Hijas de Dios

Capítulo 2

Mujeres notables del Antiguo Testamento

Eva, madre de todos

"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca [...]. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió". Salmos 33:6, 9. "El fundó la tierra sobre sus cimientos; no será jamás removida". Salmos 104:5.

Cuando salió de las manos del Creador, la tierra era sumamente hermosa [...]. La hueste angélica presenció la escena con deleite, y se regocijó en las maravillosas obras de Dios.

Una vez creada la tierra con su abundante vida vegetal y animal, fue introducido en el escenario el hombre, corona de la creación para quien la hermosa tierra había sido aparejada. A él se le dio dominio sobre todo lo que sus ojos pudiesen mirar; pues, "dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree [...] en toda la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen [...] varón y hembra los creó". Génesis 1:26-27.

Aquí se expone con claridad el origen de la raza humana; y el relato divino está tan claramente narrado que no da lugar a conclusiones erróneas. Dios creó al hombre a su propia imagen. No hay en esto misterio. No existe fundamento alguno para la suposición de que el hombre llegó a existir mediante un lento proceso evolutivo de las formas bajas de la vida animal o vegetal. Tales enseñanzas rebajan la obra sublime del Creador al nivel de las mezquinas y terrenales concepciones humanas. Los hombres están tan resueltos a excluir a Dios de la soberanía del universo que rebajan al hombre y lo privan de la dignidad de su origen. El que colocó los mundos estrellados en la altura y coloreó con delicada maestría las flores del campo, el que llenó la tierra y los cielos con las maravillas de su potencia, cuando quiso coronar su gloriosa obra, colocando a alguien para regir la hermosa tierra, supo crear un ser digno de las manos que le dieron vida. La genealogía de nuestra raza, como ha sido revelada, no hace remontar su origen a una serie de gérmenes, moluscos o cuadrúpedos, sino al gran Creador. Aunque Adán fue formado del polvo, era el "hijo de Dios". Lucas 3:38 [...].

El hombre había de llevar la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter [...]. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad de su Padre.

Cuando el hombre salió de las manos de su Creador, era de elevada estatura y perfecta simetría. Su semblante llevaba el tinte rosado de la salud y brillaba con la luz y el regocijo de la vida. La estatura de Adán era mucho mayor que la de los hombres que habitan la tierra en la actualidad. Eva era algo más baja de estatura que Adán; no obstante, su forma era noble y plena de belleza. La inmaculada pareja no llevaba vestiduras artificiales. Estaban rodeados de una envoltura de luz y gloria, como la que rodea a los ángeles. Mientras vivieron obedeciendo a Dios, este atavío de luz continuó revistiéndolos [...].

Dios mismo dio a Adán una compañera. Le proveyó de una "ayuda idónea para él", alguien que realmente le correspondía, una persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser una sola cosa con él en amor y simpatía. Eva fue creada de una costilla tomada del costado de Adán; este hecho significa que ella no debía dominarlo como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus plantas como un ser inferior, sino que más bien debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él. Siendo parte del hombre, hueso de sus huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esa relación. "Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida". "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne". Efesios 5:29; Génesis 2:24 [...].

La creación estaba ahora completa. "Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos". "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera". Génesis 2:1; 1:31. El Edén florecía en la tierra. Adán y Eva tenían libre acceso al árbol de la vida. Ninguna mácula de pecado o sombra de muerte desfiguraba la hermosa creación. "Alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios". Job 38:7 [...].

Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del pecado. Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter y la justicia de sus exigencias, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia. Debían gozar de la comunión de Dios y de los santos ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era menester que su lealtad se pusiese a prueba [...].

Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado sobre toda criatura viviente. El león y la oveja triscaban pacíficamente a su alrededor o se echaban junto a sus pies. Los felices pajarillos revoloteaban alrededor de ellos sin temor alguno; y cuando sus alegres trinos ascendían alabando a su Creador, Adán y Eva se unían a ellos en acción de gracias al Padre y al Hijo [...].

Los ángeles habían prevenido a Eva que tuviese cuidado de no separarse de su esposo mientras este estaba ocupado en su trabajo cotidiano en el huerto; estando con él correría menos peligro de caer en la tentación que estando sola. Pero distraída en sus agradables labores, inconscientemente se alejó del lado de su esposo [...] muy pronto se encontró extasiada, mirando con curiosidad y admiración el árbol prohibido. El fruto era bello, y se preguntaba por qué Dios se lo había vedado. Esta fue la oportunidad de Satanás. Como discerniendo sus pensamientos, se dirigió a ella diciendo: "¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?" Génesis 3:1 [...].

El tentador afirmó que jamás llegaría a cumplirse la divina advertencia; que les fue hecha meramente para intimidarlos [...].

Eva creyó realmente las palabras de Satanás, pero esta creencia no la salvó de la pena del pecado. No creyó en las palabras de Dios, y esto la condujo a su caída. En el juicio final, los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad [...].

Eva [...] vio "que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió". Génesis 3:6. Era agradable al paladar, y a medida que comía, parecía sentir una fuerza vivificante, y se figuró que entraba en un estado más elevado de existencia. Sin temor tomó el fruto y lo comió.

Y ahora, habiendo pecado, ella se convirtió en el agente de Satanás para labrar la ruina de su esposo. Con extraña y anormal excitación, y con las manos llenas del fruto prohibido, lo buscó y le relató todo lo que había ocurrido.

Una expresión de tristeza cubrió el rostro de Adán. Quedó atónito y alarmado. A las palabras de Eva contestó que ese debía ser el enemigo contra quien se los había prevenido; y que conforme a la sentencia divina ella debía morir. En contestación, Eva lo instó a comer, repitiendo el aserto de la serpiente de que no morirían. Alegó que las palabras de la serpiente debían ser ciertas puesto que no sentía ninguna evidencia del desagrado de Dios; sino que, al contrario, experimentaba una deliciosa y alborozante influencia, que conmovía todas sus facultades con una nueva vida, que le parecía semejante a la que inspiraba a los mensajeros celestiales.

Adán comprendió que su compañera había violado el mandamiento de Dios, menospreciando la única prohibición que les había sido puesta como una prueba de su fidelidad y amor. Se desató una terrible lucha en su mente. Lamentó haber dejado a Eva separarse de su lado. Pero ahora el error estaba cometido; debía separarse de su compañía, que le había sido de tanto gozo. ¿Cómo podría hacer eso? [...].

Adán resolvió compartir la suerte de Eva; si ella debía morir, él moriría con ella. Al fin y al cabo, se dijo Adán, ¿no podían ser verídicas las palabras de la sabia serpiente? Eva estaba ante él, tan bella y aparentemente tan inocente como antes de su desobediencia. Le expresaba mayor amor que antes. Ninguna señal de muerte se notaba en ella, y así decidió hacer frente a las consecuencias. Tomó el fruto y lo comió apresuradamente.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 24-40 (1890).

Si Adán y Eva no hubieran desobedecido a su Creador; si hubiesen permanecido en la senda de la perfecta rectitud, hubieran conocido y entendido a Dios. Pero cuando escucharon la voz del tentador y pecaron contra Dios, la luz de las vestiduras de inocencia celestial se separó de ellos. En su lugar, fueron rodeados del oscuro manto de la ignorancia de Dios. La luz clara y perfecta que hasta entonces los había rodeado, había iluminado cada cosa a la que ellos se acercaban; pero privados de esa luz celestial, los descendientes de Adán ya no pudieron percibir el carácter de Dios en sus obras creadas.--The Review and Herald, 8 de noviembre de 1898.

Sara, esposa de Abraham, madre de naciones

A Abraham se le dio la promesa, muy apreciada por la gente de aquel entonces, de que tendría numerosa posteridad y grandeza nacional: "Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición". Génesis 12:2. Además, el heredero de la fe recibió la promesa que para él era la más preciosa de todas, a saber que de su linaje descendería el Redentor del mundo. "Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra". Vers. 3. Sin embargo, como condición primordial para su cumplimiento, su fe iba a ser probada; se le exigiría un sacrificio.

El mensaje de Dios a Abraham era: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré". Vers. 1. A fin de que Dios pudiese capacitarlo para su gran obra como depositario de los sagrados oráculos, Abraham debía separarse de los compañeros de su niñez. La influencia de sus parientes y amigos impediría la educación que el Señor intentaba dar a su siervo. Ahora que Abraham estaba, en forma especial, unido con el cielo, debía morar entre extraños. Su carácter debía ser peculiar, diferente al de todo el mundo. Ni siquiera podía explicar su manera de obrar para que la entendiesen sus amigos. Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente, y sus motivos y acciones no eran comprendidos por sus parientes idólatras. "Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba". Hebreos 11:8 [...].

Además de Sara, la esposa de Abraham, solo Lot, cuyo padre Harán había fallecido hacía mucho tiempo, escogió participar de la vida de peregrinaje del patriarca [...].

Durante su estada en Egipto, Abraham dio evidencias de que no estaba libre de la imperfección y la debilidad humanas. Al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente manifestados en su vida. Sara era una mujer "hermosa en gran manera" (Génesis 12:14), y Abraham no dudó que los egipcios de piel oscura codiciarían a la hermosa extranjera, y que para conseguirla, no tendrían escrúpulos en matar a su esposo. Razonó que no mentía al presentar a Sara como su hermana; pues ella era hija de su padre, aunque no de su madre. Pero este ocultamiento de la verdadera relación que existía entre ellos era un engaño. Ningún desvío de la estricta integridad puede merecer la aprobación de Dios. A causa de la falta de fe de Abraham, Sara se vio en gran peligro. El rey de Egipto, habiendo oído hablar de su belleza, la hizo llevar a su palacio, pensando hacerla su esposa. Pero el Señor, en su gran misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la familia real. Por este medio supo el monarca la verdad del asunto, e indignado por el engaño de que había sido objeto, devolvió su esposa a Abraham reprendiéndole así: "¿Qué es esto que has hecho conmigo? [...]. ¿Por qué dijiste: es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer? Ahora, pues, he aquí tu mujer; tómala, y vete". Vers. 18-19 [...].

Abraham volvió a Canaán "riquísimo en ganado, en plata y en oro". Génesis 13:1. Lot aún estaba con él, y de nuevo llegaron a Betel, y establecieron su campamento junto al altar que habían erigido anteriormente [...].

En una visión nocturna, Abraham oyó otra vez la voz divina: "No temas Abram", fueron las palabras del Príncipe de los príncipes, "yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande". Génesis 15:1. Pero tenía el ánimo tan deprimido por los presentimientos que no pudo esta vez aceptar la promesa con absoluta confianza como lo había hecho antes. Rogó que se le diera una evidencia tangible de que la promesa sería cumplida. ¿Cómo iba a cumplirse la promesa del pacto, mientras se le negaba la dádiva de un hijo? "¿Qué me darás siendo así que ando sin hijo? [...]. Y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa". Vers. 2-3. Se proponía adoptar a su fiel siervo Eliezer como hijo y heredero. Pero se le aseguró que un hijo propio había de ser su heredero. Entonces Dios lo llevó fuera de su tienda, y le dijo que mirara las innumerables estrellas que brillaban en el firmamento; y mientras lo hacía le fueron dirigidas las siguientes palabras: "Así será tu descendencia". Vers. 5. Y "creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia". Romanos 4:3 [...].

Abraham había aceptado sin hacer pregunta alguna la promesa de un hijo, pero no esperó a que Dios cumpliese su promesa en su oportunidad y a su manera. Fue permitida una tardanza para probar su fe en el poder de Dios, pero fracasó en la prueba. Pensando que era imposible que se le diera un hijo en su vejez, Sara sugirió como plan mediante el cual se cumpliría el propósito divino, que una de sus siervas fuese tomada por Abraham como esposa secundaria. La poligamia se había difundido tanto que había dejado de considerarse pecado; violaba, sin embargo, la ley de Dios y destruía la santidad y la paz de las relaciones familiares.

El casamiento de Abraham con Agar fue un mal, no solo para su propia casa, sino también para las generaciones futuras [...].

Cuando Abraham tenía casi cien años, se le repitió la promesa de un hijo, y se le aseguró que el futuro heredero sería hijo de Sara. Pero Abraham todavía no comprendió la promesa. En seguida pensó en Ismael, aferrado a la creencia de que por medio de él se habían de cumplir los propósitos misericordiosos de Dios. En su afecto por su hijo exclamó: "Ojalá Ismael viva delante de ti". Nuevamente se le dio la promesa en palabras inequívocas: "Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él". Génesis 17:18-19 [...].

El nacimiento de Isaac, al traer, después de una espera de toda la vida, el cumplimiento de las más caras esperanzas de Abraham y Sara, llenó de felicidad su campamento [...].

La instrucción impartida a Abraham tocante a la santidad de la relación matrimonial, había de ser una lección para todas las edades. Declara que los derechos y la felicidad de estas relaciones deben resguardarse cuidadosamente, aun a costa de un gran sacrificio. Sara era la única esposa verdadera de Abraham. Ninguna otra persona debía compartir sus derechos de esposa y madre. Reverenciaba a su esposo, y en este aspecto el Nuevo Testamento la presenta como un digno ejemplo. Pero ella no quería que el afecto de Abraham fuese dado a otra; y el Señor no la reprendió por haber exigido el destierro de su rival.

Tanto Abraham como Sara desconfiaron del poder de Dios, y este error fue la causa del matrimonio con Agar. Dios había llamado a Abraham para que fuese padre de los fieles, y su vida había de servir como ejemplo de fe para las generaciones futuras. Pero su fe no había sido perfecta. Había manifestado desconfianza para con Dios al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, y también al casarse con Agar.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 117-143 (1890).

La herencia que Dios prometió a su pueblo no está en este mundo. Abraham no tuvo posesión en la tierra, "ni aun para asentar un pie". Hechos 7:5. Poseía grandes riquezas y las empleaba en honor de Dios y para el bien de sus prójimos; pero no consideraba este mundo como su hogar. El Señor le había ordenado que abandonara a sus compatriotas idólatras, con la promesa de darle la tierra de Canaán como posesión eterna; y sin embargo, ni él, ni su hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abraham deseó un lugar donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los cananeos. Su única posesión en la tierra prometida fue aquella tumba cavada en la peña en la cueva de Macpela.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 166 (1890).

"Fue la vida de Sara ciento veintisiete años; tantos fueron los años de la vida de Sara. Y murió Sara en Quiriat-arba, que es Hebrón, en la tierra de Canaán; y vino Abraham a hacer duelo por Sara, y a llorarla. Y se levantó Abraham de delante de su muerta, y habló a los hijos de Het, diciendo: "Extranjero y forastero soy entre vosotros; dadme propiedad para sepultura entre vosotros, y sepultaré mi muerta de delante de mí". Y respondieron los hijos de Het a Abraham, y le dijeron: "Óyenos, señor nuestro; eres un príncipe de Dios entre nosotros; en lo mejor de nuestros sepulcros sepulta a tu muerta; ninguno de nosotros te negará un sepulcro, ni te impedirá que entierres a tu muerta"". Génesis 23:1-6.

Rebeca

Los cananeos eran idólatras, y el Señor había mandado a su pueblo que no se casaran con ellos, no fuera que cayesen en la idolatría. Abraham era ya viejo y pensaba que pronto habría de morir. Isaac estaba aún soltero, y Abraham estaba preocupado por las influencias corruptoras que rodeaban a su hijo. Deseaba seleccionar para él una esposa que no lo apartase de Dios. Esta tarea fue encomendada a su fiel y experimentado siervo, que era el mayordomo sobre todo lo que tenía. Abraham requirió que su siervo hiciera un pacto solemne ante Dios, de que no tomaría una esposa para Isaac entre las mujeres cananeas, sino que iría a los parientes de Abraham, quienes creían en el Dios verdadero, y elegiría una esposa para el joven. No quería que Isaac lo acompañase en ese viaje, debido a que prácticamente todos en esa tierra habían caído en la idolatría. Si no podía encontrar una esposa para Isaac que estuviera dispuesta a dejar su parentela y venir hacia donde el joven estaba, entonces quedaría libre del pacto que había hecho.--The Signs of the Times, 10 de abril de 1879.

En este importante asunto, Isaac no habría de actuar por su cuenta, en forma independiente de su padre. Abraham incluso le dijo a su siervo que Dios enviaría a su ángel para dirigirlo en la elección. El siervo a quien se le había confiado esta tarea comenzó su larga jornada, y cuando entró a la ciudad donde los familiares de Abraham vivían, oró fervorosamente a Dios pidiéndole que lo dirigiera en la elección de una esposa para Isaac. Rogó que se le pudiera dar alguna señal o evidencia a fin de no errar en este asunto.

El pozo donde se detuvo para descansar era un lugar donde muchos se reunían. Fue aquí donde el siervo notó los modales suaves y la conducta cortés de Rebeca. Todas las evidencias indicaban que ella era la mujer que Dios había elegido para llegar a ser la esposa de Isaac. Y cuando fue invitado al hogar, el siervo relató a su padre y a su hermano cómo el Señor le había dado evidencias específicas de que Rebeca debía llegar a ser la esposa de Isaac, el hijo de su amo.

Entonces, les dijo: "Ahora, pues, si estáis dispuestos a hacer misericordia y ser leales con mi señor, declarádmelo; y si no, declarádmelo también, y así sabré qué debo hacer. Entonces Labán y Betuel respondieron diciendo: "De Jehová ha salido esto; no podemos hablarte ni mal ni bien. Ahí está Rebeca delante de ti: tómala y vete, y sea mujer del hijo de tu señor, como lo ha dicho Jehová". Cuando el criado de Abraham oyó estas palabras, se inclinó a tierra ante Jehová". Vers. 49-52.--Spiritual Gifts 3:109-110 (1864).

Obtenido el consentimiento de la familia, preguntaron a Rebeca misma si iría tan lejos de la casa de su padre para casarse con el hijo de Abraham. Después de lo que había sucedido, ella creyó que Dios la había elegido para que fuese la esposa de Isaac, y dijo: "Sí, iré".

El criado, previendo la alegría de su amo por el éxito de su misión, no pudo contener sus deseos de irse, y a la mañana siguiente se pusieron en camino hacia su país. Abraham vivía en Beerseba, e Isaac, después de apacentar el ganado en los campos vecinos, había vuelto a la tienda de su padre, para esperar la llegada del mensajero de Harán. "Y había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde: y alzando sus ojos miró, y he aquí los camellos que venían. Rebeca también alzó sus ojos, y vio a Isaac, y descendió del camello; porque había preguntado al criado: "¿Quién es este varón que viene por el campo hacia nosotros?" Y el criado había respondido: "Este es mi señor". Ella entonces tomó el velo, y se cubrió. Entonces el criado contó a Isaac todo lo que había hecho". Vers. 64-66.

Isaac fue sumamente honrado por Dios, al ser hecho heredero de las promesas por las cuales sería bendecida la tierra; sin embargo, a la edad de cuarenta años, se sometió al juicio de su padre cuando envió a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el resultado de este casamiento, que nos es presentado en las Escrituras, es un tierno y hermoso cuadro de la felicidad doméstica: "Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se consoló Isaac después de la muerte de su madre". Vers. 67.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 170-173 (1890).

Jocabed, madre de Moisés

El rey y sus consejeros habían esperado someter a los israelitas mediante trabajos arduos, y de esa manera disminuir su número y sofocar su espíritu independiente. Al fracasar en el logro de sus propósitos, usaron medidas mucho más crueles. Se ordenó a las mujeres cuya profesión les daba la oportunidad de hacerlo, que dieran muerte a los niños varones hebreos en el momento de nacer. Satanás fue el instigador de este plan. Sabía que entre los israelitas había de levantarse un libertador; y al inducir al rey a destruir a los niños varones, esperaba derrotar el propósito divino. Pero esas mujeres temían a Dios, y no osaron cumplir tan cruel mandato. El Señor aprobó su conducta y las hizo prosperar [...]. El rey, disgustado por el fracaso de su propósito, dio a la orden un carácter más urgente y general: pidió a toda la nación que buscara y diera muerte a sus víctimas desamparadas. "Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: "Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida"". Éxodo 1:22.

Mientras este decreto estaba en vigencia, les nació un hijo a Amrán y Jocabed, israelitas devotos de la tribu de Leví. El niño era hermoso y los padres, creyendo que el tiempo de la liberación de Israel se acercaba y que Dios iba a suscitar un libertador para su pueblo, decidieron que el niño no fuera sacrificado. La fe en Dios fortaleció sus corazones, y "no temieron el decreto del rey". Hebreos 11:23.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 247-248.

Moisés nació cuando este decreto requería pleno cumplimiento. Su madre lo escondió mientras le fue posible hacerlo con seguridad. Entonces, preparó una canastilla de juncos, la impermeabilizó con brea para que el agua no entrase, y la colocó a la orilla del agua. Su hermana, mientras tanto, se mantenía cerca del lugar aparentando indiferencia. Estaba ansiosa por ver lo que ocurriría con su hermanito.

Los ángeles también estaban vigilando a fin de que la indefensa criatura no sufriera daño. Su madre lo había puesto al cuidado de Dios mediante sus fervientes oraciones mezcladas con lágrimas. Y fueron estos ángeles los que dirigieron los pasos de la hija del Faraón hacia el río, cerca del punto donde descansaba el inocente y pequeño desconocido. Aquel diminuto barquichuelo captó su atención, y envió a una de sus criadas para alcanzárselo. Cuando levantó la cubierta de tan singular embarcación, vio a un hermoso bebé. "Y he aquí que el niño lloraba", y ella tuvo compasión de él. Sabía que una tierna madre hebrea había creado este medio singular para preservar la vida de su muy amado bebé, y al momento decidió adoptarlo como hijo suyo. Inmediatamente la hermana de Moisés se acercó y preguntó: ""¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño?" Y la hija de Faraón respondió: "Ve"". Éxodo 2:6-8.--The Spirit of Prophecy 1:162- 163 (1870).

Jocabed era mujer y esclava. Su destino en la vida era humilde, y su carga pesada. Sin embargo, el mundo no ha recibido beneficios mayores mediante ninguna otra mujer, con excepción de María de Nazaret. Sabiendo que su hijo había de pasar pronto de su cuidado al de aquellos que no conocían a Dios, se esforzó con más fervor aun para unir su alma con el cielo. Trató de implantar en su corazón el amor y la lealtad a Dios. Y esa obra fue llevada a cabo fielmente. Ninguna influencia posterior pudo inducir a Moisés a renunciar a los principios de la verdad que eran el centro de la enseñanza de su madre.--La Educación, 58 (1903).

María, hermana de Moisés

María vigiló a Moisés cuando su madre lo depositó entre los juncos. Posteriormente colaboró con Moisés y Aarón en la liberación del pueblo de Dios desde Egipto. Aunque talentosa en diversos aspectos, sus celos con relación a Moisés la llevaron a cometer serios errores.

En Hazerot, el siguiente sitio donde acamparon después de salir de Tabera, una prueba mayor le esperaba a Moisés. Aarón y María habían ocupado una posición encumbrada en la dirección de los asuntos de Israel. Ambos tenían el don de profecía, y ambos habían estado asociados divinamente con Moisés en la liberación de los hebreos. "Envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a María" (Miqueas 6:4), declaró el Señor por medio del profeta Miqueas.

A temprana edad María había revelado su fuerza de carácter, cuando siendo niña vigiló a la orilla del Nilo el cesto en que estaba escondido el niño Moisés. Su dominio propio y su tacto habían contribuido a salvar la vida del libertador del pueblo. Ricamente dotada en cuanto a la poesía y la música, María había dirigido a las mujeres de Israel en los cantos de alabanza y las danzas en las playas del Mar Rojo. Ocupaba el segundo puesto después de Moisés y Aarón en los afectos del pueblo y los honores otorgados por el cielo. Pero el mismo mal que causó la primera discordia en el cielo, brotó en el corazón de esta mujer de Israel, y no faltó quien simpatizara con ella en su desafecto [...].

Dios había escogido a Moisés y lo había investido de su Espíritu; y por su murmuración María y Aarón se habían hecho culpables de deslealtad, no solo hacia el que fuera designado como su jefe sino también hacia Dios mismo. Los murmuradores sediciosos fueron convocados al tabernáculo y traídos cara a cara con Moisés. "Entonces Jehová descendió en la columna de la nube, y se puso a la puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María". Números 12:5. No negaron sus aseveraciones acerca de las manifestaciones del don de profecía por su intermedio; Dios podía haberles hablado en visiones y sueños. Pero a Moisés, a quien el Señor mismo declaró "fiel en toda mi casa", se le había otorgado una comunión más estrecha. Con él Dios hablaba "cara a cara". ""¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?" Entonces la ira de Jehová se encendió contra ellos; y se fue". Vers. 8. La nube desapareció del tabernáculo como señal del desagrado de Dios, y María fue castigada. Quedó "leprosa como la nieve". A Aarón se le perdonó el castigo, pero el de María fue una severa reprensión para él. Entonces, humillado hasta el polvo el orgullo de ambos, Aarón confesó el pecado que habían cometido e imploró al Señor que no dejara perecer a su hermana por aquel azote repugnante y fatal. En respuesta a las oraciones de Moisés, se limpió la lepra a María. Sin embargo, ella fue excluida del campamento durante siete días. Tan solo cuando quedó desterrada del campamento volvió el símbolo del favor de Dios a posarse sobre el tabernáculo. En consideración a su elevada posición, y en señal de pesar por el golpe que ella había recibido, todo el pueblo permaneció en Haserot, en espera de su regreso.

Esta manifestación del desagrado del Señor tenía por objeto advertir a todo Israel que pusiera coto al creciente espíritu de descontento y de insubordinación. Si el descontento y la envidia de María no hubiesen recibido una señalada reprensión, habrían resultado en grandes males. La envidia es una de las peores características satánicas que puedan existir en el corazón humano, y es una de las más funestas en sus consecuencias [...]. Fue la envidia la que causó la primera discordia en el cielo, y el albergarla ha obrado males indecibles entre los hombres. "Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa". Santiago 3:16 [...].

De Cades los hijos de Israel habían regresado al desierto; y una vez terminada su estadía allí, "Llegaron [...] toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades". Números 20:1.

Allí murió y fue sepultada María. Tal fue la suerte de los millones que con grandes esperanzas salieron de Egipto. De la escena de regocijo a orillas del Mar Rojo, cuando Israel salió con cantos y danzas a celebrar el triunfo de Jehová, llegaron a la sepultura del desierto, fin de toda una vida de peregrinación. El pecado había arrebatado de sus labios la copa de bendición.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 401-405; Historia de los Patriarcas y Profetas, 434-435 (1890).

Séfora, esposa de Moisés

Cuando Moisés huyó de Egipto a la tierra de Madián, conoció a Séfora, la hija de Jetro, y se casó con ella.

Cediendo al espíritu de desafecto, María halló motivo de queja en cosas que Dios había sobreseído especialmente. El matrimonio de Moisés la había disgustado. El hecho de que había elegido esposa en otra nación, en vez de tomarla de entre los hebreos, ofendía a su familia y al orgullo nacional. Séfora era tratada con un menosprecio mal disimulado.

Aunque se la llama "mujer cusita" (Números 12:1), o "etíope", la esposa de Moisés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de Abraham. En su aspecto personal difería de los hebreos en que era un tanto más morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios verdadero. Era de un temperamento tímido y retraído, tierno y afectuoso, y se afligía mucho en presencia de los sufrimientos.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 402-403 (1890).

Mientras se alejaba de Madián, Moisés tuvo una terrible y sorprendente manifestación del desagrado del Señor. Se le apareció un ángel en forma amenazadora, como si fuera a destruirlo inmediatamente. No le dio ninguna explicación; pero Moisés recordó que había desdeñado uno de los requerimientos de Dios, y cediendo a la persuasión de su esposa, había dejado de cumplir el rito de la circuncisión en su hijo menor. No había cumplido con la condición que podía dar a su hijo el derecho a recibir las bendiciones del pacto de Dios con Israel, y tal descuido de parte del jefe elegido no podía menos que menoscabar ante el pueblo la fuerza de los preceptos divinos. Séfora, temiendo que su esposo fuese muerto, realizó ella misma el rito, y entonces el ángel permitió a Moisés continuar la marcha. En su misión ante Faraón, Moisés iba a exponerse a un gran peligro; su vida podría conservarse solo mediante la protección de los santos ángeles. Pero no estaría seguro mientras tuviera un deber conocido sin cumplir, pues los ángeles de Dios no podrían escudarlo.

En el tiempo de la angustia que vendrá inmediatamente antes de la venida de Cristo, los justos serán resguardados por el ministerio de los santos ángeles; pero no habrá seguridad para el trasgresor de la ley de Dios. Los ángeles no podrán entonces proteger a los que estén menospreciando uno de los preceptos divinos.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 261 (1890).

Rahab

Rahab era una prostituta que vivía en la muralla de Jericó. Encubrió a los dos espías israelitas enviados a reconocer las defensas de esa ciudad. Debido a su bondad para con ellos, y su profesión de fe en el Dios verdadero, los espías prometieron salvar su vida y la de su familia cuando se produjese el ataque a Jericó. En la genealogía de Jesús registrada en (Mateo 1:1-16), se presenta a Rahab entre sus ascendientes.

A pocas millas más allá del río, exactamente frente al sitio donde los israelitas estaban acampados, se hallaba la grande y muy fortificada ciudad de Jericó. Era virtualmente la llave de todo el país, y representaba un obstáculo formidable para el éxito de Israel. Josué envió, por lo tanto, a dos jóvenes como espías para que visitaran la ciudad, y para que averiguaran algo acerca de su población, sus recursos, y la solidez de sus fortificaciones. Los habitantes de la ciudad, aterrorizados y suspicaces, se mantenían en constante alerta y los mensajeros corrieron gran peligro. Fueron, sin embargo, salvados por Rahab, mujer de Jericó que arriesgó con ello su propia vida. En retribución de su bondad, ellos le hicieron una promesa de protección para cuando la ciudad fuese conquistada.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 516 (1890).

Jericó era una ciudad dedicada a la idolatría más extravagante. Los habitantes eran ricos, y todas las riquezas que Dios les había permitido tener, se las acreditaban a sus dioses. Había oro y plata en abundancia y, como había ocurrido antes con los antediluvianos, eran blasfemos y corruptos. Provocaban e insultaban al Dios del cielo con sus obras perversas; y los juicios de Dios se levantaron contra Jericó. Aunque era una fortaleza, el mismo Capitán de las huestes del Señor vino del cielo para dirigir sus ejércitos en el ataque a la ciudad. Los ángeles de Dios tomaron las masivas murallas y las derribaron en tierra. Dios había declarado una maldición sobre la ciudad, y todos sus habitantes habían de perecer, salvo Rahab y su casa; ellos estarían a salvo por el favor que Rahab había mostrado a los mensajeros del Señor.--The Review and Herald, 16 de septiembre de 1873.

Mediante la liberación de Israel de Egipto, el conocimiento del poder de Dios se extendió por todas partes. El belicoso pueblo de la plaza fuerte de Jericó tembló. Dijo Rahab: "Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra". Josué 2:11.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 385 (1890).

Todos los habitantes de la ciudad, con toda alma viviente que contenía "hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas y los asnos" (Josué 6:21), fueron pasados a cuchillo. Solo la fiel Rahab con todos los de su casa, se salvó, en cumplimiento de la promesa hecha por los espías. La ciudad misma fue incendiada.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 524 (1890).

Débora

Débora la profetisa, gobernó a Israel durante el reinado de Jabín, un rey cananeo que fue muy cruel con los hijos de Israel. La vida en las aldeas era dura; la gente era saqueada y huía a las ciudades fortificadas para tener protección. Dios levantó a Débora, que fue como una madre amante para Israel. Mediante ella, Dios envió un mensaje a Barac, a fin de que se preparase para enfrentar a Sísara, el capitán del ejército de Jabín. Barac rehusaba ir a menos que Débora lo acompañase. Ella consintió en ir, pero lo previno que la victoria sobre Sísara sería entonces acreditada a una mujer.

Debido a su idolatría, los israelitas se habían separado de Dios, y eran gravemente oprimidos por sus enemigos. Las propiedades, y aun las vidas del pueblo corrían peligro constante. Las aldeas y las moradas aisladas fueron abandonadas, y el pueblo se congregó en las ciudades fortificadas. Los caminos estaban desiertos y la gente se movía de lugar en lugar por senderos no frecuentados. En los pozos que proveían el agua, muchos eran robados e incluso asesinados. Para empeorar las cosas, los israelitas no estaban armados. Entre cuarenta mil hombres, no se encontraba ni una espada ni una lanza.

Durante veinte años, los israelitas gimieron bajo el yugo opresor. Entonces se volvieron de su idolatría, y con humildad y arrepentimiento clamaron a Dios por su liberación. Y no clamaron en vano. En ese tiempo moraba en Israel una ilustre mujer conocida por su piedad; se llamaba Débora, y Dios eligió liberar a su pueblo mediante ella. Era conocida como profetisa, y en ausencia de los magistrados regulares, la gente iba a ella para buscar consejo y justicia.

El Señor comunicó a Débora su propósito de destruir a los enemigos de Israel. Se le ordenó buscar a un hombre llamado Barac, de la tribu de Neftalí, y darle las instrucciones que había recibido. Barac debía reunir diez mil hombres de las tribus de Neftalí y Zabulón, e ir a la guerra contra los ejércitos del rey Jabín.

Barac era consciente de cuán desanimados, esparcidos y desarmados estaban los hebreos, y de la fuerza y habilidad de sus enemigos. Aunque había sido designado por el mismo Señor para liberar a Israel, y había recibido la seguridad de que Dios iría con él y subyugaría a sus oponentes, todavía actuaba en forma tímida y desconfiada. Aceptaba el mensaje de Débora como palabra de Dios, pero tenía poca confianza en Israel y temía que no obedecieran su llamado a las armas. Rehusaba entrar en tan dudosa empresa, a menos que Débora lo acompañase y apoyase sus esfuerzos con su influencia y consejo. Débora consintió, pero le advirtió que por su falta de fe, la victoria no le traería honores a él, sino que Sísara sería entregado en manos de una mujer [...].

Los israelitas habían obtenido una posición fuerte en las montañas, y esperaban la oportunidad favorable para el ataque. Animado por las palabras de Débora de que el día de una victoria señalada había llegado, Barac dirigió su ejército hacia la llanura y cargó con bravura sobre el enemigo. El Dios de la batalla peleó por Israel, y ni la habilidad guerrera, ni la superioridad numérica, ni las mejores armas, pudieron resistirlos. Las huestes de Sísara entraron en pánico. Aterrorizados, solamente buscaban cómo escapar. Un gran número fue muerto, y la fuerza del ejército invasor fue destruida. Los israelitas actuaron con fervor y coraje, pero únicamente Dios podía haber desarticulado al enemigo, y la victoria debía atribuirse solo a él.

Cuando Sísara vio que su ejército era derrotado, abandonó su carruaje e intentó escapar a pie, como un soldado común. En su huida se aproximó a la tienda de Heber, uno de los descendientes de Jetro. En ausencia de Heber, Jael, su esposa, le ofreció una bebida refrescante y oportunidad para reposar. Pronto el cansado general se había dormido.

Al principio Jael no sabía quién era su huésped, y resolvió esconderlo. Pero alertada de que era Sísara, el enemigo de Dios y de su pueblo, cambió de opinión. Venciendo su rechazo natural a realizar tal acto, mató al enemigo mientras dormía, atravesándole una estaca entre sus sienes y afirmándolo al suelo. Cuando Barac, en persecución de su enemigo, pasó por el lugar, fue llamado por Jael para que contemplara al vanaglorioso capitán muerto [...] por las manos de una mujer.

Débora celebró el triunfo de Israel con un canto sublime y apasionado. En él, le dio a Dios toda la gloria por su liberación, y llamó al pueblo a alabarlo por sus maravillosas obras. Alertó a los reyes y príncipes de las naciones vecinas acerca de lo que había hecho Dios por su pueblo, y los previno de no intentar dañarlos. Mostró que el honor y el poder pertenecen a Dios, y no a los hombres o a sus ídolos. Recordó las majestuosas manifestaciones del poder divino en el Sinaí. Con un lenguaje exuberante, comparó la indefensa y angustiante condición de Israel bajo la opresión de sus enemigos, con la gloriosa historia de su liberación.--The Signs of the Times, 16 de junio de 1881.

Ana, madre de Samuel

Ana, la primera y más amada esposa de Elcana el levita, era estéril, pero deseaba profundamente un hijo. Durante la celebración anual en Silo, clamó silenciosamente al Señor y oró para que le concediera un hijo. El sumo sacerdote Elí, después de escucharla, le dijo: "Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho".

El padre de Samuel era Elcana, un levita que moraba en Ramá, en el monte de Efraín. Era una persona con riquezas e influencia, un esposo amante, y un hombre que temía y reverenciaba a Dios. Ana, la esposa de Elcana, era una mujer piadosa y de gran devoción. La rectitud, la humildad, y una firme confianza en Dios, eran sus rasgos principales de carácter. De Ana podría decirse en las palabras del sabio: "El corazón de su marido está en ella confiado". Proverbios 31:11.--The Signs of the Times, 27 de octubre de 1881.

A esta piadosa pareja le había sido negada la bendición tan vehementemente deseada por todo hebreo. Su hogar no conocía la alegría de las voces infantiles; y el deseo de perpetuar su nombre había llevado a su marido a contraer un segundo matrimonio, como hicieron muchos otros. Pero este paso, inspirado por la falta de fe en Dios, no significó felicidad. Se agregaron hijos e hijas a la casa; pero se había mancillado el gozo y la belleza de la institución sagrada de Dios, y se había quebrantado la paz de la familia. Penina, la nueva esposa, era celosa e intolerante, y se conducía con mucho orgullo e insolencia. Para Ana, toda esperanza parecía estar destruida, y la vida le parecía una carga pesada; no obstante, soportaba la prueba con mansedumbre y sin queja alguna.

Elcana observaba fielmente las ordenanzas de Dios. Seguía subsistiendo el culto en Silo, pero debido a algunas irregularidades del ministerio sacerdotal, no se necesitaban sus servicios en el santuario, al cual, siendo levita, debía atender. Sin embargo, en ocasión de las reuniones prescritas, subía con su familia a adorar y a presentar su sacrificio.

Aun en medio de las sagradas festividades relacionadas con el servicio de Dios, se hacía sentir el espíritu maligno que afligía su hogar. Después de presentar las ofrendas, participaba toda la familia en un festín solemne aunque placentero. En esas ocasiones, Elcana daba a la madre de sus hijos una porción para ella y otra para cada uno de sus hijos; y en señal de consideración especial para Ana, le daba a ella una porción doble, con lo cual daba a entender que su afecto por ella era el mismo que si le hubiera dado un hijo. Entonces la segunda esposa, encendida de celos, reclamaba para sí la preferencia como persona altamente favorecida por Dios, y echaba en cara a Ana su condición de esterilidad como evidencia de que desagradaba al Señor.

Esto se repitió año tras año hasta que Ana ya no lo pudo soportar. Cuando le fue imposible ocultar su dolor, rompió a llorar desenfrenadamente y se retiró de la fiesta. En vano trató su marido de consolarla diciéndole: "Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?" 1 Samuel 1:8.

Ana no emitió reproche alguno. Confió a Dios la carga que ella no podía compartir con ningún amigo terrenal. Fervorosamente pidió que él le quitase su oprobio, y que le otorgase el precioso regalo de un hijo para criarlo y educarlo para él. Hizo un solemne voto, a saber, que si le concedía lo que pedía, dedicaría su hijo a Dios desde su nacimiento. Ana se había acercado a la entrada del tabernáculo, y en la angustia de su espíritu, "oró a Jehová, y lloró abundantemente". Pero hablaba con el Señor en silencio, sin emitir sonido alguno. Rara vez se presenciaban semejantes escenas de adoración en aquellos tiempos de maldad. En las mismas fiestas religiosas eran comunes los festines irreverentes y hasta las borracheras; y Elí, el sumo sacerdote, observando a Ana, supuso que estaba ebria. Con la idea de dirigirle un merecido reproche, le dijo severamente: "¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino".

Llena de dolor y sorprendida, Ana le contestó suavemente: "No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora".

El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era hombre de Dios; y en lugar de continuar reprendiéndola, pronunció una bendición sobre ella: "Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho".

Le fue otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por el cual había suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo llamó Samuel, "demandado de Dios".--Historia de los Patriarcas y Profetas, 614-616 (1890).

Durante los primeros tres años de vida del profeta Samuel, su madre cuidadosamente le enseñó a distinguir entre el bien y el mal. Buscaba en cada objeto familiar que los rodeaba la oportunidad de dirigir sus pensamientos hacia el Creador.

Con gran renunciamiento, y en cumplimiento del voto que había hecho de entregar su hijo al Señor, lo dejó al cuidado de Elí, el sumo sacerdote, para que fuera entrenado en el servicio a la casa de Dios. Aunque la juventud de Samuel transcurrió en el tabernáculo dedicado al culto a Dios, no estuvo libre de malas influencias o ejemplos pecaminosos. Los hijos de Elí no temían a Dios ni honraban a su padre; pero Samuel no buscó su compañía ni siguió sus malos caminos. Su temprana educación lo llevó a mantener su integridad cristiana. ¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y cuánto alienta a ser fiel el ejemplo de ella!--The Review and Herald, 8 de septiembre de 1904.

De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramataim, dejando al niño Samuel para que, bajo la instrucción del sumo sacerdote, fuese educado en el servicio de la casa de Dios. Desde que el niño diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había enseñado a amar y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como del Señor. Por medio de todos los objetos familiares que la rodeaban, ella había tratado de dirigir sus pensamientos hacia el Creador. Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la madre fiel por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los años le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y cuando subía a Silo a adorar con su marido, entregaba al niño ese recordatorio de su amor. Mientras la madre tejía cada una de las fibras de la pequeña prenda rogaba a Dios que su hijo fuese puro, noble, y leal. No pedía para él grandeza terrenal, sino que solicitaba fervorosamente que pudiese alcanzar la grandeza que el cielo aprecia, que honrara a Dios y beneficiara a sus conciudadanos.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 572.

Abigail

Abigail era la hermosa, misericordiosa e inteligente esposa de Nabal, un hombre mezquino y de temperamento violento. Por su sabia acción fue capaz de evitar un derramamiento de sangre cuando su esposo trató sin contemplación a David y sus hombres.

Cuando David era un fugitivo huyendo de Saúl, había acampado cerca de las posesiones de Nabal y había protegido sus pastores y rebaños [...]. En tiempos de necesidad, David envió mensajeros a Nabal en cortés solicitud de alimentos para él y sus hombres. Nabal respondió con insolencia y devolvió mal por bien al rehusar compartir su abundancia con sus vecinos. El mensaje de David no podría haber sido más respetuoso; pero Nabal acusó a David y a sus hombres falsamente, con el fin de justificar su egoísmo. Los comparó a esclavos que huían de sus amos. Cuando los mensajeros retornaron con esta respuesta insolente, se despertó la indignación de David y resolvió buscar una rápida venganza.--Manuscript Releases 21:213 (1891).

Después que Nabal hubo despedido a los jóvenes de David, uno de los criados de Nabal se dirigió apresuradamente a Abigail, esposa de Nabal, y la puso al tanto de lo que había sucedido. "Mira que David ha enviado mensajeros del desierto para saludar a nuestro amo, y él los ha despreciado. Aquellos hombres han sido muy buenos con nosotros, y cuando estábamos en el campo nunca nos trataron mal, ni nos faltó nada en todo el tiempo que anduvimos con ellos. Muro fueron para nosotros de día y de noche, todos los días que hemos estado con ellos apacentando las ovejas. Ahora, pues, reflexiona y mira lo que has de hacer, porque ya está decidida la ruina de nuestro amo y de toda su casa; pues él es un hombre tan perverso, que no hay quien pueda hablarle". 1 Samuel 25:14-17.

Sin consultar a su marido ni decirle su intención, Abigail hizo una provisión amplia de abastecimientos y, cargada en asnos, la envió a David bajo el cuidado de sus siervos, y fue ella misma en busca de la compañía de David. La encontró en un lugar protegido de una colina. "Y cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno, y postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra; y se echó a sus pies, y dijo: "Señor mío, sobre mí sea el pecado; mas te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva"". Vers. 23-24.

Abigail se dirigió a David con tanta reverencia como si hubiese hablado a un monarca coronado. Nabal había exclamado desdeñosamente: "¿Quién es David?" Pero Abigail lo llamó: "Señor mío". Con palabras bondadosas procuró calmar los irritados sentimientos de él, y le suplicó en favor de su marido. Sin ninguna ostentación ni orgullo, pero llena de sabiduría y del amor de Dios, Abigail reveló la fortaleza de su devoción a su casa; y explicó claramente a David que la conducta hostil de su marido no había sido premeditada contra él como una afrenta personal, sino que era simplemente el arrebato de una naturaleza desgraciada y egoísta.

"Ahora pues, señor mío, vive Jehová, y vive tu alma, que Jehová te ha impedido el venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Sean, pues, como Nabal tus enemigos, y todos los que procuran mal contra mi señor". Vers. 26. Abigail no atribuyó a sí misma el razonamiento que desvió a David de su propósito precipitado, sino que dio a Dios el honor y la alabanza. Luego le ofreció sus ricos abastecimientos como ofrenda de paz a los hombres de David, y aún siguió rogando como si ella misma hubiese sido la persona que había provocado el resentimiento del jefe.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 722-723 (1890).

Aunque Nabal había rehusado ayudar en las necesidades de David y sus hombres, esa misma noche realizó una fiesta extravagante para sí mismo y sus pendencieros amigos. Comieron y bebieron hasta que se hundieron en el estupor de la borrachera. Al día siguiente, cuando se les habían pasado casi todos los efectos de la juerga, su esposa le contó cuán cerca había estado de la muerte y cómo se había evitado la calamidad. Mientras escuchaba, comprendió el mal que habría resultado si no hubiera sido por la discreción de Abigail, y su corazón se llenó de angustia. Paralizado por el terror, se sentó, y nunca más se recobró del impacto.

Esta historia nos permite ver que hay circunstancias en las que es correcto que una mujer actúe rápidamente, con decisión e independencia, cuando sabe cuál es el camino del Señor. La esposa debe mantenerse al lado de su esposo como su igual, compartiendo las responsabilidades de la vida y dándole el debido respeto a quien la ha elegido como compañera de la vida.

El Señor desea que la esposa le de el debido respeto a su esposo, siempre que esto esté de acuerdo a la voluntad de Dios. En el carácter de Abigail, la esposa de Nabal, tenemos un magnífico ejemplo de lo que una mujer debe llegar a ser, siguiendo a Cristo; mientras que en la experiencia de su esposo hay una ilustración de lo que un hombre puede llegar a ser cuando cede su vida al control de Satanás.--Manuscript Releases 21:213-215 (1891).

Hulda, la profetisa

Desde su más temprana juventud y desde su posición de rey, Josías se había esforzado por exaltar los principios de la santa ley de Dios. Y mientras Safán el escriba estaba leyendo el libro de la ley, el rey comprendió que este libro, que era un tesoro de conocimiento, podía ser un poderoso aliado en la obra de reforma que él deseaba ver hecha en la tierra. Resolvió caminar a la luz de sus consejos, y hacer cuanto estuviera de su parte para que el pueblo conociera sus enseñanzas y, si fuera posible, cultivase la reverencia y el amor por la ley del cielo.

Pero, ¿Sería posible, acaso, producir la reforma tan necesaria? Israel casi había llegado al límite de la paciencia divina, y Dios pronto se levantaría para castigar a quienes habían traído deshonor a su nombre. La ira del Señor ya se estaba encendiendo contra su pueblo. Sobrecargado con pena y angustia, Josías rasgó sus vestiduras y se postró ante Dios en agonía de espíritu. Oró buscando el perdón de los pecados de una nación impenitente.

En ese tiempo la profetisa Hulda vivía en Jerusalén, cerca del templo. Con su mente llena de ansiedad, el rey recurrió a ella para inquirir del Señor mediante su mensajera elegida. Quería saber si por algún medio suyo podría él salvar al pecador Judá que estaba en el umbral mismo de la ruina.

La gravedad de la situación y el respeto que sentía por la profetisa, lo llevaron a elegir los principales hombres del reino para que fueran sus mensajeros. "Id y preguntad a Jehová por mí, y por el pueblo, y por todo Judá, acerca de las palabras de este libro que se ha hallado; porque grande es la ira de Jehová que se ha encendido contra nosotros, por cuanto nuestros padres no escucharon las palabras de este libro, para hacer conforme a todo lo que nos fue escrito". 2 Reyes 22:13.

Mediante Hulda, el Señor envió a Josías el mensaje de que la ruina sobre Jerusalén no sería evitada. Aun si el pueblo se humillaba ahora ante Dios, no podría escapar al castigo. Sus sentidos se habían amortecido por la continua práctica del mal, y si el juicio no sobrevenía sobre ellos, muy pronto retornarían a las mismas prácticas pecaminosas. "Decid al varón que os envió a mí", declaró la profetisa, "Así dijo Jehová: "He aquí yo traigo sobre este lugar, y sobre los que en él moran, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá; por cuanto me dejaron a mí, y quemaron incienso a dioses ajenos, provocándome a ira con toda la obra de sus manos; mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará"". Vers. 15-17.

Sin embargo, debido a que el rey había humillado su corazón ante Dios, el Señor reconocería su prontitud en buscar perdón y misericordia. A él se le envió el mensaje: "Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar, y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, he aquí yo te recogeré con tus padres, y serás llevado a tu sepulcro en paz, y no verán tus ojos todo el mal que yo traigo sobre este lugar". Vers. 18-20.--The Review and Herald, 29 de julio de 1915.

Ester

Ester era una hermosa joven judía, prima de Mardoqueo, quien la crió en su hogar después que sus padres murieran, considerándola y amándola como a su propia hija. Dios usó a Ester para salvar al pueblo judío en la tierra de los persas.

En tiempos antiguos, el Señor realizó maravillas mediante mujeres consagradas que unieron sus esfuerzos con aquellos hombres que habían sido llamados a ser los representantes de Dios. Hubo mujeres que ganaron grandes y decisivas victorias. Más de una vez en tiempos de crisis, fueron colocadas en posiciones importantes que les permitieron salvar muchas vidas. Mediante la reina Ester, el Señor efectuó una poderosa liberación de su pueblo. Cuando parecía que no había poder humano que pudiera salvarlos, Ester y las mujeres relacionadas con ella oraron, ayunaron y actuaron oportunamente, y lograron la salvación de su pueblo [...].

Un estudio de la obra de las mujeres con relación a la causa de Dios en tiempos del Antiguo Testamento, nos enseñará lecciones que nos capacitarán para enfrentar las emergencias en nuestros días. Quizá no confrontemos una situación tan crítica ni seamos colocadas en un lugar tan prominente como le ocurrió al pueblo de Dios en los días de Ester. Sin embargo, muchas mujeres convertidas pueden realizar cosas importantes desde posiciones más humildes. Muchas lo han hecho y aún están listas para hacerlo.--Special Testimonies on Education, 15, 1-2 (1911).

La gran mayoría de los israelitas había preferido quedar en la tierra de su destierro, antes que arrostrar las penurias del regreso y del restablecimiento de sus ciudades y casas desoladas [...].

Mediante el agageo Amán, hombre sin escrúpulos que ejercía mucha autoridad en Medo-Persia, Satanás obró en ese tiempo para contrarrestar los propósitos de Dios. Amán albergaba acerba malicia contra Mardoqueo, judío que no le había hecho ningún daño, sino que se había negado simplemente a manifestarle reverencia al punto de adorarlo [...].

Engañado por las falsas declaraciones de Amán, Jerjes fue inducido a promulgar un decreto que ordenaba la matanza de todos los judíos, "pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias" del Imperio Medo-Persa [...].

Pero las maquinaciones del enemigo fueron derrotadas por un poder que reina sobre los hijos de los hombres. En la providencia de Dios, la joven judía Ester, quien temía al Altísimo, había sido hecha reina de los dominios medo-persas. Mardoqueo era pariente cercano de ella. En su necesidad extrema, decidió apelar a Jerjes en favor de su pueblo. Ester iba a presentarse a él como intercesora. Dijo Mardoqueo: "¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?" (4:14).

La crisis que arrostró Ester exigía presta y fervorosa acción; pero tanto ella como Mardoqueo se daban cuenta de que a menos que Dios obrase poderosamente en su favor, de nada valdrían sus esfuerzos. De manera que Ester tomó tiempo para comulgar con Dios, fuente de su fuerza. Indicó a Mardoqueo: "Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca" (4:16).

Los acontecimientos que se produjeron en rápida sucesión: la aparición de Ester ante el rey, el señalado favor que le manifestó, los banquetes del rey y la reina con Amán como único invitado, el sueño perturbado del rey, los honores tributados en público a Mardoqueo y la humillación y caída de Amán al ser descubierta su perversa maquinación, son todos partes de una historia conocida. Dios obró admirablemente en favor de su pueblo penitente; y un contradecreto promulgado por el rey, para permitir a los judíos que pelearan por su vida, se comunicó rápidamente a todas partes del reino por correos montados, que "salieron a toda prisa por la orden del rey [...]. Y en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del rey, los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer. Y muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos, porque el temor de los judíos había caído sobre ellos" (8:14, 17).--La Historia de Profetas y Reyes, 440-443.