Cristo Nuestro Salvador

Capítulo 25

"Ha resucitado"

Se tomarón las mayores precauciones para asegurar el sepulcro del Salvador, y una gran piedra fué colocada a su entrada. Sobre ella se puso el sello romano de tal modo que no pudieran moverla sin romperlo.

Rodeaba al sepulcro una guardia de soldados romanos, cuyo deber era custodiarlo estrictamente para que nadie pudiese tocar el cuerpo que contenía. Pusieron, pues, centinelas ante el sepulcro y lo velaron mientras que el resto de la guardia descansaba en derredor.

Pero había todavía otra guardia que rodeaba aquella tumba. La formaban poderosos ángeles celestiales. Cualquiera de ellos, si hubiera querido ejercer su poder, habría aniquilado a todo el ejército romano.

Transcurrida la noche del primer día de la semana, llega la hora más obscura, que es la que precede a la aurora.

Uno de los ángeles más poderosos es enviado del cielo. Su rostro es como el relámpago y su vestidura más blanca que la nieve. Aparta la obscuridad a su paso y todo el firmamento se ilumina con su deslumbrante gloria.

Los soldados despiertan sobresaltados, y contemplan con terror y admiración los cielos entreabiertos y la brillante visión que de ellos desciende.

La tierra tiembla y se remueve al acercarse aquel potente ser de otro mundo. Viene con un mensaje de gozo, y la rapidez y fuerza de su vuelo hacen que el mundo tiemble como presa de gran terremoto. Los oficiales, soldados y centinelas caen en tierra como muertos.

Había también otra guardia que rodeaba aquella sepultura. Era una compañía de ángeles malignos. El Hijo de Dios había caído en poder de la muerte, y le consideraban como legítima presa de aquel que tiene el poder de la muerte, es decir, Satanás.

Allí, pues, estaban los ángeles de Satanás para cuidar que ningún poder les arrebatara a Jesús. Pero al descender aquel resplandeciente mensajero enviado desde el trono de Dios, huyeron despavoridos.

El ángel tomó la gran piedra de la entrada del sepulcro y la apartó como insignificante guijarro. Luego en tono que hizo temblar la tierra exclamó:

¡Jesús, Hijo de Dios, tu Padre te llama!

Entonces Aquel que había merecido el triunfo sobre la muerte y el sepulcro salió de la tumba. Sobre el sepulcro abierto, proclamó: "¡Yo soy la resurrección y la vida!" Y las huestes angelicales se postraron ante el Redentor adorándole reverentemente, y le dieron la bienvenida con cánticos de alabanza.

Jesús salió cual glorioso conquistador. Ante él la tierra se estremeció, brillaron relámpagos y resonó el trueno.

Cuando Cristo entregara su vida, un terremoto señaló aquella hora suprema, y otro terremoto anunció el momento en que, triunfante, volvió a la vida.

Grande fué la ira de Satanás al ver huír a sus ángeles ante el mensajero celestial. Se había atrevido a esperar que Jesús no volviera a la vida y que fracasaría el plan de redención; pero perdió el ánimo cuando vió al Salvador salir victorioso del sepulcro. Entonces comprendió Satanás que su reino acabaría y que él mismo sería destruído.