Por un falso concepto de la verdadera naturaleza y objeto de la educación, muchos han sido inducidos a errores graves y aun fatales. Se comete un error tal cuando se descuida la regulación del corazón o el establecimiento de principios en el esfuerzo por obtener cultura intelectual, o cuando, en el ávido deseo de ventajas temporales, se pasan por alto los intereses eternos.
Hacer de la posesión de los honores o riquezas mundanales el motivo que rija la conducta, es cosa indigna del que ha sido redimido por la sangre de Cristo. Nuestro objeto debiera ser más bien obtener conocimiento y sabiduría para llegar a ser mejores cristianos, y estar preparados para una utilidad mayor, prestando un servicio más fiel a nuestro Creador; y por nuestro ejemplo e influencia, inducir a otros a glorificarlo también. Esto es algo real y tangible; no solamente palabras, sino hechos. No sólo los afectos del corazón deben ser dedicados a nuestro Hacedor, sino el servicio de la vida.
El único modelo perfecto
El gran propósito de toda la educación y disciplina de la vida, es volver al hombre a la armonía con Dios; y elevar y ennoblecer de tal manera su naturaleza moral, que pueda volver a reflejar la imagen de su Creador. Tan importante era esta obra, que el Salvador dejó los atrios celestiales, y vino en persona a esta tierra, para poder enseñar a los hombres cómo obtener la idoneidad para la vida superior. Durante treinta años habitó como hombre entre los hombres, experimentó las cosas de la vida humana como niño, joven y hombre; soportó las pruebas más severas a fin de poder presentar una ilustración viva de las verdades que enseñaba. Durante tres años, como maestro enviado de Dios, instruyó a los hijos de los hombres; luego, dejando la obra a colaboradores escogidos, ascendió al cielo. Pero no ha cesado su interés en ella. Desde los atrios celestiales, observa con la más profunda solicitud el progreso de la causa por la cual dió su vida.
El carácter de Cristo es el único modelo perfecto que hemos de copiar. El arrepentimiento y la fe, la entrega de la voluntad, y la consagración de los afectos a Dios, son los medios señalados para la realización de esta obra. Obtener un conocimiento de su plan divinamente ordenado, debiera ser el objeto de nuestro primer estudio; cumplir con sus requerimientos, nuestro primer esfuerzo.
Salomón declara que "el temor de Jehová es el principio de la sabiduría". Respecto al valor y a la importancia de esta sabiduría, dice: "Sabiduría ante todo: adquiere sabiduría: y ante toda tu posesión adquiere inteligencia". "Porque su mercadería es mejor que la mercadería de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella". Proverbios 9:10; 4:7; 3:14, 15.
La escuela de Cristo
El que procura con diligencia adquirir la sabiduría de las escuelas humanas, debe recordar que otra escuela lo reclama también como estudiante. Cristo fué el mayor maestro que el mundo vió jamás. Trajo al hombre conocimiento directo del cielo. Las lecciones que nos ha dado son las que necesitamos tanto para el estado actual como para el futuro. Pone delante de nosotros los verdaderos fines de la vida, y cómo podemos obtenerlos.
En la escuela de Cristo, los estudiantes nunca se gradúan. Entre los alumnos se cuentan tanto viejos como jóvenes. Los que prestan atención a las instrucciones del divino Maestro, adelantan constantemente en sabiduría, refinamiento y nobleza del alma. Y así están preparados para entrar en aquella escuela superior donde el progreso continuará durante toda la eternidad.
La sabiduría infinita nos presenta las grandes lecciones de la vida--lecciones de deber y de felicidad. A menudo son difíciles de aprender, pero sin ellas no podemos hacer ningún progreso real. Pueden costarnos esfuerzos y lágrimas, y hasta agonía, pero nunca debemos vacilar ni cansarnos. Al fin oiremos la invitación del Maestro: "Hijo, sube más arriba".
En este mundo, en medio de sus pruebas y tentaciones, es donde hemos de adquirir idoneidad para la sociedad de los puros y santos. Los que se dejan absorber de tal manera por estudios menos importantes, que cesan de aprender en la escuela de Cristo, están arrostrando una pérdida infinita. Insultan al divino Maestro al rechazar las provisiones de su gracia. Cuanto más tiempo continúan en su conducta, tanto más se endurecen en el pecado. Su retribución será proporcionada al valor infinito de las bendiciones que despreciaron.
En la religión de Cristo, hay una influencia regeneradora que transforma todo el ser, elevando al hombre por encima de todo vicio degradante y rastrero, y alzando los pensamientos y deseos hacia Dios y el cielo. Vinculado al Ser infinito, el hombre es hecho participante de la naturaleza divina. Ya no tienen efecto contra él los dardos del maligno; porque está revestido de la panoplia de la justicia de Cristo.
Toda facultad, todo atributo con que el Creador ha dotado a los hijos de los hombres, se han de emplear para su gloria; y en este empleo se halla su ejercicio más puro, más santo y más feliz. Mientras se tengan por supremos los principios religiosos, todo paso hacia adelante en la adquisición de conocimiento o en el cultivo del intelecto, es un paso hacia la asimilación de lo humano con lo divino, lo finito con lo infinito.
La Biblia como agente educador
Como agente educador, las Sagradas Escrituras no tienen rival. La Biblia es la historia más antigua y más abarcante que los hombres poseen. Vino directamente de la Fuente de la verdad eterna; y una mano divina ha conservado su pureza a través de los siglos. Ilumina el lejano pasado, donde en vano procura penetrar la investigación humana. Únicamente en la Palabra de Dios contemplamos el poder que echó los fundamentos de la tierra, y extendió los cielos. Sólo en ella hallamos un relato auténtico del origen de las naciones. Únicamente en ella se nos da una historia de la familia humana, no mancillada por el orgullo o el prejuicio del hombre.
En la Palabra de Dios halla la mente temas de la más profunda meditación, las más sublimes aspiraciones. Allí podemos estar en comunión con los patriarcas y los profetas, y escuchar la voz del Eterno mientras habla con los hombres. Allí contemplamos la Majestad de los cielos tal como se humilló para hacerse nuestro sustituto y garante, para luchar a solas con las potestades de las tinieblas y obtener la victoria en nuestro favor. Una reverente contemplación de estos temas no puede menos que suavizar, purificar y ennoblecer el corazón, y al mismo tiempo inspirar a la mente nueva fortaleza y vigor.
Los que consideran como valiente y viril el tratar los requerimientos de Dios con indiferencia y desprecio, revelan con esto su propia insensatez e ignorancia. Mientras que se jactan de su libertad e independencia, están realmente en la servidumbre del pecado y de Satanás.
Un claro concepto de lo que es Dios y de lo que él requiere que seamos, producirá en nosotros una sana humildad. El que estudia correctamente la Sagrada Palabra aprenderá que el intelecto humano no es omnipotente. Aprenderá que sin la ayuda que nadie sino Dios puede dar, la fuerza y la sabiduría humana no son sino debilidad e ignorancia.
El que sigue la dirección divina, ha hallado la única fuente verdadera de gracia salvadora y felicidad real, y ha obtenido el poder de impartir felicidad a todos los que lo rodean. Nadie, sin religión, puede disfrutar realmente de la vida. El amor a Dios purifica y ennoblece todo gusto y deseo, intensifica todo afecto y da realce a todo placer digno. Habilita a los hombres para apreciar y disfrutar de todo lo que es verdadero, bueno y hermoso.
Pero lo que sobre todas las demás consideraciones debiera inducirnos a apreciar la Biblia, es que en ella se revela a los hombres la voluntad de Dios. En ella aprendemos el propósito de nuestra creación, y los medios por los cuales se lo puede alcanzar. Aprendemos a aprovechar sabiamente la vida presente, y a asegurarnos la futura. Ningún otro libro puede satisfacer los anhelos del corazón o contestar las preguntas que se suscitan en la mente. Si obtienen un conocimiento de la Palabra de Dios y le prestan atención, los hombres pueden elevarse de las más bajas profundidades de la degradación hasta llegar a ser hijos de Dios, compañeros de los ángeles sin pecado.
Las lecciones de la naturaleza
En las variadas escenas de la naturaleza, hay también lecciones de sabiduría divina para todos los que han aprendido a comulgar con Dios. Las páginas que se abrieron deslumbrantes a la mirada de la primera pareja en el Edén llevan ahora una sombra. Una maldición ha caído sobre la hermosa creación. Sin embargo, doquiera miremos, vemos rastros de la hermosura primitiva; doquiera nos volvamos, oímos la voz de Dios y contemplamos la obra de sus manos.
Desde el solemne y profundo retumbo del trueno y el incesante rugido del viejo océano, hasta los alegres cantos que llenan los bosques de melodías, las diez mil voces de la naturaleza expresan su loor. En la tierra, en el mar y en el cielo, con sus maravillosos matices y colores, que varían en glorioso contraste o se fusionan armoniosamente, contemplamos su gloria. Las montañas eternas hablan de su poder. Los árboles que hacen ondear sus verdes estandartes a la luz del sol, las flores en su delicada belleza, señalan a su Creador. El verde vivo que alfombra la tierra, habla del cuidado de Dios por la más humilde de sus criaturas. Las cuevas del mar y las profundidades de la tierra revelan sus tesoros. El que puso las perlas en el océano y la amatista y el crisólito entre las rocas, ama lo bello. El sol que se levanta en los cielos es un símbolo de Aquel que es la vida y la luz de todo lo que ha hecho. Todo el esplendor y la hermosura que adornan la tierra e iluminan los cielos hablan de Dios.
Por lo tanto, mientras disfrutamos de sus dones, ¿habremos de olvidarnos del Dador? Dejemos más bien que nos induzcan a contemplar su bondad y su amor, y que todo lo que hay de hermoso en nuestra patria terrenal nos recuerde el río cristalino y los campos verdes, los ondeantes árboles y las fuentes vivas, la resplandeciente ciudad y los cantores de ropas blancas de nuestra patria celestial, el mundo de belleza que ningún artista puede pintar, que ninguna lengua mortal puede describir. "Cosas que ojo no vió, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman". 1 Corintios 2:9.
Morar para siempre en este hogar de los bienaventurados, llevar en el alma, el cuerpo y el espíritu, no los oscuros estigmas del pecado y de la maldición, sino la perfecta semejanza de nuestro Creador, y a través de los siglos sin fin progresar en sabiduría, conocimiento y santidad, explorando siempre nuevos campos del pensamiento, hallando siempre nuevos prodigios y nuevas glorias, creciendo siempre en capacidad de conocer, disfrutar y amar, sabiendo que quedan todavía delante de nosotros gozo, amor y sabiduría infinitos, tal es el fin hacia el cual se dirige la esperanza del cristiano, el fin para el cual nos prepara la educación cristiana. Obtener esta educación y ayudar a otros a obtenerla, debiera ser el propósito de la vida del cristiano.--Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 48-54.