Cristo Nuestro Salvador

Capítulo 19

Judas

Los príncipes de los judíos ansiaban apoderarse de Jesús, pero no se atrevían a prenderle abiertamente por temor de alborotar al pueblo. Buscaron por tanto a alguien que se lo entregara secretamente y en Judas, uno de los doce discípulos, encontraron al hombre dispuesto a cometer esta vil acción.

Aunque Judas tenía por naturaleza mucho amor al dinero, no siempre había sido depravado y malo hasta el extremo de poder hacer tamaña villanía. Pero había fomentado dentro de sí el mal espíritu de la codicia hasta transformarlo en la pasión dominante de su vida, y hacerse capaz de vender a su Señor por treinta monedas de plata, el precio de un esclavo. Se atrevió a entregarlo en Getsemaní con un beso.

Siguió después paso a paso al Hijo de Dios desde el huerto al tribunal de los gobernadores judíos. No se imaginaba que el Salvador se dejaría matar por los judíos, como amenazaban hacerlo.

Esperaba que de un momento a otro le vería en libertad, protegido por el poder divino, como en ocasiones anteriores. Pero pasaban las horas, y al ver que Jesús se sometía humildemente a todas las ignominias y a todos los ultrajes sintióse presa de terrible inquietud, pues comenzó a comprender que en realidad la muerte había llegado ya para su Maestro.

Cuando la causa estaba por fallarse, Judas no pudo ya soportar el tormento de su mala conciencia. De repente se dejó oír en la sala una voz ronca que llevó una sensación de horror al corazón de todos los oyentes:

"¡Es inocente! ¡Ten misericordia de él, oh Caifás!" ¡No ha hecho nada digno de muerte!"

Judas, con su alta estatura, se abrió paso entre la multitud asombrada. Su rostro estaba pálido y desencajado y grandes gotas de sudor le bañaban la frente. Precipitándose ante el trono del sumo sacerdote, arrojó a sus pies las monedas de plata que había recibido en pago de su traición. Con ansia trabó del manto de Caifás y le imploró que pusiera en libertad a Jesús, declarando que era inocente de todo crimen. Caifás le apartó de sí con ira y desdeñosamente le contestó:

"¿Qué se nos da a nosotros? ¡viéraslo tú!" Mateo 27:4.

Judas se arrojó entonces a los pies de Jesús, declarándole Hijo de Dios y suplicándole que ejerciera su potestad divina para libertarse de sus enemigos.

Bien sabía el Salvador que Judas no se había arrepentido verdaderamente de su pecado. El falso discípulo temía ser castigado por su terrible actuación; pero no sentía verdadero pesar por haber traicionado al inmaculado Hijo de Dios. No obstante, el Salvador no censuró al traidor ni con una mirada ni con una palabra de condenación. Comprendió que estaba sufriendo el más amargo remordimiento por su crimen. Mirándole con compasión dijo:

"Para esta hora vine yo al mundo."

Un murmullo de sorpresa circuló por toda la asamblea al ver la celestial mansedumbre del Salvador para con el traidor.

Viendo que todos sus ruegos eran inútiles para libertar a su Maestro, Judas se precipitó por la sala exclamando:

"¡Es demasiado tarde! ¡demasiado tarde!"

Se dió cuenta de que no le era posible vivir para ver crucificado a Jesús, y en la agonía de su remordimiento fué y se ahorcó.

Más tarde aquel mismo día, en el camino del tribunal de Pilato al Calvario, hubo una interrupción en las mofas y en los gritos de la turba malvada que llevaba a Jesús al lugar de la crucifixión. Al pasar por un lugar solitario, vieron al pie de un árbol seco el cadáver de Judas. Era un espectáculo horroroso. Su peso había roto la cuerda con la cual se había colgado del árbol. Al caer el cuerpo quedó horriblemente destrozado y en ese momento los perros lo estaban devorando.

Sus restos fueron sepultados inmediatamente y las mofas disminuyeron; muchos rostros revelaban por su palidez la inquietud que comenzaba a embargar los corazones. El castigo parecía alcanzar ya a los que eran culpables de la sangre de Jesús.