La Edificación del Carácter

Capítulo 6

Resultados de la plegaria ferviente

Al acercarse el tiempo de la terminación de los setenta años de cautiverio, Daniel se aplicó en gran manera al estudio de las profecías de Jeremías. El vio que se acercaba el tiempo en que Dios daría a su pueblo escogido otra prueba; y con ayuno, humillación y oración, importunaba al Dios del cielo con estas palabras: "Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos hecho iniquidad, hemos obrado impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, y a todo el pueblo de la tierra". Daniel 9:4-6.

Daniel no proclama su propia fidelidad ante el Señor. En lugar de pretender ser puro y santo, este honrado profeta se identifica humildemente con el Israel verdaderamente pecaminoso. La sabiduría que Dios le había impartido era tan superior a la sabiduría de los grandes hombres del mundo, como la luz del sol que brilla en los cielos al mediodía es más brillante que la más débil estrella. Y sin embargo, ponderad la oración que sale de los labios de este hombre tan altamente favorecido del cielo. Con profunda humillación, con lágrimas y una entrega de corazón, ruega por sí mismo y por su pueblo. Abre su alma delante de Dios, confesando su propia falta de mérito y reconociendo la grandeza y la majestad del Señor.

Sinceridad y fervor

¡Qué sinceridad y qué fervor caracterizaron su súplica! La mano de fe se halla extendida hacia arriba para asirse de las promesas del Altísimo que nunca fallan. Su alma lucha en agonía. Y tiene la evidencia de que su oración es escuchada. Sabe que la victoria le pertenece. Si como pueblo nosotros oráramos como Daniel, y lucháramos como él luchó, humillando nuestras almas delante de Dios, veríamos respuestas tan maravillosas a nuestras peticiones como las que le fueron concedidas a Daniel. Oíd cómo presenta su caso ante la corte del cielo:

"Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y haz; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo". Daniel 9:18, 19.

El hombre de Dios estaba orando por la bendición del cielo sobre su pueblo, y por un conocimiento más claro de la voluntad divina. La preocupación de su corazón era con respecto a Israel, que no estaba, en el sentido más estricto de la palabra, guardando la ley de Dios. Reconoce que todas sus desgracias habían venido como consecuencia de sus transgresiones de la santa ley. Dice: "Hemos pecado, hemos cometido iniquidad... Porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro". Los judíos habían perdido su carácter peculiar y sagrado como pueblo escogido de Dios. "Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado". Daniel 9:5, 16, 17. El corazón de Daniel se vuelve con intenso anhelo al santuario desolado de Dios. El sabe que su prosperidad puede ser restaurada únicamente cuando Israel se arrepienta de sus transgresiones de la ley de Dios, y se vuelva humilde, fiel y obediente.

El mensajero celestial

Mientras se eleva la oración de Daniel, el ángel Gabriel viene volando desde las cortes del cielo, para decirle que sus peticiones han sido escuchadas y contestadas. El ángel poderoso ha sido comisionado para darle capacidad y comprensión, para abrir delante de él los misterios de las edades futuras. Así, mientras trata fervorosamente de conocer y comprender la verdad, Daniel es puesto en comunicación con el mensajero delegado del cielo.

En respuesta a su petición, Daniel recibió no solamente la luz y la verdad que él y su pueblo necesitaban en gran manera, sino una visión de los grandes acontecimientos del futuro, hasta el advenimiento del Redentor del mundo. Los que pretenden estar santificados, y sin embargo no tienen deseo de investigar las Escrituras, o de luchar con Dios en oración por una comprensión más clara de la verdad bíblica, no saben lo que es la verdadera santificación.

Daniel habló con Dios. Los cielos fueron abiertos delante de él. Pero los altos honores que le fueron concedidos eran el resultado de la humillación y la ferviente búsqueda. Todos los que creen de todo corazón la Palabra de Dios tendrán hambre y sed del conocimiento de su voluntad. Dios es el autor de la verdad. El ilumina el entendimiento entenebrecido, y da a la mente humana poder para captar y comprender las verdades que él ha revelado.

Buscando sabiduría de Dios

En la ocasión que acaba de describirse, el ángel Gabriel impartió a Daniel toda la instrucción que él podía recibir en ese momento. Unos pocos años más tarde, sin embargo, el profeta deseaba conocer más con respecto a asuntos que entonces no fueron plenamente explicados, y de nuevo se dedicó a la búsqueda de luz y sabiduría de Dios. "En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento... Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud". Daniel 10:2, 3, 5, 6.

Esta descripción es similar a la que fue dada por Juan cuando Cristo se le reveló en la isla de Patmos. Un personaje nada menor que el Hijo de Dios fue el que le apareció a Daniel. Nuestro Señor viene con otro mensajero celestial para enseñar a Daniel lo que ha de acontecer en los días finales.

Las grandes verdades reveladas por la palabra del Redentor están destinadas a aquellos que investigan la verdad para encontrar los tesoros escondidos. Daniel era un hombre de edad. Su vida había transcurrido entre las fascinaciones de una corte pagana, y su mente estaba fatigada con los asuntos de un gran imperio. Sin embargo, él se aparta de todas estas cosas para afligir su alma delante de Dios, y buscar un conocimiento de los propósitos del Altísimo. Y en respuesta a sus súplicas, se le envía luz de las cortes del cielo, destinada a aquellos que vivieran en los días finales. ¡Con qué fervor, pues, debiéramos buscar a Dios, a fin de que él nos abra nuestro entendimiento para comprender las verdades que nos fueron traídas del cielo!

"Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron... Y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno". Daniel 10:7, 8. Todos los que están verdaderamente santificados tendrán una experiencia similar. Cuanto más claras sus concepciones de la grandeza, la gloria, y la perfección de Cristo, más vívidamente verán su propia debilidad e imperfección. No tendrán ninguna disposición a alardear de un carácter impecable; lo que parecía correcto y amable en ellos, en contraste con la pureza y la gloria de Cristo aparecerá solamente como indigno y corruptible. Cuando los hombres se hallan separados de Dios, y tienen conceptos muy vagos de Cristo, entonces dicen: "Soy sin pecado; estoy santificado".

Gabriel ahora se le apareció al profeta, y se dirigió a él en estos términos: "Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, yo me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido". Daniel 10:11, 12.

Honor real para Daniel

¡Qué grande honor se le muestra a Daniel por parte de la Majestad del cielo! Dios consuela a su siervo tembloroso, y le asegura que su oración ha sido escuchada en el cielo. En respuesta a esta ferviente petición, el ángel Gabriel es enviado para influir sobre el corazón del monarca persa. El rey ha resistido las impresiones del Espíritu de Dios durante las tres semanas en que Daniel estaba ayunando y orando, pero el Príncipe del cielo, el Arcángel, Miguel, es enviado para cambiar el corazón del obstinado rey e inducirlo a tomar una medida resuelta en respuesta a la oración de Daniel.

"Mientras me decía estas palabras, estaba yo con los ojos puestos en tierra, y enmudecido. Pero he aquí, uno con semejanza de hijo de hombre tocó mis labios... y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido". Daniel 10:15, 16, 19. Tan grande era la gloria divina revelada a Daniel que él no la pudo soportar. Entonces el mensajero del cielo veló la refulgencia de su rostro y apareció al profeta "uno con semejanza de hijo de hombre". Por medio de su poder divino fortaleció a este hombre de integridad y de fe, para escuchar el mensaje enviado a él de parte de Dios.

Daniel era un siervo devoto del Altísimo. Su larga vida estuvo llena de nobles hechos de servicio por su Maestro. Su pureza de carácter y su inalterable fidelidad son igualadas por su humildad de corazón y su contrición delante de Dios. Repetimos, la vida de Daniel es una ilustración inspirada de verdadera santificación.