Frente a la enfermedad y la muerte
Lucretia Cranson era la hija de unos amigos de los esposos White. Se casó con D. M. Canright en 1867. Elena G. de White le escribió la siguiente carta, poco tiempo antes de que Lucretia muriese, el 29 de marzo de 1879.
Querida y sufriente hermana: Preferiría estar con usted para conversar juntas, pero me es imposible hacerlo. Debo decirle que puede contar con todo mi apoyo en su tribulación, pero al pensar en usted siempre se me da la más vívida seguridad de que está sostenida por un brazo que nunca se cansa, y consolada por un amor que es tan permanente como el trono de Dios.
Cuando pienso en usted no la veo como alguien que se queja en su debilidad, sino alguien sobre quien el rostro del Señor resplandece para darle luz y paz. Alguien que está en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo, y que crece diariamente en el conocimiento de la voluntad divina. Alguien que está participando de la naturaleza divina; creciendo en santa confianza como la de un niño; creciendo en reverencia y amor confiado. El aprecio por la sangre de Cristo y su perdón nunca han sido tan preciosos y valorados como ahora en su debilidad, cuando el mundo no tiene más atractivo.
Usted ha estado creciendo en su experiencia interior y está ayudando a otros con su consejo y orientación. Para usted, mi amada hija, la religión se ha tornado más y más preciosa, y encuentra más y más consuelo aprendiendo a los pies de Jesús. El temor por la muerte ha desaparecido, porque si había terror frente a la vista de este "postrer enemigo", una mirada a Jesús lo ha hecho desaparecer, porque él puede aun iluminar la tumba con su sagrada presencia. Y su corazón no descansará hasta encontrarse rodeada por los brazos del amor infinito.
Querida amiga, su peregrinaje está llegando a su fin. Aunque no es nuestro deseo ni nuestra voluntad, descansará en la esperanza hasta que el dador de la vida la llame para cambiar esta cárcel por una brillante inmortalidad. Jesús es su Salvador ahora, y es quien, con su presencia, hace de cualquier lugar un cielo. Su vida, mi amada hija, está escondida con Cristo en Dios; y cuando Cristo, que es su vida, se manifieste, usted también se manifestará con él vestida de inmortalidad y vida eterna. ¿Contemplará la gloria de Cristo llena de gracia, misericordia y paz en su debilidad? ¿Se acercará a él como la aguja se torna al imán?
Quizá no todos sus días sean claros y gozosos; pero no se angustie por ello. Espere y confíe demostrando su fe, mansedumbre y paciencia. Aun ahora su vida puede ser una lección para todos, mostrándoles que se puede ser feliz a pesar de la aflicción y la pérdida de las fuerzas. Cuando el alma pasa por aguas profundas, la presencia de Dios hace santa la habitación de sus santos que agonizan. Su paciente espera y su constante gozo muestran que tiene la ayuda de un poder invisible; y eso es un poderoso testimonio en favor del cristianismo y del Salvador que se ama. Estas pruebas tienen un poder transformador para refinar, ennoblecer, purificar y capacitar para las mansiones eternas.
¡Oh, sí! los últimos días de un creyente pueden ser fragantes, porque los rayos del Sol de justicia brillan a través de esa vida difundiendo una fragancia constante. ¡Cuántas razones tenemos para gozarnos, siendo que nuestro Redentor derramó su preciosa sangre sobre la cruz en expiación por nuestros pecados, y por su obediencia hasta la muerte nos brindó justicia eterna! Usted sabe que él hoy está a la diestra del Padre, como nuestro Salvador y como Príncipe de la vida. No hay otro nombre a quien podamos confiar nuestros intereses eternos; solo en él podemos descansar plenamente. Usted lo ha amado a él; y aunque a veces su fe puede haber sido débil y su convicción confusa, Jesús es su Salvador. Él no la salva porque usted sea perfecta, sino porque necesita de él, y ha confiado en él. Jesús la ama, mi preciosa amiga. Con confianza puede cantar: "Bajo sus alas mi alma estará, salva y segura por siempre".--Carta 46, 1879.
La muerte del esposo
Carta escrita a Fannie Capehart, de la ciudad de Washington, cuando había perdido a su esposo. Elena G. de White le recuerda su propia experiencia cuando su esposo Jaime murió.
Mi querida hermana: Recién leí su carta, y no quiero demorarme en contestarle porque quizá estas líneas puedan traer alivio a su mente.
Mi esposo murió en Battle Creek en 1881. Durante un año no pude soportar la idea de estar sola. Mi esposo y yo habíamos hecho la obra ministerial lado a lado, y por un año después de su muerte, me resultaba difícil entender por qué había sido dejada sola para llevar adelante las responsabilidades que antes habíamos realizado juntos. Durante ese primer año, en lugar de recobrarme, estuve cerca de la muerte. Pero no quiero seguir recordando esos momentos.
Mientras mi esposo yacía en el féretro, nuestros buenos hermanos me urgían a que orásemos para que la vida le fuese devuelta. Pero les dije: No, no. Mientras vivía hizo el trabajo que debía haber sido hecho por dos o tres hombres. Ahora descansa. ¿Por qué rogar que vuelva a la vida para pasar otra vez lo que él ha pasado? "Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen". Apocalipsis 14:13.
Ese año que siguió a la muerte de mi esposo fue un año lleno de sufrimiento para mí. Llegué a estar tan débil que pensé que no viviría. Algunos miembros de la familia pensaron que se podría encender una chispa de esperanza en mi vida, si me podían convencer de asistir al congreso en Healdsburg. El congreso se iba a realizar en una arboleda cerca de mi hogar. Mis parientes esperaban que el Señor me revelase durante el congreso que me iba a extender la vida. Estaba tan pálida que no había color en mi rostro. Un domingo, me cargaron en un carruaje cómodo y me llevaron al congreso. La carpa estaba completamente llena; parecía que casi toda la ciudad estaba presente.
Se colocó un sofá en la amplia plataforma donde estaba el púlpito, y allí me pusieron de la forma más confortable posible. Durante la reunión le dije a mi hijo Willie que me ayudara a ponerme de pie para pronunciar unas pocas palabras. Él lo hizo, y allí estuve, como por cinco minutos, tratando de hablar y pensando que si finalmente podía hacerlo, sería mi última oportunidad; sería mi discurso de despedida.
De repente, sentí un poder que vino sobre mí, parecido a un choque eléctrico. Pasó a través de mi cuerpo hasta alcanzar la cabeza. La gente testificó que literalmente vieron la sangre llegar hasta mis labios, mis oídos, mis mejillas y mi frente. Fui sanada delante de ese gran número de personas. Alabé a Dios en mi corazón y mediante las palabras de mis labios. Se realizó un milagro delante de esa gran congregación.
Entonces tomé mi lugar entre los predicadores y di mi testimonio como nunca lo había hecho. Parecía como que alguien había sido levantado de los muertos. Todo ese año había sido un tiempo de preparación para ese cambio. La gente de la ciudad tuvo entonces una señal que sirvió de testimonio a la verdad [...].
Mi hermana, no muestre más ninguna desconfianza en nuestro Señor Jesucristo. Avance con fe, creyendo que se encontrará nuevamente con su esposo en el reino de Dios. Haga lo mejor que esté de su parte para preparar a los vivos, para que lleguen a ser miembros de la familia real e hijos del Rey celestial. Ese es nuestro trabajo ahora; ese es su trabajo también. Hágalo fielmente, creyendo que encontrará a su esposo en la ciudad de Dios. Haga cuanto pueda para ayudar a otros a estar contentos; levánteles el ánimo, y llévelos a aceptar a Cristo. No torture su alma como lo ha estado haciendo, sino sea humilde, fiel y sincera; y acepte la segura palabra de Dios de que nos encontraremos con nuestros amados cuando termine el conflicto. ¡Tenga ánimo!--Carta 82, 1906.
La siguiente carta fue escrita a la hermana Chapman, una vieja amiga en la fe, cuando esta perdió a su compañero de toda la vida.
Querida Hna. Chapman: Pienso en usted cada día y me solidarizo con usted. ¿Qué puedo decirle en este momento en que la pena más grande ha llegado a su vida? Las palabras me faltan. Solo puedo encomendarla a Dios y a nuestro compasivo Salvador; en él hay descanso y paz. Mediante él podemos recibir consuelo, porque él nos ama y se preocupa por nosotros como nadie más puede hacerlo. Jesucristo mismo es el que la sostiene; sus brazos eternos la rodean y sus palabras traen salud. No podemos penetrar en los secretos concilios de Dios. El desánimo, la angustia, el desconcierto y el luto no han de separarnos de Dios, sino acercarnos más a él.
¡Cómo nos cansamos, suspiramos y agonizamos al intentar llevar nuestras propias cargas! Pero si vamos a Jesús y le decimos que no podemos llevar ese peso ni un momento más, y depositamos nuestras cargas sobre él, recibiremos descanso y paz. Vamos tropezando a lo largo del camino con nuestras pesadas cargas, y vivimos una vida miserable cada día, porque no atesoramos en nuestro corazón las preciosas promesas de Dios. Aunque seamos indignos, él nos acepta en Cristo Jesús. Nunca olvidemos que Jesús nos ama y está esperando nuestro ruego para concedernos su gracia.
Mi querida y afligida hermana, sé por experiencia lo que usted está pasando. Ya he transitado el camino que ahora le toca recorrer. Acérquese a Cristo, mi hermana; él es el poderoso sanador. El amor de Jesús no viene de una manera sorprendente. Nos ha dado muestras de su maravilloso amor en la cruz del Calvario, y desde allí la luz de su amor se refleja en nosotros a través de brillantes rayos. Nuestra parte es aceptar su amor y apropiarnos de las promesas de Dios.
Repose en Jesús. Descanse en él como un niño cansado descansa en los brazos de su madre. El Señor siente compasión por usted, la ama, y la sostiene con sus brazos eternos. Usted no se ha habituado a sentir y escuchar; así como está, herida y lastimada, busque reposo en Dios. Su mano compasiva se extiende para sanar sus heridas; acéptelo y será más precioso a su alma que el amigo más íntimo. Todo lo que podríamos desear, no se compara con él. Solamente crea en él y confíe en él.
Su amiga en la aflicción; alguien que ya la ha experimentado.--Carta 1e, 1882.
La Sra. Parmelia Lane era la esposa del pastor Sands Lane, un predicador de éxito, que llegó a ser presidente de varias asociaciones en los Estados Unidos de Norteamérica. Después de haberse conocido en Inglaterra, la Sra. Lane y Elena G. de White entablaron una linda amistad. La carta que sigue, fue escrita a Parmelia Lane poco después de la muerte de su esposo.
Querida Hna. Lane: He pasado por la misma aflicción que usted está pasando, así que puedo solidarizarme con usted y entender sus sentimientos al tener esta gran pérdida.
Quería contarle que había recibido una carta de su esposo escrita poco antes de su muerte. Al momento de recibirla, estaba buscando solución a varios problemas difíciles, y me pareció que no tenía tiempo de responder. Más adelante comencé a escribirle; pero antes de que hubiera finalizado mi carta, supe que su esposo había muerto.
Aprecio mucho esa carta porque en ella el Hno. Lane cuenta su experiencia personal, lo que me permite creer que él era un verdadero hijo de Dios. Algunos de nuestros hermanos creían que su esposo no tenía claras todas las cosas; sin embargo, en su carta parece indicar que conscientemente buscaba seguir el camino correcto.
Mi querida hermana, me gustaría recibir una carta suya; espero que usted pueda ubicarse donde pueda estar feliz.
Me alegra saber que Jesús nuestro Salvador está pronto a venir, y que todos podremos reunirnos alrededor del gran trono blanco. Quiero estar allí; y si ambas somos fieles hasta el fin, creo que nos encontraremos con su esposo otra vez. Quizá tengamos que pasar por pruebas difíciles, pero estaremos seguras si escondemos nuestras vidas con Cristo en Dios. Muchos escucharán a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; pero la única seguridad para el alma será mirar a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
Ahora, como siervas de Jesucristo, tenemos que hacer nuestra parte en dar al mundo el conocimiento de la verdad. El tiempo es breve y debemos actuar con vigilancia y diligencia; debemos trabajar a tiempo y fuera de tiempo. Nuestros talentos, naturales y adquiridos, pertenecen a la iglesia de Cristo, porque somos siervas del Señor.
Nos entristece ver hombres y mujeres que quieren controlar a quienes debieran ser agentes libres para el Señor. Cristo es quien gobierna supremo en su iglesia. Que nadie se interponga entre nuestra alma y Cristo. Laboremos enteramente para el Señor; que nadie se interponga entre nuestra alma y su más elevado ideal: ser vencedoras por la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio [...].
Mi hermana, esté de buen ánimo en el Señor, fijos los ojos en el autor y consumador de nuestra fe.--Carta 362, 1906.
Enfrentando la viudez
Elena G. de White había conocido hacía poco tiempo a la Hna. Lons. Cuando el esposo de esta hermana murió, le escribió la siguiente carta llena de amor y compasión hacia su nueva amiga.
Querida Hna. Lons: Me alegra haberla conocido y haber unido mi corazón con el suyo. Junto con la Hna. Brown, las tres hemos sido dejadas en la viudez, pero hemos recibido la bendición de Dios; él no nos ha fallado en nuestro tiempo de prueba. Ha sido para nosotros una ayuda presente en tiempo de necesidad. Nos ha permitido experimentar individualmente la resignación frente a la aflicción y la paciencia frente a las más severas pruebas, para desarrollar, como niños, una humilde e inocente confianza en él.
Hemos aprendido, en medio de las oscuras providencias, que no es sabio seguir nuestro propio camino, ni hacer conjeturas y reflexiones acerca de la fidelidad de Dios. Creo que podemos ser solidarias entre nosotras y entendernos; nos ha unido la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y nos han unido lazos sagrados nacidos en la aflicción.
Si no nos encontramos más en esta tierra, igual tendremos memorias inolvidables de nuestra amistad con la familia. Me alegra haberla conocido, y creo que fue la providencia de Dios que llegara a ser parte de la familia Brown. El Señor la ha utilizado como su instrumento de justicia en su asociación con esa familia, especialmente con la Hna. Brown. Tengo tiernos sentimientos hacia ambas, pues puedo entender vuestras penas.
A menudo las misericordias vienen disfrazadas de aflicciones; no podemos saber lo que hubiera ocurrido sin ellas. Cuando Dios, en su misteriosa providencia, cambia nuestros planes y torna nuestro gozo en tristeza, debemos inclinarnos en sumisión y decir: "Sea hecha tu voluntad, Señor". Debemos mantener una calmada confianza en Aquel que nos ama y dio su vida por nosotros. "De día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: "Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? [...]. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?" Espera en Dios; porque aún he de alabarlo, salvación mía y Dios mío". Salmos 42:8-11.
El Señor contempla nuestras aflicciones; con su gracia las reparte y discrimina sabiamente. Como un orfebre vigila el fuego hasta que la purificación se completa. El horno es para purificar y refinar, no para consumir y destruir. Los que confían en él podrán alabar sus misericordias aun en medio de sus juicios.
El Señor siempre está vigilando para impartir, cuando más se las necesite, nuevas y frescas bendiciones: fuerza en el tiempo de debilidad; socorro en la hora de peligro; amigos en tiempos de soledad; solidaridad, divina y humana, en tiempos de tristeza. Estamos en camino al hogar. Aquel que nos amó tanto como para morir por nosotros, también nos ha preparado una ciudad. La nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso; y no hay tristezas en la ciudad de Dios; ni siquiera un lamento. No se escucharán endechas por esperanzas quebrantadas o afectos sepultados.
Que el Señor la bendiga, mi muy querida y respetada hermana.--Carta 37, 1893.
La muerte de un niño
En la carta que sigue, dirigida al pastor S. N. Haskell y su esposa, Elena G. de White habla de la triste experiencia de su nieta al perder a su hijito.
Hoy he escrito muchas páginas. Esta mañana recibí una carta de Mabel Workman [su nieta]. Hace unas dos semanas dio a luz a un varoncito de casi cinco kilos, pero el pequeño murió dos días después de su nacimiento. Mabel ha pasado por una experiencia muy severa, pero estamos agradecidos que su vida fue preservada. Tanto el padre como la madre de la criatura han sentido terriblemente esta prueba, pero la aceptan como los cristianos deben hacerlo. El esposo de Mabel ha demostrado ser un verdadero cristiano en estos momentos de aflicción, y el Señor los ha sostenido a ambos. Creen que si no hubiera sido por la Sra. Kress que estaba con ellos, Mabel también hubiera perdido la vida. Me siento muy agradecida que la Hna. Kress pudo estar con ellos, porque tiene mucha habilidad y gran tacto. Si la madre hubiese muerto, la aflicción de la familia hubiera sido mucho más aguda.
Hemos estado muy preocupados por Mabel durante estas dos semanas, porque no hemos recibido otra información desde el telegrama en que nos anunciaban la muerte del niño. Estoy agradecida al Señor porque salvó la vida a Mabel, y ruego que ella pueda vivir para ser una bendición a la causa de Dios.--Carta 120, 1909.
La Sra. A. H. Robinson era una vieja amiga de Elena G. de White. Mientras estaba en Australia, la Sra. White recibió la noticia de la muerte del hijo de su amiga. Inmediatamente le escribió una carta compartiendo sus propias experiencias con la muerte de dos de sus hijos.
Mi querida Hna. Robinson: Acabo de recibir el correo desde Estados Unidos, y mi secretaria me leyó las cartas. Muchas de ellas tienen temas interesantes, pero quiero responder la suya primero.
Cuando usted relata su experiencia con la muerte de su hijo, y cómo se postró en oración sometiendo su voluntad a la voluntad del Padre celestial, mi corazón de madre fue conmovido. He pasado por una experiencia similar a la que usted ha pasado.
Cuando mi hijo mayor tenía dieciséis años, fue aquejado por la enfermedad; su caso fue considerado crítico. Él nos llamó al lado de su lecho y nos dijo: "Papá y mamá: será difícil para vosotros veros privados de vuestro hijo mayor. Si al Señor le parece conveniente conservarme la vida, quedaré complacido por amor a vosotros. Si debo morir ahora para mi propio bien y para la gloria de su nombre, quiero deciros que estoy resignado a ello. Papá, ve por tu cuenta, y mamá, ve por la tuya, y oren. Entonces recibiréis una respuesta de acuerdo con la voluntad de mi Salvador a quien vosotros y yo amamos". Él temía que si orábamos juntos, el dolor que compartíamos se fortalecería, y pediríamos lo que no sería lo mejor para que el Señor lo concediera.
Hicimos como él nos había pedido, y nuestras oraciones fueron similares a la que usted ofreció. No recibimos evidencia de que nuestro hijo se recobraría. Murió con toda su confianza puesta en Jesús nuestro Salvador. Su muerte constituyó un enorme golpe para nosotros, pero fue una victoria aun en la muerte, porque su vida estaba oculta con Cristo en Dios.
Antes de la muerte de mi hijo mayor, mi hijito de brazos enfermó de muerte. Oramos, y pensamos que el Señor nos conservaría a nuestro consentido, pero cerramos sus ojos en la muerte, y lo llevamos para que descansara en Jesús, hasta que el dador de la vida venga a fin de despertar a su preciosos y amados hijos para que reciban una gloriosa inmortalidad [...]. El Señor ha sido mi consejero, y el Señor le dará a usted su gracia para soportar su aflicción.
Usted me preguntaba acerca de si su hijito sería salvo; las palabras de Cristo son la respuesta: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos". Mateo 19:14.
Recuerde la profecía: "Así ha dicho Jehová: "Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron". Así ha dicho Jehová: "Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo -dice Jehová- y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir -dice Jehová- y los hijos volverán a su propia tierra"". Jeremías 31:15-17.
Haga suya esta promesa; puede ser consolada si confía en el Señor. Se me ha instruido a menudo que los niños pequeños serán puestos a descansar antes del tiempo de angustia. Pero veremos a nuestros hijos otra vez; los veremos y los reconoceremos en las cortes celestiales. Ponga su confianza en el Señor, y no tenga miedo.--Carta 196, 1899.
La muerte de una amiga
En una carta escrita a Edson y Emma White desde Australia, Elena G. de White les habla de un accidente en el que una querida hermana en la fe perdió la vida.
El lunes por la mañana, me pareció que mi familia no estaba actuando naturalmente. Una sombra extraña parecía estar sobre ellos. Durante la mañana fuimos con Sara a la estación a buscar a Willie, pero él no llegó. El pastor Gates, que había predicado el domingo por la noche en Wallsend, fue con nosotras hasta la estación y después Sara lo llevó hasta el colegio. De regreso, trajo al pastor Daniells y al Hno. Hare. Sara entonces me dijo que estos hermanos querían hablar conmigo. Hablamos unas pocas palabras con el pastor Daniells acerca del trabajo en Maitland, y entonces el Hno. Hare acercó su silla a la mía y me dijo que tenía algo que decirme. Me dijo que en la tarde anterior había ocurrido un accidente cerca del colegio.
La Hna. Peck, la Srta. Gates y la hija de la Hna. Boyd, estaban yendo desde Sunnyside al colegio con un caballo que siempre habíamos considerado seguro y manejable, aunque un poco torpe; si no lo vigilábamos mientras marchábamos, siempre se iba a un costado. El camino al colegio no es permanente pero está asentado lo suficiente como para usarlo hasta que uno mejor pueda ser hecho. Los alumnos del colegio hicieron un puente de madera sobre el río, que fue supervisado por el pastor Haskell. Cuando el coche se estaba acercando al puente, vieron que había un tronco cruzado en el camino. La Hna. Peck, que manejaba las riendas, pensó en descender y ayudar al caballo a dar la vuelta. Pero el caballo, en lugar de mantenerse quieto, comenzó a retroceder para tomar el camino de regreso.
Nadie pensó que había peligro, pero el carro estaba más cerca del río de lo que parecía, y en pocos segundos, todos los pasajeros, excepto la Hna. Peck, estaban en el agua, que allí tiene unos cinco metros de profundidad. La Hna. Peck fue arrojada sobre la orilla y arrollada por el carruaje al caer al río, pero no sufrió mucho daño. Ayudó a Ella Boyd a salir del agua, pero la Srta. Gates estaba fuera de su alcance. La joven recién salvada corrió al colegio en busca de ayuda y varios hombres estuvieron allí en unos tres minutos. Lograron rescatar a la Srta. Gates y la llevaron rápidamente al colegio, donde se hizo todo lo posible por recuperarla, pero sin éxito; estaba muerta. Se cree que no murió ahogada, porque no hizo ningún intento de mantenerse a flote; creemos que el golpe la mató. Fue sepultada el lunes por la tarde [...].
La Srta. Gates estaba delicada de salud; había sufrido mucho con sus pulmones. Justamente un día antes de su muerte le había comentado a la Hna. Hughes acerca de su caso. Le dijo que otra vez tenía problemas con sus pulmones y que seguramente le tocaría una larga enfermedad. El futuro era terriblemente sombrío para ella, puesto que su hermano y su cuñada también luchaban con mala salud, y ella no podía soportar la idea de ser una carga adicional para ellos. Sus padres y todos sus hermanos, excepto este, han muerto. Sentimos que fue mejor para ella no tener que sufrir una larga enfermedad. Ahora descansa por un poco de tiempo, hasta que sea llamada a una gloriosa inmortalidad.--Carta 203, 1899.