecho para promover la obra del Evangelio.
Este plan fue trazado por el Señor Jesucristo mismo, quien dio su vida por la vida del mundo. El, que dejó los recintos celestiales, él, que dejó de lado su honor como Comandante de las huestes celestiales, él, que vistió su divinidad con la humanidad a fin de levantar a la raza caída, y él, que se empobreció por amor a nosotros para que por su pobreza fuésemos hechos ricos, ha hablado a los hombres, y en su sabiduría les ha presentado su propio plan para el sostenimiento de los que llevan el mensaje al mundo.--The Review and Herald, 4 de febrero de 1902.
El tiempo y los recursos que Dios se reserva
El mismo lenguaje que se emplea en el mandamiento del diezmo se usa también con respecto al sábado: "El séptimo día es reposo para Jehová tu Dios". El hombre no tiene derecho ni poder para poner el primer día de la semana en lugar del séptimo. Puede pretender hacerlo; "pero el fundamento de Dios está firme". 2 Timoteo 2:19. Las costumbres y las enseñanzas de los hombres no disminuirán la vigencia de la ley divina. Dios ha santificado el séptimo día. Esa porción específica de tiempo puesta aparte por Dios mismo para el culto religioso, continúa siendo tan sagrada hoy como cuando fue santificada por primera vez por nuestro Creador.
Asimismo el diezmo de nuestras entradas es "santo a Jehová". El Nuevo Testamento no promulga de nuevo la ley del diezmo, como tampoco la del sábado, porque la validez de ambas se da por establecida y su profundo significado espiritual se considera explicado... Mientras nosotros como pueblo procuramos firmemente dar a Dios el tiempo que él se ha reservado como suyo, ¿no le daremos también esa parte de nuestros recursos que él reclama?--The Review and Herald, 16 de mayo de 1882.
Hay que diezmar las posesiones tanto como las entradas
Tal como lo hizo Abrahán, hay que pagar el diezmo de todo lo que se posee y de todo lo que se recibe. Un diezmo dado fielmente es la parte del Señor. Retenerlo es robar a Dios. Cada persona debe llevar con liberalidad los diezmos y las ofrendas a la tesorería del Señor, con buena voluntad y con gozo, porque al hacerlo así recibe una bendición. Es peligroso retener como propia la parte que le pertenece a Dios.--Manuscrito 159, 1899.
Para cada dispensación
Tal [se refiere a la experiencia de Abrahán y Jacob en el pago del diezmo] fue la práctica de los patriarcas y profetas que vivieron antes del establecimiento de los judíos como una nación. Pero cuando Israel se convirtió en un pueblo separado, el Señor le dio instrucción definida acerca de este punto: "Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová". Levítico 27:30. Esta ley no caducaría con los ritos y ofrendas de sacrificio que simbolizan a Cristo. Mientras Dios tenga un pueblo en el mundo, sus derechos sobre él serán los mismos.
El diezmo de todo lo que poseemos es del Señor. Él se lo ha reservado para que sea empleado con propósitos religiosos. Es santo. En ninguna dispensación él ha aceptado menos que esto. Un descuido o una postergación de este deber provocará el desagrado divino. Si todos los cristianos profesos llevaran sus diezmos a Dios, su tesorería estaría llena.--The Review and Herald, 16 de mayo de 1882.
Concedido como una gran bendición
El sistema especial del diezmo se fundaba en un principio que es tan duradero como la ley de Dios. Este sistema del diezmo era una bendición para los judíos; de lo contrario, Dios no se lo hubiera dado. Así también será una bendición para los que lo practiquen hasta el fin del tiempo. Nuestro Padre celestial no creó el plan de la benevolencia sistemática para enriquecerse, sino para que fuese una gran bendición para el hombre. Vio que este sistema de beneficencia era precisamente lo que el hombre necesitaba.--Joyas de los Testimonios 1:385, 386.
Las nueve décimas valen más que las diez décimas
Muchos se han compadecido de la suerte del Israel de Dios que estaba compelido a dar sistemáticamente, además de hacer ofrendas liberales cada año. Un Dios sabio sabía mejor qué sistema de liberalidad estaría de acuerdo con su providencia, y ha dado a su pueblo instrucciones concernientes a él. Ha quedado demostrado que las nueve décimas valen más que las diez décimas.--Testimonies for the Church 3:546.
Ha habido un cambio marcado desde los días de los Judíos
De todos nuestros ingresos debemos separar en primer lugar lo que pertenece a Dios. En el sistema de benevolencia prescrito para los judíos, se requería que éstos llevasen al Señor las primicias de todas las dádivas que él les había hecho, ya fuera en el aumento de sus manadas o rebaños, o en la producción de sus campos, huertos o viñedos; o bien debían redimir las primicias presentando una suma equivalente. ¡Cuánto ha cambiado esto en nuestros días! Los requerimientos y los derechos de nuestro Señor, si es que reciben atención alguna, se dejan para el final. Sin embargo, nuestra obra necesita hoy diez veces más recursos económicos que en la época de los judíos.
La gran comisión dada a los apóstoles les ordenaba ir a todo el mundo y predicar el Evangelio. Esto muestra la extensión de la obra en nuestros días y la mayor responsabilidad que descansa sobre los seguidores de Cristo. Si la ley requería diezmos y ofrendas hace miles de años, ¡cuánto más esenciales son éstos ahora! Si en la economía judía los ricos y los pobres debían dar sumas que estaban en proporción con lo que poseían, es doblemente esencial que se haga esto ahora.--Testimonies for the Church 4:474.