Consejos Sobre la Salud

Capítulo 7

El médico cristiano

Un llamamiento responsable

"El principio de la sabiduría es el temor de Jehová". Salmos 111:10. Los profesionales, cualquiera que sea su vocación, necesitan sabiduría divina. Pero el médico necesita especialmente esa sabiduría para tratar con toda clase de mentes y enfermedades. Ocupa un puesto de responsabilidad aún mayor que la del ministro del Evangelio. Está llamado a ser colaborador con Cristo, y necesita sólidos principios religiosos, y una firme relación con el Dios de la sabiduría. Si recibe consejo de Dios, el gran Médico colaborará con sus esfuerzos; y procederá con la mayor cautela, no sea que por su trato equivocado perjudique a algunas de las criaturas de Dios. Será tan fiel a los principios como una roca, aunque bondadoso y cortés con todos. Sentirá la responsabilidad de su cargo, y su práctica de la medicina indicará que le mueven motivos puros y abnegados, y un deseo de adornar la doctrina de Cristo en todas las cosas. Un médico tal poseerá una dignidad nacida del cielo, y será en el mundo un agente poderoso para el bien. Aunque no lo aprecien los que no estén relacionados con Dios, será honrado del cielo. A la vista de Dios será más precioso que el oro de Ofir...

Un ejemplo de temperancia

El médico debe ser una persona estrictamente temperante. Los males físicos de la humanidad son innumerables y a él le toca tratar con las enfermedades en toda la variedad de sus formas. Muchos de los sufrimientos que se esfuerza por aliviar son el resultado de intemperancia y de otras formas de indulgencia egoísta. Se lo llama a atender a personas jóvenes y a otras de edad madura, que han atraído las enfermedades sobre sí mismas debido al uso del tabaco narcótico. Si es un médico inteligente, será capaz de conectar la enfermedad con su causa; pero a menos que él mismo esté libre del uso del tabaco, se mostrará reticente a colocar el dedo sobre el problema para explicar fielmente a sus pacientes la causa de la enfermedad. No se preocupará por inculcar en los jóvenes la necesidad de vencer el hábito antes que se vuelva permanente. Si él mismo usa el tabaco, ¿cómo puede hablarles de sus efectos malignos a los jóvenes sin experiencia, y no sólo sobre ellos mismos, sino también sobre los que los rodean?...

Entre toda la gente del mundo, el médico y el ministro deberían ser las personas que cultiven los más estrictos hábitos de temperancia. El bienestar de la sociedad demanda de ellos una abstinencia total, puesto que su influencia habla constantemente en favor o en contra de la reforma moral o del mejoramiento de la sociedad. Pecan voluntariamente si ignoran las leyes de la salud o se muestran indiferentes hacia ellas, puesto que los demás los consideran personas más sabias que la demás gente. Esto es epecialmente cierto con respecto a los médicos, a quienes se les han confiado las vidas de los seres humanos. Se espera que ellos no participen de ningún hábito que pudiera debilitar sus fuerzas vitales...

No debemos preguntarnos qué hace el mundo, sino: ¿qué están haciendo los profesionales con respecto a la maldición del uso del tabaco que prevalece por todas partes? ¿Serán fieles en seguir los dictados de la razón inteligente, los hombres a quienes Dios ha concedido entendimiento y que ocupan una posición de responsabilidad sagrada? ¿Llegarán a ser hombres y mujeres a quienes se puede seguir, estos individuos responsables que tienen bajo su cuidado a personas cuya influencia se ejercerá para el bien o para el mal? ¿Enseñarán ellos, por precepto y ejemplo, a obedecer las leyes que gobiernan el organismo físico? Si no le dan un uso práctico al conocimiento que tienen de las leyes que gobiernan su propio ser, si prefieren la gratificación pasajera antes que la sanidad de la mente y el cuerpo, no están preparados para que se les confíen las vidas ajenas. Tienen el deber moral de mantener la dignidad que Dios les ha dado, libre de la esclavitud de cualquier apetito o pasión.

La persona que fuma o mastica tabaco comete un perjuicio, no solamente contra sí misma, sino también contra todas las personas con quienes llega a relacionarse. Si hay que obtener los servicios de un médico, se debe pasar por alto al adicto al tabaco. Nunca podría ser un consejero seguro. Si la enfermedad tiene su raíz en el uso del tabaco, el médico se sentirá tentado a decir una cosa por otra y aducir una causa falsa, porque ¿cómo podría condenarse a sí mismo en lo que práctica diariamente?

Hay muchas maneras de practicar el arte de sanar; pero hay una sola que el cielo aprueba. Los remedios de Dios son los simples agentes de la naturaleza, que no recargarán ni debilitarán el organismo por la fuerza de sus propiedades. El aire puro y el agua, el aseo y la debida alimentación, la pureza en la vida y una firme confianza en Dios, son remedios por cuya falta millares están muriendo; sin embargo, estos remedios están pasando de moda porque su uso hábil requiere trabajo que la gente no aprecia. El aire puro, el ejercicio, el agua pura y un ambiente limpio y amable, están al alcance de todos con poco costo; mientras que las drogas son costosas, tanto en recursos como en el efecto que producen sobre el organismo.

Médico de males espirituales

La obra del médico cristiano no acaba al curar las dolencias del cuerpo; sus esfuerzos deben extenderse a las enfermedades de la mente, a salvar el alma. Tal vez no tenga el deber de presentar los puntos teóricos de la verdad a menos que se lo pidan, pero puede conducir a sus pacientes a Cristo. Las lecciones del divino Maestro son siempre apropiadas. Debe llamar la atención de los quejosos a las evidencias siempre nuevas del amor y el cuidado de Dios, a su sabiduría y bondad según se manifiestan en sus obras creadas. La mente puede entonces ser conducida por la naturaleza al Dios de la naturaleza, y concentrarse en el cielo que él ha preparado para los que le aman.

El médico debe saber orar. En muchos casos debe intensificar el dolor para salvar la vida; y sea el paciente cristiano o no, siente mayor seguridad si sabe que su médico teme a Dios. La oración dará a los enfermos una confianza permanente; y muchas veces, si sus casos son presentados al gran Médico con humilde confianza, esto hará más para ellos que todas las drogas que se les puedan administrar.

Satanás es el originador de la enfermedad; y el médico lucha contra su obra y poder. Por doquiera prevalece la enfermedad mental. El noventa por ciento de las enfermedades que sufren los hombres tienen su fundamento en esto. Puede ser que alguna aguda dificultad del hogar esté royendo como un cáncer el alma y debilitando las fuerzas vitales. A veces el remordimiento por el pecado mina la constitución y desequilibra la mente. Hay también doctrinas erróneas, como la de un infierno que arde eternamente y el tormento sin fin de los impíos, que, al presentar ideas exageradas y distorsionadas del carácter de Dios, han producido el mismo resultado en las mentes sensibles. Los incrédulos han sacado partido de estos casos desgraciados para atribuir la locura a la religión. Pero ésta es una grosera calumnia, y no les agradará tener que enfrentarla algún día. Lejos de ser causa de locura, la religión de Cristo es uno de sus remedios más eficaces; porque es un calmante poderoso para los nervios.

El médico necesita sabiduría y poder más que humanos para saber atender a los muchos casos aflictivos de enfermedades de la mente y del corazón que está llamado a tratar. Si ignora el poder de la gracia divina, no puede ayudar al afligido, sino que agravará la dificultad; pero si tiene firme confianza en Dios, podrá ayudar a la mente enferma y perturbada. Podrá dirigir sus pacientes a Cristo, enseñarles a llevar todos sus cuidados y perplejidades al gran Portador de cargas.

Dios ha señalado la relación que hay entre el pecado y la enfermedad. Ningún médico puede ejercer durante un mes sin ver esto ilustrado. Tal vez pase por alto el hecho; su mente puede estar tan ocupada en otros asuntos que no se dé cuenta de ello; pero si quiere observar sinceramente, no podrá menos que reconocer que el pecado y la enfermedad llevan entre sí una relación de causa a efecto. El médico debe reconocer pronto este hecho y actuar de acuerdo con él. Después de conquistar la confianza de los afligidos al aliviar sus sufrimientos, y de rescatarlos del borde de la tumba, puede enseñarles que la enfermedad es el resultado del pecado; y que es el enemigo caído el que procura inducirlos a seguir prácticas que destruyen la salud y el alma. Puede inculcar en sus mentes la necesidad de abnegación y de obedecer a las leyes de la vida y la salud. Especialmente en la mente de los jóvenes puede implantar los principios correctos.

Dios ama a sus criaturas con un amor a la vez tierno y fuerte. Ha establecido las leyes de la naturaleza; pero sus leyes no son exigencias arbitrarias. Cada "No harás," sea en la ley física o moral, contiene o implica una promesa. Si obedecemos, las bendiciones acompañarán nuestros pasos; si desobedecemos, habrá como resultado peligro y desgracia. Las leyes de Dios están destinadas a acercar más a sus hijos a él. Los salvará del mal y los conducirá al bien, si quieren ser conducidos; pero nunca los obligará...

Los médicos que aman y temen a Dios son pocos comparados con los infieles y los abiertamente irreligiosos; y se debe buscar la ayuda de los primeros en lugar de preferir a los últimos. Bien se puede desconfiar del médico que no tiene temor de Dios. Ante él se abre una puerta hacia la tentación, y el astuto enemigo le sugerirá la comisión de pensamientos y acciones bajos. Únicamente el poder de la gracia divina puede aquietar la pasión turbulenta y fortalecer contra el pecado. A los que son moralmente corruptos no les faltan oportunidades para mancillar las mentes puras. ¿Pero cómo se presentará el médico licencioso en el día de Dios? Mientras profesaba cuidar a los enfermos, ha traicionado sus responsabilidades sagradas. Ha degradado tanto el alma como el cuerpo de las criaturas del Señor y ha encaminado sus pies por el sendero que conduce a la perdición. ¡Cuán terrible es tener que confiar a nuestros seres amados en las manos de hombres impuros, que pueden envenenar las costumbres y arruinar el alma! ¡Cuán fuera de lugar está junto a la cama del enfermo el médico que no tiene temor de Dios!

Familiaridad con el sufrimiento

El médico se ve casi diariamente frente a frente con la muerte. Está, por así decirlo, pisando el umbral de la tumba. En muchos casos, la familiaridad con las escenas de sufrimiento y muerte resulta en descuido e indiferencia para con la desgracia humana y temeridad en el tratamiento de los enfermos. Tales médicos parecen no tener tierna simpatía. Son duros y abruptos, y los enfermos temen su trato. Esos hombres, por grande que sea su conocimiento y habilidad, beneficiarán poco a los dolientes; pero si el médico combina el conocimiento del ramo con el amor y la simpatía que Jesús manifestó para con los enfermos, su misma presencia será una bendición. No considerará al paciente como una simple pieza de mecanismo humano, sino como un alma que se puede salvar o perder.

Los médicos necesitan simpatía

Los deberes del médico son arduos. Pocos se dan cuenta del esfuerzo mental y físico al cual está sometido. Debe alistar toda energía y capacidad con la más intensa ansiedad en la batalla contra la enfermedad y la muerte. A menudo sabe que un movimiento torpe de la mano, que la desvíe en la mala dirección el espacio de un cabello, puede enviar a la eternidad un alma que no está preparada para ella. ¡Cuánto necesita el médico fiel la simpatía y las oraciones del pueblo de Dios! Sus requerimientos en este sentido no son inferiores a los del ministro o misionero más consagrado. Como está muchas veces privado del descanso y del sueño necesarios, y aun de los privilegios religiosos del sábado, necesita una doble porción de la gracia, una nueva provisión diaria de ella, o perderá su confianza en Dios, y el peligro de hundirse en las tinieblas espirituales será mayor para él que para los hombres de otras vocaciones. Y sin embargo, con frecuencia, se le hace objeto de reproches inmerecidos, se lo deja solo, sujeto a las más fieras tentaciones de Satanás, y se siente incomprendido, traicionado por sus amigos.

Muchos, sabiendo cuán penosos son los deberes del médico, y cuán pocas oportunidades tienen los médicos de verse aliviados de cuidados, aun en sábado, no quieren elegir esta carrera. El gran enemigo está procurando constantemente destruir la obra de las manos de Dios, y hombres de cultura y de inteligencia, están llamados a combatir este poder cruel. Se necesita que un número mayor de la debida clase de hombres se dedique a esta profesión. Debe hacerse un esfuerzo esmerado para inducir a hombres idóneos a que se preparen para esta obra. Deben ser hombres cuyo carácter se base en los amplios principios de la Palabra de Dios, hombres que posean energía natural, fuerza y perseverancia que los capacitará para alcanzar una alta norma de excelencia. No cualquiera puede llegar a tener éxito como médico. Muchos han asumido los deberes de esta profesión sin estar preparados en todo sentido. No tienen el conocimiento requerido; tampoco la habilidad ni el tacto, ni el cuidado ni la inteligencia necesarios para asegurar el éxito.

Un médico puede hacer una obra mucho mejor si tiene fuerza física. Si es débil, no puede soportar el trabajo agotador que acompaña a su vocación. Un hombre que tenga una constitución física débil, que sea dispéptico, o que no tenga perfecto dominio propio, no puede ser idóneo para tratar con toda clase de enfermedades. Debe ejercerse gran cuidado de no alentar a que estudien medicina, con gran costo de tiempo y recursos, ciertas personas que podrían ser útiles en alguna posición de menos responsabilidad, pero no pueden tener esperanza razonable de alcanzar éxito en la profesión médica.

Infidelidad y deslealtad

Algunos han sido escogidos como hombres que podrían ser útiles como médicos, y se les ha estimulado a que tomasen el curso de medicina. Pero algunos que comenzaron sus estudios como cristianos en las facultades de medicina, no dieron preeminencia a la ley de Dios; sacrificaron los principios y perdieron su confianza en Dios. Les pareció que, solos, no podían guardar el cuarto mandamiento y arrostrar las burlas y el ridículo de los ambiciosos amadores del mundo, los superficiales, los incrédulos, y los infieles. No estaban preparados para arrostrar esta clase de persecución. Tenían ambición de subir más en el mundo, tropezaron en las sombrías montañas de la incredulidad y se volvieron indignos de confianza. Se les presentaron tentaciones de toda clase y no tuvieron fuerza para resistirlas. Algunos de estos hombres se han vuelto deshonestos, maquinadores, y son culpables de graves pecados.

En esta época hay peligro para cualquiera que inicie el estudio de la medicina. Con frecuencia sus instructores son hombres sabios según el mundo y sus condiscípulos incrédulos, que no piensan en Dios, y corren el peligro de sentir la influencia de esas compañías irreligiosas. Sin embargo, algunos han terminado el curso de medicina, y han permanecido fieles a los principios. No quisieron estudiar en sábado, y demostraron que los hombres pueden prepararse para desempeñar los deberes del médico sin chasquear las expectativas de aquellos que les proporcionaron recursos con que obtener su educación. Como Daniel, honraron a Dios, y él los guardó. Daniel se propuso en su corazón no adoptar las costumbres de las cortes reales; no quiso comer de las viandas del rey ni beber de su vino; buscó en Dios fuerza y gracia, y Dios le dio sabiduría, capacidad y conocimiento sobre los astrólogos, magos, y hechiceros del reino. En él se verificó la promesa: "Yo honraré a los que me honran". 1 Samuel 2:30.

El médico joven tiene acceso al Dios de Daniel. Por la gracia y el poder divinos, puede llegar a ser tan eficiente en su vocación como Daniel en su exaltada posición. Pero es un error hacer de la preparación científica lo de suma importancia y descuidar los principios religiosos que son el mismo fundamento del éxito en el ejercicio de la profesión. A muchos se los alaba como hombres hábiles en su profesión, a pesar de que desprecian la idea de que necesitan confiar en Jesús para obtener sabiduría en su trabajo. Pero si estos hombres que confían en sus conocimientos de la ciencia fuesen iluminados por la luz del cielo, ¡a cuánta mayor excelencia podrían alcanzar! ¡Cuánto más fuertes serían sus facultades, con cuánta mayor confianza podrían atender los casos difíciles! El hombre que se vincula estrechamente con el gran Médico del alma y del cuerpo, tiene a su disposición los recursos del cielo y de la tierra, y puede obrar con una sabiduría y una precisión infalibles, que el impío no puede poseer.

Aquellos a quienes se ha confiado el cuidado de los enfermos, ya sean médicos o enfermeras, debieran recordar que su obra debe soportar el escrutinio del penetrante ojo de Jehová. No existe campo misionero más importante que el ocupado por los médicos fieles y temerosos de Dios. No existe otro campo en el que un hombre pueda realizar mayor bien o ganar más joyas que brillarán en la corona de su regocijo. Puede llevar la gracia de Cristo, como dulce perfume, a los cuartos de los enfermos y visitas; puede llevar el verdadero bálsamo sanador al alma enferma por el pecado. Puede dirigir la atención de los enfermos y los moribundos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No debiera escuchar a los que dicen que es peligroso hablar de los intereses eternos a aquellos cuyas vidas corren peligro, por temor a empeorarlos, porque en nueve casos de cada diez, el conocimiento de un Salvador que perdona el pecado los mejorará tanto de la mente como del cuerpo. Jesús puede limitar el poder de Satanás. El es el médico en quien el alma enferma por el pecado puede confiar para que cure las enfermedades del cuerpo tanto como las del alma.

La obra del médico por las almas

Mientras ejerce su profesión todo médico puede, por la fe en Cristo, poseer una cura del más alto valor: un remedio para el alma enferma de pecado. El médico convertido y santificado por la verdad queda anotado en el cielo como colaborador de Dios, como discípulo de Jesucristo. Por la santificación de la verdad, Dios da a los médicos y enfermeras sabiduría y habilidad para tratar a los enfermos, y esta obra abre la puerta de muchos corazones. Los hombres y mujeres son inducidos a comprender la verdad que es necesaria para salvar el alma y el cuerpo.

Este es un elemento que da carácter a la obra para este tiempo. La obra misionera médica es como el brazo derecho del mensaje del tercer ángel que debe ser proclamado a un mundo caído; y los médicos, gerentes y obreros de cualquier ramo, al desempeñar fielmente su parte, están haciendo la obra del mensaje. Así la proclamación de la verdad va a toda nación, lengua y pueblo. En esta obra los ángeles celestiales tienen una parte. Despiertan gozo espiritual y melodías en los corazones de aquellos que han sido librados del sufrimiento, y el agradecimiento a Dios brota de los labios de muchos que han recibido la verdad preciosa.

Cada médico de nuestras filas debe ser cristiano. Solamente los médicos que son verdaderos cristianos según la Biblia, pueden desempeñar debidamente los altos deberes de su profesión.

El médico que comprende su responsabilidad, sentirá la necesidad de la presencia de Cristo con él en su obra para aquellos en cuyo favor hizo tan grande sacrificio. Dejará subordinado todo lo demás a los intereses superiores que conciernen a la vida que puede salvarse para la eternidad. Hará cuanto esté en su poder para salvar tanto el cuerpo como el alma. Tratará de hacer la misma obra que Cristo haría si estuviese en su lugar. El médico que ame a Cristo y las almas por quienes Cristo murió, tratará fervientemente de llevar a la pieza de los enfermos una hoja del árbol de la vida. Tratará de proporcionar el pan de vida al doliente. A pesar de los obstáculos y dificultades que haya de arrostrar, ésta es la obra solemne y sagrada de la profesión médica.

Hay que practicar los métodos de Cristo

La verdadera obra misionera es aquella en la cual la obra del Salvador está mejor representada, sus métodos copiados más de cerca, mejor fomentada su gloria. La obra misionera que no alcance esta norma se registra en el cielo como defectuosa. Será pesada en las balanzas del santuario y hallada falta.

El médico debe tratar de dirigir la mente de sus pacientes a Cristo, el Médico del alma y el cuerpo. Aquello que los médicos sólo pueden intentar hacer, Cristo lo realiza. El agente humano se esfuerza por prolongar la vida. Cristo es la vida. El que pasó por la muerte para destruir a aquel que tiene el imperio de la muerte es la fuente de toda vitalidad. En Galaad hay bálsamo y médico. Cristo soportó una muerte atroz en las circunstancias más humillantes para que tuviésemos vida. Dio su preciosa vida para vencer la muerte. Pero se levantó de la tumba, y las miríadas de ángeles que vinieron a contemplarle mientras recuperaba la vida que había depuesto, oyeron sus palabras de gozo triunfante cuando, de pie sobre la tumba abierta de José, proclamó: "Yo soy la resurrección y la vida".

Cristo iluminó la tumba

La pregunta: "Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?" (Job 14:14), ha sido contestada. Al llevar la penalidad del pecado y al bajar a la tumba, Cristo la iluminó para todos los que mueren con fe. Dios, en forma humana, sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio. Al morir, Cristo aseguró la vida eterna a todos los que crean en él. Al morir condenó al instigador del pecado y la deslealtad a sufrir la pena del pecado: la muerte eterna.

El Poseedor y Dador de la vida eterna, Cristo, fue el único que pudo vencer la muerte. El es nuestro Redentor; y bienaventurado es todo médico que es, en el verdadero sentido de la palabra, un misionero, un salvador de las almas por las cuales Cristo dio su vida. Un médico tal aprende del gran Médico día tras día a velar y trabajar por la salvación de las almas y los cuerpos de hombres y mujeres. El Salvador está presente en la pieza del enfermo, en la sala de operaciones; y su poder, para gloria de su nombre, realiza grandes cosas.

El médico puede señalar a Jesús

El médico puede hacer una obra noble si está relacionado con el gran Médico. Puede hallar oportunidad de decir palabras de vida a los parientes del enfermo, cuyos corazones están llenos de simpatía por el doliente; y puede enternecer y elevar la mente del doliente para inducirle a mirar al que puede salvar hasta lo sumo a todos los que se allegan a él en busca de salvación.

Cuando el Espíritu de Dios obra sobre la mente del afligido y le induce a indagar la verdad, trabaje el médico por el alma preciosa como trabajaría Cristo. No trate de insistir ante él acerca de ninguna doctrina especial, sino señálele a Jesús como el Salvador que perdonará el pecado. Los ángeles de Dios impresionarán la mente. Algunos se niegan a ser iluminados por la luz que Dios quisiera dejar resplandecer en las cámaras del espíritu y en el templo del alma; pero muchos responderán a la luz, y en esas mentes quedarán disipados el engaño y el error en sus diversas formas.

Debe aprovecharse cuidadosamente toda oportunidad de trabajar como Cristo trabajó. El médico debe hablar de la ternura y del amor de Cristo y de las obras de sanidad que realizó. Debe creer que Jesús es su compañero y que está a su lado. "Porque nosotros, coadjutores somos de Dios". 1 Corintios 3:9. Nunca debe el médico descuidar la oportunidad de dirigir la mente de sus pacientes a Cristo, el Médico supremo. Si el Salvador mora en su corazón, sus pensamientos serán siempre encauzados hacia el Sanador del alma y el cuerpo. Conducirá la mente de sus pacientes a Aquel que puede curarlos, al que, mientras estaba en la tierra, devolvía la salud a los enfermos y sanaba el alma tanto como el cuerpo, diciendo: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Marcos 2:5.

Nunca debe dejar el médico que la familiaridad con el dolor le haga descuidado o carente de simpatía. En caso de enfermedad grave, el paciente siente que está a la merced del médico. Mira al médico como su única esperanza terrenal, y éste debe conducir al alma temblorosa hacia Aquel que le supera, a saber el Hijo de Dios, que dio su vida para salvarle de la muerte, que se compadece del doliente, y quien por su poder divino dará habilidad y sabiduría a todos los que se la pidan.

Cuando el paciente no sabe cómo puede resultar su caso, es el momento en que el médico puede impresionar su mente. No debe hacerlo con el deseo de distinguirse, sino para conducir el alma a Cristo como Salvador personal. Si la vida se salva, es un alma por la cual el médico ha de velar. El paciente siente que el médico es la misma vida de su vida. ¿Y con qué fin ha de aprovecharse esta gran confianza? Siempre para ganar un alma para Cristo y magnificar el poder de Dios.

La alabanza sea para Dios

Cuando pasó la crisis y el éxito es evidente, sea el paciente creyente o incrédulo, pásense algunos momentos con él en oración. Dad expresión a vuestro agradecimiento porque su vida fue perdonada. El médico que sigue una conducta tal, lleva a su paciente a Aquel de quien depende la vida. Las palabras de gratitud pueden fluir del paciente al médico; porque, Dios mediante, ligó esta vida con la suya; pero sean la alabanza y el agradecimiento dados a Dios, como el que está presente aunque invisible.

En el lecho de la enfermedad, a menudo se acepta y confiesa a Cristo; y esto sucederá con más frecuencia en lo futuro de lo que ha sucedido en lo pasado; porque el Señor hará obra abreviada en nuestro mundo. Los labios del médico deben pronunciar palabras de sabiduría y Cristo regará la semilla sembrada, haciéndola llevar fruto para vida eterna.

Una palabra oportuna

Perdemos las oportunidades más preciosas al descuidar de hablar una palabra en sazón. Con demasiada frecuencia, queda sin usar un talento precioso que debiera multiplicarse mil veces. Si no velamos para ver el áureo privilegio, pasará. En tal caso el médico dejó que algo le impidiera hacer la obra que le era señalada como ministro de la justicia.

No hay demasiados médicos piadosos para servir en su profesión. Hay mucha obra que hacer, y los ministros y médicos han de trabajar en perfecta unión. Lucas, el escritor del Evangelio que lleva su nombre, es llamado el médico amado, y los que hacen una obra similar a la suya están viviendo el Evangelio.

Incontables son las oportunidades del médico para amonestar al impenitente, alentar al desconsolado y desesperado, y aconsejar para salud de la mente y del cuerpo. Mientras instruye así a la gente en los principios de la verdadera temperancia y como guardián de las almas da consejos a los que están mental y físicamente enfermos, el médico desempeña su parte en la gran obra de preparar a un pueblo para el Señor. Esto es lo que la obra médica misionera ha de realizar en relación con el mensaje del tercer ángel.

Los ministros y médicos han de obrar armoniosamente y con fervor para salvar a las almas que se están enredando en las trampas de Satanás. Han de dirigir a hombres y mujeres a Jesús, su Justicia, su Fortaleza, y la Salud de su rostro. Continuamente han de velar por las almas. Hay quienes están luchando con fuertes tentaciones, en peligro de ser vencidos en la lucha con los agentes satánicos. ¿Los pasaréis por alto sin ofrecerles ayuda? Si veis un alma que necesita ayuda, entablad conversación con ella aun cuando no la conozcáis. Orad con ella. Conducidla a Jesús.

Esta obra incumbe tan ciertamente al médico como al predicador. Por esfuerzos públicos y privados, el médico debe tratar de ganar almas para Cristo.

En todas nuestras empresas y en todas nuestras instituciones, Dios ha de ser reconocido como el Artífice maestro. Los médicos han de ser representantes suyos. La fraternidad médica ha hecho muchas reformas, y ha de seguir progresando. Los que tienen en su mano la vida de los seres humanos deben ser educados, refinados, santificados. Entonces el Señor obrará por su medio para glorificar su nombre.

La esfera de los médicos principales

Se me han dado preciosas instrucciones concernientes a los obreros de nuestros sanatorios. Estos obreros deben mantenerse en dignidad moral ante Dios. Los médicos cometen un error cuando se limitan exclusivamente a la rutina de las tareas del sanatorio, porque consideran que su presencia es esencial para el bienestar de la institución. Cada médico debiera ver la necesidad de ejercer toda la influencia que el Señor le ha dado en una esfera tan amplia como sea posible; se requiere de él que haga brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos.

Los médicos principales de nuestros sanatorios no deben excluirse del trabajo de comentar la verdad con otros. Su luz no debe ser escondida bajo un almud, sino colocada donde pueda beneficiar a los creyentes y a los incrédulos. El Salvador dijo de sus representantes: "Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Mateo 5:13-16. Esta es la obra que es incomprensiblemente descuidada, y debido a ese descuido, las almas se pierden. ¡Despertad, mis hermanos, despertad!

Su luz debe brillar en el extranjero

Nuestros médicos principales no glorifican a Dios cuando confinan sus talentos y su influencia a una sola institución. Tienen el privilegio de demostrar al mundo que los reformadores de la salud ejercen una influencia decidida en favor de la justicia y la verdad. Debieran darse a conocer fuera de las instituciones donde trabajan. Es su deber compartir su luz con todas las personas a quienes puedan alcanzar. Si bien es cierto que el sanatorio puede ser su campo especial de trabajo, sin embargo hay otros lugares importantes que también necesitan su influencia. A los médicos se ha dado esta instrucción: Dejad que vuestra luz brille entre los hombres. Dejad que cada talento se utilice para proporcionar a los incrédulos sabio consejo e instrucción. Si nuestros médicos cristianos consideraran que no deben realizar una obra descuidada sino que deben aprender a manejar sabiamente los temas de la verdad bíblica, y trataran de presentar su importancia en cada ocasión posible, se destruiría mucho prejuicio y se alcanzaría a las almas...

No debemos ser una iglesia desconocida, sino que debemos permitir que la luz brille para que el mundo la reciba. "Me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo" (Isaías 65:19), declaró Dios por medio de su siervo Isaías. Estas palabras encontrarán su cumplimiento cuando los que son capaces de ocupar posiciones de responsabilidad dejen brillar su luz. Nuestros médicos principales tienen una obra que realizar fuera del ambiente de nuestro propio pueblo. Una influencia no debe ser limitada. Los métodos de trabajo de Cristo deben llegar a ser sus métodos, y deben aprender a practicar las enseñanzas de su palabra. Todos los que están a la cabeza de una institución se encuentran bajo la obligación sagrada ante Dios de hacer brillar su luz de la verdad presente cada vez con más fuerza en todo lugar donde se ofrezca la oportunidad.

Los obreros de nuestros sanatorios no debieran pensar que la prosperidad de la institución depende solamente de la influencia del médico jefe. En cada institución debiera haber hombres y mujeres que ejerzan una influencia justa y refinadora, y que sean capaces de llevar a cabo responsabilidades. Las responsabilidades principales debieran ser compartidas entre varios obreros, a fin de que el médico jefe no se vea esclavizado por su práctica. Debiera dársele oportunidad de ir donde se necesitan palabras de consejo y ánimo. Como representante del Médico Principal, que ahora se encuentra en las cortes celestiales, debe hablar a las nuevas congregaciones para ampliar su experiencia. Debe recibir constantemente nuevas ideas, compartir constantemente sus conocimientos y recibir constantemente de la Fuente de toda sabiduría. Necesitamos mantenernos siempre en una posición donde podamos recibir mayor luz, tener pensamientos nuevos y más profundos, y obtener un concepto más claro de la estrecha relación que debe existir entre Dios y su pueblo. Obtendremos estos conceptos y estas ideas asociándonos con las personas a quienes hemos sido llamados a hablar palabras de misericordia y de gracia perdonadora.

En toda nuestra obra debiéramos mantener presente el valor del intercambio de talentos. Debiéramos realizar firmes esfuerzos para alcanzar a las almas y ganarlas para la verdad. Se requiere de nosotros que demos a conocer los principios de la reforma pro salud en las grandes reuniones de nuestro pueblo en nuestros campamentos de reavivamiento espiritual. Se necesita una variedad de dones en estas ocasiones, no sólo para la obra de hablar a los que no son de nuestra fe, sino para instruir a nuestro propio pueblo acerca de la forma de trabajar para obtener el éxito. Que nuestros médicos aprendan a participar en esta obra, mediante la cual proporcionan al mundo brillantes rayos de luz.

Preparados para toda buena obra

El Señor escuchará y contestará la oración del médico cristiano, y éste podrá alcanzar una norma elevada si tan sólo se aferra de la mano de Cristo y decide no soltarla. Hay oportunidades doradas que se abren para el médico cristiano, porque puede ejercer una preciosa influencia sobre las personas con quienes se relaciona. Puede guiar y modelar las vidas de sus pacientes mediante el acto de presentarles los principios celestiales.

El médico debiera dejar que los hombres vean que él no considera su obra como algo de poca importancia, sino como una obra elevada y noble, que lleva aparejada la sagrada responsabilidad de tratar tanto con las almas como con los cuerpos de aquellos por quienes Cristo pagó el precio infinito de su preciosísima sangre. Si el médico tiene la mente de Cristo, tendrá una disposición gozosa, esperanzada y feliz, pero no liviana. Comprenderá que los ángeles celestiales lo acompañan en el cuarto de los enfermos y encontrará palabras de verdad para sus pacientes, que los alegrarán y bendecirán. Su fe abundará en sencillez y en una confianza infantil en el Señor. Podrá repetir al alma arrepentida las amorosas promesas de Dios y así colocar la mano temblorosa de los afligidos en la mano de Cristo, para que encuentren descanso en Dios.

En esta forma, mediante la gracia que le ha sido impartida, el médico cumplirá las expectativas que su Padre celestial tiene en él. En las operaciones delicadas y peligrosas, sabrá que Jesús se encuentra a su lado para aconsejarlo, fortalecerlo y habilitarlo para actuar con precisión y habilidad en sus esfuerzos por salvar la vida humana. Si la presencia de Dios no se manifiesta en el cuarto del enfermo, Satanás estará allí para sugerir experimentos peligrosos y procurará alterar los nervios para que la vida sea destruida y no salvada.

Un médico ocupa una posición muy importante porque tiene que ver con las almas mórbidas, las mentes enfermas y los cuerpos afligidos, más que el ministro del Evangelio. El médico puede presentar una norma del carácter cristiano, si habla en sazón y fuera de sazón. De este modo es un misionero para el Señor, que hace fielmente la obra del Maestro, y recibirá una recompensa en el momento debido.

Que los cristianos sean reservados y no divulguen secretos a los incrédulos. Que no comuniquen ningún secreto que desmerezca al pueblo de Dios. Deben cuidar sus pensamientos y cerrar la puerta a la tentación. Deben trabajar como si estuvieran a la vista del Observador divino. Deben trabajar pacientemente, esperando que por la gracia de Cristo, puedan tener éxito en su profesión. Deben mantener en su lugar las barreras que el Señor ha erigido para su seguridad. Deben proteger sus corazones con toda diligencia, porque de ellos mana la vida, o la muerte.

Un médico debiera atender estrictamente su trabajo profesional. No debiera permitir que nada aparte su mente de su obra, o distraiga su atención de las personas que se vuelven a él en busca de alivio del sufrimiento. Las palabras de seguridad y esperanza habladas oportunamente al que sufre, con frecuencia aliviarán su mente y ganarán un lugar de confianza para el médico. La bondad y la cortesía debieran manifestarse; pero la conversación común e insulsa que se oye de costumbre entre los que pretenden ser cristianos, no debiera escucharse en nuestras instituciones. La única forma como podemos llegar a ser verdaderamente corteses, sin afectación, sin familiaridad indebida, es beber en el Espíritu de Cristo, y obedecer esta orden: "Sed santos, porque yo soy santo". 1 Pedro 1:16. Si obramos siguiendo los principios establecidos en la Palabra de Dios, no tendremos inclinación a manifestar una familiaridad indebida.

Los obreros en nuestras instituciones debieran ser ejemplos vivientes de lo que desean que lleguen a ser los pacientes de la institución. Un espíritu correcto y una vida santa constituyen una instrucción constante para los demás. La cortesía vacía del mundo carece de valor a la vista de Aquel que pesa las acciones. No debieran existir parcialidad ni hipocresía. El médico debiera estar listo para llevar a cabo toda buena obra. Si su vida está oculta con Cristo en Dios, será un misionero en sentido más elevado.

Cuando los médicos cristianos se encuentran juntos, deben comportarse como hijos de Dios. Deben comprender que han sido contratados para trabajar en la misma viña, por lo que destruirán las barreras egoístas. Manifestarán un profundo interés mutuo desprovisto de todo egoísmo. El que es un reformador puede realizar mucho bien al procurar que otros acepten la reforma. Mediante precepto y ejemplo puede ser un sabor de vida para vida. Si se pudiera descorrer la cortina, veríamos lo interesados que están los ángeles de Dios en las instituciones para el tratamiento de los enfermos. La obra que realiza el médico, mantenerse entre los vivos y los muertos, es de importancia especial.

Dios ha puesto una gran obra en las manos de los médicos. Los afligidos hijos de los hombres se encuentran en cierta medida a su merced. Los pacientes observan con interés a los que cuidan de su bienestar físico. Estudian las acciones y las palabras, y hasta las expresiones del rostro del médico. El corazón del que sufre rebosa de gratitud cuando se alivia su dolor mediante los esfuerzos de su fiel médico. El paciente siente que su vida está en las manos del que lo atiende, y el médico o la enfermera pueden así comentar con él fácilmente los temas religiosos. Si el que sufre se encuentra bajo el control de la influencia divina, el médico o la enfermera cristianos pueden dejar caer suavemente las preciosas semillas de la verdad en el huerto del corazón. Pueden presentar la promesa de Dios ante los desvalidos. Si el médico práctica la religión, puede impartir la fragancia de la gracia divina al corazón ablandado y subyugado de la persona que sufre. Puede dirigir los pensamientos de su paciente hacia el Gran Médico. Puede presentar a Jesús al alma enferma por el pecado.

Con frecuencia el médico es hecho un confidente y el paciente le cuenta sus aflicciones y pruebas. En esas ocasiones tiene oportunidades preciosas para pronunciar palabras de consuelo y seguridad en el temor y amor de Dios, y de impartir consejo cristiano. El médico debiera sentir un profundo amor por las almas por las cuales Cristo murió. Digo en el temor de Dios que únicamente el médico cristiano puede cumplir correctamente los deberes de esta profesión sagrada.

Dando testimonio de la verdad

Nuestros sanatorios deben establecerse con un solo objetivo: la proclamación de la verdad para este tiempo. Y deben dirigirse de tal manera que se realice una impresión debida en favor de la verdad en las mentes de los que acuden para ser tratados. Cada obrero, mediante su conducta, debiera dar testimonio de lo que es correcto. Tenemos un mensaje de advertencia que dar al mundo, y nuestro celo y nuestra devoción al servicio de Dios deben dar testimonio de la verdad.--Testimonies for the Church 8:200 (1904).

La cura mental

Muy íntima es la relación entre la mente y el cuerpo. Cuando una está afectada, el otro simpatiza con ella. La condición de la mente influye en la salud mucho más de lo que generalmente se cree. Muchas enfermedades son el resultado de la depresión mental. Las penas, la ansiedad, el descontento, remordimiento, sentimiento de culpabilidad y desconfianza, menoscaban las fuerzas vitales y llevan al decaimiento y a la muerte.

Algunas veces la imaginación produce la enfermedad, y es frecuente que la agrave. Muchos hay que llevan vida de inválidos cuando podrían estar sanos si pensaran que lo están. Muchos se imaginan que la menor exposición del cuerpo les causará alguna enfermedad, y efectivamente el mal sobreviene porque se le espera. Muchos mueren de enfermedades cuya causa es puramente imaginaria.

El valor, la esperanza, la fe, la simpatía y el amor fomentan la salud y alargan la vida. Un espíritu satisfecho y alegre es como salud para el cuerpo y fuerza para el alma. "El corazón alegre es una buena medicina". Proverbios 17:22, VM.

En el tratamiento de los enfermos no debe pasarse por alto el efecto de la influencia ejercida por la mente. Aprovechada debidamente, esta influencia resulta uno de los agentes más eficaces para combatir la enfermedad.

Influencia de una mente sobre otra

Sin embargo, hay una forma de curación mental que es uno de los agentes más eficaces para el mal. Por medio de esta supuesta ciencia, una mente se sujeta a la influencia directiva de otra, de tal manera que la individualidad de la más débil queda sumergida en la de la más fuerte. Una persona pone en acción la voluntad de otra. Sostiénese que así el curso de los pensamientos puede modificarse, que se pueden transmitir impulsos saludables y que es posible capacitar a los pacientes para resistir y vencer la enfermedad.

Este método de curación ha sido empleado por personas que desconocían su verdadera naturaleza y tendencia, y que lo creían útil al enfermo. Pero la así llamada ciencia está fundada en principios falsos. Es ajena a la naturaleza y al espíritu de Cristo. No conduce hacia Aquel que es vida y salvación. El que atrae a las mentes hacia sí las induce a separarse de la verdadera Fuente de su fuerza.

No es propósito de Dios que ser humano alguno someta su mente y su voluntad al gobierno de otro para llegar a ser instrumento pasivo en sus manos. Nadie debe sumergir su individualidad en la de otro. Nadie debe considerar a ser humano alguno como fuente de curación. Sólo debe depender de Dios. En su dignidad varonil, concedida por Dios, debe dejarse dirigir por Dios mismo, y no por entidad humana alguna.

Dios quiere poner a los hombres en relación directa consigo mismo. En todo su trato con los seres humanos reconoce el principio de la responsabilidad personal. Procura fomentar el sentimiento de dependencia personal, y hacer sentir la necesidad de la dirección personal. Desea asociar lo humano con lo divino, para que los hombres se transformen en la imagen divina. Satanás procura frustrar este propósito, y se esfuerza en alentar a los hombres a depender de los hombres. Cuando las mentes se desvían de Dios, el tentador puede someterlas a su gobierno, y dominar a la humanidad.

La teoría del gobierno de una mente por otra fue ideada por Satanás, para intervenir como artífice principal y colocar la filosofía humana en el lugar que debería ocupar la filosofía divina. De todos los errores aceptados entre los profesos cristianos, ninguno constituye un engaño más peligroso ni más eficaz para apartar al hombre de Dios. Por muy inofensivo que parezca, si se aplica a los pacientes, tiende a destruirlos y no a restaurarlos. Abre una puerta por donde Satanás entrará a tomar posesión tanto de la mente sometida a la dirección de otra mente como de la que se arroga esta dirección.

Temible es el poder que así se da a hombres y mujeres mal intencionados. ¡Cuántas oportunidades proporciona a los que viven explotando la flaqueza o las locuras ajenas! ¡Cuántos hay que, merced al dominio que ejercen sobre sus mentes débiles o enfermizas, encuentran medios para satisfacer sus pasiones licenciosas o su avaricia!

En algo mejor podemos ocuparnos que en dominar la humanidad por la humanidad. El médico debe educar a la gente para que desvíe sus miradas de lo humano y las dirija hacia lo divino. En vez de enseñar a los enfermos a depender de seres humanos para la curación del alma y cuerpo, debe encaminarlos hacia Aquel que puede salvar eternamente a cuantos acudan a él. El que creó la mente del hombre sabe lo que esta mente necesita. Dios es el único que puede sanar. Aquellos cuyas mentes y cuerpos están enfermos han de ver en Cristo al restaurador. "Porque yo vivo,--dice--vosotros también viviréis". Juan 14:19. Esta es la vida que debemos ofrecer a los enfermos, diciéndoles que si creen en Cristo como el restaurador, si cooperan con él, obedeciendo las leyes de él, les impartirá su vida. Al presentarles así al Cristo, les comunicamos un poder, una fuerza valiosa, procedente de lo alto. Esta es la verdadera ciencia de curar el cuerpo y el alma.

Una compasión como la de Cristo

Se me mostró que los médicos de nuestro Instituto debieran ser hombres y mujeres de fe y espiritualidad. Debieran poner su confianza en Dios. Hay muchos que vienen al Instituto y que por su propia complacencia pecaminosa han acarreado sobre sí enfermedad de casi todo tipo. Esta clase de personas no merecen la simpatía que frecuentemente requieren. Y resulta doloroso para los médicos dedicar tiempo y fuerzas a esta clase de gente, que se encuentran rebajados física, mental y moralmente.

Pero hay una clase de personas que por ignorancia han vivido en violación de las leyes de la naturaleza. Han trabajado intemperantemente y han comido con intemperancia, porque era la costumbre hacerlo. Algunos han soportado muchos tratamientos de numerosos médicos, pero no han mejorado, sino que han empeorado. Finalmente son arrancados de los negocios, de la sociedad y de sus familias; y como último recurso, acuden al Instituto de Salud, con una débil esperanza de encontrar alivio. Este tipo de enfermos necesitan simpatía. Debieran ser tratados con la mayor ternura, y debiera cuidarse de hacerles comprender las leyes que rigen su ser, con el fin de que dejen de violarlas y se dirijan por ellas para evitar el sufrimiento y la enfermedad, que son la pena por la violación de las leyes de la naturaleza...

Recordemos a Cristo, quien entró en contacto directo con la humanidad sufriente. Aunque en muchos casos los afligidos se habían acarreado enfermedades sobre sí mismos por su comportamiento pecaminoso y su violación de las leyes naturales, Jesús se compadeció de su debilidad, y cuando acudían a él con las más repulsivas enfermedades, él no se apartaba de ellos por temor a contaminarse, sino que los tocaba y los libraba de la enfermedad.

La curación de los leprosos

"Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y este era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quién volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado". Lucas 17:12-19.

Aquí hay una lección para todos nosotros. Estos leprosos estaban tan corrompidos por la enfermedad, que habían sido apartados de la sociedad para que no contaminaran a otros. Las autoridades les habían fijado un límite. Jesús se encontraba cerca de ellos, y en su gran sufrimiento clamaron a él quien era el único que tenía poder para aliviarlos. Jesús les ordenó que se presentaran a los sacerdotes. Tenían fe y creían en el poder de Cristo para sanarlos. Cuando se alejaban, se dieron cuenta que ya no padecían más la enfermedad tan horrible. Pero uno solo sintió gratitud, uno solo sintió su profunda deuda con Cristo por la gran obra que había hecho en él. Este regresó alabando a Dios, y con gran humildad cayó a los pies de Cristo reconociendo con agradecimiento la obra realizada en su favor. Y este hombre era un extranjero; los otros nueve eran judíos.

Por amor a este hombre, quien haría un uso correcto de la bendición de la salud, Jesús sanó a los diez. Los otros nueve se retiraron sin reconocer la obra que se había realizado y no agradecieron a Jesús por la sanidad que recibieron.

Algo parecido sucederá con los médicos del Instituto de Salud. Pero si en su obra realizada para ayudar a la humanidad doliente, uno de cada veinte realiza un uso adecuado de los beneficios recibidos y aprecia los esfuerzos efectuados en su favor, los médicos debieran sentirse agradecidos y satisfechos. Si se salva una vida de cada diez, y si se salva un alma de cada cien para el reino de Dios, todos los que se relacionan con el Instituto habrán sido ampliamente pagados por sus esfuerzos. Sus ansiedades y preocupaciones no se habrán perdido completamente. Si el Rey de gloria, la Majestad del cielo, trabajó por la humanidad doliente y tan pocos apreciaron su ayuda divina, los médicos y auxiliares del Instituto no debieran quejarse si sus débiles esfuerzos no son apreciados por todos y parecen pasar inadvertidos por algunos...

Tratar con hombres y mujeres cuyas mentes, tanto como sus cuerpos, se encuentran enfermos, es una obra hermosa. Los médicos del Instituto necesitan gran sabiduría para curar el cuerpo por medio de la mente. Pero pocos comprenden el poder que la mente tiene sobre el cuerpo. Una gran cantidad de las enfermedades que afligen a la humanidad tienen su origen en la mente, y pueden ser curadas únicamente si se restaura la mente a la salud. Existe un número mucho mayor de lo que imaginamos de personas que están mentalmente enfermas. La enfermedad del corazón hace que muchos se tornen dispépticos, porque el problema mental ejerce una influencia paralizadora sobre los órganos digestivos.

Con el fin de alcanzar a esta clase de pacientes, el médico debe tener discernimiento, paciencia, bondad y amor. Un corazón enfermo y afligido, una mente desanimada, necesitan un tratamiento suave, y esta clase de mente puede ser sanada por medio de una tierna simpatía. Los médicos primero debieran ganar su confianza y luego mostrarles al Médico que todo lo puede sanar. Si se logra dirigir sus mentes hacia el Portador de las Cargas y si pueden tener fe en que él se interesará en ellos, entonces se efectuará la curación de sus cuerpos y mentes enfermos.

Paciencia y simpatía

Siempre surgirán cosas que molestarán, confundirán y probarán la paciencia de los médicos y los auxiliares. Deben estar preparados para esto sin ponerse nerviosos ni alterarse. Deben mantener la calma y una actitud bondadosa, independiente de lo que suceda... Deben considerar siempre que están tratando con hombres y mujeres con mentes enfermas, quienes frecuentemente ven las cosas bajo una luz extraviada y que sin embargo piensan que comprenden los asuntos perfectamente.

Los médicos debieran comprender que la blanda respuesta quita la ira. Debiera utilizarse un plan de acción en una institución en la que se tratan personas enfermas, con el fin de controlar con éxito las mentes enfermas y beneficiar a los pacientes. Si los médicos pueden guardar la calma en medio de una tempestad de palabras desconsideradas y violentas, si pueden controlar su propio espíritu cuando son provocados y tratados con hostilidad, ciertamente son vencedores. "El que se enseñorea de su espíritu" es mejor "que el que toma una ciudad". Proverbios 16:32. Subyugar el yo y colocar las pasiones bajo el control de la voluntad es la mejor conquista que los hombres y las mujeres pueden realizar.--Testimonies for the Church 3:182-183 (1872).

Un mensaje para nuestros médicos

El médico cristiano debe ser un mensajero de misericordia para los enfermos, portador de un remedio tanto para el alma enferma de pecado como para el cuerpo afligido por la enfermedad. Al mismo tiempo que usa los remedios sencillos que Dios ha provisto para aliviar el sufrimiento físico, debe hablar del poder de Cristo para sanar los males del alma.

¡Cuánta necesidad hay de que el médico viva en íntima comunión con el Salvador! Los enfermos y sufrientes con quienes se relaciona tienen necesidad de la ayuda que sólo Cristo puede dar. Necesitan oraciones respaldadas por el Espíritu Santo. La persona afligida se abandona a la sabiduría y la misericordia del médico, cuya preparación y fidelidad pueden ser su única esperanza. Entonces, sea el médico un mayordomo de la gracia de Dios, un guardián tanto del alma como del cuerpo.

El médico que ha recibido la sabiduría de arriba, que sabe que Cristo es su Salvador personal, sabe también cómo trabajar con las almas temblorosas, culpables y enfermas de pecado que acuden a él en busca de ayuda, porque él mismo ha sido llevado al Refugio. El puede responder con seguridad a la pregunta: "¿Qué puedo hacer para ser salvo?" El puede contar la historia del amor del Redentor. Por experiencia propia puede hablar del poder del arrepentimiento y la fe. El Señor trabaja con él y mediante él mientras se halla a la cabecera del sufriente, tratando de hablarle palabras que le traigan consuelo y ayuda. A medida que la mente del afligido se aferra del poderoso Salvador, la paz de Cristo llena su corazón; y la salud espiritual que recibe constituye la mano ayudadora de Dios en la restauración de la salud del cuerpo.

Son preciosas las oportunidades que tiene el médico de despertar en los corazones de aquellos con quienes se relaciona una comprensión de la tremenda necesidad que tienen de Cristo. A él le toca sacar cosas nuevas y viejas de la tesorería del corazón mientras expresa las anhelantes palabras de consuelo e instrucción. Ha de sembrar constantemente la semilla de la verdad, sin presentar temas doctrinales, sino hablando del amor del Salvador que perdona los pecados. Su deber no consiste solamente en dar instrucción de la Palabra de Dios línea sobre línea, precepto sobre precepto; también debe humedecer esa instrucción con sus lágrimas y fortalecerla con sus oraciones, de modo que las almas sean salvadas de la muerte.

Los médicos corren el riesgo de olvidar el peligro del alma a causa de la ansiedad ferviente, y a veces febril, que experimentan en su empeño por evitar los peligros del cuerpo. Médicos, estén alertas, porque en el tribunal de justicia de Cristo deben volver a encontrar a quienes hoy atienden junto al lecho de muerte.

La solemnidad de la obra del médico, su contacto constante con los enfermos y los que mueren, requiere que, en la medida de lo posible, se los exonere de los trabajos seculares que otros pueden realizar. Con el fin de darle tiempo para familiarizarse con las necesidades espirituales de los pacientes, no se deberían colocar cargas innecesarias sobre él. Su mente debería hallarse siempre bajo la influencia del Espíritu Santo, de modo que pueda pronunciar palabras oportunas que despierten fe y esperanza.

Junto a la cama del moribundo no se deben hablar palabras que tengan que ver con credos y controversias. Se debe traer al enfermo ante Aquel que está dispuesto a salvar a todos los que se llegan a él con fe. Esfuércese fervorosa y tiernamente por ayudar al alma que vacila entre la vida y la muerte.

Dirija la mente hacia Jesús

El médico nunca debería inducir a sus pacientes a fijar su atención en él. Debe enseñarles a asirse con la mano de la fe de la mano extendida del Salvador. Entonces su mente será iluminada con la luz que brilla del Sol de justicia. Lo que los médicos tratan de hacer, Cristo ya lo llevó a cabo, de hecho y en verdad. Ellos tratan de salvar la vida; Cristo es la vida.

El esfuerzo que realiza el médico por conducir las mentes de sus pacientes hacia la acción sanadora debe hallarse libre de toda pretensión humana. No se debe apegar a la humanidad, sino elevarse libremente hacia lo espiritual, aferrándose a las cosas de la eternidad.

El médico no debe ser hecho el blanco de críticas descomedidas. Esto coloca preocupaciones innecesarias sobre él. Sus responsabilidades son pesadas, y necesita la simpatía de quienes colaboran con él en su trabajo. Se lo debe sostener por medio de la oración. Recibirá ánimo y esperanza al saber que se lo aprecia.

El pecado y la enfermedad

El médico cristiano inteligente experimenta una comprensión cada vez mayor de la relación que existe entre el pecado y la enfermedad. Se esfuerza por ver cada vez con mayor claridad la relación que hay entre causa y efecto. Comprende que los que siguen el curso de enfermería deben recibir una instrucción cabal en los principios de la reforma de la salud y que se les debe enseñar a ser estrictamente temperantes en todas las cosas, porque el descuido de las leyes de la salud es inexcusable en quienes han sido llamados a enseñar a otros cómo vivir.

El médico le hace daño a su prójimo cuando ve que un paciente sufre de alguna enfermedad causada por hábitos equivocados de comer y beber, pero no se lo dice ni lo instruye respecto a la necesidad de una reforma. Los borrachos, los enfermos mentales, y los que llevan vidas licenciosas, todos acuden al médico y demuestran en forma clara e incontestable que el sufrimiento es un resultado del pecado. Hemos recibido una gran luz con referencia a la reforma de la salud. Entonces, ¿por qué no nos esforzamos más decididamente por contrarrestar las causas que producen la enfermedad? ¿Cómo pueden callar nuestros médicos cuando son testigos de la lucha continua con el dolor, y trabajan incesantemente por aliviar el sufrimiento? ¿Cómo pueden evitar levantar la voz en amonestación? ¿Tienen realmente bondad y misericordia si no enseñan los principios de una temperancia estricta como remedio para la enfermedad?

Médicos, estudien la amonestación que Pablo dio a los romanos: "Así, que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". Romanos 12:1-2.

Los médicos deben conservar su energía

Los médicos no deben trabajar en exceso, hasta que se agote su sistema nervioso, porque esta condición del cuerpo no favorecerá la tranquilidad de la mente, los nervios firmes y un espíritu gozoso...

Todos los médicos debieran disfrutar del privilegio de poder alejarse periódicamente del Instituto de Salud, especialmente los que soportan cargas y responsabilidades. Si hay escasez de ayuda que no permite hacer esto, debiera conseguirse más ayuda. Tener médicos sobrecargados y por lo tanto descalificados para realizar los deberes de su profesión, es algo que se debe temer. Debiera prevenirse, si fuera posible, porque su influencia va contra los intereses del Instituto. Los médicos debieran mantenerse en buen estado de salud. No debieran enfermarse debido al exceso de trabajo ni por ninguna inprudencia cometida de su parte.--Testimonies for the Church 3:182 (1872).

Una obra que perdurará

Santa Elena, California, Junio 25, 1903. A los Médicos de Nuestro Sanatorio--

Apreciados hermanos: Los que ocupan posiciones de responsabilidad en la obra del Señor son representados como vigías en las murallas de Sion. Dios les pide que hagan sonar la alarma en el pueblo. Que ésta se escuche en todo el valle. El día de calamidad, de aflicción y destrucción se cierne sobre los obradores de injusticia. La mano del Señor caerá con severidad especial sobre los vigías que hayan dejado de presentar al pueblo en forma clara su obligación hacia él, quien es su dueño por creación y redención.

Hermanos míos, el Señor les pide que examinen cuidadosamente su corazón. Les pide que entretejan la verdad en su práctica diaria y en todos sus tratos unos con otros. Requiere de ustedes una fe que obre por amor y que purifique el alma. Corren peligro al tratar con ligereza las exigencias sagradas de la conciencia; es peligroso que den un ejemplo que induzca a otros a ir en la dirección equivocada.

Los cristianos debieran llevar consigo, dondequiera que vayan, la dulce fragancia de la justicia de Cristo, y demostrar que cumplen con la invitación que dice: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Mateo 11:29-30. ¿Están ustedes aprendiendo diariamente en la escuela de Cristo: aprendiendo a disipar las dudas y las sospechas, a ser justos y nobles en su trato con sus hermanos, por su propio bien y por amor de Cristo?

La verdad presente conduce hacia arriba

La verdad presente conduce hacia adelante y hacia arriba, y reune a los necesitados, a los oprimidos, a los dolientes y a los menesterosos. Todos los que han de venir deben ser llevados al redil. En sus vidas debe producirse una reforma que los convertirá en miembros de la familia real, en hijos del Rey celestial. Los hombres y las mujeres, al escuchar el mensaje de verdad, serán inducidos a aceptar el sábado y a unirse con la iglesia por medio del bautismo. Deben llevar la señal de Dios mediante la observancia del sábado de la creación. Deben conocer por sí mismos que la obediencia a los mandamientos de Dios significa la vida eterna.

Los recursos financieros y el trabajo ferviente se pueden invertir con seguridad en una obra como ésta, porque es una obra que perdurará. Así es como los que han estado muertos en la transgresión y el pecado son puestos en comunión con los santos y se los ha de sentar en los lugares celestiales con Cristo. Se colocan sus pies sobre un fundamento seguro. Se los capacita para alcanzar una norma elevada, y hasta las alturas más excelsas de la fe, porque los cristianos hacen caminos rectos para sus pies, para que el cojo no sea apartado de sus sendas.

Todos deben desempeñar una parte

Cada iglesia debiera trabajar por los que perecen dentro de sus propios límites y por los que se encuentran fuera de ellos. Los miembros deben brillar como piedras vivas en el templo de Dios y reflejar la luz celestial. Nadie debe realizar una obra casual, descuidada ni esporádica. Apoderarse firmemente de las almas que están por perecer significa más que orar por un borracho, y luego, porque llora y confiesa la contaminación de su alma, declararlo salvado. Hay que pelear la batalla una vez tras otra.

Que los miembros de cada iglesia consideren su deber especial trabajar por los que viven en sus vecindarios. Que todos los que dicen encontrarse bajo el estandarte de Cristo sientan que han entrado en pacto con Dios, para realizar la obra del Salvador. Que los que se encargan de esta obra no se cansen de hacer el bien. Cuando los redimidos estén delante de Dios, habrá preciosas almas que dirán presente cuando se llame su nombre y que estarán allí debido a los esfuerzos fieles y pacientes realizados en su favor, y por los ruegos e instancias fervientes a refugiarse en la Fortaleza. Y los que en este mundo hayan trabajado conjuntamente con Dios, recibirán su recompensa.

Los ministros de las iglesias populares no permitirán que se presente la verdad desde sus púlpitos. El enemigo los induce a resistir la verdad con rencor y malicia. Se urden falsedades. La experiencia de Cristo con los dirigentes judíos se repetirá. Satanás se esforzará por eclipsar todo rayo de luz que brilla desde Dios hasta su pueblo. Trabaja por medio de los pastores como trabajó mediante los sacerdotes y dirigentes en los días de Cristo. ¿Se unirán a ellos los que conocen la verdad para estorbar, avergonzar y alejar a los que tratan de trabajar en la forma designada por Dios para promover su obra, para plantar el estandarte de la verdad en las regiones de las tinieblas?

El mensaje para este tiempo

El mensaje del tercer ángel que comprende los mensajes del primer y segundo ángeles, es el mensaje para este tiempo. Debemos levantar el estandarte que lleva como inscripción: "Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús". El mundo está por enfrentarse con el Legislador para dar cuenta de su ley quebrantada. No es éste el momento de perder de vista los grandes temas que se encuentran ante nosotros. Dios pide que su pueblo magnifique y honre su ley.

Cuando las estrellas del alba cantaban y todos los hijos de Dios se regocijaban, el sábado fue dado al mundo, para que los seres humanos recordaran siempre que Dios había creado el mundo en seis días. Al descansar el séptimo día, lo bendijo como día de reposo y lo dio a los seres que había creado, para que lo recordaran como el verdadero Dios viviente.

Por medio de su poderosa fuerza, a pesar de la oposición del faraón, Dios libró a su pueblo de Egipto, para que observara la ley que había sido dada en el Edén. Lo llevó al Sinaí para que escuchara la proclamación de esa ley.

Al proclamar los Diez Mandamientos a los hijos de Israel con su propia voz, Dios demostró su importancia. Dio a conocer su majestad y autoridad como Soberano del mundo con una pavorosa grandeza. Hizo esto para impresionar a la gente con el carácter sagrado de su ley y la importancia de obedecerla. El poder y la gloria con que la ley fue promulgada revela su importancia. Es la fe que una vez fue dada a los santos por medio de Cristo nuestro Redentor que hablaba desde el Sinaí.

La señal de nuestra relación con Dios

Los hijos de Israel, mediante la observancia del sábado debían distinguirse del resto de las naciones. "Vosotros guardaréis mis sábados; porque eso es señal entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico". "Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó". "Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo por sus edades por pacto perpetuo". Éxodo 31:13, 17, 16.

El sábado es una señal de la relación que existe entre Dios y su pueblo: una señal que indica que son sus súbditos obedientes, y que observan su santa ley. La observancia del sábado es el medio ordenado por Dios para preservar el conocimiento de sí mismo y distinguir entre sus súbditos leales y los transgresores de su ley.

Esta es la fe que una vez fue dada a los santos, que se presentan con poder moral ante el mundo y mantienen firmemente su fe.

Encontraremos oposición al proclamar el mensaje del tercer ángel. Satanás pondrá por obra todo recurso posible para invalidar la fe que una vez fue dada a los santos. "Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme". 2 Pedro 2:2-3. Pero todos deben escuchar las palabras de la verdad a pesar de la oposición.

La ley de Dios es el fundamento de toda reforma duradera. Debemos presentar al mundo la necesidad de obedecer esta ley en forma clara y distinta. La obediencia a la ley de Dios es el mayor incentivo para la industria, la economía, la verdad y el trato justo entre un hombre y sus semejantes.

El fundamento de una reforma perdurable

La ley de Dios debe ser el medio de llevar a cabo la educación en la familia. Los padres se encuentran bajo la más solemne obligación de obedecer esta ley, y deben dar a sus hijos un ejemplo de la más estricta integridad. Los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad, cuya influencia es abarcante, deben cuidar su comportamiento y sus obras, y mantener el temor de Dios constantemente ante ellos.

"El principio de la sabiduría es el temor de Jehová". Salmos 111:10. Los que escuchan con diligencia la voz del Señor y guardan gozosamente sus mandamientos se encontrarán entre los que verán a Dios. "Nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy. Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado". Deuteronomio 6:24-25.

Nuestra obra como creyentes en la verdad consiste en presentar la inmutabilidad de la ley de Dios ante el mundo. Los pastores y los maestros, los médicos y las enfermeras, se encuentran unidos a Dios por medio de un pacto y bajo la obligación de presentar la importancia de obedecer su ley. Debemos distinguirnos como pueblo que guarda los mandamientos. El Señor ha declarado explícitamente que tiene una obra que debe realizarse para el mundo. ¿En qué forma se hará? Busquemos el método más adecuado y luego realicemos la voluntad del Señor.

Cada uno en su lugar

Los médicos del Instituto de Salud no debieran sentirse obligados a efectuar el trabajo que los auxiliares pueden hacer. No debieran servir en las salas de baño ni en los retretes, porque así gastarían su vitalidad haciendo cosas que corresponden a otros. No debiera haber falta de auxiliares para atender a los enfermos y cuidar a los débiles que necesitan vigilancia. Los médicos debieran reservar sus fuerzas para la realización exitosa de sus deberes profesionales. Debieran decir a otros lo que deben hacer. Si no hay un número suficiente de personas de confianza que puedan hacer esas cosas, habría que emplear a personas adecuadas e instruirlas en forma debida, y habría que pagarles una remuneración adecuada por sus servicios.--Testimonies for the Church 3:177-178 (1872).

Peligros y oportunidades

Sanatorio, California, junio 3, 1907. El médico se encuentra en una posición difícil. Se verá asediado por fuertes tentaciones, y a menos que sea protegido por el poder de Dios, lo que oiga y vea en su trabajo lo desanimará y contaminará su alma. Sus pensamientos deben elevarse constantemente hacia Dios. Esta es su única seguridad. Un médico tiene numerosas oportunidades para ganar almas para Dios, para animar a los desanimados y aliviar la desesperación que invade el alma cuando el cuerpo es torturado por el dolor.

Pero algunos que han elegido la profesión médica son apartados con demasiada facilidad de los deberes que corresponden a un médico. Algunos debilitarán sus facultades por utilizarlas mal, de modo que no pueden rendir a Dios un servicio perfecto. Se colocan donde no pueden actuar con vigor, tacto y habilidad, y no comprenden que al desentenderse de las leyes de la salud se tornan deficientes y en esa forma roban y deshonran a Dios.

Los médicos no debieran permitir que su atención se distraiga de su trabajo; tampoco debieran confinarse tan estrechamente a su trabajo profesional que se perjudiquen la salud. Obrando con el temor de Dios, debieran utilizar con sabiduría la fortaleza que Dios les ha dado. Nunca debieran pasar por alto los medios que Dios ha provisto para la preservación de la salud. Tienen el deber de colocar bajo el control de la razón toda facultad que Dios les ha dado.

El valor del reposo, el estudio y la oración

El médico, más que nadie, debiera tomar seguido horas de descanso regulares hasta donde sea posible. Esto le proporcionará la capacidad de resistir mientras lleva a cabo la pesada carga de su trabajo. El médico, en su ocupada vida encontrará que la investigación de las Escrituras y la oración ferviente le darán vigor mental y estabilidad de carácter.

Debemos tratar de satisfacer las expectativas de Jesucristo. El nos ayudará en todo esfuerzo realizado para ir en la dirección correcta. Recordemos que no existe una acción en la vida, ni un motivo del corazón, que no estén abiertos a la gracia del Salvador.

Siempre está abierta la vía de acceso al trono de Dios. No siempre podemos orar de rodillas, pero nuestras peticiones silenciosas pueden ascender constantemente hacia Dios a fin de solicitar poder y dirección. Cuando seamos tentados, como lo seremos, podemos correr hacia el lugar secreto del Altísimo. Sus brazos eternos nos sostendrán. Que estas palabras nos llenen de gozo: "Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas". Apocalipsis 3:4.

Cuando Cristo se forme en el interior como la esperanza de gloria, estaremos bien equilibrados y no seremos mudables, sino que nos elevaremos por encima de las influencias desanimadoras que desintegran a los que no están firmes en Cristo. El médico podrá probar que es posible ser un médico sabio y de éxito, y al mismo tiempo un cristiano activo que sirve al Señor con sinceridad. La piedad es el fundamento de la verdadera dignidad y plenitud de carácter.

La perfección y la prontitud son indispensables

A menos que los médicos de nuestros sanatorios sean hombres con hábitos de perfección, a menos que atiendan sus deberes con prontitud, su obra llegará a ser un reproche y los instrumentos designados por el Señor perderán su influencia. El médico que es negligente en el cumplimiento del deber humilla al Gran Médico, de quien debiera ser un representante. Debiera mantenerse un horario estricto con todos los pacientes, los encumbrados y los humildes. No debiera permitirse ningún descuido de parte de ninguno de los enfermeros. Hay que cumplir siempre la palabra empeñada y atender prontamente los compromisos, porque esto significa mucho para los enfermos.

Refinamiento y delicadeza

Entre los médicos cristianos debiera existir la tendencia a mantener el orden más elevado de refinamiento y delicadeza auténticos, y el mantenimiento de las barreras de reserva que debieran existir entre hombres y mujeres.

Vivimos en un tiempo cuando el mundo se representa en la misma condición que el mundo en el tiempo de Noé, y como en el tiempo de Sodoma. Se me muestran constantemente los grandes peligros que corren los jóvenes y los hombres y mujeres que acaban de entrar en la edad adulta, y no me atrevo a callar. Se necesita un mayor refinamiento, tanto en pensamiento como en asociación. Se necesita que los cristianos sean más elevados y delicados en palabras y comportamiento.

La obra del médico es tal que si existe vulgaridad en su naturaleza, ésta se manifestará. Por lo tanto, el médico debiera cuidar esmeradamente su manera de hablar y evitar toda vulgaridad en su conversación. Cada paciente a quien trata lee los rasgos de su carácter y el tono de su condición moral a través de sus acciones y su conversación.

La luz que el Señor me ha dado concerniente a este asunto es que hasta donde sea posible las mujeres que son médicos debieran cuidar a los pacientes femeninos y los médicos hombres debieran encargarse del cuidado de los pacientes masculinos. Todos los médicos debieran respetar la delicadeza de sus pacientes. Es incorrecto que las damas se expongan ante médicos hombres. Su influencia es detrimental.

Los tratamientos íntimos no debieran ser administrados por los médicos varones a las mujeres en nuestras instituciones. Nunca una paciente debiera estar sola con un médico varón, ya sea para un examen o un tratamiento íntimo. Que los médicos mantengan fielmente una actitud de delicadeza y modestia bajo todas las circunstancias. En nuestras instituciones médicas siempre debiera haber mujeres de edad madura y experiencia adecuada capaces de dar tratamiento a las pacientes femeninas. Las mujeres debieran ser educadas y capacitadas en forma tan cabal como sea posible para que puedan atender las enfermedades íntimas que afligen a las mujeres, a fin de que sus partes íntimas no sean expuestas ante los hombres. Debiera haber un número mucho mayor de médicos mujeres, educadas no sólo para actuar como enfermeras entrenadas, sino también como médicos en todo el sentido de la palabra. Es una práctica horrible la exposición de las partes íntimas de la mujer ante un hombre, o el tratamiento de hombres realizado por mujeres.

Las mujeres que actúan como médicos debieran rehusar firmemente mirar las partes íntimas de los hombres. Las mujeres debieran ser cabalmente educadas para que trabajen en favor de las mujeres, y los hombres para que trabajen en favor de los hombres. Que los hombres sepan que deben tratarse por médicos hombres y que no pidan ser tratados por médicos mujeres. Es un insulto para las mujeres, y Dios aborrece esta clase de familiaridad.

Mientras se llama a los médicos a que enseñen la pureza social, ellos deben practicar la delicadeza que es una lección constante de puereza práctica. Las mujeres pueden hacer un trabajo noble como médicos; pero cuando los hombres piden a un médico mujer que les practiquen exámenes y tratamientos que exigen la exposición de sus partes privadas, ella debe rehusar definidamente realizar ese trabajo.

En la obra médica existen peligros que el médico debe comprender y protegerse constantemente contra ellos. Los hombres verdaderamente convertidos son los que debieran emplearse como médicos en nuestros sanatorios. Algunos médicos se consideran autosuficientes y piensan que son capaces de cuidar por sí mismos su propio comportamiento; cuando en realidad, si se conocieran a sí mismos, sentirían su gran necesidad de ayuda de lo alto, y de una inteligencia superior.

Algunos médicos varones no están calificados para actuar como médicos de las mujeres debido a la actitud que manifiestan hacia ellas. Se toman libertades hasta que la transgresión de los principios de la castidad se torna en algo común. Nuestros médicos debieran considerar en la forma más elevada la dirección dada por Dios a su iglesia cuando fue liberada de Egipto. Esto les impediría manifestar un comportamiento vulgar y descuidado en relación con los principios de la castidad. Todos los que viven dirigiéndose por medio de las leyes dadas por Dios en el Sinaí, pueden convertirse en personas de confianza.

Se necesitan parteras hábiles

No está en armonía con las instrucciones dadas en el Sinaí que los médicos varones actúen como parteros. La Biblia habla de que las mujeres eran atendidas por mujeres en ocasión del parto, y así es como debiera ser siempre. Debiera educarse y entrenarse a las mujeres para que actúen como parteras. Y es igualmente importante que se prepare a mujeres educadas para que traten las enfermedades femeninas, como también debiera haber médicos hombres cabalmente preparados para que actúen como médicos y cirujanos y los sueldos de las mujeres debieran ser proporcionales a su servicio. Debiera ser apreciada en su trabajo como lo es el médico varón en el suyo.

Eduquemos a las damas para que se hagan competentes en el tratamiento de las enfermedades femeninas. En algunos casos necesitarán el consejo y la asistencia de médicos varones experimentados. Cuando se vean junto a una prueba, que todos obren guiados por la sabiduría suprema. Que todos recuerden que necesitan y que pueden tener la sabiduría del Gran Médico en su trabajo.

Debiéramos tener un colegio donde las mujeres puedan ser entrenadas como médicos mujeres, para realizar el trabajo mejor posible en el tratamiento de las enfermedades femeninas.

La obra médica debiera mantenerse en una condición muy elevada entre nosotros como pueblo. Los médicos debieran recordar que es su trabajo preparar tanto las almas como los cuerpos para la vida celestial. Su servicio realizado para Dios no debe estar corrompido por prácticas malignas.

Todo practicante de la medicina debiera estudiar cuidadosamente la Palabra de Dios. Debieran leer el relato de los hijos de Aarón en. Levítico 10:1-11. Este es un caso en el cual el empleo de vino anubló los sentidos. El Señor exige que el apetito y todos los hábitos de la vida del médico se mantengan bajo estricto control. Mientras tratan con los cuerpos de los pacientes, deben recordar constantemente que los ojos de Dios escudriñan su obra.

Hay que entender las causas de la enfermedad

La parte más exaltada de la obra del médico consiste en conducir a hombres y mujeres bajo su cuidado a que comprendan que la causa de la enfermedad es la violación de las leyes de la salud, y estimularlos a que obtengan conceptos de la vida más elevados y santos. Debiera darse instrucción que actúe como un antídoto contra las enfermedades del alma y del cuerpo. Únicamente los sanatorios en los que se encuentran establecidos los principios correctos serán instituciones saludables. El médico que conociendo el remedio para las enfermedades del alma y el cuerpo, descuide la parte educativa de su obra, tendrá que dar cuenta de su descuido en el día del juicio. Hay que mantener una estricta pureza de lenguaje y de acción.

Los peligros del éxito

Es una época peligrosa para cualquier persona que tenga talentos que puedan ser valiosos para la obra de Dios; porque Satanás está constantemente asediándola con sus tentaciones, procurando siempre llenarla de orgullo y ambición y cuando Dios la usa, en nueve de cada diez casos se torna independiente, autosuficiente, y se siente capaz de mantenerse sola. Este será su peligro, Dr._____, a menos que usted viva una vida de constante fe y oración. Debe poseer un sentido profundo y permanente de las cosas eternas y aquel amor por la humanidad que Cristo demostró en su vida. Una estrecha relación con el cielo le dará el tono adecuado a su fidelidad y constituirá el fundamento de su éxito. Su sentimiento de independencia debe conducirlo a la oración y su sentido del deber debe llamarlo al esfuerzo. La oración y el esfuerzo, el esfuerzo y la oración, deberán ser el negocio de su vida. Debe orar como si la eficiencia y la alabanza se debieran a Dios, y trabajar como si el deber fuera suyo propio. Si desea poder, puede tenerlo, puesto que está esperando que lo use. Tan sólo crea en Dios, crea en su Palabra, actúe con fe y recibirá las bendiciones.

En este asunto, el genio, la lógica y la elocuencia no sirven de nada. Dios acepta y oye las oraciones de los que tienen un corazón humilde, confiado y contrito. Cuando Dios ayuda, todos los obstáculos desaparecen. Cuántos hombres de grandes habilidades naturales y mucha erudición han fallado al ser colocados en posiciones de responsabilidad, mientras que los que poseían habilidades espirituales más débiles, con un ambiente menos favorable, han tenido un éxito admirable. El secreto radica en que los primeros confiaban en sí mismos, mientras los últimos se habían unido con Aquel cuyo consejo es admirable y cuyas obras son poderosas para cumplir lo que desea.

Debido a que su trabajo es siempre urgente, le resulta difícil conseguir tiempo para meditar y orar; pero no debe dejar de hacerlo. La bendición del cielo, que se obtiene mediante la súplica diaria, será como el pan de vida para su alma y aumentará su fortaleza espiritual y moral, lo mismo que un árbol plantado junto a las aguas de un río, cuyo follaje permanecerá siempre verde y cuyo fruto aparecerá en el tiempo debido.

Su descuido en la asistencia a la adoración pública de Dios es un grave error. Los privilegios del servicio divino resultarán tan beneficiosos para usted como lo son para otros, y son igualmente indispensables. Probablemente usted no puede gozar de estos privilegios con tanta frecuencia como otros. A menudo lo llamarán los sábados para que visite a los enfermos y puede ser que ese día resulte agotador para usted. El trabajo de aliviar el sufrimiento fue considerado por nuestro Salvador como una obra de misericordia y no una violación del sábado. Pero cuando usted dedica regularmente los sábados a escribir o trabajar sin introducir ningún cambio especial, usted perjudica su propia alma, da a otros un ejemplo que no es digno de imitarse y no honra a Dios.

Ha dejado de percibir la verdadera importancia, no sólo de la asistencia a las reuniones religiosas, sino también de dar testimonio por Cristo y la verdad. Si usted no obtiene fortaleza espiritual llevando a cabo fielmente todo deber cristiano, entrando así en una relación más estrecha y sagrada con su Redentor, se debilitará su fortaleza moral.

La Biblia como consejera

Dios desea que los que se desempeñan como misioneros médicos del Evangelio aprendan con diligencia las lecciones del Gran Maestro. Deben hacerlo si desean encontrar paz y reposo. Al aprender de Cristo, sus corazones se llenarán de la paz que solamente él puede proporcionar.

El libro que es indispensable que todos estudien es la Biblia. Estudiada con reverencia y temor piadoso, resulta el mayor de todos los educadores. En ella no hay engaño. Sus páginas rebosan de verdad. ¿Deseamos obtener conocimiento de Dios y de Cristo, a quien él envió al mundo para vivir y morir por los pecadores? Un estudio fervoroso y diligente de la Biblia es necesario para obtener este conocimiento.

Muchos de los libros que se amontonan en las grandes bibliotecas confunden la mente más de lo que ayudan al entendimiento. Sin embargo, hay personas que gastan grandes sumas de dinero en la adquisición de tales obras y emplean años en su estudio, cuando tienen a su alcance el Libro que contiene las palabras de Aquel que es el Alfa y Omega de la sabiduría. El tiempo pasado en un estudio de esos libros podría emplearse mejor en conocer a Aquel cuyo conocimiento adecuado es vida eterna. Únicamente los que adquieren este conocimiento podrán escuchar las palabras: "Estáis completos en él". Colosenses 2:10.

Estudiad más la Biblia y menos las teorías de la fraternidad médica, y gozaréis de mejor salud espiritual. Vuestra mente estará más clara y vigorosa. Mucho de lo que se abarca en un curso de medicina es positivamente innecesario. Los estudiantes de medicina dedican una gran cantidad de tiempo a un aprendizaje que es inútil. Muchas de las teorías que aprenden pueden compararse en valor a las tradiciones y máximas enseñadas por los escribas y fariseos. Muchas de las complicaciones con que tienen que familiarizarse perjudican su mente.

Dios me ha estado presentando estas cosas durante muchos años. En nuestros colegios e instituciones médicos necesitamos hombres que posean un profundo conocimiento de las Escrituras, hombres que hayan aprendido las lecciones enseñadas en la Palabra de Dios, y que puedan enseñar esas lecciones a otros en forma clara y sencilla, tal como Cristo enseñó a sus discípulos el conocimiento que él consideraba más importante.

La receta del gran médico para obtener reposo

Si nuestros obreros médicos misioneros siguieran la receta del Gran Médico para obtener reposo, fluiría a través de sus almas una corriente sanadora de paz. Esta es la prescripción: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Mateo 11:28-30.

Cuando nuestros obreros médicos misioneros pongan en práctica esta receta, y obtengan del Salvador poder para revelar sus características, su obra científica tendrá una mayor solidez. Debido a que la Palabra de Dios ha sido descuidada, se han llevado a cabo cosas extrañas en la obra médica misionera. El Señor no puede aceptar lo que se hace en la actualidad.

Estudiad la Palabra que Dios en su sabiduría, amor y bondad ha hecho tan clara y sencilla. El capítulo seis de Juan nos dice lo que significa el estudio de la Palabra. Los principios revelados en las Escrituras deben enseñarse a todos. Debemos comer la Palabra de Dios; esto significa que no debemos apartarnos de sus preceptos. Debemos introducir sus verdades en nuestra vida diaria y captar los misterios de la divinidad.

Orad a Dios. Estad en comunión con él. Estudiad la mente de Dios, como quienes se esfuerzan por alcanzar la vida eterna y que necesitan conocer su voluntad. Podéis revelar la verdad únicamente como la conocéis en Cristo. Debéis recibir y asimilar sus palabras; éstas deben llegar a formar parte de vosotros. Esto es lo que significa comer la carne y beber la sangre del Hijo de Dios. Debéis vivir por cada palabra que procede de la boca de Dios; es decir, lo que Dios ha revelado. No todo ha sido revelado; porque no podríamos soportar tal revelación. Pero Dios ha revelado todo lo que es necesario para nuestra salvación. No debemos dejar su palabra para aceptar las suposiciones de los seres humanos.

Obtened un conocimiento experimental de Dios llevando el yugo de Cristo. El concede sabiduría a los humildes y a los mansos, y les permite juzgar lo que es la verdad y captar las razones fundamentales, a fin de señalar los resultados de ciertas acciones. El Espíritu Santo enseña a los estudiantes de las Escrituras a juzgar todas la cosas por medio de las normas de justicia y de verdad. La revelación divina le proporciona los conocimientos necesarios.

Y los conocimientos necesarios serán dados a todos los que acuden a Cristo, que reciben y practican sus enseñanzas y que convierten sus palabras en una parte de su vida. Los que se colocan bajo la instrucción del gran Médico Misionero, a fin de ser colaboradores juntamente con él, tendrán un conocimiento que el mundo, con toda su sabiduría tradicional, no puede suplir.

Convertid la Biblia en vuestro consejero. Llegaréis a familiarizaros rápidamente con ella si mantenéis vuestra mente libre de la escoria del mundo. Cuanto más se estudie la Biblia, tanto más profundo llegará a ser el conocimiento de Dios. Las verdades de su palabra serán escritas en vuestra alma y realizarán una impresión imborrable.

No sólo se beneficiará el estudiante mismo por el estudio de la Palabra de Dios. Su estudio es vida y salvación para todos los que se relacionan con él. Experimentará una responsabilidad sagrada de impartir el conocimiento que recibe. Su vida revelará la ayuda y el poder que recibe de la comunión con la Palabra. La participación del Espíritu se verá en los pensamientos, las palabras y las obras. Todo lo que diga y haga proclamará que Dios es luz y que en él no hay tinieblas. El Señor Jesús puede decir de los tales: "Vosotros sois colaboradores juntamente con Dios".

Las calificaciones necesarias

Se me mostró que los médicos y los auxiliares debieran poseer las cualidades más elevadas, debieran tener un conocimiento práctico de la verdad, debieran infundir respeto y su palabra debiera ser digna de confianza. Debieran ser personas que no tengan una imaginación enfermiza, que tengan perfecto autocontrol, que no sean caprichosos ni inconstantes, y que no tengan celos ni hagan suposiciones mal intencionadas; personas que tengan una fuerza de voluntad que no ceda ante las pequeñas indisposiciones, que carezcan de prejuicios, que no piensen el mal, que piensen y actúen con calma y consideración, y que no pierdan de vista la gloria de Dios y el bien de los demás. A nadie se debiera elevar a una posición de responsabilidad nada más porque la desea. Debieran promoverse a una posición determinada únicamente los que estén calificados para desempeñarla. Los que han de desempeñar responsabilidades primero deben ser probados y dar evidencia de que carecen de celos, que no tomarán entre ojos a determinada persona, que no favorecerán a unos pocos amigos e ignorarán a otros. Dios quiere que todos actúen rectamente en esa institución.--Testimonies for the Church 1:567 (1867).

La oración por los enfermos

En lo que se refiere a la oración por los enfermos... He estado considerando diversas cosas que me han sido presentadas en el pasado con referencia al tema.

Supongamos que veinte hombres y mujeres se presenten para que se ore por ellos en alguna de nuestras reuniones espirituales campestres, lo cual no sería inusitado, porque los que sufren harán todo lo posible para obtener alivio y para recuperar las fuerzas y la salud. De estas veinte personas, pocas han considerado la luz sobre el tema de la pureza y la reforma pro salud. Han descuidado la práctica de los principios correctos en el comer y el beber, y en el cuidado de sus cuerpos. Algunos de los que están casados han formado hábitos vulgares y se han entregado a prácticas impías; por otra parte entre los solteros, algunos han sido descuidados con la salud y la vida, puesto que la luz ha brillado sobre ellos con toda claridad, pero no han respetado la luz y tampoco han andado con prudencia. Sin embargo, solicitan las oraciones del pueblo de Dios y piden la actuación de los ancianos de la iglesia.

Si volvieran a recuperar la bendición de la salud, muchos de ellos seguirían el mismo camino de descuidadas transgresiones de las leyes de la naturaleza, a menos que sean iluminados y completamente transformados...

El pecado ha llevado a muchos de ellos al lugar donde se encuentran: a un estado de debilidad de la mente y del cuerpo. ¿Debiera orarse al Dios del cielo para que su sanidad descienda sobre ellos en ese momento, sin especificar ninguna condición? Yo digo que no, decididamente no. ¿Entonces qué debiera hacerse? Presentar sus casos ante Aquel que conoce el nombre de cada persona.

Presentad estos pensamientos a las personas que acuden para pedir que se ore por ellas: somos humanos y no podemos leer los corazones ni saber los secretos de sus vidas. Estos son conocidos únicamente por ustedes y Dios. Si ahora se arrepienten de sus pecados, y si alguno de ustedes puede ver que en algún caso ha andado contrariamente a la luz dada por Dios y ha descuidado de honrar el cuerpo, que es templo de Dios, y mediante hábitos equivocados ha degradado el cuerpo, que es propiedad de Cristo, confiese estas cosas a Dios. A menos que el Espíritu Santo obre sobre ustedes en forma especial para que confiesen sus pecados de naturaleza privada a alguna persona, no hablen de ello con nadie.

Cristo es su Redentor, y no tomará ventaja de sus confesiones humilladoras. Si tienen pecados de carácter privado, confiésenlos a Cristo, quien es el único Mediador entre Dios y el hombre. "Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". 1 Juan 2:1. Si han pecado reteniendo de Dios sus diezmos y ofrendas, confiesen su culpa a Dios y a la iglesia, y obedezcan lo que él ha ordenado: "Traed todos los diezmos al alfolí". Malaquías 3:10...

Una experiencia muy solemne

La oración por los enfermos es algo muy solemne, y no debiéramos ocuparnos de esta obra en forma descuidada ni apresurada. Debiéramos averiguar si los que serán bendecidos con salud se han dedicado a hablar mal de otros, si han tenido desavenencias con los demás y si han participado en disensiones. ¿Han manifestado espíritu de discordia entre los hermanos y hermanas de la iglesia? Si han llevado a cabo estas cosas debieran confesarlas delante de Dios y la iglesia. Después de haber confesado lo que han hecho mal, estas personas que buscan oración pueden ser presentadas delante de Dios con fervor y fe, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo.

Pero no siempre es seguro pedir sanamiento incondicional. Las oraciones que se hacen debieran incluir el siguiente pensamiento: "Señor, tú conoces todo secreto del alma. Tú estás familiarizado con estas personas; por Jesús, su abogado, concédeles su vida. El las ama más de lo que nosotros podemos. Por lo tanto, si ha de ser para tu gloria y para el bien de estas personas afligidas concederles la salud, te rogamos en el nombre de Jesús que les proporciones salud en esta ocasión". En una petición de esta naturaleza no se manifiesta falta de fe.

El Señor "no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres". Lamentaciones 3:33. "Como el Padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo". Salmos 103:13-14. El conoce nuestro corazón porque lee todo secreto del alma. El sabe si las personas por quienes se ora podrán soportar las pruebas que les sobrevendrán si sobreviven. El conoce el fin desde el principio. Se permitirá que muchos duerman en el sueño de la muerte antes de las terribles pruebas que afligirán al mundo en el tiempo de angustia. Esta es otra razón por la cual debiéramos decir después de nuestra ferviente petición: "Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Lucas 22:42. Tal petición nunca quedará registrada en el cielo como una oración sin fe.

Se pidió al apóstol que escribiera: "Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen". Apocalipsis 14:13. Este pasaje nos indica que no todos se recuperarán; y si no recuperan la salud no debieran ser juzgados indignos de la vida eterna. Si Jesús, el Redentor del mundo oró: "Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa" y a continuación añadió: "Pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39), cuán apropiado es que los mortales finitos se entreguen de la misma forma a la sabiduría y voluntad de Dios.

Según su voluntad

Al orar por los enfermos, debemos orar que, si es la voluntad de Dios, puedan recuperar la salud; pero en caso contrario, que él les conceda su gracia y consuelo, y que su presencia los sustente en sus sufrimientos.

Muchos que debieran hacer los arreglos finales de su vida, no lo hacen cuando tienen esperanza de que recuperarán la salud como respuesta a la oración. Alentados por una falsa esperanza, no sienten la necesidad de aconsejar ni amonestar a sus hijos, padres o amigos, lo cual es desafortunado. Al aceptar la seguridad de que serán sanados cuando se ore por ellos, descuidan de hacer referencia a la forma como sus bienes debieran ser distribuidos, a cómo se atenderán las necesidades de su familia, y tampoco expresan deseo alguno concerniente a los asuntos de los cuales debieran hablar si pensaran que van a morir. En esta forma sobrevienen desastres sobre la familia y los amigos, porque muchas cosas que debieran entenderse quedan sin mencionarse, porque temen que el referirse a ellas sea una manifestación de falta de fe. Creyendo que será restaurada su salud mediante la oración, dejan de utilizar recursos higiénicos que tienen a su alcance, por temer que esto constituya una negación de su fe.

Agradezco al Señor porque tenemos el privilegio de colaborar con él en la obra de la restauración, porque podemos aprovechar todas las ventajas posibles en la recuperación de la salud. No es negación de nuestra fe colocarnos en la condición más favorable para nuestra recuperación.

Sumisión y fe

En tales casos de aflicción, cuando Satanás domina la mente, antes de dedicarse a la oración debe haber el más detenido examen propio para descubrir si no hay pecados de los cuales sea necesario arrepentirse, para confesarlos y abandonarlos. Es necesaria una profunda humildad de alma delante de Dios, y una confianza firme y humilde en los méritos de la sangre de Cristo únicamente. Nada lograrán el ayuno y la oración mientras el corazón esté enajenado de Dios por una conducta errónea. Léase Isaías 58:6-7, 9-11.

Lo que el Señor requiere es una obra del corazón, buenas obras que broten del corazón lleno de amor. Todos deben considerar con cuidado y oración los pasajes arriba citados, e investigar sus motivos y acciones. La promesa que Dios nos hace se basa en una condición de obediencia, de obediencia a todos los requerimientos. Léase Isaías 58:1-3...

Fe y calma

Me fue mostrado que en caso de enfermedad, cuando está expedito el camino para ofrecer oración por el enfermo, el caso debe ser confiado al Señor con fe serena, y no con tempestuosa excitación. Sólo él conoce la vida pasada de la persona, y sabe cual será su futuro. El que conoce todos los corazones, sabe si la persona, en caso de sanarse, glorificaría su nombre o lo deshonraría por su apostasía. Todo lo que se nos pide que hagamos es que roguemos a Dios que sane al enfermo si esto está de acuerdo con su voluntad, creyendo que él oye las oraciones que presentamos y las oraciones fervientes que elevamos. Si el Señor ve que ello habrá de elevarlo, contestará nuestras oraciones. Pero no es correcto insistir en el restablecimiento sin someternos a su voluntad.

Dios puede cumplir en cualquier momento lo que promete, y la obra que él ordena a su pueblo que haga puede realizarla por su medio. Si ellos quieren vivir de acuerdo a toda palabra que el pronunció, se cumplirán para ellos todas las buenas palabras y promesas. Pero si no prestan una obediencia perfecta, las grandes y preciosas promesas quedarán sin efecto.

Todo lo que puede hacerse al orar por los enfermos es importunar fervientemente a Dios en su favor, y entregar en sus manos el asunto con perfecta confianza. Si miramos a la iniquidad y la conservamos en nuestro corazón, el Señor no nos oirá. El puede hacer lo que quiere con los suyos. El se glorificará por medio de aquellos que le sigan tan completamente que se sepa que es su Señor, que sus obras se realizan en Dios.

Fe y obediencia

Cristo dice: "Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará". Juan 12:26. Cuando acudimos a él, debemos orar porque nos permita comprender y realizar su propósito, y que nuestros deseos e intereses se pierdan en los suyos. Debemos reconocer que aceptamos su voluntad, y no orar para que él nos conceda lo que pedimos. Es mejor para nosotros que Dios no conteste siempre nuestras oraciones en el tiempo y la manera que nosotros deseamos. El hará para nosotros algo superior al cumplimiento de todos nuestros deseos; porque nuestra sabiduría es insensatez.

Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de hombres y mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas oraciones. En esas oraciones nos parecía que debiéramos ser positivos, y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No nos atrevíamos a pedir: "Si esto ha de glorificar a Dios", temiendo que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosamente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los muertos. Hemos visto a algunos de éstos, especialmente jóvenes, que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a sus amigos, y avergonzaron a quienes temían orar por ellos. No vivieron para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas viciosas.

Ya no trazamos directivas, ni procuramos hacer que el Señor cumpla nuestros deseos. Si la vida de los enfermos puede glorificarlo, oramos que vivan, pero no que se haga como nosotros queremos, sino como él quiere. Nuestra fe puede ser muy firme e implícita si rendimos nuestro deseo al Dios omnisapiente, y sin ansiedad febril, con perfecta confianza, se lo consagramos todo a él. Tenemos la promesa. Sabemos que él nos oye si pedimos de acuerdo con su voluntad.

Nuestras peticiones no deben cobrar forma de órdenes, sino de una intercesión para que él haga las cosas que deseamos que haga. Cuando la iglesia esté unida, tendrá fuerza y poder; pero cuando parte de sus miembros están unidos al mundo, y muchos están entregados a la avaricia, que Dios aborrece, poco puede hacer el Señor por ella. La incredulidad y el pecado nos apartan de Dios. Somos tan débiles que no podemos soportar mucha prosperidad espiritual; corremos el riesgo de atribuirnos la gloria y de considerar que nuestra bondad y justicia son los motivos de la señalada bendición de Dios, cuando todo se debe a la gran misericordia y el amor de nuestro compasivo Padre celestial, y no a cosa buena alguna que haya en nosostros.

La fe y las obras

Cuando se ora por los enfermos es indispensable tener fe, porque eso concuerda con la palabra de Dios. "La oración eficaz del justo puede mucho". Santiago 5:16. De manera que no podemos descartar la necesidad de orar por los enfermos, y debiéramos sentirnos muy entristecidos si no tuviéramos el privilegio de aproximarnos a Dios, de presentarle nuestras debilidades y dolencias, de comunicar todas estas cosas a un Salvador compasivo, creyendo que escucha nuestras peticiones. En algunos casos las respuestas a nuestras oraciones vienen de inmediato. Pero otras veces tenemos que esperar pacientemente y continuar rogando por las cosas que necesitamos; aquí se aplica como ilustración el caso del solicitante importuno que buscaba pan. "¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: amigo, préstame tres panes?" Esta lección significa más de lo que podemos imaginar. Debemos perseverar en nuestras peticiones, aunque no obtengamos respuesta inmediata a nuestras oraciones. "Yo os digo: pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá". Lucas 11:9-10.

Necesitamos gracia, necesitamos iluminación divina, para que por medio del Espíritu sepamos pedir las cosas que necesitamos. Si nuestras peticiones son dictadas por el Señor, serán contestadas.

En las Escrituras hay promesas preciosas hechas a los que esperan en el Señor. Todos deseamos la respuesta inmediata a las oraciones y nos sentimos tentados a desanimarnos si éstas no son contestadas inmediatamente. Pero mi experiencia me ha enseñado que esto es un gran error. La demora es para nuestro beneficio especial. Tenemos la oportunidad de ver si nuestra fe es sincera o si es mudable como las olas del mar. Debemos atarnos al altar con las fuertes cuerdas de la fe y el amor, y dejar que la paciencia realice su obra perfecta. La fe se fortalece mediante el ejercicio continuo. Esta espera no significa que por haberle pedido al Señor que sane, no hay nada que nosotros podamos hacer. Todo lo contrario, debemos hacer lo mejor posible para utilizar los recursos que el Señor ha provisto en su bondad para satisfacer nuestras necesidades.

He visto muchas veces que al orar por los enfermos se llevan las cosas a un extremo, por eso he sentido que esa parte de nuestra experiencia requiere mucho pensamiento sólido y santificado, para que no hagamos cosas que podríamos llamar fe, pero que realmente no son nada más que presunción. Las personas agobiadas por la aflicción necesitan ser aconsejadas sabiamente, para que actúen con discreción; y mientras se colocan ante Dios para que se ore por ellas a fin de que sean sanadas, no deben adoptar la posición de que los métodos de restauración de la salud de acuerdo con las leyes de la naturaleza tienen que ser descuidados. Si suponen que al orar por el sanamiento no deben usar los remedios sencillos provistos por Dios para aliviar el dolor y ayudar a la naturaleza en su obra, por temor a que eso signifique una negación de la fe, están adoptando una posición que no es sabia. Eso no es una negación de la fe, sino que está en estricta armonía con los planes de Dios. Cuando Ezequías estuvo enfermo, el profeta de Dios le llevó un mensaje según el cual debía morir. El clamó a Dios, y el Señor oyó a su siervo y realizó un milagro por medio de él, y le dio un mensaje al rey diciéndole que se habían añadido quince años más a su vida. Una sola palabra pronunciada por Dios, un solo toque de su dedo divino, habría sido suficiente para sanar instantáneamente a Ezequías, pero Dios le envió instrucciones especiales según las cuales debía aplicar una pasta de higos a la parte afectada, con lo cual el rey sanó y fue vivificado. En todas las cosas debemos actuar de acuerdo con las instrucciones de la providencia de Dios.

El instrumento humano debiera tener fe y colaborar con el poder divino, usar toda facilidad a su alcance, y tomar ventaja de todo lo que, de acuerdo con su inteligencia, sea benéfico y esté en armonía con las leyes naturales. Al hacer esto, no está negando su fe.

Gratitud por la salud

Con mucha frecuencia los que viven con salud olvidan las admirables misericordias que se derraman continuamente sobre ellos, día a día, año tras año. No rinden ningún tributo de alabanza a Dios por todos sus beneficios. Cuando llega la enfermedad, entonces se acuerdan de Dios. El fuerte deseo de recuperación de la salud conduce a la oración ferviente, lo cual está bien. Dios es nuestro refugio en nuestra enfermedad como en la salud. Pero muchos no le encomiendan sus casos, y estimulan la debilidad y la enfermedad al preocuparse por ellos mismos. Si dejaran de quejarse y se levantaran por encima de la depresión y el desaliento, su recuperación sería más segura. Debieran recordar con gratitud durante cuánto tiempo han disfrutado de la bendición de la salud; y si se les devolviera ese precioso don, no debieran olvidar que se encuentran bajo nuevas obligaciones hacia su Creador. Cuando los diez leprosos fueron sanados, sólo uno regresó en busca de Jesús para darle gloria. No seamos como los nueve desagradecidos, cuyos corazones no fueron tocados por la misericordia de Dios.--Testimonies for the Church 5:315 (1885).

La influencia del médico

Se me ha mostrado que los médicos debieran estar en una relación más estrecha con Dios y llevar a cabo su obra fervorosamente con su poder. Tienen una parte importante que desempeñar. Están en juego no solamente las vidas de sus pacientes, sino también sus almas. Muchos que reciben beneficios físicos, pueden al mismo tiempo ser ayudados espiritualmente en forma señalada. Tanto la salud del cuerpo como la salvación del alma dependen en gran medida del comportamiento de los médicos. Es de la mayor importancia que actúen correctamente, que no sólo tengan conocimiento científico, sino el conocimiento de la voluntad y los métodos de Dios. Grandes responsabilidades descansan sobre ellos.

Hermanos míos, debierais ver y sentir vuestra responsabilidad, y en vista de ella, humillar vuestras almas delante de Dios y rogarle que os dé sabiduría. No habéis comprendido lo mucho que la salvación de las almas de las personas cuyos cuerpos procuráis aliviar de sufrimiento, depende de vuestras palabras, acciones y comportamiento. Estáis realizando una obra que debe soportar la prueba del juicio. Debéis proteger vuestras propias almas de los pecados de egoísmo, autosuficiencia y confianza en sí mismo.

Agua de la fuente oculta

Debierais mantener una dignidad verdaderamente cristiana, pero evitar toda afectación. Sed estrictamente honrados de corazón y vida. Dejad que la fe, lo mismo que la palmera, envíe sus raíces penetradoras por debajo de la superficie de las cosas a fin de obtener refrigerio espiritual de las fuentes vivas de la gracia y la misericordia de Dios. Hay una fuente de agua que fluye para vida eterna. Debéis obtener vuestra vida de esta fuente oculta. Si os despojáis del egoísmo y fortalecéis vuestras almas por medio de una comunión constante con Dios, podréis promover la felicidad de las personas con quienes os ponéis en contacto. Os asociaréis con los descuidados, informaréis a los ignorantes, animaréis a los oprimidos y desalentados y, hasta donde sea posible, aliviaréis el sufrimiento, y no sólo mostraréis el camino hacia el cielo, sino que vosotros mismos andaréis en él.

No os satisfagáis con un conocimiento superficial. Que la lisonja no os enorgullezca, y que la crítica no os deprima. Satanás os tentará a seguir un comportamiento por el que os admiren y os adulen; pero debéis alejaros de sus trampas. Sois servidores del Dios viviente.

Vuestra relación con los enfermos puede ser agotadora, y puede secar gradualmente las fuentes de la vida si no hay cambio, oportunidad de recreación y, si los ángeles de Dios no os guardan y protegen. Si pudierais ver los numerosos peligros entre los cuales sois conducidos con seguridad cada día por esos mensajeros del cielo, vuestros corazones se llenarían de gratitud y ésta encontraría expresión a través de vuestros labios. Si convertís a Dios en vuestra fortaleza, podréis, bajo las circunstancias más desanimadoras, alcanzar una norma elevada de perfección cristiana que pensáis que no es posible alcanzar. Vuestros pensamientos podrán ser elevados, podréis tener aspiraciones nobles, percepciones claras de la verdad y propósitos de acción que os elevarán por encima de los motivos sórdidos.

Si deseáis alcanzar la perfección del carácter, debéis utilizar el pensamiento y la acción. Al entrar en contacto con el mundo debéis cuidaros de no buscar con demasiado entusiasmo el aplauso de los hombres ni vivir de acuerdo con sus opiniones. Si queréis caminar con seguridad, hacedlo cuidadosamente; cultivad la gracia de la humildad y fijad vuestras almas desvalidas sobre Cristo. Podréis ser, en todo sentido, hombres de Dios. En medio de la confusión y las tentaciones mundanales, podréis, con perfecta dulzura, mantener la independencia del alma.

La comunión diaria con Dios

Si mantenéis una comunión diaria con Dios, aprenderéis a estimar a los seres humanos como Dios los estima, y las obligaciones que descansan sobre vosotros de ser una bendición para la humanidad sufriente será cumplida de buena voluntad. No os pertenecéis a vosotros mismos, porque vuestro Señor tiene derechos sagrados sobre vuestros afectos supremos y los servicios más elevados de vuestra vida. Tiene derecho de utilizaros en vuestro cuerpo y espíritu, en la extensión máxima de vuestras capacidades, para su propio honor y gloria. No importa qué cruces tengáis que llevar, qué trabajos y sufrimientos os sean impuestos por su mano, debéis aceptarlos sin murmurar.

Las personas por quienes trabajáis son vuestros hermanos que se encuentran en aflicción, que sufren de desórdenes físicos y de la lepra espiritual del pecado. Si sois mejores que ellos, debéis acreditarlo a la cruz de Cristo. Muchos viven sin Dios y sin esperanza en el mundo. Son culpables, corrompidos y degradados, esclavizados por las trampas de Satanás. Pero éstos son los que Cristo vino para redimir. Son el objeto de la más tierna piedad, simpatía e incansable esfuerzo, porque se encuentran al borde de la ruina. Sufren de deseos no satisfechos, de pasiones desordenadas y de la condenación de sus propias conciencias; son miserables en todo el sentido de la palabra, porque se están perdiendo esta vida y no tienen perspectiva de una vida futura.

Ser activos y vigilantes

Tenéis un campo de trabajo importante, y debiérais ser activos y vigilantes mientras rendís una obediencia gozosa e incondicional a los llamamientos del Maestro. Recordad siempre que vuestros esfuerzos para reformar a otros debieran realizarse con un espíritu de completa bondad. No se gana nada con que os mantengáis alejados de las personas a quienes debéis ayudar. Debéis mantener ante la conciencia de los pacientes el hecho de que al sugerir la reforma de sus hábitos y costumbres estáis presentando ante ellos algo que no tiene el propósito de arruinarlos sino de salvarlos; también debéis recordarles que al abandonar lo que han estimado y amado hasta este momento, tienen que edificar sobre un fundamento más seguro. Si bien es cierto que la reforma debe presentarse con firmeza y resolución, también es verdad que hay que dejar de lado toda apariencia de fanatismo o un espíritu dictatorial. Cristo nos ha dado lecciones preciosas de paciencia, tolerancia y amor. La rudeza no es energía, ni tampoco el espíritu dominador es heroísmo. El Hijo de Dios fue persuasivo. Se manifestó para atraer a todos hacia sí. Sus seguidores deben estudiar su vida más de cerca y andar en la luz de su ejemplo, no importa qué sacrificio del yo tengan que hacer para lograrlo. La reforma, la reforma continua, debe mantenerse ante la gente y vuestro ejemplo debiera reforzar vuestras enseñanzas.

La obediencia y la felicidad

Manténgase siempre ante la conciencia de la gente que el gran objeto de la reforma higiénica consiste en asegurar el desarrollo más elevado posible de la mente, del alma y del cuerpo. Todas las leyes de la naturaleza, que son leyes de Dios, han sido dadas para nuestro bien. La obediencia a ellas promoverá nuestra felicidad en esta vida y nos ayudará a prepararnos para la vida futura.--Christian Temperance and Bible Hygiene, 120 (1890).