La Edificación del Carácter

Capítulo 3

El dominio de los apetitos y pasiones

"Amados, yo os ruego... os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pedro 2:11), es el lenguaje del apóstol Pedro. Muchos consideran este texto como una amonestación solamente contra la licencia; pero tiene un significado más amplio. Prohíbe toda complacencia perjudicial del apetito o de la pasión. Que nadie que profese piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo, y se haga la ilusión de que la intemperancia no es pecado, y que no afectará su espiritualidad. Existe una estrecha relación entre la naturaleza física y la moral. Cualquier hábito que no promueva la salud degrada las facultades más altas y más nobles. Los hábitos incorrectos en el comer y el beber conducen a errores en el pensamiento y la acción. La indulgencia del apetito fortalece las propensiones animales, dándoles el ascendiente sobre las potencias mentales y espirituales.

Es imposible que una persona goce la bendición de la santificación mientras sea egoísta y glotona. Muchos gimen bajo la carga de enfermedades debido a actos erróneos en el comer y beber que hacen violencia a las leyes de la vida y la salud. Están debilitando sus órganos digestivos al complacer el apetito pervertido. El poder de la constitución humana para resistir los abusos que se le impone es maravilloso; pero el persistente hábito erróneo de beber y comer en exceso debilitará toda función del cuerpo. Por la complacencia del apetito pervertido y la pasión, aun los cristianos profesos perjudican a la naturaleza en su obra, y disminuyen el poder físico, mental y moral. Que estas personas consideren lo que podrían haber sido, si hubieran vivido en forma temperante, y promovido la salud en lugar de abusar de ella.

No es una norma imposible

Cuando San Pablo escribió: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo" (1 Tesalonicenses 5:23), no exhortó a sus hermanos a proponerse una norma que les fuese imposible alcanzar; no oró porque ellos obtuvieran bendiciones que no fuera la voluntad de Dios conceder. El sabía que todos los que deseen estar listos para encontrar a Cristo en paz deben poseer un carácter puro y santo. "Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado". 1 Corintios 9:25-27. "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios". 1 Corintios 6:19, 20.

Una ofrenda sin tacha

Nuevamente, el apóstol escribe a los creyentes: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional". Romanos 12:1. Al antiguo Israel se le dieron directivas específicas en el sentido de que ningún animal defectuoso o enfermo fuera presentado como ofrenda a Dios. Sólo los más perfectos habían de ser seleccionados para este propósito. El Señor, por medio del profeta Malaquías, reprobó de la manera más severa a su pueblo por apartarse de estas instrucciones.

"El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos... Trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová". Malaquías 1:6-8, 13.

Aunque dirigidas al Israel de antaño, estas palabras contienen una lección para el pueblo de Dios de hoy en día. Cuando el apóstol se dirige a sus hermanos, y los insta a presentar sus cuerpos en "sacrificio vivo, santo, agradable", presenta principios de verdadera santificación. No es meramente una teoría, una emoción, o mero palabrerío, sino un principio vivo y activo que entra en la vida cotidiana. Requiere que nuestros hábitos de comer, beber, vestirnos, sean tales que aseguren la preservación de la salud física, mental y moral, a fin de que podamos presentar al Señor nuestros cuerpos, no como una ofrenda corrompida por hábitos erróneos, sino como "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios".

Los estimulantes y narcóticos

La amonestación de San Pedro de abstenerse de los deseos carnales es una admonición muy directa y fuerte contra el uso de todos los estimulantes y narcóticos tales como el té, el café, el tabaco, el alcohol y la morfina. El uso de estos elementos bien puede ser clasificado entre los deseos que ejercen una influencia perniciosa sobre el carácter moral. Cuanto más temprano se formen estos hábitos perjudiciales, más firmemente mantendrán a su víctima en la esclavitud al deseo pecaminoso, y más ciertamente rebajarán la norma de la espiritualidad.

La enseñanza bíblica hará sólo una débil impresión en los que tengan sus facultades entenebrecidas por la complacencia propia. Millares sacrificarán no solamente la salud y la vida, sino también su esperanza del cielo, antes de declarar la guerra contra sus propios apetitos pervertidos. Una mujer que por muchos años pretendió estar santificada, hizo la declaración de que si le tocaba decidir entre abandonar su pipa o el cielo, ella diría: "Adiós, cielo; no puedo vencer mi amor por mi pipa". Este ídolo había sido guardado como reliquia en su alma, dejándolo a Jesús en lugar subordinado. ¡Sin embargo esta mujer pretendía pertenecer completamente al Señor!

Deseos que batallan contra el alma

Dondequiera se encuentren, los que estén verdaderamente santificados elevarán la norma moral manteniendo hábitos físicos correctos, y a semejanza de Daniel, presentarán a otros un ejemplo de temperancia y abnegación. Todo apetito depravado llega a ser un deseo que batalla contra el alma. Todo lo que está en conflicto con la ley natural crea una condición enferma del alma. La complacencia del apetito produce un estómago dispéptico, un hígado torpe, un cerebro entenebrecido, y así pervierte el temperamento y el espíritu del hombre. ¡Y estos poderes debilitados son ofrecidos a Dios, quien rehusaba aceptar las víctimas para el sacrificio a menos que fueran sin tacha! Es nuestro deber colocar nuestros apetitos y hábitos de vida en conformidad con la ley natural. Si los cuerpos ofrecidos sobre el altar de Cristo fueran examinados con el estrecho escrutinio al cual eran sujetos los sacrificios judaicos, ¿quién sería aceptable?

¡Con qué cuidado deben los cristianos regular sus hábitos, para que puedan preservar la plenitud del vigor de toda facultad, a fin de dedicarla al servicio de Cristo! Si queremos ser santificados en cuerpo, alma y espíritu, debemos vivir en conformidad con la ley divina. El corazón no puede mantener la consagración a Dios mientras se complacen los apetitos y las pasiones a expensas de la salud y la vida. Los que violan las leyes de las cuales depende la salud, deben sufrir la penalidad. Han limitado de tal manera sus capacidades en todo sentido que no pueden realizar en forma adecuada sus deberes para con sus semejantes, y fracasan por completo en responder a las exigencias de Dios.

Cuando el clero escocés pidió a Lord Palmerston, primer ministro inglés, que decretara un día de ayuno y oración para detener el cólera, él replicó, en efecto: "Limpiad y desinfectad vuestras calles y casas, promoved la limpieza y la salud entre los pobres, y tratad de que estén abundantemente suplidos con alimentos buenos y vestidos, y emplead en forma generalizada medidas sanitarias correctas, y no tendréis ocasión de ayunar y orar. Tampoco oirá el Señor vuestras oraciones mientras estas medidas preventivas no sean usadas".

Dice San Pablo: "Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios". 2 Corintios 7:1. El presenta para nuestro ánimo la libertad de que gozan los que verdaderamente están santificados: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu". Romanos 8:1. Recomienda a los Gálatas: "Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne". Gálatas 5:16. Nombra algunas de las formas de deseos carnales: "Borracheras, orgías, y cosas semejantes". Gálatas 5:21. Y después de mencionar los frutos del Espíritu, entre los cuales está la temperancia, agrega: "Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos". Gálatas 5:24.

"Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu". Gálatas 5:25.

El tabaco

El apóstol Santiago dice que la sabiduría que viene de arriba "es primeramente pura". Santiago 3:17. Si él hubiera visto a sus hermanos usar tabaco, ¿no habría denunciado la práctica como "terrenal, animal, diabólica"? Santiago 3:15. En esta época de luz cristiana, cuán a menudo los labios que pronuncian el nombre precioso de Cristo se hallan mancillados por la saliva del fumador, y el aliento está corrompido con la hediondez del vicio. Seguramente el alma que puede disfrutar de tales compañías también puede ser profanada. Al ver a personas que pretendían gozar la bendición de la santificación total mientras eran esclavos del tabaco, ensuciando todo lo que los rodeaba, he pensado: ¿Qué parecería el cielo si en él hubiera fumadores? La Palabra de Dios ha declarado sencillamente que "no entrará en ella [la ciudad] ninguna cosa inmunda". Apocalipsis 21:27. ¿Cómo, pues, pueden los que complacen este hábito asqueroso esperar ser admitidos allí?

Hombres que profesan piedad ofrecen sus cuerpos sobre el altar de Satanás, y queman el incienso del tabaco a su majestad diabólica. ¿Parece severa esta declaración? Ciertamente la ofrenda es presentada a alguna deidad. Como Dios es puro y santo, como no aceptará nada que mancille el carácter, debe rechazar este sacrificio costoso, inmundo y profano; por lo tanto concluimos que Satanás es el que reclama el honor.

Jesús murió para rescatar al hombre de las garras de Satanás. Vino para librarnos por la sangre de su sacrificio expiatorio. El hombre que ha llegado a ser la propiedad de Jesucristo, y cuyo cuerpo es el templo del Espíritu Santo, no será esclavizado por el hábito pernicioso del empleo del tabaco. Sus facultades pertenecen a Cristo, que lo ha comprado con el precio de su sangre. Su propiedad es del Señor. ¿Cómo, pues, puede quedar sin culpa al gastar todos los días el capital que el Señor le ha confiado para gratificar un apetito que no tiene fundamento en la naturaleza?

Una enorme suma se malgasta todos los años en esta complacencia, mientras que hay almas que perecen por falta de la palabra de vida. Los profesos cristianos roban a Dios en los diezmos y las ofrendas, mientras ofrecen sobre el altar del vicio destructor en el uso del tabaco, más de lo que dan para aliviar a los pobres o para suplir las necesidades de la causa de Dios. Los que están verdaderamente santificados, vencerán todo deseo pernicioso. Entonces, todos estos canales por donde circula el dinero invertido en cosas innecesarias fluirán hacia la tesorería del Señor, y los cristianos serán los primeros en la abnegación, el sacrificio propio y la temperancia. Entonces serán la luz del mundo.

El té y el café

El té y el café, como el tabaco, tienen un efecto pernicioso sobre el organismo. El té es intoxicante. Aunque en menor grado, su efecto es el mismo en carácter que el de los licores espirituosos. El café tiene una mayor tendencia a entenebrecer el intelecto y a debilitar las energías. No es tan poderoso como el tabaco, pero es similar en sus efectos. Los argumentos presentados contra el tabaco también deben ser empleados contra el uso del té y el café.

Cuando los que tienen el hábito de usar té, café, tabaco, opio, o licores alcohólicos, son privados de esta complacencia habitual, encuentran que es imposible participar con interés y con celo en el culto de Dios. La gracia de Dios parece carente de poder para avivar o espiritualizar sus oraciones o sus testimonios. Estos cristianos profesos deben considerar la fuente de su gozo. ¿Es de arriba o de abajo?

Al que usa estimulantes, todas las cosas le parecen insípidas sin la complacencia favorita. Esto amortece las sensibilidades naturales tanto del cuerpo como de la mente, y hace que éstos sean menos susceptibles a las influencias del Espíritu Santo. En ausencia del estimulante habitual, siente un hambre del cuerpo y del alma, no de justicia, de santidad, ni de la presencia divina, sino de su ídolo acariciado. En la complacencia de los deseos perniciosos, los profesos cristianos debilitan diariamente sus potencias, imposibilitándose para glorificar a Dios.