Cristo Nuestro Salvador

Capítulo 5

La niñez de Jesús

Jesús pasó toda su niñez en un pueblecito de las montañas. Era Hijo de Dios y podría haber vivido en cualquier parte del mundo. La presencia de Jesús hubiera honrado cualquier lugar, pero el Salvador no escogió su morada entre los ricos ni en palacios de reyes. Prefirió vivir entre los pobres de Nazaret.

Jesús quiere que los pobres sepan que él comprende sus pruebas. Ha sufrido todo lo que ellos tienen que sufrir, así que simpatiza con ellos y puede ayudarles.

Respecto a los primeros años de Jesús la Escritura dice: "Y el niño crecía, y se iba fortaleciendo en espíritu, llenándose de sabiduría: y la gracia de Dios era sobre él." "Y Jesús avanzaba en sabiduría y en estatura, y en favor para con Dios y los hombres." Lucas 2:40, 52.

Su mente era despejada y activa. Era perspicaz y daba pruebas de sabiduría y conocimiento superiores a los de su edad. Sin embargo, su conducta era sencilla e infantil, y crecía en inteligencia y en estatura como otros niños.

Pero Jesús no se asemejaba en todo a los demás niños. Siempre demostraba mansedumbre y humilde abnegación. Sus manos estaban siempre listas para servir a los demás. Era paciente y siempre decía la verdad.

Firme como la roca en asuntos de rectitud, jamás dejó de ser amable y cortés para con todos. En el hogar, o dondequiera que estuviese, era como un rayo de sol para sus compañeros.

Era atento y bondadoso con los ancianos y los pobres, y benévolo hasta con los animales. Cuidaba al pajarillo herido, y todo ser viviente se sentía más feliz en su presencia.

En tiempo de Cristo, los judíos cuidaban mucho de la educación de sus hijos. Sus escuelas estaban relacionadas con las sinagogas, o lugares de culto, y los maestros, llamados rabinos, eran hombres que gozaban fama de muy instruídos.

Jesús no frecuentó esas escuelas, porque en ellas se enseñaban muchas cosas que no eran verdaderas. En vez de la Palabra de Dios, se estudiaban doctrinas humanas, contrarias muchas veces a lo que Dios había enseñado por los profetas.

Por el Espíritu Santo Dios mismo indicó a María cómo debía educar a su Hijo. María enseñaba a Jesús por las Santas Escrituras, y el niño aprendió a leer y a estudiar por sí mismo el Libro de Dios.

Además, Jesús era muy dado al estudio de las cosas maravillosas que Dios había hecho en la tierra y en el cielo. En el libro de la naturaleza estudiaba las plantas, los animales, el sol y las estrellas.

Día tras día observaba estas cosas. Procuraba aprender las lecciones que encerraban y comprender la razón de su existencia.

Los santos ángeles le acompañaban, y le ayudaban a comprender a Dios por medio de esas cosas. Así mientras crecía en estatura y fuerza, crecía también en conocimiento y sabiduría.

Todo niño puede obtener conocimientos de la misma manera como Jesús los obtuvo. Sólo debemos dedicar nuestro tiempo a aprender lo que es verdadero. La mentira y las fábulas no nos serán de provecho.

Sólo la verdad es de valor, y ésta podemos aprenderla de la Palabra de Dios y de las obras del Altísimo. A medida que estudiemos estas cosas, nuestra mente se fortalecerá, nuestros corazones se purificarán, y seremos más parecidos a Cristo.

Cada año José y María iban a Jerusalén, a la fiesta de la pascua. Cuando Jesús tuvo doce años de edad, le llevaron consigo.

Era éste un viaje agradable. La gente viajaba a pie, o cabalgaba en bueyes o burros, y se requerían varios días para llegar a la capital. La distancia desde Nazaret hasta Jerusalén es de unas veintidós leguas. De todas partes del país, y aun de otras tierras, el pueblo iba a aquella fiesta, y los de un mismo lugar viajaban generalmente juntos en un grupo grande.

La fiesta se celebraba a fines de marzo o a principios de abril. Era entonces primavera en Palestina, y todo el país estaba esmaltado de flores, y los pájaros con sus cantos llenaban los aires de alegría.

Durante el viaje los padres relataban a sus hijos las maravillas que Dios había hecho en beneficio de Israel en las edades pasadas, y a menudo cantaban juntos algunos de los hermosos salmos de David.

En días de Cristo el pueblo se había vuelto indiferente y formalista respecto al servicio de Dios. Pensaba más en sus propios placeres que en la misericordia de Dios para con él.

Pero tal no era la actitud de Jesús, pues gustaba de pensar en Dios. Al llegar al templo, observó a los sacerdotes en su servicio. Se arrodilló con los adoradores para orar, y unió su voz a la de ellos en los cánticos de alabanza.

Todas las mañanas y todas las tardes ofrecíase un cordero sobre el altar. Esto era para representar la muerte del Salvador. Mientras el niño Jesús miraba la víctima inocente, el Espíritu Santo le enseñó lo que significaba. Sabía que él mismo, como Cordero de Dios, tendría que morir por los pecados de los hombres.

Con tales pensamientos en la mente, Jesús sintió la necesidad de estar solo. Así que no se quedó en el templo con sus padres, y cuando éstos partieron para volver a casa no estaba con ellos.

En un recinto anexo al templo había una escuela donde los rabinos enseñaban, y hacia ese lugar se había encaminado el niño Jesús. Se sentó con los demás jóvenes a los pies de los grandes maestros para escuchar sus palabras.

Los judíos tenían muchas ideas erróneas tocante al Mesías. Jesús lo sabía muy bien, pero no contradijo a los sabios. Como si estuviera deseoso de ser enseñado, hacía preguntas acerca de lo que los profetas habían escrito.

El capítulo 53 de Isaías habla de la muerte del Salvador; Jesús lo leyó, y preguntó su significado. Los rabinos no pudieron explicarlo.

Comenzaron a interrogar a Jesús, y se asombraron del conocimiento que tenía de las Escrituras. Vieron que las entendía mucho mejor que ellos mismos. Comprendieron que su propia enseñanza era incorrecta, pero no estaban dispuestos a creer algo diferente.

Jesús se comportó con tanta modestia y mansedumbre que no se enojaron con él. Quisieron retenerle como estudiante y enseñarle a explicar la Biblia como ellos la explicaban.

Cuando José y María salieron de Jerusalén camino de su casa, no notaron que Jesús no estaba con ellos. Pensaron que estaría con amigos en otra parte de la misma compañía.

Pero al detenerse por la noche para acampar, echaron de menos su ayuda. Le buscaron entre toda la compañía, mas en vano.

Entonces José y María se llenaron de temor. Recordaron cómo Herodes había procurado matar a Jesús en su infancia, y tuvieron miedo de que algún mal le hubiese sucedido.

Con corazones afligidos, regresaron apresuradamente a Jerusalén, pero no le encontraron hasta el tercer día.

Grande fué su gozo al verle otra vez. Sin embargo, María creyó que Jesús merecía una censura por haberse apartado de ellos, y le dijo: "Hijito, ¿por qué has hecho así con nosotros? ¡He aquí que tu padre y yo te hemos buscado angustiados!"

El respondió: "¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" Lucas 2:48, 49.

Diciendo esto señalaba al cielo con el dedo. En su rostro brillaba una luz que los asombraba. Jesús sabía que era el Hijo de Dios y que había estado ocupado en la obra para la cual había sido enviado al mundo.

María no olvidó jamás estas palabras. Años después entendió mejor su significado admirable.

José y María amaban a Jesús, pero habían sido descuidados, y le habían perdido. Habían olvidado la obra que Dios les había confiado. Por la negligencia de un día habían perdido a Jesús.

De la misma manera hoy día muchos pierden la compañía del Salvador. Cuando no nos gusta meditar en él ni orar, cuando decimos palabras ociosas, carentes de bondad o impías, nos separamos de Cristo. Sin él nos sentimos tristes y solitarios.

Pero si en realidad deseamos su compañía, siempre estará con nosotros. El Salvador se deleita en quedarse con los que buscan su presencia. Trae luz y gozo al hogar más humilde, y felicidad al corazón más triste.

Aunque sabía que era el Hijo de Dios, se encaminó Jesús hacia su hogar en Nazaret, con José y María, y hasta que tuvo treinta años de edad "les estaba sujeto."

El que había mandado en el cielo, al estar en la tierra fué hijo amante y obediente. Guardó en su corazón las grandes verdades que había despertado en su mente el culto divino en el templo. Esperó el tiempo señalado por Dios para comenzar su obra.

Jesús vivía en un hogar de campesinos como hombre pobre. Fiel y alegremente desempeñó la parte que le correspondía para asegurar el sostén de la familia. Tan pronto como hubo cumplido la edad requerida aprendió un oficio. Se hizo carpintero y trabajó en el taller con José.

Vistiendo la tosca ropa del trabajador, pasaba por las calles de la pequeña población, al ir y volver de su trabajo. No se valía de su poder divino para hacer más fácil su labor.

Mientras trabajaba durante su niñez y su juventud, Jesús se fortalecía en cuerpo y mente. Procuraba hacer uso de todas sus facultades con el fin de conservar su salud y de hacerlo todo lo mejor posible.

Todo lo que hacía, lo hacía bien. Quería ser perfecto aun en el manejo de las herramientas. Con su ejemplo nos enseñó que debemos ser diligentes, que debemos trabajar con empeño, y que el trabajo es honroso. Todos deben tener algo que hacer que les sea de provecho a ellos mismos y a los demás.

Dios nos dió el trabajo para que fuera una bendición para nosotros, y se complace en que los niños desempeñen alegremente la parte que les corresponde en las tareas de casa, aliviando así la carga del padre y de la madre. Los hijos que así obren saldrán del hogar para beneficiar a otros.

Los jóvenes que procuran agradar a Dios en todo lo que hacen y que hacen lo bueno porque es bueno resultarán muy útiles en el mundo. Al ser fieles en lugares humildes, se preparan para ocupar puestos elevados.