Elisabet, madre de Juan el Bautista
"Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada. Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verlo, y lo sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: "Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" [...]. Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel". Vers. 5-17, 80.
Un ángel del cielo vino para instruir a Zacarías y Elisabet acerca de cómo educar y formar a su hijo, a fin de actuar en armonía con Dios para preparar un mensajero que anunciase la venida de Cristo. Como padres, debían cooperar fielmente con Dios para desarrollar tal carácter en Juan, que lo capacitara para ser un obrero competente en la parte que Dios le había asignado. Juan era el hijo de la vejez, el niño del milagro, y los padres podrían haber razonado que el Señor tenía una obra especial para él, y que Dios mismo se encargaría de prepararlo. Pero los padres no razonaron de esa manera. Se trasladaron a un lugar en la campiña donde su hijo no estuviera expuesto a las tentaciones de la vida en la ciudad, ni fuera inducido a separarse del consejo y la instrucción que sus padres le darían. Hicieron su parte en desarrollar en el niño un carácter que pudiese cumplir con el propósito que Dios le había asignado. No descuidaron aspecto alguno que pudiera evitar que su hijo llegara a ser bueno y sabio, "para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz". Vers. 79. Ellos cumplieron con su sagrada responsabilidad.--The Signs of the Times, 16 de abril de 1896.
María, madre de Jesús
Cuando la Majestad del cielo llegó en la forma de una criatura y le fue confiada a María, ella no tenía mucho que ofrecer por ese precioso don. No podía presentar exóticos presentes, como los sabios de oriente que fueron a Belén. Solo llevó un par de tórtolas, la ofrenda indicada para los pobres; pero el Señor la consideró un sacrificio aceptable. La madre de Jesús no fue rechazada debido a la pequeñez de su ofrenda, porque el Señor mira la voluntad del corazón. Su amor la transformó en una dulce ofrenda. De la misma manera, Dios aceptará nuestra ofrenda aunque sea pequeña, si es todo lo que con amor podemos ofrecerle.--The Review and Herald, 9 de diciembre de 1890.
El sacerdote cumplió la ceremonia oficial. Tomó al niño en sus brazos, y lo sostuvo delante del altar. Después de devolverlo a su madre, inscribió el nombre "Jesús" en el rollo de los primogénitos. No sospechó, al tener al niñito en sus brazos, que se trataba de la Majestad del cielo, el Rey de gloria. No pensó que ese niño era Aquel de quien Moisés escribiera: "El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable". Hechos 3:22. No pensó que ese niño era Aquel cuya gloria Moisés había pedido ver. Pero el que estaba en los brazos del sacerdote era mayor que Moisés; y cuando dicho sacerdote registró el nombre del niño, registró el nombre del que era el fundamento de toda la economía judaica [...].
María esperaba el reinado del Mesías en el trono de David, pero no veía el bautismo de sufrimiento por cuyo medio debía ganarlo. Simeón reveló el hecho de que el Mesías no iba a encontrar una senda expedita por el mundo. En las palabras dirigidas a María: "Una espada traspasará tu misma alma" (Lucas 2:35), Dios, en su misericordia, dio a conocer a la madre de Jesús la angustia que por él ya había empezado a sufrir.--El Deseado de Todas las Gentes, 36-39 (1898).
El niño Jesús no recibió instrucción en las escuelas de las sinagogas. Su madre fue su primera maestra humana. De labios de ella y de los rollos de los profetas, aprendió las cosas celestiales. Las mismas palabras que él había hablado a Israel por medio de Moisés, le fueron enseñadas sobre las rodillas de su madre. Y al pasar de la niñez a la adolescencia, no frecuentó las escuelas de los rabinos. No necesitaba la instrucción que podía obtenerse de tales fuentes, porque Dios era su instructor [...].
Entre los judíos, el año duodécimo era la línea de demarcación entre la niñez y la adolescencia. Al cumplir ese año, el niño hebreo era llamado hijo de la ley y también hijo de Dios. Se le daban oportunidades especiales para instruirse en la religión, y se esperaba que participase en sus fiestas y ritos sagrados. De acuerdo con esta costumbre, Jesús hizo en su niñez una visita de Pascua a Jerusalén. Como todos los israelitas devotos, José y María subían cada año para asistir a la Pascua; y cuando Jesús tuvo la edad requerida, lo llevaron consigo [...].
Por primera vez, el niño Jesús miraba el templo. Veía a los sacerdotes con sus blancas vestiduras cumplir su solemne ministerio. Contemplaba la sangrante víctima sobre el altar del sacrificio. Juntamente con los adoradores, se inclinaba en oración mientras que la nube de incienso ascendía delante de Dios. Presenciaba los impresionantes ritos del servicio pascual. Día tras día, veía más claramente su significado. Todo acto parecía ligado con su propia vida. Se despertaban nuevos impulsos en él. Silencioso y absorto, parecía estar estudiando un gran problema. El misterio de su misión se estaba revelando al Salvador.
Arrobado en la contemplación de estas escenas, no permaneció al lado de sus padres. Buscó la soledad. Cuando terminaron los servicios pascuales, se demoró en los atrios del templo; y cuando los adoradores salieron de Jerusalén, él fue dejado atrás.
En esta visita a Jerusalén, los padres de Jesús desearon ponerle en relación con los grandes maestros de Israel [...], una dependencia del templo servía de local para una escuela sagrada, semejante a las escuelas de los profetas. Allí rabinos eminentes se reunían con sus alumnos, y allí se dirigió el niño Jesús. Sentándose a los pies de aquellos sabios y solemnes hombres, escuchaba sus enseñanzas.--El Deseado de Todas las Gentes, 50-58 (1898).
Aquellos hombres sabios se sorprendieron de las preguntas que el niño Jesús les hacía. Querían animarlo en el estudio de la Biblia y a la vez querían saber cuánto conocía de las profecías; por eso le hicieron tantas preguntas. Y tanto ellos como sus padres se sorprendieron de sus respuestas. Durante una pausa, María, la madre de Jesús, se acercó a su hijo y le preguntó: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia". Entonces, una divina luz se reflejó en el rostro de Jesús, y levantando su mano, dijo: ""¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" Pero ellos no entendieron lo que les dijo". Lucas 2:48-50. Aunque no entendieron el significado de sus palabras, sabían que era un buen hijo y que estaría sujeto a sus mandatos. Aunque era el Hijo de Dios, "volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos". Y aunque su madre no entendía lo que él había dicho, sin embargo, "guardaba todas estas cosas en su corazón".--The Youth's Instructor, 28 de noviembre de 1895.
Jesús esperaba dirigir la atención de José y María a las profecías referentes a un Salvador que habría de sufrir, mientras volviese solo con ellos de Jerusalén. En el Calvario, trató de aliviar la pena de su madre. En estos momentos también pensaba en ella. María había de presenciar su última agonía, y Jesús deseaba que ella comprendiese su misión, a fin de que fuese fortalecida para soportar la prueba cuando la espada atravesara su alma. Así como Jesús había estado separado de ella y ella lo había buscado con pesar tres días, cuando fuese ofrecido por los pecados del mundo, lo volvería a perder tres días. Y cuando saliese de la tumba, su pesar se volvería a tornar en gozo. ¡Pero cuánto mejor habría soportado la angustia de su muerte si hubiese comprendido las Escrituras hacia las cuales trataba ahora de dirigir sus pensamientos!--El Deseado de Todas las Gentes, 62 (1898).
Durante doce años de su vida había caminado por las calles de Nazaret y había trabajado con José en su taller cumpliendo con sus deberes de hijo. Hasta entonces no había dado muestras de su carácter peculiar, ni había manifestado su misión en la tierra como Hijo de Dios. Fue en esta ocasión cuando les hizo saber a sus padres que tenía una misión más sagrada y elevada de lo que ellos habían pensado. Había de hacer una obra encomendada por el mismo Padre celestial. María sabía que Jesús había reclamado una relación filial con el Eterno y no con José. Quedó perpleja; no podía comprender plenamente su declaración acerca de su misión, y se preguntaba si alguien le habría dicho a Jesús que José no era su verdadero padre, sino que Dios lo era. María guardaba todas estas cosas en su corazón.--The Youth's Instructor, 13 de julio de 1893.
María creía en su corazón que el santo niño nacido de ella era el Mesías prometido desde hacía tanto tiempo; y, sin embargo, no se atrevía a expresar su fe. Durante toda su vida terrenal compartió sus sufrimientos. Presenció con pesar las pruebas a él impuestas en su niñez y juventud. Por justificar lo que ella sabía ser correcto en su conducta, ella misma se veía en situaciones penosas. Consideraba que las relaciones del hogar y el tierno cuidado de la madre sobre sus hijos eran de vital importancia en la formación del carácter. Los hijos y las hijas de José sabían esto, y apelando a su ansiedad, trataban de corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su propia norma.--El Deseado de Todas las Gentes, 69 (1898).
La vida de Cristo estaba señalada por el respeto, el amor y la devoción hacia su madre. Ella a menudo lo reconvenía, pidiéndole que concediera algunos de los deseos de sus hermanos. Estos no podían persuadirle a cambiar sus hábitos de vida que incluían la contemplación de las obras de Dios, las manifestaciones de solidaridad y compasión hacia el pobre, el sufriente y el desafortunado, y el deseo de aliviar el sufrimiento tanto de los hombres como de los animales. Cuando los sacerdotes y gobernantes querían persuadir a María que obligara a su hijo a cumplir con las ceremonias y tradiciones, ella se sentía muy afligida. Pero cuando su hijo presentaba claras declaraciones de la Escritura que apoyaban sus prácticas, la paz y la confianza volvían a su atribulado corazón.--The Signs of the Times, 6 de agosto de 1896.
Desde el día en que recibió el anunció del ángel en su hogar de Nazaret, María había atesorado toda evidencia de que Jesús era el Mesías. Su vida de mansedumbre y abnegación le aseguraba que él no podía ser otro que el enviado de Dios. Sin embargo, también a ella le asaltaban dudas y desilusiones, y anhelaba el momento de la revelación de su gloria. La muerte la había separado de José, quien había compartido con ella el conocimiento del misterio del nacimiento de Jesús. Ahora no había nadie a quien pudiese confiar sus esperanzas y temores. Los últimos dos meses habían sido de mucha tristeza. Ella había estado separada de Jesús, en cuya simpatía hallaba consuelo; reflexionaba en las palabras de Simeón: "Una espada traspasará tu misma alma" (Lucas 2:35); recordaba los tres días de agonía durante los cuales pensaba que había perdido para siempre a Jesús, y con ansioso corazón anhelaba su regreso.--El Deseado de Todas las Gentes, 118-119 (1898).
Esta madre viuda se había afligido por los sufrimientos que Jesús había soportado durante su soledad. El hecho de saber que era el Mesías le había producido gozo, tanto como profunda tristeza. Y aunque al encontrarlo en la fiesta de bodas le parecía ver al mismo hijo tierno y servicial, sin embargo no era el mismo, porque su rostro había cambiado; ella ve los rastros de su fiero conflicto en el desierto de la tentación, y una nueva expresión de santa y gentil dignidad daba evidencia de su elevada misión. Lo acompañaba un grupo de jóvenes, cuyos ojos lo seguían con reverencia, y quienes lo llamaban Maestro. Estos compañeros relataron a María las maravillas que habían presenciado, no solo en su bautismo, sino en numerosas ocasiones, y concluyeron diciendo: "Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como en los profetas". Juan 1:45.--The Spirit of Prophecy 2:100 (1877).
María había oído hablar de la manifestación hecha a orillas del Jordán, en ocasión de su bautismo. Las noticias habían sido llevadas a Nazaret, y le habían hecho recordar las escenas que durante tantos años había guardado en su corazón. En común con todo Israel, María quedó profundamente conmovida por la misión de Juan el Bautista. Bien recordaba ella la profecía hecha en ocasión de su nacimiento. Ahora la relación que había tenido con Jesús volvía a encender sus esperanzas. Pero también le habían llegado noticias de la partida misteriosa de Jesús al desierto, y le habían oprimido presentimientos angustiosos [...].
Al reunirse los convidados, muchos parecían preocupados por un asunto de interés absorbente. Una agitación reprimida parecía dominar a la compañía. Pequeños grupos conversaban en voz baja, pero con animación, y miradas de admiración se dirigían hacia el Hijo de María. Al oír María el testimonio de los discípulos acerca de Jesús, la alegró la seguridad de que las esperanzas que alimentara durante tanto tiempo no eran vanas. Sin embargo, ella habría sido más que humana si no se hubiese mezclado con su santo gozo un vestigio del orgullo natural de una madre amante. Al ver como las miradas se dirigían a Jesús, ella anheló verlo probar a todos que era realmente el honrado de Dios. Esperaba que hubiese oportunidad de realizar un milagro delante de todos [...].
Pero aunque María no tenía una concepción correcta de la misión de Cristo, confiaba implícitamente en él. Y Jesús respondió a esta fe. El primer milagro fue realizado para honrar la confianza de María y fortalecer la fe de los discípulos. Estos iban a encontrar muchas y grandes tentaciones a dudar. Para ellos las profecías habían indicado, fuera de toda controversia, que Jesús era el Mesías. Esperaban que los dirigentes religiosos lo recibiesen con una confianza aun mayor que la suya. Declaraban entre la gente las obras maravillosas de Cristo y su propia confianza en la misión de él, pero se quedaron asombrados y amargamente chasqueados por la incredulidad, los arraigados prejuicios y la enemistad que manifestaron hacia Jesús los sacerdotes y rabinos. Los primeros milagros del Salvador fortalecieron a los discípulos para que se mantuviesen firmes frente a esta oposición [...].
En aquellos tiempos era costumbre que las festividades matrimoniales durasen varios días. En esta ocasión, antes que terminara la fiesta, se descubrió que se había agotado la provisión de vino. Este descubrimiento ocasionó mucha perplejidad y pesar. Era algo inusitado que faltase el vino en las fiestas, pues esta carencia se habría interpretado como falta de hospitalidad. Como pariente de las partes interesadas, María había ayudado en los arreglos hechos para la fiesta, y ahora se dirigió a Jesús diciendo: "No tienen vino". Estas palabras eran una sugestión de que él podría suplir su necesidad. Pero Jesús contestó: "¿Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer? Aún no ha llegado mi hora". Juan 2:3-4 [...].
En ninguna manera desconcertada por las palabras de Jesús, María dijo a los que servían a la mesa: "Haced todo lo que él os diga". Así hizo lo que pudo para preparar el terreno para la obra de Cristo.--El Deseado de Todas las Gentes, 119-121 (1898).
"Después de esto descendieron a Capernaúm, él, su madre, sus hermanos, y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos días. Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén". Juan 2:12-13.
"Entre tanto, llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: "Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan"". Marcos 3:31-32.
No es claro en la Biblia ni en el Espíritu de Profecía si María se vio nuevamente con Jesús antes de su crucifixión, y si así hubiera sido, cuán a menudo se encontraron.
"Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí". Lucas 23:33 [...].
Una vasta multitud siguió a Jesús desde el pretorio hasta el Calvario. Las nuevas de su condena se habían difundido por todo Jerusalén [...]. Al llegar al lugar de la ejecución, los presos fueron atados a los instrumentos de tortura [...]. La madre de Jesús, sostenida por el amado discípulo Juan, había seguido las pisadas de su Hijo hasta el Calvario. Le había visto desmayar bajo la carga de la cruz, y había anhelado sostener con su mano la cabeza herida y bañar la frente que una vez se reclinara en su seno. Pero se le había negado este triste privilegio [...]. Su corazón volvió a desfallecer al recordar las palabras con que Jesús había predicho las mismas escenas que estaban ocurriendo [...]. ¿Debería ella renunciar a su fe de que Jesús era el Mesías? ¿Tendría ella que presenciar su oprobio y pesar sin tener siquiera el privilegio de servirle en su angustia? Vio sus manos extendidas sobre la cruz; se trajeron el martillo y los clavos, y mientras estos se hundían a través de la tierna carne, los afligidos discípulos apartaron de la cruel escena el cuerpo desfalleciente de la madre de Jesús.--El Deseado de Todas las Gentes, 690-692 (1898).
Los ojos de Jesús recorrieron la multitud que se había reunido para presenciar su muerte. Allí, al pie de la cruz, estaba Juan sosteniendo a María, su madre. Había venido a esa terrible escena, porque no podía continuar alejada de su Hijo. Y la última lección que Jesús enseñó, estuvo relacionada al amor filial. Mirando primeramente el rostro angustiado de su madre y después el de Juan, le dijo a la primera: "Mujer, he ahí tu hijo"; y al discípulo: "He ahí tu madre". Juan 19:26-27. Juan entendió perfectamente las palabras de Jesús y la misión sagrada que este le había confiado. Inmediatamente retiró a la madre de Cristo de la angustiosa escena del Calvario. Y desde aquella hora cuidó de ella llevándola a su propio hogar y prodigándole los cuidados de un hijo amante. ¡Qué misericordioso Salvador! En medio de su sufrimiento físico y su angustia mental, tuvo un pensamiento tierno y cuidadoso hacia la madre que lo había traído al mundo. No tenía dinero que ofrecerle para asegurar su futuro, pero la confió al cuidado de su amado discípulo, quien la aceptó como un sagrado legado. Este pedido resultaría en gran bendición para Juan, ya que le recordaría constantemente a su amado Maestro.--The Spirit of Prophecy 3:160-161 (1878).
María y Marta
Frecuentemente Jesús visitaba el hogar de María, Marta y su hermano Lázaro. Marta se preocupaba de los cuidados de la casa, mientras María buscaba primeramente escuchar a Jesús.
A menudo Jesús buscaba el descanso que su naturaleza humana requería, en la casa de Lázaro en Betania. En su primera visita, él y sus discípulos habían llegado después de una agotadora jornada a pie de Jericó a Jerusalén. Se habían detenido como huéspedes en la tranquila residencia de Lázaro, y sus hermanas Marta y María los habían atendido.
Aunque estaba fatigado, Jesús continuó con la instrucción que había estado dando a sus discípulos en el camino, acerca de las calificaciones necesarias para el reino de los cielos. La paz de Cristo descansó sobre el hogar de estos hermanos. Marta estaba ansiosa por brindar toda la comodidad a sus huéspedes, mientras María, arrobada por las palabras que Jesús dirigía a sus discípulos, consideró que era una oportunidad dorada la que tenía de conocer mejor la doctrina de Cristo. Entrando silenciosamente a la habitación en la que Cristo estaba, se sentó silenciosamente a sus pies y absorbía con fervor cada palabra que salía de sus labios.--The Spirit of Prophecy 2:358 (1877).
Mientras Cristo daba sus lecciones maravillosas, María se sentaba a sus pies, escuchándole con reverencia y devoción. En una ocasión, Marta, atosigada por el afán de preparar la comida, apeló a Cristo diciendo: "Señor, ¿No te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude". Lucas 10:40. Esto sucedió en ocasión de la primera visita de Cristo a Betania. El Salvador y sus discípulos acababan de hacer un viaje penoso a pie desde Jericó. Marta anhelaba proveer su comodidad, y en su ansiedad se olvidó de la cortesía debida a su huésped. Jesús le contestó con palabras llenas de mansedumbre y paciencia: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada". Vers. 41-42. María atesoraba en su mente las preciosas palabras que brotaban de los labios del Salvador, palabras que eran más preciosas para ella que las joyas más costosas de la tierra.
La "cosa" que Marta necesitaba era un espíritu de calma y devoción, una ansiedad más profunda por el conocimiento referente a la vida futura e inmortal, y las gracias necesarias para el progreso espiritual. Necesitaba menos preocupación por las cosas pasajeras y más por las cosas que perduran para siempre. Jesús quiere enseñar a sus hijos a aprovechar toda oportunidad de obtener el conocimiento que los hará sabios para la salvación. La causa de Cristo necesita personas que trabajen con cuidado y energía. Hay un amplio campo para las Martas con su celo por la obra religiosa activa. Pero deben sentarse primero con María a los pies de Jesús. Sean la diligencia, la presteza y la energía santificadas por la gracia de Cristo; y entonces la vida será un irresistible poder para el bien.--El Deseado de Todas las Gentes, 483 (1898).
Como María, necesitamos sentarnos a los pies de Jesús para aprender de él, habiendo elegido esa mejor parte que nunca se nos quitará. Como Marta, necesitamos comprometernos cada vez más en la obra del Señor. Las realizaciones cristianas superiores pueden lograrse únicamente pasando mucho tiempo sobre nuestras rodillas en sincera oración. [...] Una sola fibra de la raíz de egoísmo que permanezca en el alma brotará cuando menos se espere y la contaminará.--A Fin de Conocerle, 353 (1894).
En el registro inspirado se nos dice que "amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro". Juan 11:5. Sin embargo, después de haber recibido el mensaje [de que Lázaro estaba enfermo], "se quedó dos días más en el lugar donde estaba". Vers. 6. Guiado por la sabiduría divina, no fue inmediatamente al encuentro de sus amados amigos. El mensaje que había recibido no requería una respuesta inmediata. María y Marta no habían dicho: "Señor, ven inmediatamente y sana a nuestro hermano". Tenían confianza en que Jesús haría lo que fuese mejor para ellos. Después de un tiempo Jesús les dijo a sus discípulos: "Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarlo". Vers. 11.--Manuscript Releases 21:111 (1892).
Cuando Jesús llegó a Betania, varias personas le informaron que Lázaro había muerto y que hacía cuatro días que había sido sepultado. Marta se adelantó a recibirlo y le confirmó la muerte de su hermano, diciendo: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto". Pero, a pesar de su desazón y tristeza, no había perdido su confianza en Jesús; por eso agregó: "Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará". Jesús estimuló su fe al declararle: "Tu hermano resucitará". Vers. 21-23 [...].
Cuando Jesús le preguntó a Marta: "¿Crees esto?", ella le respondió con una confesión de fe: "Yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo". Con esto Marta declaró su fe en Jesús como el Mesías, y reafirmó su creencia de que él podía realizar todo aquello que se propusiera. Jesús le solicitó que llamase a Marta y a los amigos que habían llegado para consolar a estas afligidas mujeres. María llegó y se postró a sus pies, diciéndole también: "Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano". Al ver toda esta angustia, Jesús "se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: "¿Dónde lo pusisteis?" Le dijeron: "Señor, ven y ve"". Vers. 26-34. Entonces, todos juntos se dirigieron a la tumba de Lázaro, que era una cueva con una piedra puesta encima.--The Spirit of Prophecy 2:362-363 (1877).
En todo lo que hacía, Cristo cooperaba con su Padre. Siempre se esmeraba por hacer evidente que no realizaba su obra independientemente; era por la fe y la oración cómo hacía sus milagros. Cristo deseaba que todos conociesen su relación con su Padre. "Padre", dijo, "gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado". Vers. 41-42. En esta ocasión, los discípulos y la gente iban a recibir la evidencia más convincente de la relación que existía entre Cristo y Dios. Se les había de demostrar que el aserto de Cristo no era una mentira.
"Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: "¡Lázaro, ven fuera!"". Su voz, clara y penetrante, entra en los oídos del muerto. La divinidad fulgura a través de la humanidad. En su rostro, iluminado por la gloria de Dios, la gente ve la seguridad de su poder. Cada ojo está fijo en la entrada de la cueva. Cada oído está atento al menor sonido. Con interés intenso y doloroso, aguardan todos la prueba de la divinidad de Cristo, la evidencia que ha de comprobar su aserto de que es Hijo de Dios, o extinguir esa esperanza para siempre. Hay agitación en la tumba silenciosa, y el que estaba muerto se pone de pie a la puerta del sepulcro. Sus movimientos son trabados por el sudario en que fuera puesto, y Cristo dice a los espectadores asombrados: "Desatadlo, y dejadlo ir". Vuelve a serles demostrado que el obrero humano ha de cooperar con Dios. La humanidad ha de trabajar por la humanidad. Lázaro queda libre, y está de pie ante la congregación, no demacrado por la enfermedad, ni con miembros débiles y temblorosos, sino como un hombre en la flor de la vida, provisto de una noble virilidad. Sus ojos brillan de inteligencia y de amor por su Salvador. Se arroja a los pies de Jesús para adorarlo.--El Deseado de Todas las Gentes, 493-494 (1898).
Muchos creyeron en Jesús por la resurrección de Lázaro. Había sido el plan de Dios que Lázaro muriera y fuese sepultado antes de que llegara Jesús. La resurrección de Lázaro fue el milagro capital de Cristo y debido a ello muchos glorificaron a Dios.--Manuscript Releases 21:111 (1892).
Simón había sido sanado de su lepra, y era esto lo que lo había atraído a Jesús. Deseaba manifestar su gratitud, y en ocasión de la última visita de Cristo a Betania ofreció un festín al Salvador y sus discípulos [...]. A un lado del Salvador, estaba sentado a la mesa Simón [...] y al otro lado Lázaro [...]. Marta servía, pero María escuchaba fervientemente cada palabra que salía de los labios de Jesús. En su misericordia, Jesús había perdonado sus pecados, había llamado de la tumba a su amado hermano, y el corazón de María estaba lleno de gratitud. Ella había oído hablar a Jesús de su próxima muerte, y en su profundo amor y tristeza había anhelado honrarlo. A costa de gran sacrificio personal, había adquirido un vaso de alabastro de "nardo puro, de mucho precio" para ungir su cuerpo. Pero muchos declaraban ahora que él estaba a punto de ser coronado rey. Su pena se convirtió en gozo y ansiaba ser la primera en honrar al Señor. Quebrando el vaso de ungüento, derramó su contenido sobre la cabeza y los pies de Jesús, y llorando postrada le humedecía los pies con sus lágrimas y se los secaba con su larga y flotante cabellera [...].
Judas consideró este acto con gran disgusto [...]. Dirigiéndose a los discípulos, preguntó: "¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?" [...]. El murmullo circuyó la mesa: "¿Para qué este desperdicio?" [...]. María oyó las palabras de crítica [...]. Estaba por ausentarse sin ser elogiada o excusada, cuando oyó la voz del Señor: "¿Por qué molestáis a esta mujer?" [...]. Elevando su voz por encima del murmullo de censuras, dijo: "Ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura". Mateo 26:8-12.--El Deseado de Todas las Gentes, 512-514 (1898).
La mujer samaritana
Los judíos y los samaritanos se despreciaban; nunca uno de ellos habría pedido un favor al otro, aun en gran necesidad. Y nunca un hombre se habría dirigido a una mujer, si esta no hubiera hablado primero. Estaba fuera de las costumbres que Jesús le pidiera a la samaritana agua para beber. El diálogo que siguió, cambió la vida de ella.
¡Cuán agradecidos debiéramos estar que Cristo tomó la naturaleza humana sobre sí mismo! Y aunque lo hizo, continuó siendo divino. Todos los atributos del Padre estaban en Cristo. Su divinidad estaba vestida de humanidad. Era el Creador del cielo y la tierra. Y sin embargo, mientras vivió sobre la tierra se cansaba, como les sucede a los hombres, y buscaba descanso de las continuas presiones de su labor. El que había hecho el océano y tenía control sobre las profundidades de las aguas; el que había abierto los manantiales y las vertientes de la tierra, tenía la necesidad de descansar junto al pozo de Jacob, y pedir agua para beber a una desconocida mujer samaritana.
Cuando ella cuestionó el hecho de que cómo siendo judío le estaba pidiendo agua a ella, que era samaritana, la respuesta de Cristo reveló a la mujer su naturaleza divina: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva". Y cuando la mujer se mostró sorprendida por la declaración, Jesús agregó: "Cualquiera que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna". Vers. 10-14.--The Review and Herald, 19 de mayo de 1896.
La mujer lo miró sorprendida. Había tenido éxito en despertar su interés e inspirarle respeto. Ella percibió que Cristo no estaba aludiendo al agua del pozo de Jacob, puesto que ella había bebido de la misma, y había experimentado nuevamente sed. Con una fe notable, la mujer le pidió que le diera del agua de la que él hablaba a fin de no tener más sed, ni necesitar venir a sacar agua del pozo [...].
Jesús cambió ahora abruptamente el tema de conversación; le pidió que llamara a su esposo. La mujer respondió con franqueza, diciendo que no tenía esposo. Este era el punto que Cristo deseaba alcanzar para demostrar a la mujer que tenía el poder para leer la historia de su vida aunque no la hubiera conocido. Se dirigió a ella, diciéndole: "Bien has dicho: "No tengo marido", porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido. Esto has dicho con verdad". Vers. 17-18.
Jesús tenía en vista un doble propósito; deseaba despertar su conciencia en cuanto a su pecaminosa manera de vivir, y deseaba probarle que ojos más que humanos habían leído los secretos de su vida. Y la mujer, aunque no comprendía totalmente lo pecaminoso de su manera de vivir, sí se asombró del conocimiento que este extraño poseía. Con profunda reverencia le dijo: "Señor, me parece que tú eres profeta". Vers. 19 [...].
Las palabras de verdad que salieron de los labios del divino Maestro agitaron el corazón de su interlocutora. Nunca había escuchado tales cosas ni de los sacerdotes, ni de los judíos, ni aun de su propio pueblo. Las impresionantes enseñanzas de este desconocido llevaron su mente hacia las profecías que señalaban al Cristo prometido; porque los samaritanos, así como los judíos, esperaban su venida. "Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo", dijo ella, "cuando él venga nos declarará todas las cosas". Y Jesús le respondió: "Yo soy, el que habla contigo". Vers. 25-26.
¡Bendita mujer de Samaria! Durante el diálogo se había sentido como en la presencia divina, y ahora alegremente reconocía a su Señor. No le pidió, como los judíos, que hiciera un milagro que probara su carácter divino. Aceptó sus palabras con perfecta confianza, y no cuestionó la santa influencia que de él emanaba.--The Spirit of Prophecy 2:141-145 (1877).
Salió publicando la noticia: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?" Vers. 29. El testimonio de esta mujer convirtió a muchos para creer en Cristo. A través del informe de ella muchos vinieron a oírlo personalmente y creyeron por la palabra de él.--Testimonies for the Church 3:242 (1885).
[La mujer samaritana] dio pruebas de ser una misionera más eficaz que los propios discípulos. Ellos no vieron en Samaria indicios de que fuera un campo alentador. Fijaban sus pensamientos en una gran obra futura, y no vieron que en alrededor de ellos había una mies que segar. Pero por medio de la mujer a quien ellos habían despreciado, toda una ciudad llegó a oír de Jesús. Ella llevó enseguida la luz a sus compatriotas. Esta mujer representa la obra de una fe práctica en Cristo.--El Ministerio de Curación, 69-70 (1905).
La mujer que tocó el manto de Jesús
Esta mujer había estado enferma por muchos años. Los médicos no habían podido ayudarla; pero ella creía que si podía tocar a Cristo, sería sanada.
Abrid la puerta de vuestro corazón y Cristo, el huésped celestial, entrará [...]. Podéis tener una fe nominal como la de la gente que apretujaba a Cristo en las calles de Judea; pero esa fe no lo conectaba con él. Necesitáis una fe similar a la de la pobre mujer que había estado enferma por muchos años. Había buscado la ayuda de los médicos, pero empeoraba más y más. Cuando escuchó acerca de Cristo se despertó su fe en él. Creía que si tan solo pudiese tocar el borde de su manto sería sanada. Y Cristo comprendió el anhelo de su corazón. Él comprende el deseo de cada corazón que se acerca a él, y está listo a responder. Esta pobre mujer necesitada de ayuda, buscó la oportunidad de llegar hasta la presencia de Jesús. Aunque una multitud lo rodeaba, ella insistió hasta que pudo tocar su manto; y al momento fue sanada. Y Cristo también sintió que el poder sanador había emanado de él. El sentido de necesidad y la fe de ella habían permitido que fuese sanada. Así ocurrirá con cada uno que, sintiendo su necesidad, acude a Cristo y con fe se aferra a él.
Cristo preguntó quién lo había tocado, y sus discípulos se mostraron sorprendidos de que hiciera tal pregunta siendo que estaba rodeado por una multitud. "La multitud te aprieta y oprime, y dices: "¿Quién es el que me ha tocado?"" Lucas 8:45. Pero Jesús se refería a un toque de fe, no a uno casual de alguien en la multitud. Un alma anhelante estaba buscando un tipo de ayuda que solo él podía dar. Y después de decir: "Yo he sentido que ha salido poder de mí", Jesús comenzó a mirar alrededor para ver quién lo había hecho. Y cuando la mujer comprendió que su acto de fe no podía quedar oculto, reconoció públicamente la transformación que se había operado en ella. Contó la historia de su sufrimiento y de su condición desesperada, y de su acto de fe al tocar su manto. Entonces Cristo le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz". Vers. 48.--The Signs of the Times, 10 de junio de 1889.
La suegra de Pedro
Mientras que la congregación que se hallaba en la sinagoga permanecía muda de asombro, Jesús se retiró a la casa de Pedro para descansar un poco. Pero allí también había caído una sombra. La suegra de Pedro estaba enferma con "una gran fiebre". Jesús reprendió la dolencia, y la enferma se levantó y atendió las necesidades del Maestro y sus discípulos.--El Deseado de Todas las Gentes, 224 (1898).
La mujer cananea
"Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio"". Vers. 22. Los habitantes de esta región pertenecían a la antigua raza cananea. Eran idólatras, despreciados y odiados por los judíos. A esta clase pertenecía la mujer que ahora había venido a Jesús. Era pagana, y por lo tanto estaba excluida de las ventajas que los judíos disfrutaban diariamente. Había muchos judíos que vivían entre los fenicios, y las noticias de la obra de Cristo habían penetrado hasta esa región. Algunos de los habitantes habían escuchado sus palabras, y habían presenciado sus obras maravillosas. Esta mujer había oído hablar del profeta, quien, según se decía, sanaba toda clase de enfermedades. Al oír hablar de su poder, la esperanza había nacido en su corazón. Inspirada por su amor maternal, resolvió presentarle el caso de su hija. Había resuelto llevar su aflicción a Jesús. Él debía sanar a su hija. Ella había buscado ayuda en los dioses paganos, pero no la había obtenido. Y a veces se sentía tentada a pensar: ¿Qué puede hacer por mí este maestro judío? Pero había llegado esta nueva: Sana toda clase de enfermedades, sean pobres o ricos los que a él acuden por auxilio. Y decidió no perder su única esperanza.
Cristo conocía la situación de esta mujer. Él sabía que ella anhelaba verlo, y se colocó en su camino. Ayudándola en su aflicción, él podía dar una representación viva de la lección que quería enseñar [...]. El pueblo al cual había sido dada toda oportunidad de comprender la verdad no conocía las necesidades de aquellos que lo rodeaban. No hacía ningún esfuerzo para ayudar a las almas que estaban en tinieblas. El muro de separación que el orgullo judío había erigido impedía hasta a los discípulos sentir compasión del mundo pagano. Pero las barreras debían ser derribadas.
Cristo no respondió inmediatamente a la petición de la mujer [...]. Pero aunque Jesús no respondió, la mujer no perdió su fe. Mientras él obraba como si no la hubiese oído, ella lo siguió y continuó suplicándole [...]. La mujer presentaba su caso con instancia y creciente fervor, postrándose a los pies de Cristo y clamando: "¡Señor, socórreme!" [...].
El Salvador está satisfecho. Ha probado su fe en él. Por su trato con ella, ha demostrado que aquella que Israel había considerado como paria, no es ya extranjera sino hija en la familia de Dios. Y como hija, es su privilegio participar de los dones del Padre. Cristo le concede ahora lo que le pedía, y concluye la lección para los discípulos. Volviéndose hacia ella con una mirada de compasión y amor, dice: "Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres". Vers. 28. Desde aquella hora su hija quedó sana. El demonio no la atormentó más. La mujer se fue, reconociendo a su Salvador y feliz por haber obtenido lo que había pedido.--El Deseado de Todas las Gentes, 365-368 (1898).
La madre de Santiago y Juan
En cierta ocasión, Santiago y Juan presentaron por medio de su madre la petición de que se les permitiera ocupar las más altas posiciones de honor en el reino de Cristo. El Salvador contestó: "No sabéis lo que pedís". Vers. 22. ¡Cuán poco entendemos muchos de nosotros la verdadera importancia de nuestras oraciones! Jesús conocía el sacrificio infinito que costaría adquirir esa gloria, cuando, "por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio". Hebreos 12:2. Ese gozo consistía en ver almas salvadas por su humillación, su agonía, y el derramamiento de sangre.--La edificación del carácter, 54-55 (1883).
Cristo no reprochó a Santiago y Juan ni a su madre por pedir que estuviesen sentados a la izquierda y a la derecha en su reino. Pero al presentar los principios basados en el amor que deberían regir la relación de unos con otros, les mostró a los indignados discípulos que en su vida cotidiana debían tomarle a él como ejemplo, y seguir en sus pasos.
El apóstol también nos presenta este asunto en su debida luz, diciendo: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria: antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre". Filipenses 2:3-9.--The Signs of the Times, 16 de julio de 1896.
La viuda de Naín
Jesús conoce la preocupación del corazón de cada madre. El que tuvo una madre que luchó con la pobreza y la privación, se compadece de cada madre por sus trabajos. El que hizo un largo viaje para aliviar el ansioso corazón de una mujer cananea, hará otro tanto por las madres de hoy. El que devolvió a la viuda de Naín su único hijo, y en su agonía sobre la cruz se acordó de su propia madre, se conmueve hoy por la tristeza de una madre. En todo pesar y en toda necesidad, dará consuelo y ayuda.--El Deseado de Todas las Gentes, 473 (1898).
Hasta resucitaba los muertos el Salvador. Uno de ellos fue el hijo de la viuda de Naín. Ya se lo llevaban al sepulcro cuando encontraron a Jesús. Tomó al joven por la mano, lo levantó, y lo entregó vivo a su madre. Cada acompañante regresó a su casa con exclamaciones de regocijo y alabanzas a Dios.--Cristo Nuestro Salvador, 69 (1896).
Las mujeres al pie de la cruz
Cuando Jesús pareció expirar ante el peso de la cruz, muchas mujeres, aun aquellas que no creían en él, se angustiaron por sus sufrimientos y comenzaron a llorar y lamentarse. Al revivir de su agotamiento, Cristo las miró con tierna compasión. Sabía que no se lamentaban porque era el enviado de Dios, sino por motivos humanitarios. Dirigiéndose a las llorosas mujeres les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos". Lucas 23:28.
Jesús no despreció sus lágrimas; por el contrario, se despertó en su propio corazón una profunda compasión hacia ellas. Olvidó su propia aflicción y comenzó a contemplar el futuro destino de Jerusalén. Hacía pocas horas que el pueblo había gritado, "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos". Mateo 27:25. Pronto comprenderían cuán ciegamente habían invocado el aciago destino que les esperaba. Muchas de aquellas mismas mujeres que lloraban y se lamentaban por Cristo, iban a perecer con sus hijos durante el sitio de Jerusalén.--The Spirit of Prophecy 3:151 (1878).
Las mujeres que habían venido de Galilea permanecieron con Juan, el discípulo, para ver qué se dispondría acerca del cuerpo de Jesús; cuerpo que consideraban muy precioso a pesar de que sus esperanzas de que él fuera el Mesías prometido habían perecido con él [...]. Las mujeres se sorprendieron al ver que José [de Arimatea] y Nicodemo, ricos y respetados miembros del Concilio, estuvieran tan interesados y ansiosos como ellas, de que se dispusiera correctamente del cuerpo de Jesús.--The Spirit of Prophecy 3:174-175 (1878).
Las mujeres junto a la tumba
Mientras Juan se preocupaba por la sepultura de su Maestro, José volvió con la orden de Pilato de que le entregasen el cuerpo de Cristo; y Nicodemo vino trayendo una costosa mezcla de mirra y áloes [...] para embalsamarlo [...]. Los discípulos se quedaron asombrados al ver a estos ricos príncipes tan interesados como ellos en la sepultura de su Señor [...].
Con suavidad y reverencia, bajaron con sus propias manos el cuerpo de Jesús. Sus lágrimas de aflicción caían en abundancia mientras miraban su cuerpo magullado y lacerado. José poseía una tumba nueva, tallada en una roca. Se la estaba reservando para sí mismo, pero estaba cerca del Calvario, y ahora la preparó para Jesús. El cuerpo, juntamente con las especias traídas por Nicodemo, fue envuelto cuidadosamente en un sudario, y el Redentor fue llevado a la tumba. Allí, los tres discípulos enderezaron los miembros heridos y cruzaron las manos magulladas sobre el pecho sin vida. Las mujeres galileas vinieron para ver si se había hecho todo lo que podía hacerse por el cuerpo muerto de su amado Maestro. Luego vieron cómo se hacía rodar la pesada piedra contra la entrada de la tumba, y el Salvador fue dejado en el descanso. Las mujeres fueron las últimas que quedaron al lado de la cruz, y las últimas que quedaron al lado de la tumba de Cristo. Mientras las sombras vespertinas iban cayendo, María Magdalena y las otras Marías permanecían al lado del lugar donde descansaba su Señor derramando lágrimas de pesar por la suerte de Aquel a quien amaban. Y "al regresar [...] descansaron el sábado, conforme al mandamiento". Lucas 23:56.--El Deseado de Todas las Gentes, 718-719 (1898).
"Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro". Mateo 28:1. Al aproximarse, vieron la piedra removida y una luz que brillaba alrededor de la tumba. El cuerpo de Jesús no estaba allí, pero pronto se percataron de la presencia de un ángel.--Sermons and Talks, 281 (1906).
Las mujeres no habían venido todas a la tumba desde la misma dirección. María Magdalena fue la primera en llegar al lugar; y al ver que la piedra había sido sacada, se fue presurosa para contarlo a los discípulos. Mientras tanto, llegaron las otras mujeres. Una luz resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí. Mientras se demoraban en el lugar, vieron de repente que no estaban solas. Un joven vestido de ropas resplandecientes estaba sentado al lado de la tumba. Era el ángel que había apartado la piedra. Había tomado el disfraz de la humanidad, a fin de no alarmar a estas personas que amaban a Jesús. Sin embargo, brillaba todavía en derredor de él la gloria celestial, y las mujeres temieron.
Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. "No temáis vosotras", les dijo, "porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos". Mateo 28:5-7. Volvieron a mirar al interior del sepulcro y volvieron a oír las nuevas maravillosas. Otro ángel en forma humana estaba allí, y les dijo: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día"". Lucas 24:5-7.--El Deseado de Todas las Gentes, 732-733 (1898).
"Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" Les dijo: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto"". Juan 20:11-13.
María volvió a salir, sin seguir escuchando siquiera las palabras de los ángeles, pensando que quizá pudiera encontrar a alguien que le dijese qué se había hecho con Jesús. Mientras tanto otra voz se dirige hacia ella y le pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras?" A través de sus lágrimas María ve a alguien que supone que es el jardinero. "Señor", le dice, "si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré". Jesús le dijo: "¡María!". Esa voz familiar la hace voltear. Ahora sabe que no es un extraño quien le habla. Delante de ella ve al Salvador viviente. Se vuelca hacia él como para abrazarle sus pies, diciendo: "¡Raboni!" Pero el Salvador la toma de la mano, la levanta y le dice: "¡Suéltame!, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"". Juan 20:14-17.--The Youth's Instructor, 21 de julio de 1898.
"Id", dijeron los ángeles a las mujeres, "decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis como os dijo". Marcos 16:7 [...]. "Decid a sus discípulos y a Pedro", dijeron los ángeles. Desde la muerte de Cristo, Pedro había estado postrado por el remordimiento [...]. Todos los discípulos habían abandonado a Jesús, y la invitación a encontrarse con él vuelve a incluirlos a todos. No los había desechado. Cuando María Magdalena les dijo que había visto al Señor, repitió la invitación a encontrarlo en Galilea. Y por tercera vez, les fue enviado el mensaje. Después que hubo ascendido al Padre, Jesús apareció a las otras mujeres diciendo: ""¡Salve!" Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y lo adoraron. Entonces Jesús les dijo: "No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán"". Mateo 28:9-10.--El Deseado de Todas las Gentes, 735-736 (1898).
Mujeres que seguían a Jesús
Elena G. de White no identifica a las personas que seguían a Jesús de lugar en lugar durante su ministerio. Sin embargo, las declaraciones siguientes nos dan una idea de algunas mujeres que lo seguían y apoyaban su ministerio con sus recursos materiales.
La madre [de Santiago y Juan] era discípula de Cristo y le había servido generosamente con sus recursos.--El Deseado de Todas las Gentes, 502 (1898).
El registro bíblico declara que "Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios. Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes". Lucas 8:1-3. Tanto Cristo como sus discípulos ministraban en las villas y ciudades. Y aquellos que habían estado en la verdad por más tiempo que los nuevos conversos, colaboraban con sus bienes materiales.--The Review and Herald, 3 de febrero de 1891.
Entre los creyentes a quienes se les había dado la comisión, había muchos que provenían de los caminos más humildes de la vida; hombres y mujeres que habían aprendido a amar a su Señor, y que habían determinado seguir su ejemplo de renunciamiento. A estas personas de limitado talento y humilde origen, les fue dada la comisión "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura", tanto como a los discípulos que habían estado con el Salvador durante su ministerio en la tierra. Estos humildes seguidores de Jesús compartieron con los apóstoles la reconfortante promesa del Señor: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Mateo 28:20.--The Review and Herald, 24 de marzo de 1910.
Las mujeres que habían seguido humildemente a Jesús en vida, no quisieron separarse de él hasta verlo sepultado en la tumba y esta cerrada con una pesadísima losa de piedra, para que sus enemigos no fueran a robar el cuerpo. Pero no necesitaban temer, porque vi que las huestes angélicas vigilaban solícitamente el sepulcro de Jesús, esperando con vivo anhelo la orden de cumplir su parte en la obra de librar de su cárcel al Rey de gloria.--Primeros Escritos, 180 (1882).
María se dirigió presurosa a los discípulos para informarles de que Jesús no estaba en el sepulcro donde había sido colocado. Mientras tanto, las otras mujeres que habían quedado esperándola, hicieron una inspección más minuciosa del interior del sepulcro, para cerciorarse de que en verdad no estaba allí. Repentinamente, un hermoso joven vestido en ropas resplandecientes apareció ante su vista sentado junto al sepulcro. Era el ángel que había removido la piedra, y que ahora asumía una apariencia humana para no aterrorizar a aquellas mujeres que habían seguido a Jesús y lo habían apoyado en su ministerio público. Sin embargo, a pesar de que el ángel disminuyó su brillo, las mujeres quedaron sorprendidas y aterrorizadas por la gloria del Señor que lo rodeaba. Se disponían a huir del sepulcro, cuando el mensajero celestial se dirigió a ellas con estas suaves y consoladoras palabras: "No temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis. Ya os lo he dicho". Mateo 28:5-7.--The Spirit of Prophecy 3:199 (1878).
Dorcas
Dorcas era una mujer muy amada, que siempre hacía el bien y ayudaba a otros, especialmente a los pobres. Cuando murió, los creyentes buscaron a Pedro que estaba en Lida, una ciudad cercana.
En Jope había una mujer llamada Dorcas, cuyos hábiles dedos permanecían más activos que su lengua. Ella sabía quién necesitaba ropa cómoda y quién necesitaba asistencia, y generosamente atendía las necesidades de ambos grupos. Y cuando Dorcas falleció, la iglesia en Jope se dio cuenta de su pérdida. Con razón se pusieron de luto y se lamentaron y derramaron cálidas lágrimas sobre el cuerpo inerte. Ella era de tan alto valor que por medio del poder de Dios fue regresada del país del enemigo, con el fin de que su destreza y energía pudieran todavía ser una bendición para los demás.--Testimonies for the Church 5:284 (1885).
"Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió". La iglesia de Jope sintió su pérdida; y oyendo que Pedro estaba en Lida, los creyentes le mandaron mensajeros "a rogarle: "No tardes en venir a nosotros". Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, lo llevaron a la sala, donde lo rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas". A juzgar por la vida de servicio que Dorcas había vivido, no es extraño que llorasen [...].
El corazón del apóstol fue movido a compasión al ver su tristeza. Luego, ordenando que los llorosos deudos salieran de la pieza, se arrodilló y oró fervorosamente a Dios para que devolviese la vida y la salud a Dorcas. Volviéndose hacia el cuerpo, dijo: ""Tabita, levántate". Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó". Dorcas había prestado grandes servicios a la iglesia, y a Dios le pareció bueno traerla de vuelta del país del enemigo".--Los Hechos de los Apóstoles, 107-108 (1911).
Lidia
Lidia era una comerciante en Tiatira, que vendía costosas prendas de púrpura. Era una adoradora del verdadero Dios, y ofreció hospitalidad a los discípulos.
Había llegado el tiempo para que el evangelio se predicase más allá de los confines del Asia Menor [...]. El llamado era imperativo y no admitía dilación [...]. Declara Lucas [...]: "Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia".
"Y un sábado", continúa Lucas, "salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo, y el Señor abrió el corazón de ella". Lidia recibió alegremente la verdad. Ella y su familia se convirtieron y bautizaron, y rogó a los apóstoles que se hospedaran en su casa.--Los Hechos de los Apóstoles, 172 (1911).
El Espíritu de Dios solo puede iluminar el entendimiento de los que están dispuestos a ser iluminados. Leemos que Dios abrió los oídos de Lidia para que prestara atención al mensaje presentado por Pablo. La parte de Pablo en la conversión de Lidia era declarar todo el consejo de Dios y todo lo que era esencial que ella recibiera, y entonces el Dios de toda gracia puso en acción su poder, y condujo esa alma por la senda correcta. Cooperaron Dios y el agente humano, y la obra tuvo un éxito completo.--Comentario Bíblico Adventista 6:1061-1062 (1900).
De acuerdo con la instrucción de Cristo, los apóstoles no impusieron su presencia donde no se la deseaba. "Saliendo de la cárcel, entraron en casa de Lidia, y habiendo visto a los hermanos, los consolaron, y se fueron".--Los Hechos de los Apóstoles, 177 (1911).
Priscila
Priscila y Aquila, su esposo, construían tiendas. Eran fieles maestros que enseñaban a otros acerca de Jesucristo. Pablo, de la misma profesión, trabajó junto a ellos, y les enseñó más acerca de Cristo.
La envidia y el odio de los judíos contra los cristianos [en Roma] no conocía límites. Y los incrédulos residentes eran constantemente alborotados. Los primeros se quejaban de que los judíos cristianos provocaban desorden y eran peligrosos para el bien público. Constantemente creaban algo para agitar a la gente y producir lucha. Esta fue la razón por la que los cristianos fueron expulsados de Roma.--The Review and Herald, 6 de marzo de 1900.
Poco después de llegar a Corinto, Pablo encontró "a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer". Estos eran "del mismo oficio". Desterrados por el decreto de Claudio, que ordenaba a todos los judíos que abandonaran Roma, Aquila y Priscila habían ido a Corinto, donde establecieron un negocio como fabricantes de tiendas. Pablo averiguó en cuanto a ellos, y al descubrir que temían a Dios y trataban de evitar las contaminadoras influencias que los rodeaban, "se quedó con ellos, y trabajaban juntos [...]. Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos".--Los Hechos de los Apóstoles, 281-282 (1911).
El apóstol Pablo era un ministro del evangelio, sin embargo trabajaba con sus manos, cumpliendo la humilde tarea de fabricar tiendas. El trabajo manual no deshonraba su obra de comunicar las grandes verdades del evangelio de Cristo que compartía con Aquila y Priscila. Los dos hombres y la misma Priscila trabajaban con sus manos. Los diseños para hacer tiendas que Pablo conocía eran ingeniosos, lo mismo que sus métodos para realizar el trabajo. Y al mismo tiempo ministraba a la gente predicando el evangelio de Cristo. Muchos fueron conducidos a la verdad por el testimonio de este fiel obrero que se mantenía a sí mismo fabricando tiendas, en lugar de depender de otros para su comida y sus gastos. Como obrero era habilidoso y diligente, y seguía su propio consejo de ser "no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor". Romanos 12:11. Al predicar la Palabra no era menos fervoroso; y su tacto de comerciante le daba gran capacidad en el habla.--Manuscript Releases 19:25 (1897).
¿Por qué conectó Pablo su trabajo manual con la predicación del evangelio? ¿Acaso no es el obrero digno de su trabajo? ¿Por qué no dedicó todo su tiempo a la predicación? ¿Acaso perdió tiempo y fuerzas al construir tiendas? Pablo no consideró el tiempo dedicado a fabricar tiendas como tiempo perdido. Mientras trabajaba con Aquila, se mantenía conectado al gran Maestro, y le daba a su compañero la instrucción necesaria en las cosas espirituales. También educaba a los creyentes en el tema de la unidad. Mientras trabajaba en su negocio daba un ejemplo de diligencia y dedicación. Era diligente en los negocios, ferviente en espíritu, sirviendo al Señor. Junto con Aquila y Priscila celebró más de una reunión de oración con sus demás colaboradores en el oficio de hacer tiendas. Esto daba un testimonio del valor de la verdad que predicaba.--Atlantic Union Gleaner, 16 de junio de 1909.
Aquila y Priscila no fueron llamados a dedicar todo su tiempo al ministerio del evangelio; sin embargo, estos humildes artesanos fueron usados por Dios para enseñar más perfectamente a Apolos el camino de la verdad. El Señor emplea diversos instrumentos para el cumplimiento de su propósito; mientras algunos con talentos especiales son escogidos para dedicar todas sus energías a la obra de enseñar y predicar el evangelio, muchos otros, a quienes nunca fueron impuestas las manos humanas para su ordenación, son llamados a realizar una parte importante en la salvación de las almas.--Los Hechos de los Apóstoles, 286 (1911).
Después de dejar Corinto, el próximo escenario de la labor de Pablo fue Éfeso. Estaba en camino a Jerusalén, para asistir a una fiesta próxima; y su estadía en Éfeso fue necesariamente breve. Razonó en la sinagoga con los judíos, quienes fueron impresionados tan favorablemente que le rogaron que continuara sus labores entre ellos. Su plan de visitar a Jerusalén le impidió detenerse entonces, pero prometió volver a visitarlos "si Dios quiere". Aquila y Priscila lo habían acompañado a Éfeso, y los dejó allí para que continuaran la obra que había comenzado.--Los Hechos de los Apóstoles, 218 (1911).
Ana la profetisa
El espíritu de profecía estaba sobre este hombre de Dios [Simeón], y mientras que José y María permanecían allí, admirados de sus palabras, los bendijo, y dijo a María: "He aquí este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones". Lucas 2:34-35.
También Ana la profetisa vino y confirmó el testimonio acerca de Cristo. Mientras hablaba Simeón, el rostro de ella se iluminó con la gloria de Dios, y expresó su sentido agradecimiento por habérsele permitido contemplar a Cristo el Señor.--El Deseado de Todas las Gentes, 37 (1898).
La esposa de Pilato
La apariencia de Cristo hizo una favorable impresión sobre Pilato. Se despertaron sus más nobles sentimientos. Había oído hablar de Jesús y sus obras, y su esposa le había comentado acerca de las maravillosas acciones realizadas por aquel profeta galileo, que curaba a los enfermos y resucitaba a los muertos. Estas noticias revivían ahora en su mente como si se tratara de un sueño. Había escuchado rumores que provenían de varias fuentes, incluyendo algunos de sus parientes, y resolvió preguntar a los judíos acerca de sus cargos contra el prisionero.--The Review and Herald, 7 de noviembre de 1899.
Desde el principio, Pilato estuvo convencido de que este no era un hombre común, sino alguien de un carácter excelente. Creía que era completamente inocente. Y los ángeles que eran testigos de toda la escena, se dieron cuenta de las convicciones de Pilato y tomaron nota de su simpatía y compasión por Jesús. Para evitar que fuera a cometer el terrible acto de entregar a Jesús para que fuera crucificado, un ángel fue enviado a la esposa de Pilato para darle un sueño con la información de que este hombre a quien Pilato estaba juzgando, era el Hijo de Dios y que sufría siendo inocente. Inmediatamente ella le envió el mensaje a Pilato de que había sufrido mucho en un sueño por causa de Jesús, y lo prevenía a no tener nada que ver con ese justo. El mensajero que llevaba la comunicación, atravesó con dificultad la multitud y le entregó el mensaje a Pilato. Mientras lo leía, este palideció y tembló, e inmediatamente pensó que no debía tener nada que ver en el asunto. Si los judíos querían la sangre de Jesús, él no influiría para que lo lograsen. Por el contrario, haría lo posible por liberarlo [...]. Si Pilato hubiera seguido sus convicciones, no hubiese tenido nada que ver con la condena de Jesús.--Spiritual Gifts 1:54-56 (1858).