[La mayor parte de los consejos que aparecen en este capítulo fueron presentados por Elena G. de White en una asamblea en la que se habían reunido obreros de varios países con idiomas y costumbres diferentes. Algunos de estos obreros habían razonado erróneamente en el sentido de que los consejos que el Señor había dado a su pueblo por medio de Elena G. de White estaban destinados sólo a los compatriotas de ella.—Los fideicomisarios del Patrimonio White.]
Si fuéramos a Cristo con la sencillez de un niño que se dirige a sus padres terrenales, para pedirle las cosas que nos ha prometido, creyendo que las recibiremos, las obtendríamos. Si todos hubiéramos ejercitado la fe como debiéramos haberlo hecho, habríamos recibido en nuestras asambleas una mayor medida del Espíritu de Dios. Me alegro de que aún nos quedan algunos días antes de finalizar estas reuniones. Ahora debemos preguntarnos: ¿Acudiremos a beber de la fuente? ¿Darán el ejemplo los que enseñan la verdad? Dios hará grandes cosas por nosotros si con fe aceptamos su palabra al pie de la letra. ¡Ojalá viéramos aquí a todos los corazones humillándose delante de Dios!
Desde el principio de estas reuniones se me ha instado a espaciarme mucho en el amor y la fe. Ello se debe a que necesitáis este testimonio. Algunos de los que han entrado en estos campos misioneros han dicho: “No comprendéis al pueblo francés; no comprendéis a los alemanes. Hay que tratarlos de esta o aquella manera”.
Pero pregunto: ¿Acaso Dios no los entiende? ¿No es él quien da a sus siervos un mensaje para la gente? El sabe exactamente lo que cada cual necesita; y si el mensaje viene directamente de él, por intermedio de sus siervos, cumplirá la obra que motiva su envío; todos serán unificados en Cristo. Aun cuando algunos sean categóricamente franceses y otros decididamente alemanes y otros profundamente norteamericanos, todos llegarán a ser tan categóricamente semejantes a Cristo.
El templo judío fue construído con piedras labradas que se sacaron de las montañas. Y cada piedra era preparada para su lugar en el templo, labrada a escuadra, pulida y probada antes de ser transportada a Jerusalén. Cuando todas esas piedras se encontraron sobre el terreno, la edificación se hizo sin que se oyera el ruido de un hacha o de un martillo. Esta edificación representa el templo espiritual de Dios, compuesto de materiales traídos de todas las naciones, len guas, pueblos y clases sociales, grandes y pequeños, ricos y pobres, sabios e ignorantes. No se trata de substancias inertes, que deban ser trabajadas por medio del martillo o el cincel. Son piedras vivas, sacadas de la cantera del mundo por medio de la verdad; y el gran Arquitecto, el Señor del templo, está ahora labrándolas y puliéndolas, preparándolas para su lugar respectivo en el templo espiritual. Ese templo, una vez terminado, será perfecto en todas sus partes y causará la admiración de los ángeles y de los hombres; porque Dios es su Arquitecto y Constructor.
Nadie piense que no tiene necesidad de golpe alguno. No hay persona ni nación que sea perfecta en todas sus costumbres y maneras de pensar. Una debe aprender de otra. Por esto Dios quiere que las diferentes nacionalidades se asocien para llegar a ser un solo pueblo en sus maneras de ver y en sus propósitos. Así será cumplida la unión que es en Cristo.
Vine a este país con cierta aprensión, por lo mucho que había oído de las peculiaridades de las diferentes naciones europeas y de los medios que debían usarse para alcanzarlas. Pero la sabiduría divina es prometida a los que sienten su necesidad de ella y la piden. Dios es quien puede traer a la gente al punto en que quiera recibir la verdad. Dejad al Señor tomar posesión de las mentes para modelarlas como el alfarero modela la arcilla, y las diferencias desaparecerán. Hermanos, mirad a Cristo; imitad sus modales y su espíritu; luego no os será difícil alcanzar a las diferentes clases de personas. No tenemos seis modelos para imitar, ni tampoco cinco, sino uno solo: Cristo Jesús. Si los hermanos italianos, franceses y alemanes se esfuerzan en parecérsele, colocarán sus pies sobre el mismo fundamento, el de la verdad; el mismo espíritu que anima al uno animará también al otro: Cristo en ellos, esperanza de gloria.
Quiero exhortaros, hermanos y hermanas, a no levantar un muro de separación entre las diferentes nacionalidades. Esforzaos, por el contrario, en derribarlo en todas partes donde exista. Deberíamos esforzarnos para llevar a todo el mundo a la armonía que hay en Jesús y trabajar con un solo fin: la salvación de nuestros semejantes.
Hermanos míos en este ministerio, ¿aceptaréis las ricas promesas de Dios? ¿Ocultaréis al yo para dejar aparecer a Jesús? El yo debe morir antes que Dios pueda obrar por nuestro medio. Siento alarma cuando veo asomar el yo aquí y allá, en uno y en otro. En el nombre de Jesús de Nazaret, os declaro que vuestra voluntad debe morir; debe identificarse con la voluntad de Dios. El desea fundiros y purificaros de toda mácula. Una gran obra debe ser hecha en vosotros antes que podáis ser henchidos del poder de Dios. Os suplico que os acerquéis a él a fin de poder recibir sus ricas bendiciones antes de terminar estas reuniones.
La relación de Cristo con las nacionalidades
Cristo no reconocía distinción de nacionalidad, jerarquía o credo. Los escribas y fariseos querían acaparar todos los dones del cielo en favor de su nación, con exclusión del resto de la familia de Dios en el mundo entero. Pero Jesús vino para derribar toda barrera de separación. Vino a mostrar que el don de su misericordia y de su amor, como el aire, la luz o la lluvia que refresca el suelo, no reconoce límites.Una ilustración de cómo se consigue la unidad
Cuando los creyentes que esperaban el próximo regreso del Señor eran sólo un puñado, hace muchos años ya, los observadores del sábado en Topsham, estado de Maine, se reunían para el culto en la amplia cocina del Hno. Stockbridge Howland. Un sábado de mañana, el Hno. Howland estaba ausente. Esto nos sorprendió, porque era siempre puntual. Muy pronto le vimos llegar con el rostro iluminado por la gloria de Dios. “Hermanos—dijo—, he hallado algo, y es esto: podemos adoptar una conducta que nos garantice la promesa de la Palabra divina: ‘No caeréis jamás’. Voy a deciros de qué se trata”.Hay fuerza en la unidad
Trabajad con ardor en favor de la unión. Orad, trabajad para obtenerla. Ella os traerá salud espiritual, pensamientos elevados, nobleza de carácter, el ánimo celestial, y os permitirá vencer el egoísmo y las suspicacias, y ser más que vencedores por Aquel que os amó, y se dio a sí mismo por vosotros. Crucificad al yo, considerad a los demás más excelentes que vosotros mismos; y así realizaréis la unión con Cristo. Ante el universo celestial, ante la iglesia y el mundo, daréis la prueba indiscutible de que sois hijos de Dios. Dios será glorificado por el ejemplo que deis.