El mismo año en que Daniel y sus compañeros entraron al servicio del rey de Babilonia, ocurrieron sucesos que probaron severamente la integridad de estos jóvenes hebreos, y que constituyeron ante la nación idólatra una demostración del poder y la fidelidad del Dios de Israel.
Mientras el rey Nabucodonosor miraba el porvenir con ansiosa expectativa, tuvo un notable sueño, el cual "perturbó su espíritu, y se le fue el sueño". Daniel 2:1. Pero aun cuando la visión nocturna hizo una profunda impresión en su mente, halló imposible recordar los detalles. Recurrió a sus astrólogos y magos, y prometiéndoles grandes riquezas y honores les ordenó que le reconstruyeran el sueño y le presentaran su interpretación. Pero ellos dijeron: "Di el sueño a tus siervos, y te mostraremos la interpretación". Daniel 2:4.
El rey sabía que si ellos realmente pudieran decir la interpretación, también podrían relatar el sueño. El Señor en su providencia había dado a Nabucodonosor este sueño y había permitido que los detalles huyeran de su memoria, mientras la terrible impresión permanecía en su mente, a fin de desenmascarar las pretensiones de los hombres sabios de Babilonia. El monarca estaba muy encolerizado y amenazó a todos los sabios con la muerte si hasta cierto tiempo el sueño no era reproducido. Daniel y sus compañeros habían de perecer con los falsos profetas; pero, arriesgando la vida, Daniel se aventuró a entrar en la presencia del rey, pidiendo que se le concediera tiempo para mostrar el sueño y la interpretación.
El monarca accede a este pedido; y ahora Daniel se une a sus tres compañeros, y juntos presentan el asunto a Dios, buscando sabiduría de la fuente de luz y conocimiento. Aunque estaban en la corte del rey, rodeados de tentaciones, no olvidaron su responsabilidad para con Dios. Tenían la firme convicción de que la providencia divina los había colocado donde estaban; se hallaban haciendo la obra de Dios, y confrontaban las demandas de la verdad y el deber. Tenían confianza en Dios. Se habían vuelto a él en procura de fortaleza cuando estaban en perplejidad y peligro, y él había sido para ellos una ayuda siempre presente.
El secreto revelado
Los siervos de Dios no le rogaron en vano. Lo habían honrado, y en la hora de prueba él los honró. El secreto le fue revelado a Daniel, y él se apresuró a solicitar una entrevista con el monarca.
Los cautivos judíos se presentan ante el rey del más poderoso imperio sobre el cual hubiera brillado el sol. El gobernante se encuentra en gran perplejidad en medio de sus riquezas y su gloria; pero el joven exiliado está lleno de paz y felicidad en su Dios. Ahora, si alguna vez había de ser, era el tiempo en que Daniel podía exaltarse a sí mismo, y destacar su propia bondad y sabiduría. Pero su primer esfuerzo lo hace para renunciar a todo honor para sí mismo, y exaltar a Dios como la fuente de la sabiduría:
"El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días". Daniel 2:27, 28. El rey escucha con solemne atención mientras todo detalle del sueño es reproducido; cuando la interpretación es dada con fidelidad, siente que puede confiar en ella como en una revelación divina.
Las solemnes verdades contenidas en esta visión nocturna, hicieron una profunda impresión en la mente del soberano, y con humildad y pavor cayó de hinojos y adoró, diciendo: "Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios". Daniel 2:47.
La imagen de oro
Se había permitido que la luz del cielo brillara directamente sobre el rey Nabucodonosor, y por corto tiempo éste fue influido por el temor de Dios. Pero unos pocos años de prosperidad llenaron su corazón de orgullo, y olvidó su reconocimiento del Dios viviente. Reasumió su culto idolátrico con celo y fanatismo acrecentados.
Usando los tesoros obtenidos en la guerra, confeccionó una imagen de oro para representar el coloso que había visto en su sueño, erigiéndola en la llanura de Dura, y ordenando que todos los gobernadores y el pueblo la adoraran, so pena de muerte. Esta estatua tenía unos treinta metros de altura y unos tres metros de ancho, y a los ojos de aquel pueblo idólatra presentaba una apariencia de lo más imponente y majestuosa. Se efectuó una proclamación para llamar a todos los funcionarios del gobierno a reunirse para la dedicación de la imagen, y al son de los instrumentos músicos, a prosternarse y adorarla. Si alguno dejaba de hacerlo, debía ser arrojado inmediatamente en medio de un horno de fuego ardiente.
No temieron la ira del rey
El día señalado había llegado, y la inmensa multitud se hallaba reunida, cuando recibió el rey la noticia de que los tres hebreos a quienes había puesto sobre la provincia de Babilonia habían rehusado adorar la imagen. Estos son los tres compañeros de Daniel, que habían sido llamados por el rey, Sadrach, Mesach y Abed-nego. Lleno de ira, el monarca los llama a su presencia, y señalando el horno flamígero, les dice cuál será el castigo para ellos si rehúsan obediencia a su voluntad.
En vano fueron las amenazas del rey. No pudo desviar a estos nobles hombres de su lealtad al gran Gobernante de las naciones. Ellos habían aprendido a través de la historia de sus padres que la desobediencia a Dios es deshonor, desastre y ruina; que el temor del Señor es no solamente el comienzo de la sabiduría, sino el fundamento de toda verdadera prosperidad. Miran con calma el horno ardiente y la turba idólatra. Ellos han confiado en Dios, y él no les faltará ahora. Su respuesta es respetuosa, pero decidida: "Sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado". Daniel 3:18.
El orgulloso monarca se halla rodeado por sus grandes hombres, los funcionarios del gobierno, y el ejército que ha conquistado naciones; y todos se unen en aplaudirlo como si tuviera la sabiduría y el poder de los dioses. En medio de este imponente despliegue están de pie tres jóvenes hebreos, persistiendo con perseverancia en su rechazo de obedecer el decreto del rey. Habían sido obedientes a las leyes de Babilonia, en tanto que éstas no entraban en conflicto con las exigencias de Dios; pero no se habían apartado un ápice del deber hacia su Creador.
La ira del rey no conocía límites. En el propio pináculo de su poder y gloria, el ser desafiado de esta manera por los representantes de una raza despreciada y cautiva, era un insulto que su espíritu orgulloso no podía soportar. El horno ardiente había sido calentado siete veces más de lo acostumbrado, y en él fueron echados los exiliados hebreos. Tan furiosas eran las llamas, que los hombres que los echaron en el horno perecieron al ser quemados.
En la presencia del infinito
Repentinamente el rostro del rey palideció de terror. Sus ojos estaban fijos en las llamas resplandecientes, y volviéndose a sus jerarcas dijo: "¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego?" La respuesta fue: "Es verdad, oh rey". Y ahora el monarca exclamó: "He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses". Daniel 3:24, 25.
Cuando Cristo se manifiesta a sí mismo a los hijos de los hombres, un poder invisible habla a sus almas. Se sienten en la presencia del Infinito. Ante su majestad, los reyes y los nobles tiemblan, y reconocen que el Dios vivo está por encima de todo poder terrenal.
Con remordimiento y vergüenza, exclamó: "Siervos del Dios Altísimo, salid y venid". Daniel 3:26. Y ellos obedecieron, mostrándose sin ningún daño ante la vasta multitud; ni siquiera el olor del fuego salía de sus mantos. Este milagro produjo un cambio notable en la mente del pueblo. La grande imagen de oro, erigida con tanta ostentación, fue olvidada. El rey publicó un decreto según el cual toda persona que hablara contra el Dios de estos hombres sería muerta "por cuanto no hay dios que pueda librar como éste". Daniel 3:29.
Firme integridad en la vida santificada
Estos tres hebreos poseían una santificación genuina. El verdadero principio cristiano no se detiene a pesar las consecuencias. No pregunta: ¿Qué pensará la gente de mí si hago esto? ¿O cómo afectará esto mis perspectivas mundanas si lo hago? Con el más intenso anhelo, los hijos de Dios desean saber lo que el Señor quiere que hagan, para que sus obras lo glorifiquen. Dios ha hecho amplia provisión para que los corazones y las vidas de todos sus seguidores puedan ser dominados por su divina gracia, a fin de que sean una luz ardiente y brillante en el mundo.
Estos fieles hebreos poseían gran capacidad natural, habían disfrutado de la más alta cultura intelectual, y ahora ocupaban una posición de honor; pero todo esto no los indujo a olvidar a Dios. Sus facultades estaban sometidas a la influencia santificadora de la gracia divina. En virtud de su integridad perseverante, manifestaron las alabanzas de Aquel que los había llamado de las tinieblas a su luz admirable. En su maravillosa liberación quedó desplegado, ante la vasta asamblea, el poder y la majestad de Dios. Jesús mismo se colocó a su lado en el horno ardiente, y por la gloria de su presencia convenció al orgulloso monarca de Babilonia que no podía ser otro sino el Hijo de Dios. La luz del cielo había estado reflejándose en Daniel y sus compañeros, hasta que todos sus asociados captaron la fe que ennoblecía su vida y hermoseaba su carácter. Por la liberación de sus fieles siervos, el Señor declara que él apoyará a los oprimidos, y derrocará todos los poderes que quieren hollar la autoridad del Dios del cielo.
Una lección para los medrosos
¡Qué lección se da aquí a los medrosos, los vacilantes, los cobardes en la causa de Dios! ¡Qué ánimo para los que no se dejan desviar del deber por las amenazas o el peligro! Estos personajes fieles y perseverantes ejemplifican la santificación, aunque no pretenden reclamar este alto honor. La cantidad de bien que puede realizarse por medio de los cristianos comparativamente oscuros pero devotos, no puede estimarse hasta que los registros de la vida sean publicados, cuando el Juez se siente y los libros se abran.
Cristo identifica su interés con esta clase; él no se avergüenza de llamarlos hermanos. Debería haber centenares de personas donde ahora hay una sola, tan estrechamente aliadas con Dios, que tengan sus vidas en tan completa conformidad con su voluntad, que sean luces brillantes, totalmente santificadas en alma, cuerpo y espíritu.
Continúa el conflicto entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Los que se llaman del nombre de Cristo deben sacudir el letargo que debilita sus esfuerzos, y deben hacer frente a las tremendas responsabilidades que recaen sobre ellos. Todos los que hagan esto pueden esperar que el poder de Dios les sea revelado. El Hijo de Dios, el Redentor del mundo, será representado en las palabras y en las obras de ellos, y el nombre de Dios será glorificado.
"Como en los días de Sadrach, Mesach y Abednego, en el período final de la historia de esta tierra, el Señor obrará poderosamente en favor de aquellos que se mantengan firmemente por lo recto. El que anduvo con los notables hebreos en el horno de fuego acompañará a sus seguidores dondequiera que estén. Su presencia constante los consolará y sostendrá. En medio del tiempo de angustia cual nunca hubo desde que fue nación, sus escogidos permanecerán inconmovibles. Satanás, con toda la hueste del mal, no puede destruir al más débil de los santos de Dios. Los protegerán ángeles excelsos en fortaleza, y Jehová se revelará en favor como 'Dios de dioses', que puede salvar hasta lo sumo a los que ponen su confianza en él". La Historia de Profetas y Reyes, 376.