Es el propósito de Dios manifestar por su pueblo los principios de su reino. Para que en su vida y carácter ellos revelen estos principios, desea él separarlos de las costumbres y prácticas del mundo. Trata de atraerlos a sí, a fin de poder hacerles conocer su voluntad.
El propósito que Dios trata de lograr por medio de su pueblo hoy es el mismo que deseaba realizar por Israel cuando lo sacó de Egipto. Contemplando la bondad, la misericordia, la justicia y el amor de Dios revelados en la iglesia, el mundo ha de obtener una representación de su carácter. Y cuando la ley de Dios quede así manifestada en la vida, aun el mundo reconocerá la superioridad de los que aman, temen y sirven a Dios sobre todos los demás habitantes de la tierra.
Los ojos del Señor se fijan en cada uno de sus hijos; tiene planes acerca de cada uno de ellos. Es propósito suyo que aquellos que practican sus santos preceptos sean un pueblo distinguido. Al pueblo de Dios de la actualidad tanto como al antiguo Israel pertenecen las palabras que Moisés escribió por inspiración del Espíritu: “Porque tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de la tierra”. Deuteronomio 7:6.
La formación de un carácter semejante al de Cristo
La religión de Cristo no degrada nunca al que la recibe; nunca lo hace burdo ni tosco, descortés ni engreído, apasionado ni duro de corazón. Por el contrario, refina el gusto, santifica el juicio, purifica y ennoblece los pensamientos, poniéndolos en sujeción a Cristo. El ideal de Dios para sus hijos es más elevado de lo que puede alcanzar el más sublime pensamiento humano. El ha dado en su santa ley un trasunto de su carácter.Viva valientemente hoy
Recibida en el corazón, la verdad de Dios puede hacernos sabios para salvación. Al creerla y obedecerla, recibiremos gracia suficiente para los deberes y las pruebas de hoy. No necesitamos la gracia para mañana. Debemos comprender que hemos de tratar tan sólo con el día de hoy. Venzamos hoy; neguémonos a nosotros mismos; velemos y oremos ahora. Obtengamos victorias en Dios hoy. Las circunstancias y el ambiente que nos rodean, los cambios que se realizan diariamente alrededor de nosotros y la Palabra escrita de Dios que discierne y prueba todas las cosas bastan para enseñarnos nuestro deber y lo que debemos hacer día tras día. En vez de permitir que nuestra mente se espacie en pensamientos de los cuales no obtenemos beneficio alguno, debemos escudriñar las Escrituras diariamente y cumplir en la vida cotidiana los deberes que tal vez ahora nos resulten penosos, pero que alguien debe cumplir.Representad a Dios por una vida abnegada
El pecado más difundido que nos separa de Dios y provoca tantos trastornos espirituales contagiosos, es el egoísmo. No se puede vol- ver al Señor excepto mediante la abnegación. Por nosotros mismos no podemos hacer nada; pero si Dios nos fortalece, podemos vivir para hacer bien a otros, y de esta manera rehuir el mal del egoísmo. No necesitamos ir a tierras paganas para manifestar nuestros deseos de consagrarlo todo a Dios en una vida útil y abnegada. Debemos hacer esto en el círculo del hogar, en la iglesia, entre aquellos con quienes tratamos y con aquellos con quienes hacemos negocios. En las mismas vocaciones comunes de la vida es donde se ha de negar al yo y mantenerlo en sujeción. Pablo podía decir: “Cada día muero”. 1 Corintios 15:31. Es esa muerte diaria del yo en las pequeñas transacciones de la vida lo que nos hace vencedores. Debemos olvidar el yo por el deseo de hacer bien a otros. A muchos les falta decididamente amor por los demás. En vez de cumplir fielmente su deber, procuran más bien su propio placer.El pecado imperdonable
¿En qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo? En atribuir voluntariamente a Satanás la obra del Espíritu Santo. Supongamos, por ejemplo, que uno presencie la obra especial del Espíritu de Dios. Tiene evidencia convincente de que la obra está en armonía con las Escrituras, y el Espíritu testifica a su espíritu que es de Dios. Pero más tarde, cae bajo la tentación; lo domina el orgullo, la suficiencia propia, o alguna otra característica mala; y rechazando toda la evidencia de su carácter divino, declara que lo que antes reconoció como ser del Espíritu Santo era poder de Satanás. Por medio de su Espíritu es como Dios obra en el corazón humano; y cuando los hombres rechazan voluntariamente al Espíritu, y declaran que es de Satanás, cortan el conducto por medio del cual Dios puede comunicarse con ellos. Al negar la evidencia que a Dios le agradó darles, apagan la luz que había resplandecido en sus corazones, y como resultado son dejados en tinieblas. Así se cumplen las palabras de Cristo: “Mira pues, si la lumbre que en ti hay, es tinieblas”. Lucas 11:35. Por un tiempo, las personas que han cometido este pecado pueden aparentar ser hijos de Dios; pero cuando se presentan circunstancias que han de desarrollar el carácter, y manifestar qué clase de espíritu las posee, se descubrirá que están en el terreno del enemigo, bajo su negro estandarte.Confesando o negando a Cristo
En nuestro trato con la sociedad, en la familia, o en cualesquiera relaciones que trabemos en la vida, sean ellas limitadas o extensas, hay muchas maneras por las cuales podemos reconocer a nuestro Señor, y muchas maneras por las cuales le podemos negar. Podemos negarle en nuestras palabras, por hablar mal de otros, por conversaciones insensatas, bromas y burlas, por palabras ociosas o desprovistas de bondad, o prevaricando al hablar contrariamente a la verdad. Con nuestras palabras podemos confesar que Cristo no está en nosotros. Con nuestro carácter podemos negarle, amando nuestra comodidad, rehuyendo los deberes y las cargas de la vida que alguien debe llevar si nosotros no lo hacemos, y amando los placeres pecaminosos. También podemos negar a Cristo por el orgullo de los vestidos y la conformidad al mundo, o por una conducta descortés. Podemos negarle amando nuestras propias opiniones, y tratando de ensalzar y justificar el yo. Podemos también negarle permitiendo que la mente se espacie en un sentimiento de amor enfermizo y meditando en nuestra supuesta mala suerte y pruebas.