Consejos sobre Mayordomía Cristiana

Capítulo 56

Dejado al honor de los hombres

El único plan que el Evangelio ha establecido para sostener la obra de Dios es el que deja el sostén de su causa librado al honor de los hombres. Estos, teniendo en cuenta la gloria de Dios, deben darle la proporción que él ha requerido. Contemplando la cruz del Calvario, mirando al Redentor del mundo, quien se empobreció por amor a nosotros para que por su pobreza fuésemos hechos ricos, debemos pensar que no hemos de hacernos tesoros en la tierra, sino que debemos acumular nuestras riquezas en el banco del cielo, el que nunca suspenderá ningún pago ni fallará. Dios ha dado a Jesús a nuestro mundo, y la pregunta que debemos formularnos es: ¿Qué podemos devolverle a Dios en términos de donativos y ofrendas para demostrarle nuestro aprecio por su amor? "De gracia recibisteis, dad de gracia".

Cada mayordomo fiel debería estar mucho más ansioso por aumentar la proporción de sus donaciones que entrega a la tesorería del Señor, antes que por disminuir sus ofrendas en una jota o una tilde. ¿A quién le sirve? ¿Para quién está preparando una ofrenda? Para Aquel de quien depende para recibir todas las buenas cosas de que disfruta. Entonces, que ninguno de los que recibimos la gracia de Cristo demos ocasión para que los ángeles se avergüencen de nosotros, y para que Jesús se avergüence de llamarnos hermanos.

¿Cultivaremos la ingratitud y la manifestaremos mediante nuestras prácticas mezquinas al dar a la causa de Dios?

¡No, no! Entreguémonos como un sacrificio vivo y demos nuestro todo a Jesús. Le pertenece, porque somos su posesión adquirida. Los que reciben su gracia, los que contemplan la luz del Calvario, no discutirán la proporción que deben dar, sino que pensarán que hasta la ofrenda más abundante es demasiado pequeña y desproporcionada en comparación con el gran don del Hijo unigénito del Dios infinito. Mediante la práctica de la abnegación, hasta los más pobres encontrarán el modo de obtener algo para devolverlo a Dios.

Mayordomos del tiempo

El tiempo es dinero, y muchos están perdiendo un tiempo precioso que podrían utilizar en trabajo útil, haciendo con sus manos cosas beneficiosas. El Señor nunca dirá: "Bien hecho, buen siervo y fiel", a quien no haya utilizado las habilidades físicas que Dios le prestó como talentos preciosos para juntar recursos con los cuales socorrer a los necesitados y presentar ofrendas a Dios.

Los ricos no deben pensar que pueden conformarse únicamente con dar de su dinero. Poseen habilidades, y deben estudiar la forma de obrar para ser aprobados por Dios, de ser instrumentos espirituales fervorosos en la educación y preparación de sus hijos para que éstos sean útiles. Los padres y los hijos no deben considerarse dueños de sí mismos y pensar que pueden disponer de su tiempo y propiedades en la forma como les plazca. Son la posesión adquirida por Dios, y el Señor pide los intereses de sus habilidades físicas, las que deben ser utilizadas para llevar un aporte a la tesorería del Señor.

La abnegación y la cruz

Si se suprimieran los mil canales del egoísmo que ahora existen, y si se dirigieran los recursos hacia el conducto debido, una gran cantidad de dinero fluiría hacia la tesorería. Muchas personas compran ídolos con el dinero que debería ir a la casa de Dios. Nadie puede practicar la verdadera generosidad sin practicar antes la abnegación genuina. La abnegación y la cruz están directamente en el camino de cada cristiano que es un verdadero seguidor de Cristo. Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame". Mateo 16:24. ¿Quiere cada alma considerar el hecho de que el discipulado cristiano incluye la abnegación, el sacrificio de sí mismo, hasta el punto de entregar la propia vida, si esto fuera necesario, por amor al que dio su vida por la vida del mundo?

Los cristianos que contemplan a Cristo en la cruz están comprometidos por su obligación hacia Dios, a causa del don infinito que él hizo en la persona de su Hijo, de no retener nada de lo que posean por muy precioso que esto sea para ellos. Si poseen cualquier cosa que pueda emplearse para atraer a cualquier alma, no importa cuán rica o cuán pobre ésta pueda ser, hacia el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, deben utilizar libremente tal cosa para realizar este propósito. El Señor emplea a los agentes humanos para que éstos sean colaboradores con él en la salvación de los pecadores.

Todo el cielo está empeñado activamente en proporcionar facilidades mediante las cuales extender el conocimiento de la verdad a todos los pueblos, naciones y lenguas. Si los que profesan haber sido verdaderamente convertidos no dejan brillar su luz para otros, están descuidando el cumplimiento de las palabras de Cristo.

No necesitamos preocuparnos en pensar cuánto se ha dado a la causa de Dios, sino más bien debemos considerar cuánto se ha retenido de su tesorería para dedicarse a la complacencia del yo en la búsqueda del placer y la gratificación de sí mismo. No necesitamos contar cuántos obreros han sido enviados, sino más bien cuántos han cerrado sus ojos del entendimiento para no ver cuál es su deber y para no ministrar a otros según sus diversas habilidades.

¡Cuántos podrían estar empleados ahora si en la tesorería hubiese recursos para sostenerlos en la obra! ¡Cuántas facilidades podrían utilizarse para extender la obra de Dios a medida que su providencia abre el camino! Cientos de obreros podrían estar empleados en el campo haciendo bien en diversos ramos, pero no están allí. ¿Por qué? El egoísmo los mantiene en sus hogares; aman la comodidad y por lo tanto permanecen alejados de la viña del Señor. Algunos irían a regiones alejadas, pero no tienen los recursos para trasladarse allá, porque otros han dejado sin hacer lo que deberían haber hecho. Estas son algunas razones por las que unos pocos obreros tienen que estar recargados como un carro bajo el peso de las gavillas, mientras hay otros que no llevan carga alguna.--The Review and Herald, 14 de julio de 1896.

El peso que podría salvar un alma

El Señor ha hecho provisión para que todos puedan ser alcanzados mediante el mensaje de la verdad, pero los recursos colocados en las manos de sus mayordomos para ese mismo propósito, han sido dedicados egoístamente a la gratificación de sí mismos.

¡Cuánto ha sido desperdiciado descuidadamente por nuestra juventud, gastado para la complacencia propia y la ostentación, en cosas sin las cuales habrían podido ser igualmente felices! Cada peso que poseemos es del Señor. En lugar de gastar dinero en cosas innecesarias, deberíamos invertirlo para responder a los llamamientos de la obra misionera.

A medida que se abren nuevos campos, aumentan constantemente los pedidos de más recursos. Si alguna vez hemos necesitado ejercer economía, es ahora. Todos los que trabajan en la causa deberían comprender la importancia que tiene el seguir de cerca el ejemplo del Salvador dado en la abnegación y economía. Deberían ver en los medios que manejan un depósito que Dios les ha encomendado, y deberían sentirse obligados a ejercer tacto y habilidad financiera en el uso del dinero de su Señor. Cada centavo debería atesorarse cuidadosamente. Un centavo parece una suma ínfima, pero cien centavos son un peso, y éste correctamente gastado puede constituir el medio de salvar a un alma de la muerte. Si todos los recursos que nuestro propio pueblo ha malgastado en la gratificación de sí mismo se hubiesen dedicado a la causa de Dios, no habría tesorerías vacías, y podrían establecerse misiones en todas partes del mundo.

Que los miembros de la iglesia ahora abandonen su orgullo y sus adornos. Cada uno debería mantener a mano una caja misionera, y colocar en ella cada centavo que se sienta tentado a gastar en la gratificación de sí mismo. Pero hay que hacer algo más fuera de suprimir las cosas superfluas. Hay que practicar la abnegación. Algunas de nuestras cosas confortables y deseables deben ser sacrificadas. Los predicadores deben aguzar sus mensajes, no sólo combatiendo la gratificación de sí mismo y el orgullo en el vestir, sino también presentando a Jesús, su vida de abnegación y sacrificio. Que el amor, la piedad y la fe sean atesorados en el corazón, y entonces frutos preciosos aparecerán en la vida.--Historical Sketches of the Foreign Missions of the Seventh Day Adventist, 293.