"CUANDO el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos
ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán
reunidas delante de él todas las gentes y los apartará los unos de los
otros." Así presentó Cristo a sus discípulos, en el monte de las Olivas,
la escena del gran día de juicio. Explicó que su decisión girará en
derredor de un punto. Cuando las naciones estén reunidas delante de él,
habrá tan sólo dos clases; y su destino eterno quedará determinado por
lo que hayan hecho o dejado de hacer por él en la persona de los pobres
y dolientes.
En aquel día, Cristo no presenta a los hombres la gran obra que él hizo
para ellos al dar su vida por su redención. Presenta la obra fiel que
hayan hecho ellos para él. A los puestos a su diestra dirá: "Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed,
y me disteis de beber; fui huésped, y me recogisteis; desnudo, y me
cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis
a mí." Pero aquellos a quienes Cristo elogia no saben que le han estado
sirviendo. A las preguntas que hacen, perplejos, contesta: "En cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis."
Jesús dijo a sus discípulos que serían aborrecidos de todos los hombres,
perseguidos y afligidos. Muchos serían echados de sus casas y
empobrecidos. Muchos sufrirían angustias por la enfermedad y las
privaciones. Muchos serían encarcelados. A todos los que abandonasen a
sus amigos y su hogar por amor a él, prometió en esta vida cien veces
tanto. Ahora asegura una bendición especial a todos los que iban a
servir a sus hermanos. En todos los que sufren por mi nombre, dijo
Jesús, habéis de reconocerme a mí. Como me serviríais a mí, habéis de
servirlos a ellos. Esta será la evidencia de que sois mis discípulos.
Todos los que han nacido en la familia celestial son en un sentido
especial los hermanos de nuestro Señor. El amor de Cristo liga a los
miembros de su familia, y dondequiera que se hace manifiesto este amor
se revela la filiación divina. "Cualquiera que ama, es nacido de Dios, y
conoce a Dios."
Aquellos a quienes Cristo elogia en el juicio, pueden haber sabido poca
teología, pero albergaron sus principios. Por la influencia del Espíritu
divino, fueron una bendición para los que los rodeaban. Aun entre los
paganos, hay quienes han abrigado el espíritu de bondad; antes que las
palabras de vida cayesen en sus oídos, manifestaron amistad para con los
misioneros, hasta el punto de servirles con peligro de su propia vida.
Entre los paganos hay quienes adoran a Dios ignorantemente, quienes no
han recibido jamás la luz por un instrumento humano, y sin embargo no
perecerán. Aunque ignorantes de la ley escrita de Dios, oyeron su voz
hablarles en la naturaleza e hicieron las cosas que la ley requería. Sus
obras son evidencia de que el Espíritu de Dios tocó su corazón, y son
reconocidos como hijos de Dios.
¡Cuánto se sorprenderán y alegrarán los humildes de entre las naciones y
entre los paganos, al oír de los labios del Salvador: "En cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis"!
¡Cuán alegre se sentirá el corazón del Amor Infinito cuando sus
seguidores le miren con sorpresa y gozo al oír sus palabras de
aprobación!
Pero el amor de Cristo no se limita a una clase. Se identifica con cada
hijo de la humanidad. A fin de que pudiésemos llegar a ser miembros de
la familia celestial, se hizo miembro de la familia terrenal. Es Hijo
del hombre, y así hermano de cada hijo e hija de Adán. Sus seguidores no
se han de sentir separados del mundo que perece en derredor suyo. Son
una parte de la trama y urdimbre de la humanidad; y el Cielo los mira
como hermanos de los pecadores tanto como de los santos. Los que han
caído, los que yerran y los pecaminosos, son abarcados por el amor de
Cristo; y cada buena acción hecha para elevar a un alma caída, cada acto
de misericordia, son aceptados como hechos a él.
Los ángeles del cielo son enviados para servir a los que han de heredar
la salvación. No sabemos ahora quiénes son; aún no se ha manifestado
quiénes han de vencer y compartir la herencia de los santos en luz; pero
los ángeles del cielo están recorriendo la longitud y la anchura de la
tierra, tratando de consolar a los afligidos, proteger a los que corren
peligro, ganar los corazones de los hombres para Cristo. No se descuida
ni se pasa por alto a nadie. Dios no hace acepción de personas, y tiene
igual cuidado por todas las almas que creó.
Al abrir vuestra puerta a los menesterosos y dolientes hijos de Cristo,
estáis dando la bienvenida a ángeles invisibles. Invitáis la compañía de
los seres celestiales. Ellos traen una sagrada atmósfera de gozo y paz.
Vienen con alabanzas en los labios, y una nota de respuesta se oye en el
cielo. Cada hecho de misericordia produce música allí. Desde su trono,
el Padre cuenta entre sus más preciosos tesoros a los que trabajan
abnegadamente.
Los que están a la izquierda de Cristo, los que le han descuidado en la
persona de los pobres y dolientes, fueron inconscientes de su
culpabilidad. Satanás los cegó; no percibieron lo que debían a sus
hermanos. Estuvieron absortos en sí mismos, y no se preocuparon por las
necesidades de los demás.
A los ricos, Dios dio riquezas para que aliviasen y consolasen a sus
hijos dolientes; pero con demasiada frecuencia son indiferentes a las
necesidades ajenas. Se creen superiores a sus hermanos pobres. No se
ponen en el lugar del indigente. No comprenden las tentaciones y luchas
del pobre, y la misericordia muere en su corazón. En costosas moradas y
magníficas iglesias, los ricos se encierran lejos de los pobres; gastan
en satisfacer el orgullo y el egoísmo los medios que Dios les dio para
beneficiar a los menesterosos. Los pobres quedan despojados diariamente
de la educación que debieran tener concerniente a las tiernas
compasiones de Dios; porque él hizo amplia provisión para que fuesen
confortados con las cosas necesarias para la vida. Están obligados a
sentir la pobreza que estrecha la vida, y con frecuencia se sienten
tentados a ser envidiosos, celosos y llenos de malas sospechas. Los que
han sufrido por su cuenta la presión de la necesidad tratan con
demasiada frecuencia a los pobres de una manera despreciativa, y les
hacen sentir que los consideran indigentes.
Pero Cristo lo contempla todo, y dice: Yo fui quien tuvo hambre y
sed. Yo fui quien anduvo como extraño. Yo fui el enfermo. Yo estuve en
la cárcel. Mientras estabais banqueteando en vuestras mesas
abundantemente provistas, yo sufría hambre en el tugurio o la calle
vacía. Mientras estabais cómodos en vuestro lujoso hogar, yo no tenía
dónde reclinar la cabeza. Mientras llenabais vuestros guardarropas con
ricos atavíos, yo estaba en la indigencia. Mientras buscabais vuestros
placeres, yo languidecía en la cárcel.
Cuando concedíais la pitanza de pan al pobre hambriento, cuando les
dabais esas delgadas ropas para protegerse de la mordiente escarcha,
¿recordasteis que estabais dando al Señor de la gloria? Todos los días
de vuestra vida yo estuve cerca de vosotros en la persona de aquellos
afligidos, pero no me buscasteis. No trabasteis compañerismo conmigo. No
os conozco.
Muchos piensan que sería un gran privilegio visitar el escenario de la
vida de Cristo en la tierra, andar donde él anduvo, mirar el lago en
cuya orilla se deleitaba en enseñar y las colinas y valles en los cuales
sus ojos con tanta frecuencia reposaron. Pero no necesitamos ir a
Nazaret, Capernaúm y Betania para andar en las pisadas de Jesús.
Hallaremos sus huellas al lado del lecho del enfermo, en los tugurios de
los pobres, en las atestadas callejuelas de la gran ciudad, y en todo
lugar donde haya corazones humanos que necesiten consuelo. Al hacer como
Jesús hizo cuando estaba en la tierra, andaremos en sus pisadas.
Todos pueden hallar algo que hacer. "Porque a los pobres siempre los
tenéis con vosotros," dijo Jesús, y nadie necesita pensar que no hay
lugar donde pueda trabajar para él. Millones y millones de almas humanas
a punto de perecer, ligadas en cadenas de ignorancia y pecado, no han
oído ni siquiera hablar del amor de Cristo por ellas. Si nuestra
condición y la suya fuesen invertidas, ¿qué desearíamos que ellas
hiciesen por nosotros? Todo esto, en cuanto está a nuestro alcance
hacerlo, tenemos la más solemne obligación de hacerlo por ellas. La
regla de vida de Cristo, por la cual cada uno de nosotros habrá de
subsistir o caer en el juicio, es: "Todas las cosas que quisierais que
los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con
ellos."
El Salvador dio su vida preciosa para establecer una iglesia capaz
de cuidar de las almas entristecidas y tentadas. Un grupo de creyentes
puede ser pobre, sin educación y desconocido; sin embargo, estando en
Cristo puede hacer en el hogar, el vecindario y la iglesia, y aun en
regiones lejanas, una obra cuyos resultados serán tan abarcantes como la
eternidad.
Debido a que esta obra es descuidada, muchos jóvenes discípulos no pasan
nunca más allá del mero alfabeto de la experiencia cristiana. Ayudando a
los menesterosos, podrían haber mantenido viva la luz que resplandeció
en su corazón cuando Jesús les dijo: "Tus pecados te son perdonados." La
inquieta energía que es con tanta frecuencia una fuente de peligro para
los jóvenes podría ser encauzada en conductos por los cuales fluiría en
raudales de bendición. Se olvidarían del yo en el trabajo ferviente
destinado a hacer bien a otros.
Los que sirvan a otros serán servidos por el príncipe de los pastores.
Ellos mismos beberán del agua de vida y serán satisfechos. No desearán
diversiones excitantes, o algún cambio en su vida. El gran tema de su
interés será cómo salvar las almas que están a punto de perecer. El
trato social será provechoso. El amor del Redentor unirá los corazones.
Cuando comprendamos que somos colaboradores con Dios, no pronunciaremos
sus promesas con indiferencia. Arderán en nuestro corazón y en nuestros
labios. A Moisés, cuando le llamó a servir a un pueblo ignorante,
indisciplinado y rebelde, Dios le prometió: "Mi rostro irá contigo, y te
haré descansar." Y dijo: "Yo seré contigo." Esta promesa es hecha a
todos los que trabajan en lugar de Cristo por sus hijos afligidos y
dolientes.
El amor hacia el hombre es la manifestación terrenal del amor hacia
Dios. El Rey de gloria vino a ser uno con nosotros, a fin de implantar
este amor y hacernos hijos de una misma familia. Y cuando se cumplan las
palabras que pronunció al partir: "Que os améis los unos a los otros,
como yo os he amado," cuando amemos al mundo como él lo amó, entonces
se habrá cumplido su misión para con nosotros. Estaremos listos para el
cielo, porque lo tendremos en nuestro corazón. Pero "si dejares de
librar los que son tomados para la muerte, y los que son llevados al
degolladero; si dijeres: Ciertamente no lo supimos; ¿no lo entenderá el
que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y
dará al hombre según sus obras." En el gran día del juicio, los que no
hayan trabajado para Cristo, que hayan ido a la deriva pensando en sí
mismos y cuidando de sí mismos, serán puestos por el Juez de toda la
tierra con aquellos que hicieron lo malo. Reciben la misma condenación.
A cada alma ha sido dado un cometido. A cada uno preguntará el gran
Pastor: "¿Dónde está el rebaño que te fue dado, la grey de tu gloria?" Y
"¿qué dirás cuando te visitará?"