Consejos sobre Mayordomía Cristiana

Capítulo 30

El peligro de la prosperidad

En todos los siglos las riquezas y el honor han llevado aparejado mucho peligro para la humildad y la espiritualidad. Cuando un hombre prospera y todos hablan bien de él es cuando corre especialmente peligro. El hombre es humano. La prosperidad espiritual continúa tan sólo mientras el hombre depende plenamente de Dios para obtener sabiduría y perfección de carácter. Y los que sienten más su necesidad de dependencia de Dios son generalmente los que tienen menos tesoros terrenales y honores mundanales de los cuales depender.

La alabanza de los hombres

Es peligroso conceder dádivas cuantiosas y palabras de alabanza a los seres humanos. Los que son favorecidos por el Señor necesitan estar en guardia constantemente, para que no surja el orgullo y obtenga la supremacía. El que ha hecho una carrera inusitada, el que ha recibido muchas alabanzas de los mensajeros del Señor, necesita las oraciones especiales de los fieles centinelas de Dios, a fin de ser protegido del peligro de alentar pensamientos de amor propio y orgullo espiritual.

Esa persona nunca debe manifestar engreimiento ni intentar actuar como dictador o soberano. Debe velar y orar y preocuparse de que Dios reciba la gloria. A medida que su imaginación se apodere de las cosas invisibles y contemple el gozo de la esperanza que se le ofrece, la dádiva preciosa de la vida eterna, las alabanzas humanas no llenarán su mente con pensamientos de orgullo. Y cuando el enemigo realice esfuerzos especiales por corromperlo mediante la adulación y el honor mundano, sus hermanos deberían advertirlo fielmente de los peligros que corre, porque si se lo deja abandonado a sí mismo estará inclinado a cometer errores y a manifestar las flaquezas humanas...

En el valle de la humillación

No es la copa vacía la que nos causa dificultades para llevarla; es la copa llena hasta el borde la que debe equilibrarse cuidadosamente. La aflicción y la adversidad pueden causar muchos inconvenientes y pueden provocar una gran depresión, pero es la prosperidad la que es peligrosa para la vida espiritual. A menos que la persona se someta constantemente a la voluntad de Dios, a menos que sea santificada por la verdad y que tenga una fe que obre por amor y purifique el alma, la prosperidad con seguridad despertará la inclinación natural a la presunción.

Existe una gran necesidad de que oremos por los hombres que ocupan posiciones elevadas. Ellos necesitan las oraciones de toda la iglesia porque han recibido prosperidad e influencia.

En el valle de la humillación, donde los hombres dependen de Dios para que les enseñe y los guíe en cada paso, existe una relativa seguridad. Pero todos los que estén en una relación viva con Dios oren por los hombres que ocupan cargos de responsabilidad, porque los que se encuentran sobre una elevada cumbre, debido a su posición destacada, son considerados como poseedores de mucha sabiduría. A menos que esos hombres sientan necesidad de un Brazo más fuerte que el brazo de carne sobre el cual apoyarse, a menos que dependan de Dios, su visión de las cosas se distorsionará y caerán.--The Review and Herald, 14 de diciembre de 1905.

Una aptitud original que fue pervertida

El deseo de acumular riquezas es una propensión original de nuestra naturaleza que fue implantada allí por nuestro Padre celestial para que sirviera a fines nobles. Si preguntamos al capitalista que ha dedicado todas sus energías al sólo objeto de acumular riqueza y que trabaja con perseverancia y laboriosidad para acrecentar sus bienes, cuál es el propósito que lo anima en sus esfuerzos, no podría darnos una razón de él ni podría presentar una finalidad que justifique sus esfuerzos por ganar dinero y por acumular riqueza. No podría definir ningún gran blanco o propósito que tuviera en vista, o ninguna fuente de felicidad que esperara alcanzar. Sigue acumulando bienes porque ha aplicado todas sus habilidades y capacidades en esa dirección.

El hombre mundano siente un deseo vehemente por algo que no posee. La fuerza del hábito lo ha inducido a orientar cada pensamiento y propósito hacia la tarea de hacer provisión para el futuro, y a medida que envejece se pone más ansioso que nunca por adquirir todo lo que sea posible. Es tan sólo natural que el codicioso se torne cada vez más codicioso a medida que se aproxima al tiempo cuando ha de perder su dominio sobre todas las cosas terrenales.

Toda esta energía, perseverancia, determinación y laboriosidad aplicada a la obtención de poder mundano es el resultado de la perversión de sus facultades aplicadas a un objetivo equivocado. Habría podido cultivar mediante el ejercicio cada facultad hasta su grado más elevado en su preparación para la vida celestial e inmortal, y para un sobremanera grande y eterno peso de gloria. Las costumbres y las prácticas del hombre mundano, su perseverancia y su energía, y su aprovechamiento de cada oportunidad de añadir a lo que ya tiene, deberían constituir una lección para los que pretenden ser hijos de Dios, que buscan gloria, honra e inmortalidad. Los hijos del mundo son más sabios en esta generación que los hijos de la luz, y en esto se ve su sabiduría. Su objetivo consiste en la ganancia de cosas terrenales y aplican todas sus energías para conseguir esta finalidad. ¡Ojalá que este celo caracterizase a los que trabajan por las riquezas celestiales!--The Review and Herald, 1 de marzo de 1887.

Desventajas de las riquezas

Son muy pocos los que comprenden el poder de su amor por el dinero hasta que se los pone a prueba. Entonces es cuando muchos que profesan ser seguidores de Cristo muestran que no están preparados para el cielo. Sus obras testifican que aman más el dinero que a su prójimo o a Dios. Tal como el joven rico, preguntan por el camino de la vida, pero cuando éste les es señalado y cuando calculan el costo, y ven que se exige de ellos el sacrificio de las riquezas mundanales, deciden que el cielo cuesta demasiado. Cuanto mayores son los tesoros hechos en la tierra, tanto más difícil resulta para sus poseedores comprender que éstos no les pertenecen sino que les han sido prestados para que los utilizasen para gloria de Dios.

Jesús aprovechó la oportunidad de dar a sus discípulos una lección impresionante: "Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios". Mateo 19:23, 24.

Ricos pobres y pobres ricos

Aquí puede apreciarse el poder de la riqueza. La influencia del amor al dinero sobre la mente humana es casi paralizadora. Las riquezas infatúan y hacen que muchos que las poseen obren como si estuviesen privados de razón. Cuanto más tienen de este mundo, tanto más desean. Sus temores de llegar a padecer necesidad aumentan con sus riquezas. Se sienten inclinados a amontonar recursos para el futuro. Son mezquinos y egoístas, y temen que Dios no provea para ellos. Esta clase de gente es en realidad pobre delante de Dios. A medida que han acumulado riquezas han ido poniendo su conciencia en ellas y han perdido la fe en Dios y sus promesas.

Los pobres fieles y confiados se hacen ricos delante de Dios utilizando juiciosamente lo poco que poseen para bendecir a otros. Sienten que tienen obligaciones hacia su prójimo que no pueden descartar si quieren obedecer el mandamiento de Dios: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Consideran la salvación de sus semejantes de más importancia que todo el oro y la plata contenidos en el mundo.

Cristo señala la forma como los que poseen riquezas y sin embargo no son ricos delante de Dios pueden obtener las riquezas verdaderas. Él ha dicho: "Vended lo que poseéis y dad limosna" (Lucas 12:33), y haceos tesoros en el cielo. El remedio que él propone es una transferencia de sus afectos a la herencia eterna. Al invertir sus recursos en la causa de Dios para ayudar en la salvación de las almas y aliviar a los necesitados, se enriquecen en buenas obras y atesoran "para sí buen fundamento para lo por venir" para "que echen mano de la vida eterna". 1 Timoteo 6:19. Esto resultará una inversión segura.

Pero muchos muestran mediante sus obras que no se atreven a confiar en el banco del cielo. Prefieren confiar sus recursos financieros al mundo antes que enviarlos delante de ellos al cielo. Estos tienen que realizar una gran obra para vencer la codicia y el amor al mundo. Los ricos pobres, que profesan servir a Dios, son dignos de compasión. Mientras profesan conocer a Dios sus obras lo niegan. ¡Cuán grandes son las tinieblas que rodean a los tales! Profesan fe en la verdad, pero sus obras no corresponden con su profesión. El amor a las riquezas hace a los hombres egoístas, exigentes y despóticos.--The Review and Herald, 15 de enero de 1880.

El problema de seguir a Jesús

Jesús sólo requirió de él [el joven rico] que siguiese el camino que él señalaba. El espinoso camino del deber se hace más fácil de seguir cuando vemos delante de nosotros sus pasos divinos que hallan los abrojos. Cristo habría aceptado a este talentoso y noble dirigente si él se hubiera sometido a sus requerimientos, con la misma prontitud con que aceptó a los pobres pescadores a quienes pidió que le siguiesen.

La habilidad del joven para adquirir bienes no se imputaba contra él, siempre que amara a su prójimo como a sí mismo y no perjudicara a otros en la adquisición de sus riquezas. Si esa misma habilidad hubiese sido empleada al servicio de Dios para salvar a las almas de la ruina, el Maestro divino la habría aceptado y su poseedor habría sido un diligente y exitoso obrero para Cristo. Pero éste rehusó el elevado privilegio de colaborar con Cristo en la salvación de las almas; se apartó del glorioso tesoro prometido en el reino de Dios y se aferró a la efímera riqueza terrenal...

El joven rico representa a una numerosa clase de personas que serían cristianos excelentes si no tuvieran una cruz que llevar, si no tuvieran que soportar cargas humillantes, si no tuvieran que renunciar a ventajas terrenales, si no tuvieran que sacrificar bienes materiales o sentimientos. Cristo les ha confiado un capital en términos de aptitudes y recursos financieros, y por lo tanto espera los intereses correspondientes. Lo que poseemos no nos pertenece, sino que debemos emplearlo en el servicio de Aquel de quien hemos recibido todo lo que poseemos.--The Review and Herald, 21 de marzo de 1878.

La fe no es muy común entre los ricos

La fe consecuente es poco frecuente entre los ricos. La fe genuina manifestada en las obras, es rara. Pero todos los que posean esta fe serán hombres que no carecerán de influencia. Copiarán a Cristo su benevolencia desinteresada y su interés en la obra de salvar a las almas. Los seguidores de Cristo deberían valorar las almas así como él los valoró a ellos. Deberían simpatizar con la obra de su amado Redentor y esforzarse por salvar a cualquier precio lo que fue comprado con su sangre. ¿Qué son el dinero, las casas y las tierras en comparación con una sola alma?--The Review and Herald, 23 de febrero de 1886.

Las riquezas no son un rescate por el transgresor

Todas las riquezas, aun las de los más opulentos, no bastan para ocultar el pecado más pequeño ante la vista de Dios. Ni la riqueza ni el intelecto serán aceptados como rescate por el transgresor. El arrepentimiento, la verdadera humildad, un corazón contrito y un espíritu quebrantado, es lo único que será aceptable a Dios.

En nuestras iglesias hay muchos que deberían dar cuantiosas ofrendas, y no contentarse con presentar una porción escasa a Aquel que ha hecho tanto por ellos. Están recibiendo bendiciones ilimitadas, ¡pero cuán poco devuelven al Dador! Que los que son peregrinos y extranjeros en esta tierra, envíen sus tesoros delante de ellos a la patria celestial en forma de donativos tan necesarios que deben ir a la tesorería del Señor.--The Review and Herald, 18 de diciembre de 1888.

El mayor peligro

Se me mostró que los adventistas no carecían de recursos. El peligro mayor que corren en este momento está en su acumulación de recursos materiales. Algunos aumentan de continuo sus preocupaciones y labores; están sobrecargados. El resultado es que casi olvidan a Dios y las necesidades de su causa; están muertos espiritualmente. Se requiere de ellos que hagan un sacrificio a Dios, una ofrenda. Un sacrificio no aumenta, sino que disminuye y consume... Una gran parte de los bienes materiales poseídos por nuestro pueblo tan sólo representa un perjuicio para los que se aferran a ellos.--Testimonies for the Church 1:492.