Algunos que han recibido un solo talento, se excusan porque no tienen tantas habilidades como quienes han recibido muchos talentos. Ellos, lo mismo que el siervo infiel, ocultan en la tierra su único talento. Temen devolver a Dios lo que les ha confiado. Inician empresas mundanas, pero invierten poco, si es que invierten algo, en la causa de Dios. Esperan que los que poseen muchos talentos soporten la carga de la obra, mientras ellos sienten que no son responsables por su éxito y adelantamiento...
Muchos que profesan amar la verdad están haciendo esto mismo. Están engañando sus propias almas, porque Satanás ha enceguecido sus ojos. Al robar a Dios, se han robado a sí mismos. Se han privado de los tesoros celestiales a causa de su codicia y debido a sus malos pensamientos de incredulidad.
Debido a que tienen un solo talento, temen confiarlo a Dios, de modo que lo ocultan en la tierra, y así se sienten aliviados de toda responsabilidad. Se complacen al ver progresar la verdad, pero no piensan que se espera de ellos que practiquen la abnegación y que ayuden en la obra por medio de sus esfuerzos individuales y con sus recursos económicos, aunque no posean una gran cantidad...
Todos reciben talentos
Todos, encumbrados y humildes, ricos y pobres, han sido dotados con talentos por su Maestro; algunos con más, y otros con menos, de acuerdo con sus diversas aptitudes. La bendición de Dios descansará sobre los obreros fervientes, amantes y diligentes. Su inversión será exitosa y conseguirán almas para el reino de Dios, y para ellos mismos un tesoro inmortal. Todos poseen facultades morales y han recibido del cielo los beneficios. La cantidad de talentos es proporcional a las habilidades poseídas por cada uno.
Dios a todos asigna su obra, y espera que le devuelvan de acuerdo a las diversas capacidades a cada uno confiadas. No espera el producto de diez talentos del hombre a quien ha dado uno solo. No espera que una persona pobre dé donativos como un rico. No espera del débil y enfermo la actividad y fuerza del que está sano. El talento único utilizado en la mejor forma posible Dios lo aceptará "según lo que uno tiene, no según lo que no tiene". 2 Corintios 8:12.
Dios nos llama siervos, lo cual implica que somos empleados por él para realizar cierta obra y para llevar responsabilidades. Nos ha prestado un capital para que lo invirtamos. Este no es de nuestra propiedad; y desagradamos a Dios si amontonamos los bienes del Señor o si los gastamos a nuestro capricho. Somos responsables por el uso o el abuso de lo que Dios nos ha prestado. Si este capital que el Señor ha colocado en nuestras manos permanece dormido, o si lo enterramos, aunque sea un solo talento, el Maestro nos pedirá cuenta de ello. Él requiere, no lo nuestro, sino lo suyo propio con intereses.
Cada talento que vuelve al Señor será analizado cuidadosamente. Las acciones y los cargos de los siervos de Dios no serán considerados como asuntos de poca importancia. Se tratará personalmente con cada uno, y se le pedirá que rinda cuenta de los talentos que le fueron confiados, sea que los haya aprovechado o que haya abusado de ellos. La recompensa dada estará en proporción con los talentos aprovechados. El castigo impartido estará de acuerdo con los talentos mal utilizados.--The Review and Herald, 23 de febrero de 1886.
Hay que usar los talentos recibidos
Nadie debería quejarse porque no tiene talentos mayores. Cuando los hombres utilicen para la gloria de Dios los talentos que él les ha dado, entonces mejorarán. No es el momento ahora para quejarnos de nuestra posición en la vida, y excusarnos por nuestro descuido de aprovechar nuestras habilidades debido a que no tenemos otras aptitudes y posición, diciendo: "¡Oh, si yo tuviera el don y la habilidad que él tiene podría invertir un capital mayor para mi Maestro!" Si tales personas utilizan el único talento en forma acertada y conveniente, eso es todo lo que el Maestro requiere de ellas...
Espero que en cada iglesia se realicen esfuerzos para estimular a los que no están haciendo nada. Ojalá que Dios haga que estas personas comprendan que él requerirá de ellas el único talento con lo que éste habría podido producir; y si descuidan de ganar otros talentos junto al que tienen, experimentarán la pérdida de ese talento y también de sus propias almas. Esperamos ver un cambio en nuestras iglesias. El Señor se está preparando para regresar, para pedir cuentas a sus siervos por sus talentos que les ha confiado. ¡Que Dios tenga misericordia ese día de los que no hacen nada! Los que escuchen estas palabras de aprobación: "Bien hecho, buen siervo fiel", habrán obrado correctamente en el aprovechamiento de sus habilidades y recursos financieros para la gloria de Dios.--The Review and Herald, 14 de marzo de 1878.
Los talentos descuidados
Algunos están dispuestos a dar de acuerdo con lo que tienen, y piensan que Dios no tiene más derecho sobre ellos porque no tienen grandes recursos. No tienen entradas de las cuales puedan ahorrar después de gastar en lo necesario para su familia. Pero muchos de ellos pueden preguntarse: ¿Estoy dando de acuerdo a lo que podría haber tenido? Dios quiso que pusiesen a contribución las facultades de su cuerpo y mente. Algunos no han perfeccionado hasta lo sumo la habilidad que Dios les ha dado. El trabajo ha sido asignado al hombre. Se lo relacionó con la maldición, porque así lo hizo necesario el pecado. El bienestar físico, mental y moral del hombre hace necesaria una vida de trabajo útil. Que no seamos "perezosos en los quehaceres" (Romanos 12:11, VM), es la recomendación del inspirado apóstol Pablo.
Nadie, sea rico o pobre, puede glorificar a Dios por una vida de indolencia. Todo el capital que tienen muchos pobres está constituido por su tiempo y su fuerza física, y con frecuencia los malgastan por amor a la comodidad y a la indolencia negligente, de manera que no tienen nada que llevarle a su Señor en diezmos y ofrendas. Si los cristianos carecen de sabiduría para hacer que su trabajo rinda la mayor utilidad y para hacer una aplicación juiciosa de sus facultades físicas y mentales, deben tener mansedumbre y humildad para recibir el consejo de sus hermanos, a fin de que el mejor juicio de ellos supla sus deficiencias. Muchos pobres que están ahora conformes con no hacer nada para beneficiar a sus semejantes y para adelantar la obra de Dios, podrían hacer mucho si quisieran. Ellos son responsables delante de Dios por su capital de fuerza física, tanto como el rico lo es por su capital de dinero.--Joyas de los Testimonios 1:380, 381.
Responsabilidad por la fuerza física
Vi que los que no tienen propiedades, pero poseen fuerza física, son responsables delante de Dios por su fuerza. Deberían ser diligentes en los negocios y tener un espíritu ferviente; no deberían dejar que los que tienen recursos realicen todo el sacrificio. Vi que ellos también pueden sacrificarse, y que es su deber hacerlo así, lo mismo que los que tienen posesiones. Pero con frecuencia los que carecen de bienes no comprenden que pueden negarse a sí mismos en muchas formas, que pueden gastar menos en sus cuerpos, y para complacer sus gustos y apetitos, y encontrar más a fin de ahorrar para la causa, y en esta forma hacerse tesoros en el cielo.--Testimonies for the Church 1:115.
Los que poseen fuerza física deben emplearla en el servicio de Dios. Deben trabajar con sus manos y ganar dinero para utilizarlo en la causa de Dios. Los que pueden trabajar deben hacerlo fielmente, y aprovechar las oportunidades de ayudar a los que no pueden conseguir trabajo.--The Review and Herald, 21 de agosto de 1894.
No hay que estimular la indolencia
La Palabra de Dios enseña que si un hombre no quiere trabajar, tampoco debe comer. El Señor no requiere que el trabajador activo sostenga al que no es diligente. La pérdida de tiempo y la falta de esfuerzo es lo que produce pobreza y necesidad. Si estas faltas no son vistas ni corregidas por quienes se complacen en ellas, todo lo que pueda hacerse en su beneficio será lo mismo que colocar dinero en un canasto con agujeros. Pero hay una pobreza que es inevitable, y debemos manifestar ternura y compasión hacia los desafortunados.--The Review and Herald, 3 de enero de 1899.