Agentes medicamentosos de la naturaleza
Es importante familiarizarse con el beneficio de seguir una dieta especial en caso de enfermedad. Todos deben entender qué hacer en favor de sí mismos.
Hay muchas maneras de practicar el arte de sanar; pero hay una sola que el cielo aprueba. Los remedios de Dios son los simples agentes de la naturaleza, que no recargarán ni debilitarán el organismo por la fuerza de sus propiedades. El aire puro y el agua, el aseo y la debida alimentación, la pureza en la vida y una firme confianza en Dios, son remedios por cuya falta millares están muriendo; sin embargo, estos remedios están pasando de moda porque su uso hábil requiere trabajo que la gente no aprecia. El aire puro, el ejercicio, el agua pura y un ambiente limpio y amable, están al alcance de todos con poco costo; mientras que las drogas son costosas, tanto en recursos como en el efecto que producen sobre el organismo.
El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimenticio conveniente, el agua y la confianza en el poder divino son los verdaderos remedios. Todos debieran conocer los agentes que la naturaleza provee como remedios, y saber aplicarlos. Es de suma importancia darse cuenta exacta de los principios implicados en el trata miento de los enfermos, y recibir una instrucción práctica que le habilite a uno para hacer uso correcto de estos conocimientos.
El empleo de los remedios naturales requiere más cuidados y esfuerzos de lo que muchos quieren prestar. El proceso natural de curación y reconstitución es gradual y les parece lento a los impacientes. El renunciar a la satisfacción dañina de los apetitos impone sacrificios. Pero al fin se verá que, si no se le pone trabas, la naturaleza desempeña su obra con acierto y los que perseveren en la obediencia a sus leyes encontrarán recompensa en la salud del cuerpo y del espíritu.
A menudo los médicos aconsejan a los inválidos que visiten otros países, que vayan a alguna fuente de agua mineral, y que atraviesen el océano para recuperar la salud; cuando, en nueve casos de cada diez, si comieran en forma temperante, e hicieran ejercicio saludable con un espíritu alegre, recuperarían la salud y ahorrarían tiempo y dinero. El ejercicio, y el uso libre y abundante de aire y luz de sol -bendiciones que el cielo nos ha concedido a todos nosotros- en muchos casos darían vida y fuerza a los macilentos inválidos.
Algunas cosas que podemos hacer por nosotros mismos
Con respecto a lo que podemos hacer por nosotros mismos, hay un punto que requiere una consideración cuidadosa y concienzuda. Debo conocerme a mí mismo, siempre debo aprender cómo cuidar este edificio, el cuerpo que Dios me ha dado, a fin de preservarlo en la mejor condición de salud posible. Debo consumir aquellas cosas que me mantendrán en mejor condición física, y debo tratar especialmente de vestirme en forma tal que permita una circulación saludable de la sangre. No debo privarme del ejercicio ni de aire. Debo recibir toda la luz del sol que me sea posible obtener.
Debo actuar con sabiduría para llegar a ser un fiel guardián de mi cuerpo. Sería muy imprudente que entrase en una habitación fría cuando estoy transpirando; sería un mayordomo infiel si me sentase en la trayectoria de una corriente de aire, exponiéndome de ese modo a contraer un resfrío. Actuaría insensatamente si me sentará con las manos y los pies fríos, privando de este modo de sangre a las extremidades y congestionando el cerebro o los órganos internos. Siempre debo proteger mis pies de la humedad.
Debo comer regularmente los alimentos más saludables para producir la sangre de mejor calidad, y no debería trabajar con intemperancia si está en mí el poder impedirlo.
Cuando he violado las leyes que Dios ha implantado en mi ser, debo arrepentirme y llevar a cabo una reforma, y colocarme en la condición más favorable bajo el cuidado de los médicos que Dios ha provisto: el aire puro, el agua pura, y la valiosa luz del sol de propiedades curativas.
El agua puede utilizarse en diversas formas para aliviar el sufrimiento. El agua caliente bebida antes de comer (aproximadamente poco menos de medio litro), nunca producirá daño alguno, sino que resultará beneficiosa.
La fe y la forma correcta de comer y beber
Los que están enfermos hagan todo lo que está a su alcance, mediante la corrección de sus hábitos de comer, de beber y de vestir, y realizando ejercicios juiciosos, para asegurar la recuperación de la salud. Enséñese a los pacientes que vienen a nuestros sanatorios a cooperar con Dios en la búsqueda de la salud. "Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios" (1 Cor. 3:9). Dios hizo los nervios y los músculos a fin de que puedan ser usados. Es la inacción de la maquinaria humana lo que trae sufrimiento y enfermedad.
Los que tratan a los enfermos deben realizar su trabajo ejerciendo poderosa confianza en Dios para que su bendición acompañe los medios que él ha provisto generosamente, y a los cuales en su misericordia ha llamado nuestra atención como pueblo, tales como el aire, la higiene, el régimen alimenticio saludable, los debidos períodos de trabajo y reposo, y el uso del agua.
Remedios racionales en los sanatorios
Según la luz que me ha sido dada, debe establecerse un sanatorio, y en él debe descartarse la medicación con droga, para emplear en cambio métodos sencillos y racionales de tratamiento para sanar la enfermedad. En esta institución habría que enseñar a la gente cómo vestir, cómo respirar, y cómo comer adecuadamente: cómo prevenir la enfermedad por medio de hábitos de vida correctos.
En nuestros sanatorios, abogamos por el uso de remedios sencillos. Desalentamos el empleo de drogas, porque éstas envenenan la corriente sanguínea. En estas instituciones debe darse instrucción sensata acerca de cómo comer, cómo beber, cómo vestir y cómo vivir de manera que la salud pueda ser preservada.
La cuestión de la reforma pro salud no se agita como debiera y como será agitada. Un régimen alimenticio sencillo, y la ausencia completa de drogas para dejar que la naturaleza esté libre para recuperar las energías gastadas del cuerpo, harán a nuestros sanatorios mucho más eficaces en restaurar la salud del enfermo.
El régimen alimenticio como remedio
El condescender en comer con mucha frecuencia y en grandes cantidades, sobrecarga los órganos digestivos y produce un estado febril en el organismo. La sangre se hace impura, y ocurren enfermedades de varias clases. Se envía a un médico, quien prescribe alguna droga que proporciona alivio momentáneo, pero que no cura la enfermedad. Puede cambiar la forma de la misma, pero el verdadero mal es aumentado diez veces. La naturaleza estaba haciendo lo mejor que podía para desembarazar al sistema de una acumulación de impurezas, y si se la hubiera dejado por sí sola, ayudada por las bendiciones comunes del cielo, tales como el aire y el agua puros, se habría producido una curación rápida y segura.
Los que sufren en tales casos pueden hacer en favor de ellos mismos lo que otros no pueden. Deben empezar a aliviar a la naturaleza de la carga que le han impuesto. Deben quitar la causa. Ayunen por un corto tiempo, y den al estómago ocasión de descansar. Reduzcan el estado febril del sistema por una aplicación cuidadosa e inteligente del agua. Estos esfuerzos ayudarán a la naturaleza en su lucha para liberar el organismo de las impurezas. Pero generalmente las personas que sufren dolor se vuelven impacientes. No están dispuestas a tener abnegación, y a pasar un poco de hambre... El uso del agua puede lograr sólo poco resultado si el paciente no siente la necesidad de prestar atención estricta también a su régimen alimenticio.
Muchos están viviendo en un estado de violación de las leyes de la salud, y son ignorantes de la relación que sus hábitos de comer, beber y trabajar tienen con su salud. Ellos no despertarán ante su verdadera condición hasta que la naturaleza no proteste, por medio del dolor, contra los abusos que está sufriendo. Si, aun entonces, los que sufren solamente comenzaran a obrar en la forma correcta, y recurrieran a los medios sencillos que han descuidado -el uso del agua y el régimen alimenticio debido-, la naturaleza tendría la clase de ayuda que necesita, y que debiera haber tenido hacía tiempo. Si se sigue esta conducta, el paciente generalmente se recuperará sin debilitarse.
La intemperancia en el comer es a menudo causa de enfermedad, y lo que más necesita la naturaleza es ser aliviada de la carga inoportuna que se le impuso. En muchos casos de enfermedad, el mejor remedio para el paciente es un corto ayuno, que omita una o dos comidas, para que es un corto ayuno, para que descansen los órganos rendidos por el trabajo de la digestión. Muchas veces el seguir durante algunos días una dieta de frutas ha proporcionado gran alivio a personas que trabajaban intelectualmente; y un corto período de completa abstinencia, seguido de un régimen alimenticio sencillo y moderado, ha restablecido al enfermo por el solo esfuerzo de la naturaleza. Un régimen de abstinencia por uno o dos meses convencerá a muchos pacientes de que la sobriedad favorece la salud.
La temperancia estricta como remedio para la enfermedad
Cuando el médico ve sufrir al paciente de una enfermedad derivada de alimentos o brebajes impropios o de otros hábitos erróneos, y no se lo dice, le perjudica. Los beodos, los dementes, los disolutos, todos imponen al médico la declaración terminante de que los padecimientos son resultado del pecado. Los que entienden los principios de la vida deberían esforzarse por contrarrestar las causas de las enfermedades. Al ver el continuo conflicto con el dolor y tener que luchar constantemente por aliviar a los que padecen, ¿cómo puede el médico guardar silencio? ¿Puede decirse que es benévolo y compasivo si deja de enseñar la estricta templanza como remedio contra la enfermedad?
Senecesita la mejor clase de alimentos
Los médicos deben velar en oración, al darse cuenta de que se hallan en una posición de alta responsabilidad. Deben prescribir para sus pacientes la mejor clase de alimentos adecuados para ellos. Los alimentos deben ser preparados por alguien que se dé cuenta de que ocupa un puesto muy importante, siendo que se necesita buena alimentación para producir buena sangre.