Los jóvenes necesitan, desde su infancia, que se levante una firme barrera entre ellos y el mundo, a fin de que no los afecten sus influencias corruptoras. Los padres deben velar incesantemente a fin de que sus hijos no se pierdan para Dios. Los votos de David, registrados en el Salmos 101, deben ser los votos de todos los que tienen la responsabilidad de custodiar las influencias del hogar. El salmista declara: "No pondré delante de mis ojos cosa injusta: Aborrezco la obra de los que se desvían: ninguno de ellos se allegará a mí. Corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado. Al que solapadamente infama a su prójimo, yo le cortaré; no sufriré al de ojos altaneros, y de corazón vanidoso. Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo: el que anduviere en el camino de la perfección, éste me servirá. No habitará dentro de mi casa el que hace fraude: el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos". Salmos 101:3-7.
A los jóvenes no se les debe dejar aprender sin discriminación el bien y el mal, pensando los padres que en alguna oportunidad futura el bien predominará y el mal perderá su influencia. El mal crecerá más rápidamente que el bien. Es posible que el mal que aprendan los niños pueda desarraigarse después de muchos años, pero ¿quién puede confiar en ello? Descuiden los padres cualquier otra cosa, pero no dejen nunca libres a sus hijos para extraviarse por las sendas del pecado.
La elección de compañeros
Los padres deben recordar que la compañía de los de baja moralidad y carácter grosero ejercerá una influencia perjudicial sobre los jóvenes. Si no eligen la debida sociedad para sus hijos, y les permiten tratar con jóvenes de moralidad dudosa, los colocan, o permiten que se coloquen en una escuela donde se enseñan y practican lecciones de depravación. Puede ser que ellos piensen que sus hijos son bastante fuertes para resistir la tentación; pero ¿cómo pueden estar seguros de esto? Es mucho más fácil ceder a las malas influencias que resistirlas. Antes que se den cuenta de ello, sus hijos estarán tal vez imbuidos con el espíritu de sus compañeros y ya estarán tal vez degradados o arruinados.
Padres, custodiad como a la niña del ojo los principios y hábitos de vuestros hijos. No les permitáis asociarse con persona alguna cuyo carácter no conozcáis. No les permitáis trabar intimidad con nadie hasta que no estéis seguros de que no los perjudicará. Acostumbrad a vuestros hijos a confiar en vuestro juicio y experiencia. Enseñadles que tenéis una percepción más clara del carácter que la que ellos pueden tener en su inexperiencia, y que no deben despreciar vuestras decisiones.
La elección de la lectura
Los padres deben esforzarse por mantener fuera del hogar toda influencia que no redunde para bien. En este asunto, algunos padres tienen mucho que aprender. A los que se sienten libres para leer revistas de cuentos y novelas quisiera decirles: Estáis sembrando una semilla cuya cosecha no os interesará recoger. De esa lectura no se puede obtener fuerza espiritual. Más bien destruye el amor hacia la verdad pura de la Palabra. Por intermedio de las novelas y revistas de cuentos, Satanás está obrando para llenar con pensamientos irreales y triviales, las mentes que debieran estar estudiando diligentemente la Palabra de Dios. Así está robando a miles y miles el tiempo, la energía y la disciplina propia que exigen los severos problemas de la vida.
La mente susceptible del niño anhela conocimiento en el período de desarrollo. Los padres debieran mantenerse bien informados a fin de poder darle el alimento apropiado. Como el cuerpo, la mente obtiene su fuerza del alimento que recibe. Se amplía y eleva por pensamientos puros y vigorizadores, pero se estrecha y degrada por pensamientos terrenales.
Padres, vosotros sois los que decidís si la mente de vuestros hijos se ha de llenar de pensamientos ennoblecedores, o de sentimientos viciosos. No podéis mantener sin ocupación sus mentes activas, ni ahuyentar el mal con el ceño. Únicamente inculcando los debidos principios podéis destruir los malos pensamientos. El enemigo sembrará cizaña en los corazones de los hijos a menos que los padres siembren en ellos las semillas de la verdad. Las instrucciones buenas y sanas son el único preventivo contra las compañías malas que corrompen los buenos modales. La verdad protegerá al alma de las tentaciones sin fin que habrá de arrostrar.
Enséñese a los jóvenes a dedicar detenido estudio a la Palabra de Dios. Recibida en el alma, constituirá una poderosa barricada contra la tentación. "Dentro de mi corazón he atesorado tu palabra--declara el salmista--para no pecar contra ti". "Yo me he guardado de las vías del destructor". Salmos 119:11 (VM); 17:4.
Enseñando a los niños a ser útiles
Una de las salvaguardias más seguras de los jóvenes es la ocupación útil. Los niños que han sido enseñados en hábitos de laboriosidad, de manera que todas sus horas estén dedicadas a ocupaciones útiles y placenteras, no tienen inclinación a quejarse de su suerte ni tienen tiempo para entregarse a sueños ociosos. Corren poco peligro de formar compañías o hábitos viciosos.
En la escuela del hogar se les debe enseñar a los niños a cumplir con los deberes prácticos de la vida diaria. Mientras aún son jóvenes, la madre debe darles algunas tareas sencillas que hacer cada día. Necesitará más tiempo para enseñarlas que para hacerlas ella misma; pero recuerde que debe poner el fundamento de la utilidad en el edificio de su carácter. Piense que el hogar es la escuela en la que ella es la maestra principal. A ella le toca enseñar a sus hijos a cumplir rápida y hábilmente los deberes de la casa. Tan temprano en la vida como sea posible, se les debe enseñar a compartir las cargas del hogar. Desde la infancia se debería enseñar a los niños a llevar cargas siempre más pesadas, a ayudar inteligentemente en el trabajo de la familia.
Cuando llegan a una edad adecuada, deben proveérseles herramientas. Resultarán alumnos idóneos. Si el padre es carpintero, debe dar a sus hijos lecciones de carpintería.
Los niños han de aprender de la madre hábitos de aseo, esmero y prontitud. Dejar que un niño tome una o dos horas para hacer un trabajo que podría hacerse fácilmente en media hora, es permitirle tomar hábitos dilatorios. Los hábitos de laboriosidad y de esmero serán una bendición indecible para los jóvenes en la escuela mayor de la vida, en la cual han de entrar cuando tengan más edad.
No se debe permitir a los niños pensar que todo lo que hay en la casa es juguete suyo, que pueden hacer con ello como quieren. Aun a los niños más pequeños deben dárseles instrucciones al respecto. Corrigiendo este hábito, se lo destruirá. Dios quiere que las perversidades naturales a la infancia sean desarraigadas antes de transformarse en hábitos. No les deis a los niños juguetes que se rompan fácilmente. Hacer esto es enseñarles lecciones en el arte de destruir. Dénseles juguetes que sean fuertes y durables. Estas sugestiones, por insignificantes que parezcan, representan mucho en la educación del niño.
Las madres deben precaverse para no enseñar a sus hijos a depender de otros y pensar sólo en sí mismos. Nunca les deis motivo de pensar que son el centro, y que todo debe girar alrededor de ellos. Algunos padres dedican mucho tiempo y atención a divertir a sus hijos; pero debe enseñárseles a divertirse solos, a ejercitar su propio ingenio y habilidad. Así aprenderán a contentarse con placeres sencillos. Debe enseñárseles a soportar valientemente sus pequeñas desilusiones y pruebas. En vez de llamar la atención a todo dolor trivial o lastimadura, distráigase su mente; enséñesele a pasar por alto las pequeñas molestias.
Estúdiese para aprender a enseñar a los niños a ser serviciales. Los jóvenes deben acostumbrarse desde temprano a la sumisión, a la abnegación y a la consideración de la felicidad ajena. Debe enseñárseles a subyugar el temperamento impulsivo, a retener la palabra apasionada, a manifestar invariablemente bondad, cortesía y dominio propio.
Recargada con muchos cuidados, la madre puede a veces creer que no puede tomar tiempo para instruir pacientemente a sus pequeñuelos y dedicarles su simpatía y amor. Pero ella debe recordar que si los hijos no hallan en sus padres y en sus hogares lo que satisfaga su deseo de simpatía y compañerismo, recurrirán a otras fuentes, que harán peligrar tal vez la mente y el carácter.
Dedicad parte de vuestras horas libres a vuestros hijos; asociaos con ellos en sus trabajos y deportes, y conquistad su confianza. Cultivad su amistad. Dadles responsabilidades que llevar, pequeñas al principio, mayores a medida que vayan creciendo. Dejadles ver que consideráis que os ayudan. Nunca, nunca permitáis que os oigan decir: "Me estorban más de lo que me ayudan".
Si ello es posible, el hogar debiera estar situado fuera de la ciudad, donde los niños puedan tener terreno para cultivar. Asígnese a cada uno de ellos un pedazo de tierra; y mientras se les enseña a hacer un jardín, a preparar el suelo para la semilla y la importancia de mantenerlo libre de malas hierbas, incúlqueseles también cuán importante es mantener la vida libre de prácticas desdorosas y perjudiciales. Enséñeseles a dominar los malos hábitos como desarraigan la maleza en sus jardines. Se necesitará tiempo para impartirles estas lecciones, pero reportarán grandes recompensas.
Hablad a vuestros hijos del poder que Dios tiene de hacer milagros. Mientras estudian el gran libro de texto de la naturaleza, Dios impresionará sus mentes. El agricultor labra su tierra y siembra su semilla; pero no puede hacerla crecer. Debe confiar en que Dios hará lo que ningún poder humano puede realizar. El Señor pone su poder vital en la semilla haciéndola germinar y tener vida. Bajo su cuidado el germen de vida atraviesa la dura corteza que lo envuelve, y brota para llevar fruto. Primero aparece la hoja, después la espiga, y luego el grano lleno en la espiga. Al hablárseles a los niños de la obra que Dios hace en la semilla, aprenderán el secreto del crecimiento en la gracia.
Hay indecible valor en la laboriosidad. Enséñese a los niños a hacer algo útil. Los padres necesitan sabiduría más que humana para comprender cómo educar mejor a sus hijos para una vida feliz y útil aquí, y un servicio superior y un gozo mayor en la otra vida.
El bienestar físico
Los padres deben procurar despertar en sus hijos interés en el estudio de la fisiología. Desde el mismo amanecer de la razón, la mente humana debería tener entendimiento acerca de la estructura física. Podemos contemplar y admirar la obra de Dios en el mundo natural, pero la habitación humana es la más admirable. Es. por lo tanto, de la mayor importancia que la fisiología ocupe un lugar importante entre los estudios elegidos para los niños. Todos ellos deben estudiarla. Y luego, los padres deben cuidar de que a esto se añada la higiene práctica.
Debe hacerse comprender a los niños que todo órgano del cuerpo y toda facultad de la mente son dones de un Dios bueno y sabio, y que cada uno de ellos debe ser usado para su gloria. Debe insistirse en los debidos hábitos respecto al comer, al beber y al vestir. Los malos hábitos hacen a los jóvenes menos susceptibles a la instrucción bíblica. Los niños deben ser protegidos contra la complacencia del apetito, y especialmente contra el uso de estimulantes y narcóticos. Las mesas de los padres cristianos no deben cargarse con alimentos que contengan condimentos y especias.
Pocos son los jóvenes que tienen un conocimiento definido de los misterios de la vida. El estudio del maravilloso organismo humano, la relación de dependencia de todas sus partes complicadas, es un estudio en el cual la mayoría de las madres tiene poco o ningún interés. No comprenden la influencia del cuerpo sobre la mente, y de la mente sobre el cuerpo. Se ocupan en trivialidades inútiles, y luego arguyen que no tienen tiempo para obtener la información que necesitan para cuidar debidamente de la salud de sus hijos. Es menos molestia confiarlos a los médicos. Miles de niños mueren por ignorancia de los padres acerca de las leyes de la higiene.
Si los padres mismos quisieran obtener conocimientos sobre el asunto, y sentir la importancia de ponerlos en práctica, veríamos un mejor estado de cosas. Enseñad a vuestros hijos a razonar de causa a efecto. Mostradles que si violan las leyes de su ser, tendrán que pagar la penalidad en sufrimiento. Si no podéis ver progresos tan rápidos como deseáis, no los desalentéis, sino instruidlos pacientemente, y seguid adelante hasta ganar la victoria. La temeridad en relación con la salud corporal tiende a producir temeridad en las cosas morales.
No descuidéis de enseñar a vuestros hijos cómo preparar alimentos sanos. Al darles estas lecciones de fisiología y de buena cocina, les enseñáis los primeros pasos en algunas de las ramas más útiles de la educación, y les inculcáis principios que son elementos necesarios en su vida religiosa.
Enseñad a vuestros hijos desde la cuna a practicar la abnegación y el dominio propio. Enseñadles a disfrutar de las bellezas de la naturaleza, y a ejercitar en un empleo útil todas las facultades de la mente y del cuerpo. Criadlos de tal manera que tengan constituciones sanas y buena moralidad, a tener disposiciones y genios alegres. Enseñadles que ceder a la tentación es débil y perverso; que resistir es noble y viril.
Presten todos, viejos y jóvenes, diligente atención a las palabras escritas por el sabio hace tres mil años: "Hijo mío, no te olvides de mi ley; y tu corazón guarde mis mandamientos: porque largura de días, y años de vida y paz te aumentarán. Misericordia y verdad no te desamparen; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón: y hallarás gracia y buena opinión en los ojos de Dios y de los hombres". Proverbios 3:1-4.
La unidad en el gobierno
Unidos y con oración, el padre y la madre deben llevar la grave responsabilidad de guiar correctamente a sus hijos. Incumbe mayormente a la madre el trabajo de educar al niño; pero el padre no debe dejarse absorber tanto por sus negocios o el estudio de los libros, que no pueda tomar tiempo para estudiar la naturaleza de sus hijos y sus necesidades. Debe ayudar a idear maneras para mantenerlos atareados en trabajos útiles, que concuerden con sus diversas disposiciones.
El padre de niños varones debe tratar íntimamente con sus hijos, darles el beneficio de su experiencia mayor, y hablar con ellos con tanta sencillez y ternura, que los vincule con su corazón. Debe dejarles ver que todo el tiempo busca sus mejores intereses y su felicidad. Como sacerdote de la familia, es responsable ante Dios por la influencia que ejerce sobre todo miembro de ella.
La madre debe sentir la necesidad de la dirección del Espíritu Santo, sentir que ella misma debe experimentar verdadera sumisión a los caminos y a la voluntad de Dios. Entonces, por la gracia de Cristo, puede ser una maestra sabia, bondadosa y amante. Para hacer debidamente su obra, se requieren de ella, talento, habilidad, paciencia, cuidado reflexivo, desconfianza de sí misma y oración ferviente. Procure cada madre cumplir sus obligaciones por esfuerzo perseverante. Lleve a sus pequeñuelos en los brazos de la fe a los pies de Jesús, y cuéntele su gran necesidad y pídale sabiduría y gracia. Fervorosa, paciente y valientemente, ella debe procurar mejorar su propia capacidad, a fin de usar correctamente las facultades más elevadas de la mente en la educación de sus hijos.
Como gobernantes unidos del reino del hogar, sientan el padre y la madre bondad y cortesía el uno hacia el otro. Nunca debe su comportamiento militar contra los preceptos que procuran inculcar. Deben conservar la pureza del corazón y la vida si quieren que sus hijos sean puros. Deben educar y disciplinar el yo si quieren que sus hijos se sometan a la disciplina. Deben dar a sus hijos un ejemplo digno de imitación. Si son remisos al respecto, ¿qué responderán si los hijos confiados a ellos se presentan delante del tribunal del cielo como testigos de su negligencia? ¡Cuán terrible será la comprensión de su fracaso y pérdida, al encontrarse frente al Juez de toda la tierra!
Una razón por la cual hay tanto mal en el mundo hoy, estriba en que los padres ocupan su mente en otras cosas, con exclusión de la obra que es de suma importancia: la tarea de enseñar a sus hijos el camino del Señor con paciencia y bondad. Los padres no deben permitir que cosa alguna les impida dar a sus hijos todo el tiempo necesario para hacerles comprender lo que significa obedecer al Señor y confiar plenamente en él.
Vuestros hijos están antes que las visitas, antes que toda otra consideración. El tiempo usado en costuras inútiles, Dios quisiera que lo dedicaseis a educarlos en las cosas esenciales. Descuidad más bien esa prenda innecesaria que estáis haciendo, ese plato adicional que pensáis preparar, antes que la educación de vuestros hijos. La labor debida a vuestro hijo durante sus primeros años no admite negligencia. No hay en su vida un momento en que pueda olvidarse la regla: renglón sobre renglón, precepto sobre precepto, un poco aquí un poco allá. Negad a vuestros hijos cualquier cosa antes que la instrucción que, si se sigue fielmente, los hará miembros buenos y útiles para la sociedad, y los preparará para ser ciudadanos del reino de los cielos.
Una preparación misionera
Sobre los padres recae la responsabilidad de desarrollar en sus hijos las capacidades que los habilitarán para prestar un buen servicio para Dios. Dios ve todas las posibilidades que hay en ese trocito de humanidad. Ve que con la debida educación el niño llegará a ser un poder para el bien en el mundo. El observa con ansioso interés para ver si los padres ejecutan sus planes, o si por bondad equivocada estorban su propósito, complaciendo al niño para su ruina presente y eterna. Es una obra digna y grandiosa la de transformar este ser impotente y aparentemente insignificante en una bendición para el mundo y para la honra de Dios.
Padres, ayudad a vuestros hijos a cumplir el propósito que Dios tiene para ellos. En el hogar se los ha de educar para que hagan obra misionera que los prepare para esferas más amplias de utilidad. Educadlos para que honren a Aquel que murió para ganarles la vida eterna en el reino de gloria. Enseñadles que Dios les ha asignado una parte en su gran obra que ellos tienen que desempeñar. El Señor los bendecirá mientras trabajen para él. Pueden ser su mano auxiliadora.
Vuestro hogar es el primer campo al cual sois llamados a trabajar. Las preciosas plantas del jardín del hogar exigen vuestro primer cuidado. Considerad cuidadosamente vuestro trabajo, su naturaleza, su influencia, sus resultados, recordando siempre que vuestras miradas, vuestras palabras y vuestras acciones ejercen una influencia directa sobre el futuro de vuestros amados. Vuestra obra no consiste en crear belleza en la tela, ni esculpirla en el mármol, sino en grabar sobre un alma humana la imagen divina.
Dad a vuestros hijos cultura intelectual y preparación moral. Fortaleced sus mentes juveniles con principios firmes y puros. Mientras tenéis oportunidad, echad el fundamento de una noble virilidad y femineidad. Vuestra labor será recompensada mil veces.
Este es vuestro día de confianza, vuestro día de responsabilidad y oportunidad. Pronto llegará aquél en que habréis de dar cuenta. Emprended vuestra obra con ferviente oración y fiel esfuerzo. Enseñad a vuestros hijos que es privilegio suyo recibir cada día el bautismo del Espíritu Santo. Permitid que Cristo encuentre en vosotros su mano auxiliadora para ejecutar sus propósitos. Por la oración podéis adquirir una experiencia que dará perfecto éxito a vuestro ministerio en favor de vuestros hijos.
Los padres adventistas deben comprender más plenamente sus responsabilidades como edificadores del carácter. Dios les ofrece el privilegio de fortalecer su causa por la consagración y las labores de sus hijos. Desea ver reunidos en los hogares de nuestro pueblo, una gran compañía de jóvenes que, a causa de las influencias piadosas de sus padres, le hayan entregado su corazón, y salgan a prestar el más alto servicio de sus vidas. Dirigidos y educados por la piadosa instrucción del hogar, la influencia del culto matutino y vespertino, el ejemplo consecuente de los padres que aman y temen al Señor, han aprendido a someterse a Dios como maestro, y están preparados para rendirle un servicio aceptable como hijos e hijas leales. Estos jóvenes están preparados para representar ante el mundo el poder y la gracia de Cristo.--Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 114-124.
Justo es que tiemblen las iglesias de los lugares donde hay escuelas establecidas al ver que sobre ellas pesan responsabilidades morales demasiado grandes para expresarlas con palabras. ¿Ha de fracasar o languidecer esta obra, tan noblemente comenzada, por falta de obreros consagrados? ¿Han de hallar cabida en esta empresa los proyectos y ambiciones egoístas? ¿Han de permitir los obreros que el amor al lucro y la comodidad y la falta de piedad desalojen a Cristo de sus corazones y le excluyan de la escuela? ¡De ninguna manera! La obra está ya muy adelantada. En los ramos educacionales todo está dispuesto para una seria reforma, para una educación más positiva y eficaz. ¿Aceptará nuestro pueblo este sagrado cometido? ¿Se humillará ante la cruz del Calvario, dispuesto a cualquier sacrificio y servicio?