LAS palabras de Cristo a los sacerdotes y gobernantes: "He aquí vuestra
casa os es dejada desierta," habían llenado de terror su corazón.
Afectaban indiferencia, pero seguían preguntándose lo que significaban
esas palabras. Un peligro invisible parecía amenazarlos. ¿Podría ser que
el magnífico templo que era la gloria de la nación iba a ser pronto un
montón de ruinas? Los discípulos compartían ese presentimiento de mal, y
aguardaban ansiosamente alguna declaración más definida de parte de
Jesús. Mientras salían con él del templo, llamaron su atención a la
fortaleza y belleza del edificio. Las piedras del templo eran del mármol
más puro, de perfecta blancura y algunas de ellas de tamaño casi
fabuloso. Una porción de la muralla había resistido el sitio del
ejército de Nabucodonosor. En su perfecta obra de albañilería, parecía
como una sólida piedra sacada entera de la cantera. Los discípulos no
podían comprender cómo se podrían derribar esos sólidos muros.
Al ser atraída la atención de Cristo a la magnificencia del templo,
¡cuáles no deben haber sido los pensamientos que guardó para sí Aquel
que había sido rechazado! El espectáculo que se le ofrecía era hermoso
en verdad, pero dijo con tristeza: Lo veo todo. Los edificios son de
veras admirables. Me mostráis esas murallas como aparentemente
indestructibles; pero escuchad mis palabras: Llegará el día en que "no
será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruida."
Las palabras de Cristo habían sido pronunciadas a oídos de gran número
de personas; pero cuando Jesús estuvo solo, Pedro, Juan, Santiago y
Andrés vinieron a él mientras estaba sentado en el monte de las Olivas.
"Dinos --le dijeron,-- ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de
tu venida, y del fin del mundo?" En su contestación a los discípulos,
Jesús no consideró por separado la destrucción de Jerusalén y el gran
día de su venida. Mezcló la descripción de estos dos
acontecimientos. Si hubiese revelado a sus discípulos los
acontecimientos futuros como los contemplaba él, no habrían podido
soportar la visión. Por misericordia hacia ellos, fusionó la descripción
de las dos grandes crisis, dejando a los discípulos estudiar por sí
mismos el significado. Cuando se refirió a la destrucción de Jerusalén,
sus palabras proféticas llegaron más allá de este acontecimiento hasta
la conflagración final de aquel día en que el Señor se levantará de su
lugar para castigar al mundo por su iniquidad, cuando la tierra revelará
sus sangres y no encubrirá más sus muertos. Este discurso entero no fue
dado solamente para los discípulos, sino también para aquellos que iban
a vivir en medio de las últimas escenas de la historia de esta tierra.
Volviéndose a los discípulos, Cristo dijo: "Mirad que nadie os engañe.
Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a
muchos engañarán." Muchos falsos mesías iban a presentarse pretendiendo
realizar milagros y declarando que el tiempo de la liberación de la
nación judía había venido. Iban a engañar a muchos. Las palabras de
Cristo se cumplieron. Entre su muerte y el sitio de Jerusalén,
aparecieron muchos falsos mesías. Pero esta amonestación fue dada
también a los que viven en esta época del mundo. Los mismos engaños
practicados antes de la destrucción de Jerusalén han sido practicados a
través de los siglos, y lo serán de nuevo.
"Y oiréis guerras, y rumores de guerras: mirad que no os turbéis; porque
es menester que todo esto acontezca; mas aún no es el fin." Antes de la
destrucción de Jerusalén, los hombres contendían por la supremacía. Se
mataban emperadores. Se mataba también a los que se creía más cercanos
al trono. Había guerras y rumores de guerras. "Es menester que todo esto
acontezca --dijo Cristo;-- mas aún no es el fin [de la nación judía como
tal.] Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y
habrá pestilencias, y hambres, y terremotos por los lugares. Y todas
estas cosas, principio de dolores." Cristo dijo: A medida que los
rabinos vean estas señales, declararán que son los juicios de Dios sobre
las naciones por mantener a su pueblo escogido en servidumbre.
Declararán que estas señales son indicios del advenimiento del Mesías.
No os engañéis; son el principio de sus juicios. El pueblo se miró a
sí mismo. No se arrepintió ni se convirtió para que yo lo sanase. Las
señales que ellos presenten como indicios de su liberación de la
servidumbre, os serán señales de su destrucción.
"Entonces os entregarán para ser afligidos, y os matarán; y seréis
aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Y muchos
entonces serán escandalizados; y se entregarán unos a otros, y unos a
otros se aborrecerán." Todo esto lo sufrieron los cristianos. Hubo
padres y madres que traicionaron a sus hijos e hijos que traicionaron a
sus padres. Amigos hubo que entregaron a sus amigos al Sanedrín. Los
perseguidores cumplieron su propósito matando a Esteban, Santiago y
otros cristianos.
Mediante sus siervos, Dios dio al pueblo judío una última oportunidad de
arrepentirse. Se manifestó por medio de sus testigos cuando se los
arrestó, juzgó y encarceló. Sin embargo, sus jueces pronunciaron sobre
ellos la sentencia de muerte. Eran hombres de quienes el mundo no era
digno, y matándolos, los judíos crucificaban de nuevo al Hijo de Dios.
Así sucederá nuevamente. Las autoridades harán leyes para restringir la
libertad religiosa. Asumirán el derecho que pertenece a Dios solo.
Pensarán que pueden forzar la conciencia que únicamente Dios debe regir.
Aun ahora están comenzando; y continuarán esta obra hasta alcanzar el
límite que no pueden pasar. Dios se interpondrá en favor de su pueblo
leal, que observa sus mandamientos.
En toda ocasión en que haya persecución, los que la presencian se
deciden o en favor de Cristo o contra él. Los que manifiestan simpatía
por aquellos que son condenados injustamente demuestran su afecto por
Cristo. Otros son ofendidos porque los principios de la verdad condenan
directamente sus prácticas. Muchos tropiezan, caen y apostatan de la fe
que una vez defendieron. Los que apostatan en tiempo de prueba llegarán,
para conseguir su propia seguridad, a dar falso testimonio y a
traicionar a sus hermanos. Cristo nos advirtió todo esto a fin de que no
seamos sorprendidos por la conducta antinatural y cruel de los que
rechazan la luz.
Cristo dio a sus discípulos una señal de la ruina que iba a venir sobre
Jerusalén, y les dijo cómo podían escapar: "Cuando viereis a Jerusalem
cercada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.
Entonces los que estuvieren en Judea, huyan a los montes; y los que en
medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en
ella. Porque estos son días de venganza: para que se cumplan todas las
cosas que están escritas." Esta advertencia fue dada para que la
recordasen cuarenta años más tarde en ocasión de la destrucción de
Jerusalén. Los cristianos obedecieron la amonestación y ni uno de ellos
pereció cuando cayó la ciudad.
"Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado," dijo
Cristo. El que hizo el sábado no lo abolió clavándolo en su cruz. El
sábado no fue anulado por su muerte. Cuarenta años después de su
crucifixión, había de ser considerado todavía sagrado. Durante cuarenta
años, los discípulos debían orar por que su huida no fuese en sábado.
De la destrucción de Jerusalén, Cristo pasó rápidamente al
acontecimiento mayor, el último eslabón de la cadena de la historia de
esta tierra: la venida del Hijo de Dios en majestad y gloria. Entre
estos dos acontecimientos, estaban abiertos a la vista de Cristo largos
siglos de tinieblas, siglos que para su iglesia estarían marcados con
sangre, lágrimas y agonía. Los discípulos no podían entonces soportar la
visión de estas escenas, y Jesús las pasó con una breve mención. "Habrá
entonces grande aflicción --dijo,-- cual no fue desde el principio del
mundo hasta ahora, ni será. Y si aquellos días no fuesen acortados,
ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos, aquellos días
serán acortados." Durante más de mil años iba a imperar contra los
seguidores de Cristo una persecución como el mundo nunca la había
conocido antes. Millones y millones de sus fieles testigos iban a ser
muertos. Si Dios no hubiese extendido la mano para preservar a su
pueblo, todos habrían perecido. "Mas por causa de los escogidos
--dijo,-- aquellos días serán acortados."
Luego, en lenguaje inequívoco, nuestro Señor habla de su segunda venida
y anuncia los peligros que iban a preceder a su advenimiento al mundo.
"Si alguno os dijere: He aquí está el Cristo, o allí, no creáis. Porque
se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y darán señales grandes
y prodigios; de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los
escogidos. He aquí os lo he dicho antes. Así que, si os dijeren: He aquí
en el desierto está; no salgáis: He aquí en las cámaras; no creáis.
Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el
occidente, así será también la venida del Hijo del hombre." Una de las
señales de la destrucción de Jerusalén que Cristo había anunciado era:
"Muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos." Se
levantaron falsos profetas que engañaron a la gente y llevaron a muchos
al desierto. Magos y hechiceros que pretendían tener un poder milagroso
arrastraron a la gente en pos de sí a las soledades montañosas. Pero esa
profecía fue dada también para los últimos días. Se trataba de una señal
del segundo advenimiento. Aun ahora hay falsos cristos y falsos profetas
que muestran señales y prodigios para seducir a sus discípulos. ¿No
oímos el clamor: "He aquí en el desierto está"? ¿No han ido millares al
desierto esperando hallar a Cristo? Y de los miles de reuniones donde
los hombres profesan tener comunión con los espíritus desencarnados, ¿no
se oye ahora la invitación: "He aquí en las cámaras" está? Tal es la
pretensión que el espiritismo expresa. Pero, ¿qué dice Cristo? "No
creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta
el occidente, así será también la venida del Hijo del hombre."
El Salvador dio señales de su venida y aun más que eso, fijó el tiempo
en que la primera de estas señales iba a aparecer. "Y luego después de
la aflicción de aquellos días, el sol se obscurecerá, y la luna no dará
su lumbre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los
cielos serán conmovidas. Y entonces se mostrará la señal del Hijo del
hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra,
y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo, con
grande poder y gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y
juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta
el otro."
Cristo declaró que al final de la gran persecución papal, el sol se
obscurecería y la luna no daría su luz. Luego las estrellas caerían del
cielo. Y dice: "De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama se
enternece, y las hojas brotan, sabéis que el verano está cerca. Así
también vosotros, cuando viereis todas estas cosas, sabed que está
cercano, a las puertas."
Cristo anuncia las señales de su venida. Declara que podemos saber
cuándo está cerca, aun a las puertas. Dice de aquellos que vean estas
señales: "No pasará esta generación, que todas estas cosas no
acontezcan." Estas señales han aparecido. Podemos saber con seguridad
que la venida del Señor está cercana. "El cielo y la tierra pasarán
--dice,-- mas mis palabras no pasarán."
Cristo va a venir en las nubes y con grande gloria. Le acompañará una
multitud de ángeles resplandecientes. Vendrá para resucitar a los
muertos y para transformar a los santos vivos de gloria en gloria.
Vendrá para honrar a los que le amaron y guardaron sus mandamientos, y
para llevarlos consigo. No los ha olvidado ni tampoco ha olvidado su
promesa. Volverán a unirse los eslabones de la familia. Cuando miramos a
nuestros muertos, podemos pensar en la mañana en que la trompeta de Dios
resonará, cuando "los muertos serán levantados sin corrupción, y
nosotros seremos transformados." Aun un poco más, y veremos al Rey en
su hermosura. Un poco más, y enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Un
poco más, y nos presentará "delante de su gloria irreprensibles, con
grande alegría." Por lo tanto, cuando dio las señales de su venida,
dijo: "Cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad
vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca."
Pero el día y la hora de su venida, Cristo no los ha revelado. Explicó
claramente a sus discípulos que él mismo no podía dar a conocer el día o
la hora de su segunda aparición. Si hubiese tenido libertad para
revelarlo, ¿por qué habría necesitado exhortarlos a mantener una actitud
de constante expectativa? Hay quienes aseveran conocer el día y la hora
de la aparición de nuestro Señor. Son muy fervientes en trazar el mapa
del futuro. Pero el Señor los ha amonestado a que se aparten de este
terreno. El tiempo exacto de la segunda venida del Hijo del hombre es un
misterio de Dios. Cristo continuó señalando la condición del mundo en
ocasión de su venida: "Como los días de Noé, así será la venida del Hijo
del hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y
bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día que Noé entró en
el arca, y no conocieron hasta que vino el diluvio y llevó a todos, así
será también la venida del Hijo del hombre." Cristo no presenta aquí un
milenario temporal, mil años en los cuales todos se han de preparar
para la eternidad. Nos dice que como fue en los días de Noé, así será
cuando vuelva el Hijo del hombre.
¿Cómo era en los días de Noé? -- "Vió Jehová que la malicia de los
hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos
del corazón de ellos era de continuo solamente el mal." Los habitantes
del mundo antediluviano se apartaron de Jehová y se negaron a hacer su
santa voluntad. Siguieron sus propias imaginaciones profanas e ideas
pervertidas. Y a causa de su perversidad fueron destruidos; y hoy el
mundo está siguiendo el mismo camino. No ofrece señales halagüeñas de
gloria milenaria. Los transgresores de la ley de Dios están llenando la
tierra de maldad. Sus apuestas, sus carreras de caballos, sus juegos, su
disipación, sus prácticas concupiscentes, sus pasiones indomables, están
llenando rápidamente el mundo de violencia.
En la profecía referente a la destrucción de Jerusalén, Cristo dijo: "Y
por haberse multiplicado la maldad, la caridad [el amor] de muchos se
resfriará. Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo. Y será
predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a
todos los Gentiles; y entonces vendrá el fin." Esta profecía volverá a
cumplirse. La abundante iniquidad de aquel día halla su contraparte en
esta generación. Lo mismo ocurre con la predicción referente a la
predicación del Evangelio. Antes de la caída de Jerusalén, Pablo,
escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, declaró que el
Evangelio había sido predicado a "toda criatura que está debajo del
cielo." Así también ahora, antes de la venida del Hijo del hombre, el
Evangelio eterno ha de ser predicado "a toda nación y tribu y lengua y
pueblo."
Dios "ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo."
Cristo nos dice cuándo ha de iniciarse ese día. No afirma que todo el
mundo se convertirá, sino que "será predicado este evangelio del reino
en todo el mundo, por testimonio a todos los Gentiles; y entonces vendrá
el fin." Mediante la proclamación del Evangelio al mundo, está a nuestro
alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No sólo hemos de esperar
la venida del día de Dios, sino apresurarla. Si la iglesia de Cristo
hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo
habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra
tierra con poder y grande gloria.
Después que hubo indicado las señales de su venida, Cristo dijo: "Cuando
viereis hacerse estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas."
"Mirad, velad y orad." Dios advirtió siempre a los hombres los juicios
que iban a caer sobre ellos. Los que tuvieron fe en su mensaje para su
tiempo y actuaron de acuerdo con ella, en obediencia a sus mandamientos,
escaparon a los juicios que cayeron sobre los desobedientes e
incrédulos. A Noé fueron dirigidas estas palabras: "Entra tú y toda tu
casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí." Noé
obedeció y se salvó. Este mensaje llegó a Lot: "Levantaos, salid de este
lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad." Lot se puso bajo la
custodia de los mensajeros celestiales y se salvó. Así también los
discípulos de Cristo fueron advertidos acerca de la destrucción de
Jerusalén. Los que se fijaron en la señal de la ruina inminente y
huyeron de la ciudad escaparon a la destrucción. Así también ahora hemos
sido advertidos acerca de la segunda venida de Cristo y de la
destrucción que ha de sobrecoger al mundo. Los que presten atención a la
advertencia se salvarán.
Por cuanto no sabemos la hora exacta de su venida, se nos ordena que
velemos. "Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor
viniere, hallare velando." Los que velan esperando la venida de su
Señor no aguardan en ociosa expectativa. La espera de la venida de
Cristo debe inducir a los hombres a temer al Señor y sus juicios sobre
los transgresores. Les ha de hacer sentir cuán grande pecado es rechazar
sus ofrecimientos de misericordia. Los que aguardan al Señor purifican
sus almas obedeciendo la verdad. Con la vigilancia combinan el trabajo
ferviente. Por cuanto saben que el Señor está a las puertas, su celo se
vivifica para cooperar con los seres divinos y trabajar para la
salvación de las almas. Estos son los siervos fieles y prudentes que dan
a la familia del Señor "a su tiempo . . . su ración." Declaran la
verdad que tiene aplicación especial a su tiempo. Como Enoc, Noé,
Abrahán y Moisés declararon cada uno la verdad para su tiempo, así
también los siervos de Cristo dan ahora la amonestación especial para su
generación.
Pero Cristo presenta otra clase: "Y si aquel siervo malo dijere en su
corazón: Mi señor se tarda en venir: y comenzare a herir a sus
consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos; vendrá el señor
de aquel siervo en el día que no espera."
El mal siervo dice en su corazón: "Mi señor se tarda en venir." No dice
que Cristo no vendrá. No se burla de la idea de su segunda venida. Pero
en su corazón y por sus acciones y palabras, declara que la venida de su
Señor tarda. Destierra del ánimo ajeno la convicción de que el Señor va
a venir prestamente. Su influencia induce a los hombres a una demora
presuntuosa y negligente. Los confirma en su mundanalidad y estupor. Las
pasiones terrenales y los pensamientos corruptos se posesionan de su
mente. El mal siervo come y bebe con los borrachos, y se une con el
mundo en la búsqueda de placeres. Hiere a sus consiervos acusando y
condenando a los que son fieles a su Maestro. Se asocia con el mundo.
Siendo semejantes, participan juntos en la transgresión. Es una
asimilación temible. Juntamente con el mundo, queda entrampado. Se nos
advierte: "Vendrá el Señor de aquel siervo . . . a la hora que no sabe,
y le cortará por medio, y pondrá su parte con los hipócritas.
"Y si no velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora
vendré a ti." El advenimiento de Cristo sorprenderá a los falsos
maestros. Están diciendo: "Paz y seguridad." Como los sacerdotes y
doctores antes de la caída de Jerusalén, esperan que la iglesia disfrute
de prosperidad terrenal y gloria. Interpretan las señales de los tiempos
como indicios de esto. Pero qué dice la Palabra inspirada? "Vendrá sobre
ellos destrucción de repente." El día de Dios vendrá como ladrón sobre
todos los que moran en la faz de la tierra, que hacen de este mundo su
hogar. Viene para ellos como ladrón furtivo.
El mundo, lleno de orgías, de placeres impíos, está dormido en la
seguridad carnal. Los hombres están postergando la venida del Señor. Se
burlan de las amonestaciones. Orgullosamente se jactan diciendo: "Todas
las cosas permanecen así como desde el principio." "Será el día de
mañana como éste, o mucho más excelente." Nos hundiremos aun más en el
amor a los deleites. Pero Cristo dice: "He aquí, yo vengo como
ladrón." En el mismo tiempo en que el mundo pregunta con desprecio:
"¿Dónde está la promesa de su advenimiento?" se están cumpliendo las
señales. Mientras claman: "Paz y seguridad," se acerca la destrucción
repentina. Cuando el escarnecedor, el que rechaza la verdad, se ha
vuelto presuntuoso; cuando la rutina del trabajo en las diversas formas
de ganar dinero se lleva a cabo sin consideración a los principios;
cuando los estudiantes procuran ávidamente conocerlo todo menos la
Biblia, Cristo viene como ladrón.
En el mundo todo es agitación. Las señales de los tiempos son
alarmantes. Los acontecimientos venideros proyectan ya sus sombras
delante de sí. El Espíritu de Dios se está retirando de la tierra, y una
calamidad sigue a otra por tierra y mar. Hay tempestades, terremotos,
incendios, inundaciones, homicidios de toda magnitud. ¿Quién puede leer
lo futuro? ¿Dónde hay seguridad? No hay seguridad en nada que sea humano
o terrenal. Rápidamente los hombres se están colocando bajo la bandera
que han escogido. Inquietos, están aguardando y mirando los movimientos
de sus caudillos. Hay quienes están aguardando, velando y trabajando por
la aparición de nuestro Señor. Otra clase se está colocando bajo la
dirección del primer gran apóstata. Pocos creen de todo corazón y alma
que tenemos un infierno que rehuir y un cielo que ganar.
La crisis se está acercando gradual y furtivamente a nosotros. El sol
brilla en los cielos y recorre su órbita acostumbrada, y los cielos
continúan declarando la gloria de Dios. Los hombres siguen comiendo y
bebiendo, plantando y edificando, casándose y dándose en casamiento. Los
negociantes siguen comprando y vendiendo. Los hombres siguen luchando
unos con otros, contendiendo por el lugar más elevado. Los amadores de
placeres siguen atestando los teatros, los hipódromos, los garitos de
juego. Prevalece la más intensa excitación, y sin embargo el tiempo de
gracia está llegando rápidamente a su fin, y cada caso está por ser
decidido para la eternidad. Satanás ve que su tiempo es corto. Ha puesto
todos sus agentes a trabajar a fin de que los hombres sean engañados,
seducidos, ocupados y hechizados hasta que haya terminado el tiempo de
gracia, y se haya cerrado para siempre la puerta de la misericordia.
Solemnemente llegan hasta nosotros, a través de los siglos, las palabras
amonestadoras de nuestro Señor desde el monte de las Olivas: "Mirad por
vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y
embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre
vosotros aquel día." "Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis
tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir y de
estar en pie delante del Hijo del hombre."