La obra hecha en nuestros colegios y escuelas no ha de asemejarse a la que se hace en los colegios y seminarios del mundo. En la grandiosa tarea de la educación, la enseñanza de las ciencias no ha de ser de carácter inferior, pero se ha de considerar de primera importancia aquel conocimiento que habilite a un pueblo para estar firme en el gran día de la preparación de Dios. Nuestros colegios deben asemejarse más a las escuelas de los profetas. Deben ser colegios preparatorios donde los alumnos sean puestos bajo la disciplina de Cristo para aprender del Gran Maestro. Deben ser colegios familiares donde cada estudiante reciba ayuda especial de parte de sus docentes como los miembros de la familia debieran recibirla en el hogar. Se han de fomentar la ternura, la simpatía, la unidad y el amor. Debe haber docentes abnegados, consagrados y fieles, que constreñidos por el amor de Dios y llenos de ternura, cuiden de la salud y la felicidad de los alumnos, y procuren hacerlos progresar en toda rama importante del saber.
Deben elegirse docentes entendidos para nuestros colegios y escuelas que se sientan responsables ante Dios por grabar en las inteligencias la necesidad de conocer a Cristo como Salvador personal. Desde el grado más alto al más bajo, deben demostrar especial cuidado por la salvación de los alumnos y mediante su esfuerzo personal procurarán guiar sus pies por senderos rectos. Deben mirar con compasión a aquellos que han sido mal enseñados en la infancia y tratar de remediar defectos que, si se conservan, perjudicarán grandemente el carácter. No puede hacer esta obra quien no haya aprendido primero en la escuela de Cristo la debida manera de enseñar.
Todos los que enseñan en nuestros colegios deben tener una unión íntima con Dios y una perfecta comprensión de su Palabra, a fin de que puedan volcar la sabiduría y el conocimiento divinos en la obra de educar a los jóvenes para su utilidad en esta vida y para la vida futura e inmortal. Deben ser hombres y mujeres que no sólo conozcan la verdad sino que también sean hacedores de la Palabra de Dios. El "Escrito está" debiera manifestarse en sus vidas. Mediante su propio proceder deben enseñar sencillez y hábitos correctos en todas las cosas. Nadie debe unirse a nuestros colegios como educador si no ha tenido experiencia en obedecer a la Palabra del Señor.
Los directores y profesores tienen necesidad de ser bautizados con el Espíritu Santo. La ferviente oración de las almas contritas será acogida ante el trono de Dios y él la contestará a su debido tiempo si por la fe nos aferramos de su brazo. Piérdase el yo en Cristo y Cristo en Dios, y habrá una manifestación de su poder que enternecerá y subyugará los corazones. Cristo enseñó de una manera completamente diferente de los métodos ordinarios; y nosotros debemos cooperar con él.
La enseñanza significa mucho más de lo que muchos suponen. Se requiere gran habilidad para hacer comprender la verdad. Por esta razón cada docente debe procurar que aumente su conocimiento de la verdad espiritual; pero no puede obtener este conocimiento si se aparta de la Palabra de Dios. Si quiere que mejoren diariamente sus facultades y aptitudes, debe estudiar; debe comer y asimilar la Palabra y trabajar como trabajó Cristo. Cada facultad del alma que se nutre con el pan de vida será vigorizada por el Espíritu de Dios. Esta es la comida que a vida eterna permanece.
Los maestros y profesores que aprendan del Gran Maestro percibirán la ayuda de Dios como la percibieron Daniel y sus compañeros. Les es necesario ascender hacia el cielo en lugar de permanecer en el llano. La experiencia cristiana debe combinarse con la educación verdadera. "Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo". 1 Pedro 2:5. Los docentes y los alumnos deben estudiar esta ilustración y ver si pertenecen a la clase que, en virtud de la abundante gracia ofrecida, alcanza la experiencia que ha de tener todo hijo de Dios antes de que pueda pasar al grado superior. En toda su enseñanza deben impartir luz del trono de Dios, porque la educación es una obra cuyos efectos se verán durante los siglos sin fin de la eternidad.
Deben inducir a los alumnos a pensar y a comprender claramente la verdad por sí mismos. No basta que el profesor explique o que el alumno crea; se ha de provocar la investigación e incitar al alumno a enunciar la verdad en su propio lenguaje para demostrar que ve su fuerza y se la aplica. Con esmerado esfuerzo deben grabarse así en la mente las verdades vitales. Podrá ser éste un procedimiento lento; pero vale más que recorrer con demasiada prisa asuntos importantes sin darles la consideración debida. Dios espera de sus instituciones que sobrepujen a las del mundo por cuanto lo representan. Los hombres verdaderamente unidos con Dios mostrarán al mundo que él es quien maneja el timón.
Nuestros maestros necesitan aprender de continuo. Los reformadores deben reformarse a sí mismos no sólo en sus métodos de trabajo, sino también en su corazón. Necesitan ser transformados por la gracia de Dios. Cuando Nicodemo, un gran maestro de Israel, fué a Jesús, el Maestro le expuso las condiciones de la vida divina, enseñándole el alfabeto mismo de la conversión. Nicodemo preguntó: "¿Cómo puede ser esto?" "¿Tú eres un maestro de Israel--respondió Jesús--y no entiendes esto?" Juan 3:9, 10 (VM). Esta pregunta podría dirigirse a muchos de los que ahora ocupan el puesto de profesores, mas han descuidado la preparación esencial que los habilita para dicha tarea. Si las palabras de Cristo fueran recibidas en el alma, habría una percepción mucho más elevada y un conocimiento espiritual mucho más profundo de lo que constituye un discípulo, un sincero seguidor de Cristo y un educador a quien él pueda aprobar.
Deficiencias de los maestros
Una buena parte de nuestros docentes tienen mucho que desaprender y mucho que aprender, de diferente carácter. A menos que estén dispuestos a hacer esto, a menos que lleguen a familiarizarse perfectamente con la Palabra de Dios y sus inteligencias se contraigan a estudiar las gloriosas verdades referentes a la vida del gran Maestro, fomentarán precisamente los errores que el Señor está tratando de corregir. Planes y opiniones que no debieran concebirse se grabarán en su mente; y con toda sinceridad llegarán a conclusiones erróneas y peligrosas. De este modo se sembrará una semilla que no es grano verdadero. Muchas costumbres y prácticas comunes en la obra escolar y que tal vez se tienen por cosas pequeñas, no pueden ahora introducirse en nuestras escuelas. Podrá ser difícil para los profesores abandonar ideas y métodos por largo tiempo acariciados; con todo, si quieren, sincera y humildemente, preguntarse a cada paso: ¿Es éste el camino del Señor? y se entregan a su dirección, él los conducirá por senderos seguros, y sus manera de ver cambiarán a medida que vayan adquiriendo experiencia.
Los docentes de nuestros colegios tienen necesidad de escudriñar las Escrituras hasta que las comprendan individualmente, abriendo sus corazones a los preciosos rayos de luz que Dios ha dado, y andando en ellos, entonces serán enseñados por Dios y trabajarán en direcciones enteramente distintas, vertiendo en su enseñanza menos de las teorías y sentimientos de hombres que jamás tuvieron unión con Dios. Honrarán mucho menos la sabiduría finita y sentirán en el alma un hambre profunda por aquella sabiduría que procede de Dios.
A la pregunta formulada por Jesús a los doce: "¿Queréis vosotros iros también?" Pedro contestó: "Señor, ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros creemos y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente". Juan 6:67-69. Si los maestros entrelazan estas palabras con la labor de sus aulas, el Espíritu Santo estará presente para afectuar su obra sobre las mentes y los corazones.--Joyas de los Testimonios 2:425-428.
La obra del docente
Los docentes han de ser obreros juntamente con Dios, promoviendo y llevando adelante la obra que Cristo, con su propio ejemplo, les ha enseñado a hacer. Tienen que ser, en efecto, la luz del mundo, por cuanto manifiestan los virtuosos atributos revelados en el carácter y obra de Cristo, atributos que enriquecerán y embellecerán sus propias vidas como discípulos de Cristo.
¡Qué obra solemne, sagrada e importante es el empeño de representar el carácter de Cristo y su Espíritu a nuestro mundo! Ella es privilegio de todo director y de todo docente vinculado con la obra de educar, preparar y disciplinar la mente de los jóvenes. A todos les es necesario tener la convicción inspiradora y firme de que están llevado, en efecto, el yugo de Cristo y su carga.
Se encontrarán pruebas en esta tarea; el desánimo oprimirá el alma a medida que los docentes vean que sus labores no son siempre apreciadas. Satanás ejercerá sobre ellos su poder mediante tentaciones, desalientos y aflicciones por enfermedades, con la esperanza de que podrá hacerlos murmurar contra Dios y cerrar su entendimiento a su bondad, misericordia y amor y al sobremanera grande peso de gloria que ha de ser el galardón del vencedor. Pero Dios está guiando estas almas a una confianza más perfecta en su Padre celestial. Su ojo está sobre ellos cada momento, y si ellos elevan a él su clamor con fe, si apoyan en él sus almas en las perplejidades, el Señor los sacará como oro purificado. El Señor Jesús ha dicho: "No te desampararé, ni te dejaré". Hebreos 13:5. Dios puede permitir que sobrevenga una serie de circunstancias que los mueva a huir a la Fortaleza y por la fe se extiendan hacia el trono de Dios a través de densas nubes de oscuridad; pues su presencia también se oculta en ellas. Pero él siempre está listo para librar a todos los que en él confían. La victoria obtenida de esa manera será más completa, el triunfo más seguro; porque la persona probada, abatida por la pena y afligida, podrá decir: "He aquí, aunque me matare, en él esperaré; empero defenderé delante de él mis caminos". Job 13:15. "Aunque la higuera no florecerá, ni en las vides habrá frutos; mentirá la obra de la oliva, y los labrados no darán mantenimiento, y las ovejas serán quitadas de la majada, y no habrá vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salud". Habacuc 3:17, 18.
Una súplica personal
Suplico a los docentes de nuestras instituciones educacionales que no permitan que retrograden el fervor y el celo religiosos. No hagáis movimientos de retroceso; empero sea vuestro lema "Adelante". Nuestras escuelas y colegios deben subir a un plano de acción más alto; se han de tener miras más vastas; ha de haber fe más poderosa y más profunda piedad; la Palabra de Dios ha de ser la raíz y rama de toda sabiduría y conquistas intelectuales. Cuando el poder convertidor de Dios eche mano de ellas, se verá que el conocimiento de Dios abarca un campo más vasto que los llamados "métodos avanzados" de educación. En toda la instrucción impartida deben los docentes recordar las palabras de Cristo: "Vosotros sois la luz del mundo". Mateo 5:14. Entonces no tendrán tan grande impedimento en la preparación de misioneros que salgan e impartan su conocimiento a otros.
Tenemos todo don en cuanto a aptitudes y toda facilidad para cumplir con los deberes que se nos han confiado; y debiéramos estar agradecidos a Dios que por su misericordia tenemos dichas ventajas y poseemos el conocimiento de su gracia, de la verdad presente y del deber. ¿Estáis, entonces, como maestros tratando de conservar la falsa educación que habéis recibido? ¿Estáis perdiendo las preciosas oportunidades que se os han concedido para imponeros mejor de los planes y métodos de Dios? ¿Creéis la Palabra de Dios? ¿Estáis volviéndoos cada día más capaces de comprender, de entregaros al Señor y de que se os use en su servicio? ¿Sois misioneros para hacer la voluntad de Dios? ¿Creéis a la Biblia y prestáis atención a lo que dice? ¿Creéis que estamos viviendo en los últimos días de la historia de esta tierra? ¿Y tenéis corazones capaces de sentir? Tenemos una gran obra delante de nosotros; hemos de ser portadores de la sagrada luz del mundo, que ha de iluminar a todas las naciones. Somos cristianos; por tanto, ¿qué estamos haciendo?
Tomad, docentes, vuestro lugar como verdaderos educadores y mediante palabras y expresiones de interés por las almas de vuestros alumnos derramad en sus corazones la viva corriente del amor redentor. Consultad con ellos antes de que sus mentes se preocupen con su trabajo literario. Instadles a buscar a Cristo y su justicia. Hacedles presente los cambios que seguramente se realizarán si el corazón se da a Cristo. Fijad su atención en él; esto cerrará la puerta a las locas aspiraciones que naturalmente se manifiestan, y preparará la mente para la recepción de la verdad divina. Se ha de enseñar a los jóvenes que el tiempo es oro y que corren peligro con pensar que pueden sembrar excesos juveniles sin cosechar el dolor y la ruina. Se les ha de enseñar a tener sobrias inclinaciones y a admirar lo bueno en el carácter de otros. Se les ha de enseñar a poner la voluntad en conformidad con la voluntad de Dios para que puedan cantar el nuevo cántico y mezclarse con las armonías celestiales.
Desechad todas las manifestaciones de encumbramiento personal, porque esto no os puede servir de ayuda en vuestro trabajo; y, ello no obstante, os ruego que estiméis altamente vuestro propio carácter, por cuanto comprados sois a un precio infinito. Sed cuidadosos, dedicaos a la oración, sed serios. No penséis que os es posible mezclar lo profano con lo santo. Esto se ha hecho tan continuamente en lo pasado que el discernimiento espiritual de los docentes se ha oscurecido y no pueden distinguir entre lo santo y lo profano. Han tomado fuego extraño y lo han exaltado, alabado y mantenido vivo; por lo que el Señor se ha apartado con desagrado. Docentes, ¿no sería mejor hacer una consagración plena de vosotros mismos a Dios? ¿Pondréis en peligro vuestras almas a causa de un servicio dividido?
Por medio de la pluma y la voz, dad a Dios la honra debida. Santificad al Señor Dios en vuestros corazones y estad siempre prontos para dar, a todo aquel que os la pidiera, razón de la esperanza que hay en vosotros; empero con mansedumbre y temor. ¿Entenderán esto los docentes de nuestras escuelas y colegios? ¿Tomarán la Palabra de Dios como el libro de texto que puede hacerlos sabios para salvación? ¿Impartirán a los alumnos esta sabiduría superior, dándoles ideas claras y precisas de la verdad, a fin de que sean capaces de presentar esas ideas a otros? Podrá parecer que la enseñanza de la Palabra de Dios tiene poco efecto sobre las mentes y los corazones; pero si el trabajo del docente ha sido hecho en Dios, algunas lecciones de divina verdad quedarán hasta en la memoria de los más indiferentes. El Espíritu Santo regará la semilla sembrada y, a menudo, brotará después de muchos días y llevará fruto para gloria de Dios.
El gran Maestro del cielo no ha indicado a los docentes el estudio de ninguno de los grandes autores, reputados por tales. El dijo: "Venid a mí, ... aprended de mí, ... y hallaréis descanso para vuestras almas". Mateo 11:28, 29. Cristo ha prometido descanso, y lo hallaremos aprendiendo lecciones de él. Le fueron entregados todos los tesoros del cielo a fin de que pudiese dar esos dones al que los buscara con diligencia y perseverancia. Nos ha sido hecho por Dios "sabiduría, y justificación, y santificación y redención". 1 Corintios 1:30.
Los docentes deben comprender qué lecciones impartir, o de otra suerte no podrán preparar alumnos para que se los promueva al curso superior. Deben estudiar las lecciones de Cristo y el carácter de su enseñanza. Deben considerar su independencia del formalismo y la tradición y apreciar la originalidad, la autoridad, la espiritualidad, la ternura, la benevolencia y la practicabilidad de su enseñanza. Los que hacen de la Palabra de Dios su libro de estudio, los que cavan en busca de los tesoros de verdad, se compenetrarán del Espíritu de Cristo y por la contemplación serán transformados a su semejanza. Los que aprecian la Palabra enseñarán como discípulos que se han sentado a los pies de Jesús y se acostumbraron a aprender de él. En vez de introducir en nuestras escuelas libros que contienen las hipótesis de los grandes autores del mundo, dirán: No me tentéis a menospreciar al mayor Autor y Maestro por quien tengo yo la vida eterna. El nunca se equivoca. Es el gran Manantial de donde fluye toda sabiduría. Siembre, pues entonces, cada docente la semilla de la verdad en la mente de los alumnos. Cristo es el Maestro modelo.
La Palabra del Dios eterno es nuestra guía. Por su medio hemos sido hechos sabios para salvación. Esta Palabra ha de estar siempre en nuestros corazones y en nuestros labios. "Escrito está", ha de ser nuestra ancla. Los que hacen de la Palabra de Dios su consejero, reconocen la debilidad del corazón humano y el poder de la gracia de Dios para subyugar todo impulso no santificado e impío. Sus corazones están siempre entregados a la oración y se les ha concedido la custodia de santos ángeles. Cuando el enemigo viene cual avenida de aguas, el Espíritu de Dios levanta por ellos bandera contra él. Existe armonía en el corazón, porque la influencia preciosa y potente de la verdad es la que domina. Hay una manifestación de la fe que obra por el amor y purifica el alma.
Orad porque nazcáis de nuevo. Si tenéis este nuevo nacimiento os deleitaréis, no ya en los caminos torcidos de vuestros propios deseos, sino en el Señor. Desearéis estar bajo su autoridad. Procuraréis constantemente alcanzar una norma más alta. No seáis solamente lectores de la Biblia sino también estudiantes fervorosos de ella, a fin de que conozcáis lo que Dios requiere de vosotros. Necesitáis un conocimiento experimental de cómo hacer su voluntad. Cristo es nuestro Maestro.
Que cada docente de nuestras escuelas y colegios y caca administrador de nuestras instituciones estudie qué cosa le es esencial para trabajar en las filas del Señor y llevar consigo un sentimiento de perdón, consuelo y esperanza.
Mensajeros celestiales son enviados para ministrar a los que han de ser herederos de salvación y éstos se comunicarían con los docentes si ellos no estuviesen satisfechos con el muy trillado camino de la tradición, si no tuviesen temor de apartarse del amparo del mundo. Los docentes deben tener cuidado, no sea que cierren la puerta de modo que el Señor no halle entrada en el corazón de los jóvenes.--Testimonies for the Church 6:156-161.