CRISTO no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer, y
con su último aliento exclamó: "Consumado es." La batalla había sido ganada. Su
diestra y su brazo santo le habían conquistado la victoria. Como Vencedor, plantó su
estandarte en las alturas eternas. ¡Qué gozo entre los ángeles! Todo el cielo se asoció al
triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía que había perdido su reino.
El clamor, "Consumado es," tuvo profundo significado para los ángeles y los mundos que
no habían caído. La gran obra de la redención se realizó tanto para ellos como para
nosotros. Ellos comparten con nosotros los frutos de la victoria de Cristo.
Hasta la muerte de Cristo, el carácter de Satanás no fue revelado claramente a los ángeles
ni a los mundos que no habían caído. El gran apóstata se había revestido de tal manera de
engaño que aun los seres santos no habían comprendido sus principios. No habían
percibido claramente la naturaleza de su rebelión.
Era un ser de poder y gloria admirables el que se había levantado contra Dios. Acerca de
Lucifer el Señor dice: "Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabiduría, y acabado de
hermosura." Lucifer había sido el querubín cubridor. Había estado en la luz de la
presencia de Dios. Había sido el más alto de todos los seres creados y el primero en
revelar los propósitos de Dios al universo. Después que hubo pecado, su poder seductor
era tanto más engañoso y resultaba tanto más difícil desenmascarar su carácter cuanto
más exaltada había sido la posición que ocupara cerca del Padre.
Dios podría haber destruido a Satanás y a los que simpatizaban con él tan fácilmente
como nosotros podemos arrojar una piedrecita al suelo; pero no lo hizo. La rebelión no se
había de vencer por la fuerza. Sólo el gobierno satánico recurre al poder
compulsorio. Los principios del Señor no son de este orden. Su autoridad descansa en la
bondad, la misericordia y el amor; y la presentación de estos principios es el medio que
quiere emplear. El gobierno de Dios es moral, y la verdad y el amor han de ser la fuerza
que lo haga prevalecer.
Era el propósito de Dios colocar las cosas sobre una eterna base de seguridad, y en los
concilios del cielo fue decidido que se le debía dar a Satanás tiempo para que
desarrollara los principios que constituían el fundamento de su sistema de gobierno. El
había aseverado que eran superiores a los principios de Dios. Se dio tiempo al desarrollo
de los principios de Satanás, a fin de que pudiesen ser vistos por el universo celestial.
Satanás indujo a los hombres a pecar, y el plan de la redención fue puesto en práctica.
Durante cuatro mil años Cristo estuvo obrando para elevar al hombre, y Satanás para
arruinarlo y degradarlo. Y el universo celestial lo contempló todo.
Cuando Jesús vino al mundo, el poder de Satanás fue dirigido contra él. Desde que
apareció como niño en Belén, el usurpador obró para lograr su destrucción. De toda
manera posible, procuró impedir que Jesús alcanzase una infancia perfecta, una virilidad
inmaculada, un ministerio santo, y un sacrificio sin mancha. Pero fue derrotado. No pudo
inducir a Jesús a pecar. No pudo desalentarse ni inducirle a apartarse de la obra que había
venido a hacer en la tierra. Desde el desierto al Calvario, la tempestad de la ira de
Satanás le azotó, pero cuanto más despiadada era, tanto más firmemente se aferraba el
Hijo de Dios de la mano de su Padre, y avanzaba en la senda ensangrentada. Todos los
esfuerzos de Satanás para oprimirle y vencerle no lograron sino hacer resaltar con luz
más pura su carácter inmaculado.
Todo el cielo y los mundos que no habían caído fueron testigos de la controversia. Con
qué intenso interés siguieron las escenas finales del conflicto. Vieron al Salvador entrar
en el huerto de Getsemaní, con el alma agobiada por el horror de las densas tinieblas.
Oyeron su amargo clamor: "Padre mío, si es posible, pase de mi este vaso." Al retirarse
de él la presencia del Padre, le vieron entristecido con una amargura de pesar que
excedía a la de la última gran lucha con la muerte. El sudor de sangre brotó de sus poros
y cayó en gotas sobre el suelo. Tres veces fue arrancada de sus labios la oración por
liberación. El Cielo no podía ya soportar la escena, y un mensajero de consuelo fue
enviado al Hijo de Dios.
El Cielo contempló a la Víctima entregada en las manos de la turba homicida y llevada
apresuradamente entre burlas y violencias de un tribunal a otro. Oyó los escarnios de sus
perseguidores con referencia a su humilde nacimiento. Oyó a uno de sus más amados
discípulos negarle con maldiciones y juramentos. Vio la obra frenética de Satanás y su
poder sobre los corazones humanos. ¡Oh terrible escena! El Salvador apresado a media
noche en Getsemaní, arrastrado de aquí para allá desde el palacio al tribunal, emplazado
dos veces delante de los sacerdotes, dos veces delante del Sanedrín, dos veces delante de
Pilato y una vez delante de Herodes. Burlado, azotado, condenado y llevado a ser
crucificado, cargado con la pesada cruz, entre el llanto de las hijas de Jerusalén y los
escarnios del populacho.
El Cielo contempló con pesar y asombro a Cristo colgado de la cruz, mientras la sangre
fluía de sus sienes heridas y el sudor teñido de sangre brotaba en su frente. De sus manos
y sus pies caía la sangre, gota a gota, sobre la roca horadada para recibir el pie de la cruz.
Las heridas hechas por los clavos se desgarraban bajo el peso de su cuerpo. Su jadeante
aliento se fue haciendo más rápido y más profundo, mientras su alma agonizaba bajo la
carga de los pecados del mundo. Todo el cielo se llenó de asombro cuando Cristo ofreció
su oración en medio de sus terribles sufrimientos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen." Sin embargo, allí estaban los hombres formados a la imagen de Dios
uniéndose para destruir la vida de su Hijo unigénito. ¡Qué espectáculo para el universo
celestial!
Los principados y las potestades de las tinieblas estaban congregados en derredor de la
cruz, arrojando la sombra infernal de la incredulidad en los corazones humanos. Cuando
el Señor creó estos seres para que estuviesen delante de su trono eran hermosos y
gloriosos. Su belleza y santidad estaban de acuerdo con su exaltada posición. Estaban
enriquecidos por la sabiduría de Dios y ceñidos por la panoplia del cielo. Eran ministros
de Jehová. Pero, ¿quién podía reconocer en los ángeles caídos a los gloriosos
serafines que una vez ministraron en los atrios celestiales?
Los agentes satánicos se confederaron con los hombres impíos para inducir al pueblo a
creer que Cristo era el príncipe de los pecadores, y para hacer de él un objeto de
abominación. Los que se burlaron de Cristo mientras pendía de la cruz estaban
dominados por el espíritu del primer gran rebelde. Llenó sus bocas de palabras viles y
abominables. Inspiró sus burlas. Pero nada ganó con todo esto.
Si se hubiese podido encontrar un pecado en Cristo, si en un detalle hubiese cedido a
Satanás para escapar a la terrible tortura, el enemigo de Dios y del hombre habría
triunfado. Cristo inclinó la cabeza y murió, pero mantuvo firme su fe y su sumisión a
Dios. "Y oí una grande voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la salvación, y la
virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo; porque el acusador de nuestros
hermanos ha sido arrojado, el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche."
Satanás vio que su disfraz le había sido arrancado. Su administración quedaba
desenmascarada delante de los ángeles que no habían caído y delante del universo
celestial. Se había revelado como homicida. Al derramar la sangre del Hijo de Dios,
había perdido la simpatía de los seres celestiales. Desde entonces su obra sería
restringida. Cualquiera que fuese la actitud que asumiese, no podría ya acechar a los
ángeles mientras salían de los atrios celestiales, ni acusar ante ellos a los hermanos de
Cristo de estar revestidos de ropas de negrura y contaminación de pecado. Estaba roto el
último vínculo de simpatía entre Satanás y el mundo celestial.
Sin embargo, Satanás no fue destruido entonces. Los ángeles no comprendieron ni aun
entonces todo lo que entrañaba la gran controversia. Los principios que estaban en juego
habían de ser revelados en mayor plenitud. Y por causa del hombre, la existencia de
Satanás debía continuar. Tanto el hombre como los ángeles debían ver el contraste entre
el Príncipe de la luz y el príncipe de las tinieblas. El hombre debía elegir a quién quería
servir.
Al principio de la gran controversia, Satanás había declarado que la ley de Dios no podía
ser obedecida, que la justicia no concordaba con la misericordia y que, si la ley había
sido violada, era imposible que el pecador fuese perdonado. Cada pecado debía recibir su
castigo, sostenía insistentemente Satanás; y si Dios remitía el castigo del pecado, no era
un Dios de verdad y justicia. Cuando los hombres violaban la ley de Dios y desafiaban su
voluntad, Satanás se regocijaba. Declaraba que ello demostraba que la ley de Dios no
podía ser obedecida; el hombre no podía ser perdonado. Por cuanto él mismo, después de
su rebelión, había sido desterrado del cielo, Satanás sostenía que la familia humana debía
quedar privada para siempre del favor de Dios. Insistía en que Dios no podía ser justo y,
al mismo tiempo, mostrar misericordia al pecador.
Pero aunque pecador, el hombre estaba en una situación diferente de la de Satanás.
Lucifer había pecado en el cielo en la luz de la gloria de Dios. A él como a ningún otro
ser creado había sido dada una revelación del amor de Dios. Comprendiendo el carácter
de Dios y conociendo su bondad, Satanás decidió seguir su propia voluntad egoísta e
independiente. Su elección fue final. No había ya nada que Dios pudiese hacer para
salvarle. Pero el hombre fue engañado; su mente fue entenebrecida por el sofisma de
Satanás. No conocía la altura y la profundidad del amor de Dios. Para él había esperanza
en el conocimiento del amor de Dios. Contemplando su carácter, podía ser atraído de
vuelta a Dios.
Mediante Jesús, la misericordia de Dios fue manifestada a los hombres; pero la
misericordia no pone a un lado la justicia. La ley revela los atributos del carácter de Dios,
y no podía cambiarse una jota o un tilde de ella para ponerla al nivel del hombre en su
condición caída. Dios no cambió su ley, pero se sacrificó, en Cristo, por la redención del
hombre. "Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí."
La ley requiere justicia, una vida justa, un carácter perfecto; y esto no lo tenía el hombre
para darlo. No puede satisfacer los requerimientos de la santa ley de Dios. Pero Cristo,
viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa y desarrolló un carácter perfecto.
Ofrece éstos como don gratuito a todos los que quieran recibirlos. Su vida reemplaza la
vida de los hombres. Así tienen remisión de los pecados pasados, por la paciencia de
Dios. Más que esto, Cristo imparte a los hombres atributos de Dios. Edifica el
carácter humano a la semejanza del carácter divino y produce una hermosa obra
espiritualmente fuerte y bella. Así la misma justicia de la ley se cumple en el que cree en
Cristo. Dios puede ser "justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús."
El amor de Dios ha sido expresado en su justicia no menos que en su misericordia. La
justicia es el fundamento de su trono y el fruto de su amor. Había sido el propósito de
Satanás divorciar la misericordia de la verdad y la justicia. Procuró demostrar que la
justicia de la ley de Dios es enemiga de la paz. Pero Cristo demuestra que en el plan de
Dios están indisolublemente unidas; la una no puede existir sin la otra. "La misericordia
y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron ."
Por su vida y su muerte, Cristo demostró que la justicia de Dios no destruye su
misericordia, que el pecado podía ser perdonado, y que la ley es justa y puede ser
obedecida perfectamente. Las acusaciones de Satanás fueron refutadas. Dios había dado
al hombre evidencia inequívoca de su amor.
Otro engaño iba a ser presentado ahora. Satanás declaró que la misericordia destruía la
justicia, que la muerte de Cristo abrogaba la ley del Padre. Si hubiese sido posible que la
ley fuera cambiada o abrogada, Cristo no habría necesitado morir. Pero abrogar la ley
sería inmortalizar la transgresión y colocar al mundo bajo el dominio de Satanás. Porque
la ley era inmutable, porque el hombre podía ser salvo únicamente por la obediencia a
sus preceptos, fue levantado Jesús en la cruz. Sin embargo, Satanás representó como
destructor de la ley aquel mismo medio por el cual Cristo la estableció. Alrededor de esto
girará el último conflicto de la gran lucha entre Cristo y Satanás.
El aserto que Satanás presenta ahora es que la ley pronunciada por la misma voz de Dios
es deficiente, que alguna especificación de ella ha sido puesta a un lado. Es el último
gran engaño que arrojará sobre el mundo. No necesita atacar toda la ley; si puede inducir
a los hombres a despreciar un precepto, logra su propósito. "Porque cualquiera que
hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos."
Consintiendo en violar un precepto, los hombres se colocan bajo el poder de Satanás.
Substituyendo la ley de Dios por la ley humana, Satanás procurará dominar al mundo.
Esta obra está predicha en la profecía. Acerca del gran poder apóstata que representa a
Satanás, se ha declarado: "Hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo
quebrantará, y pensará en mudar los tiempos y la ley: y entregados serán en su mano."
Los hombres erigirán con seguridad sus leyes para contrarrestar las leyes de Dios.
Tratarán de compeler las conciencias ajenas, y en su celo para imponer esas leyes
oprimirán a sus semejantes.
La guerra contra la ley de Dios, que empezó en el cielo, continuará hasta el fin del
tiempo. Cada hombre será probado. El mundo entero ha de decidir si quiere obedecer o
desobedecer. Todos serán llamados a elegir entre la ley de Dios y las leyes de los
hombres. En esto se trazará la línea divisoria. Habrá solamente dos clases. Todo carácter
quedará plenamente definido; y todos demostrarán si han elegido el lado de la lealtad o el
de la rebelión.
Entonces vendrá el fin. Dios vindicará su ley y librará a su pueblo. Satanás y todos los
que se han unido con él en la rebelión serán cortados. El pecado y los pecadores
perecerán, raíz y rama, Satanás la raíz y sus seguidores las ramas. Será cumplida la
palabra dirigida al príncipe del mal: "Por cuanto pusiste tu corazón como corazón de
Dios, . . . te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín cubridor. . . . En espanto
serás, y para siempre dejarás de ser." Entonces "no será el malo: y contemplarás sobre su
lugar, y no parecerá;" "serán como si no hubieran sido."
Este no es un acto de fuerza arbitraria de parte de Dios. Los que rechazaron su
misericordia siegan lo que sembraron. Dios es la fuente de la vida; y cuando uno elige el
servicio del pecado, se separa de Dios, y se separa así de la vida. Queda privado "de la
vida de Dios." Cristo dice: "Todos los que me aborrecen, aman la muerte." Dios les da
la existencia por un tiempo para que desarrollen su carácter y revelen sus principios.
Logrado esto, reciben los resultados de su propia elección. Por una vida de rebelión,
Satanás y todos los que se unen con él se colocan de tal manera en desarmonía con Dios
que la misma presencia de él es para ellos un fuego consumidor. La gloria de Aquel
que es amor los destruye.
Al principio de la gran controversia, los ángeles no comprendían esto. Si se hubiese
dejado a Satanás y su hueste cosechar el pleno resultado de su pecado, habrían perecido;
pero para los seres celestiales no habría sido evidente que ello era el resultado inevitable
del pecado. Habría permanecido en su mente una duda en cuanto a la bondad de Dios,
como mala semilla para producir su mortífero fruto de pecado y desgracia.
Pero no sucederá así cuando la gran controversia termine. Entonces, habiendo sido
completado el plan de la redención, el carácter de Dios quedará revelado a todos los
seres creados. Se verá que los preceptos de su ley son perfectos e inmutables. El pecado
habrá manifestado entonces su naturaleza; Satanás, su carácter. Entonces el exterminio
del pecado vindicará el amor de Dios y rehabilitará su honor delante de un universo
compuesto de seres que se deleitarán en hacer su voluntad y en cuyo corazón estará su
ley.
Bien podían, pues, los ángeles regocijarse al mirar la cruz del Salvador; porque aunque
no lo comprendiesen entonces todo, sabían que la destrucción del pecado y de Satanás
estaba asegurada para siempre, como también la redención del hombre, y el universo
quedaba eternamente seguro. Cristo mismo comprendía plenamente los resultados del
sacrificio hecho en el Calvario. Los consideraba todos cuando en la cruz exclamó:
"Consumado es."