Los padres deberían ejercer el derecho que Dios les ha dado. Él les confió los talentos que desea que utilicen para su gloria. Los hijos no debían hacerse responsables de los talentos del padre. Cuando los padres aún gozan de sus facultades mentales y de un buen juicio, con oración y consideración y con la ayuda de los consejeros debidos con experiencia en la verdad y un conocimiento de la voluntad divina, deberían disponer de sus bienes.
Si tienen hijos afligidos o que luchan en la pobreza, y que harán un uso juicioso de los recursos, éstos deberían ser tomados en cuenta. Pero si tienen hijos que no son creyentes y que poseen abundancia de las cosas de este mundo, y que sirven al mundo, cometen un pecado contra el Maestro que los ha hecho mayordomos suyos si colocan recursos en las manos de éstos nada más porque son sus hijos. Los derechos de Dios no deben considerarse livianamente.
Y debería comprenderse claramente que no porque los padres hayan hecho su testamento esto debe privarlos de dar recursos a la causa de Dios mientras viven. Deberían hacerlo. Deberían tener la satisfacción aquí, y la recompensa en el más allá, de disponer mientras viven de los recursos que tienen en exceso. Deberían hacer su parte para promover la causa de Dios. Deberían utilizar los recursos que su Maestro les ha prestado para llevar a cabo la obra que necesita hacerse en su viña. El amor al dinero está a la raíz de casi todos los delitos cometidos en el mundo. Los padres que retienen egoístamente sus recursos para enriquecer a sus hijos, y que no ven las necesidades de la causa de Dios ni las alivian, cometen un terrible error. Los hijos a quienes piensan bendecir con sus recursos son maldecidos con ellos.
Las riquezas heredadas con frecuencia son una trampa
El dinero dejado a los hijos suele convertirse en una raíz de amargura. Estos con frecuencia se querellan a causa de los bienes que se les han dejado, y en el caso de que haya un testamento, difícilmente quedan satisfechos con las disposiciones del padre. Y esos bienes, en vez de despertar gratitud y reverencia por su memoria, crean insatisfacción, murmuraciones, envidia y falta de respeto. Los hermanos y las hermanas que vivían en paz unos con otros, algunas veces se malquistan y las disensiones familiares son a menudo el resultado de los recursos heredados. Las riquezas son deseables nada más que como medios para satisfacer las necesidades presentes, y para hacer bien a otros. Pero las riquezas heredadas con frecuencia se convierten en una trampa para el que las posee en vez de constituir una bendición para él. Los padres no deberían tratar de exponer a sus hijos a las tentaciones que les esperan cuando les dejan recursos financieros que éstos no han realizado ningún esfuerzo para ganar.
La transferencia de bienes a los hijos
Se me mostró que algunos hijos que profesan creer la verdad, en forma indirecta ejercerían influencia sobre el padre para que éste deje sus recursos financieros a sus hijos, en vez de destinarlos a la causa de Dios mientras vive. Los que han influido en su padre para que éste traslade esta mayordomía sobre ellos, no saben lo que están haciendo. Están echándose encima una doble responsabilidad: la de pesar sobre la mente de su padre para que éste no cumpla el propósito de Dios en la disposición de los recursos que él le prestó para que los utilizara para su gloria, y la responsabilidad adicional de convertirse en mayordomos de bienes que el padre debió haber entregado a los cambiadores para que el Maestro recibiese lo que le pertenece con los intereses correspondientes.
Muchos padres cometen un gran error al transferir sus propiedades a las manos de sus hijos mientras ellos mismos son los responsables por el uso o abuso de los talentos que Dios les ha prestado. Ni los padres ni los hijos son hechos más felices por estas transferencias de bienes. Y aun cuando los padres vivan unos pocos años más después de esto, generalmente tienen que lamentar esta decisión realizada por ellos. Este procedimiento no aumenta el amor de los padres por sus hijos. Los hijos no sienten mayor gratitud y obligación hacia sus padres a causa de su liberalidad. En la raíz de este asunto hay una maldición que produce únicamente egoísmo de parte de los hijos e infelicidad y desdichados sentimientos de una estrecha dependencia de parte de los padres.
Si los padres, mientras viven, ayudan a sus hijos a ayudarse a sí mismos sería mejor que si les dejasen una gran cantidad a su muerte. Los hijos que aprenden a confiar en sus propios méritos llegan a ser mejores hombres y mujeres, y están mejor capacitados para la vida práctica, que los hijos que han dependido de los bienes de su padre. Los hijos a quienes se ha enseñado a depender de sus propios recursos, generalmente aprecian sus habilidades, aprovechan sus privilegios y cultivan y dirigen sus facultades para realizar un propósito en la vida. Con frecuencia desarrollan hábitos de laboriosidad, frugalidad y dignidad moral, que están a la base del éxito en la vida cristiana. Los hijos por quienes los padres hacen más, es frecuente que se sientan muy poco obligados hacia ellos.--Testimonies for the Church 3:121-123.