Hijas de Dios

Apéndice E

La relación entre Elena G. de White y su esposo

Por primera vez el Patrimonio White (White State) ha publicado en toda su extensión las cartas 64-67 del año 1876. Estas cartas, como otras escritas por Elena G. de White, no se escribieron con la idea de que algún día habrían de ser publicadas. Pero en estas cartas llegamos a ver cómo una pareja de cristianos consagrados manejaba sus tensiones matrimoniales. Creemos que mediante estas cartas, otras parejas pueden animarse y aprender como manejar sus propias tensiones y conflictos.

Estas cartas deben ser entendidas en el contexto total del matrimonio de los esposos White: un matrimonio que mostró genuino amor y afecto el uno por el otro durante su larga jornada juntos. Las cartas fueron escritas en medio de una enfermedad que afectaba los sentimientos y emociones del pastor White, y que seguramente afectaba también los sentimientos y emociones de su esposa. Para entender plenamente el contexto y las circunstancias en las que estas cartas fueron escritas, pedimos al lector analizar y leer toda esta sección del libro.

Jaime y Elena G. de White

Los ojos del Salvador están sobre Jaime White--Querido Jaime, presentaremos tu caso ante Dios cada vez que oremos, y colocaremos nuestra peticiones ante el trono. A veces he tenido la bendita seguridad de que Dios ha escuchado mi plegaria ofrecida en el nombre de su amado Hijo, y que su bendición ha descansado sobre ti allí en Dansville. En ocasiones, cuando oro, siento la dulce presencia de Dios y la evidencia de que él ha colocado su amor sobre ti. Y aunque estás afligido, Jesús está contigo fortaleciéndote y sosteniéndote con su todopoderoso brazo. El que extendió su mano para salvar a Pedro de hundirse, salvará a su siervo que ha trabajado por las almas y ha dedicado sus energías a su causa. Sí, Jaime, los ojos del compasivo Salvador están sobre ti; sus sentimientos se conmueven por tu enfermedad. Él te ama y siente piedad por ti como nadie puede hacerlo, y te hará triunfar por amor de su nombre. Anímate, mi pobre y sufriente esposo, espera pacientemente y pronto verás la salvación del Señor. Sabemos en quién hemos creído; no corremos como a la ventura. Al fin, todo saldrá bien.--Manuscript Releases 10:28 (1865).

Elena G. de White extraña a su esposo durante la enfermedad de este--[Carta dirigida a su hijo Edson]. Ayer, después de bajar del tren, anduvimos 18 kilómetros en la diligencia. La escena era hermosa; los árboles con sus diferentes matices, y los hermosos pinos aquí y allá. Las montañas excelsas y elevadas, los acantilados, el césped verde, todo era interesante a la vista. Podía haber gozado de estas cosas, pero me siento sola. El brazo fuerte y varonil sobre el cual me apoyaba, no está conmigo ahora. Las lágrimas son mi comida noche y día; mi espíritu está decaído por la tristeza. No puedo pensar en que tu padre pueda descender a la tumba. ¡Oh, que Dios tenga piedad de él y lo sane! Edson, mi querido hijo, entrégate a Dios; en aquello que has errado, reconócelo francamente y confiésalo humildemente. Acércate a Dios y pide conmigo por su recuperación. Si corregimos nuestras almas delante de Dios, y nos arrepentimos verdaderamente de nuestros errores, ¿no escuchará nuestra súplica en nombre de su amado Hijo y sanará a tu padre?--Manuscript Releases 10:28-29 (1871).

Se le pide a Edson que trate a su padre con ternura--Querido Edson, no reacciones con dureza frente a la carta de tu padre. Quédate tranquilo; se fiel, y espera y confía. Haz toda concesión posible aun cuando ya lo hayas hecho antes. Que Dios pueda darte un corazón tierno para tratar a tu pobre padre que está desgastado, sobrecargado y atormentado.--Manuscript Releases 10:29 (1871).

Jaime White muy atento con su esposa--Mi esposo es muy atento conmigo, siempre tratando de hacer mis viajes y mis trabajos placenteros, y liberándome de todo aquello que pueda cansarme. Está alegre y de buen ánimo. Tenemos que cuidarnos y preservar nuestras fuerzas, porque todavía tenemos trece congresos para asistir.--Manuscript Releases 10:33 (1875).

Cartas de Elena G. de White referidas a las condiciones de su esposo escritas entre el 10 y el 17 de mayo de 1876

Contexto histórico--En el año 1973, una colección de cerca de dos mil cartas escritas entre 1860 y 1899 fue adquirida por el Patrimonio White. Las cartas habían sido dirigidas a Lucinda Hall, una de las amigas más queridas de Elena G. de White. En la colección había cartas de famosos dirigentes de la Iglesia, entre ellos los esposos White, los pastores Loughborough, Amadon y Haskell, y el doctor Kellogg. Una pariente de Lucinda Hall había tenido este conjunto de cartas durante varios años en su hogar, hasta que decidió ofrecerlas a la Iglesia.

En la colección había 48 cartas de Elena G. de White desconocidas hasta entonces. La mayoría de ellas eran cartas con noticias y comentarios que una amiga puede hacerle a otra amiga, aunque Elena G. de White consideraba a Lucinda más como una hermana que una amiga. El 14 de julio de 1875 le escribió:

"Cómo me gustaría verte, Lucinda [...]. Te he extrañado en este viaje. No es que no tenga amigas, pero tú eres la más cercana y la más querida después de mi familia. En realidad, te siento como parte de ella y como si la misma sangre corriera por nuestras venas".--Manuscript Releases 10:33.

Debido a su cercanía con Lucinda, Elena G. de White le abrió su corazón en cuanto a algunos problemas de familia en cartas continuadas que le escribió entre el 10 y el 17 de mayo de 1876. Considerando las circunstancias por las que estaba pasando, parece natural que lo hubiera hecho. Sin embargo, un día después de haber escrito la tercera carta, Elena G. de White había cambiado de opinión en cuanto a compartir ese tipo de problemas con su amiga. El 17 de mayo comenzó su última carta de esta serie diciendo:

"Lamento haberte escrito las cartas que te escribí. Por más que me sintiera mal, no debía haberte preocupado con ellas. Quémalas y nunca más voy a molestarte con mis problemas [...]. No importa cuáles sean las circunstancias, no quiero ser culpable de expresarte otra vez estas cosas. El silencio en las cosas desagradables y desconcertantes siempre ha sido una bendición para mí. Cuando salga de esto, voy a lamentar haberlo hecho".--Carta 67, 1876.

Pero Lucinda no destruyó las cartas como se le había pedido. Por eso llegaron a la posesión del Patrimonio White en 1973. El Centro White, sin saber qué hacer con estas cuatro cartas, las mantuvo fuera de los archivos regulares por un tiempo. Desde entonces, algunos han sugerido que las cartas debían quemarse de acuerdo al pedido original de su autora. Otros, en cambio, han sentido que las cartas deben ser preservadas por dos razones:

1. La situación que confronta el Centro White es diferente, ya que el pedido de destruir las cartas le fue hecho a Lucinda Hall y no al Centro White. Si ella no lo hizo, la Junta Directiva del Centro White debe tomar una decisión en base a la nueva circunstancia; si se quemaran estas cartas, los críticos podrían suponer que otros documentos pueden haber sido destruidos.

2. La historia de cómo Elena G. de White enfrentó un momento extremadamente difícil en su vida, puede ayudar a otros que pasan por las mismas circunstancias en la actualidad.

Debido a que muchos creyentes ya están en conocimiento de esta difícil situación por la que pasó la familia White, y con la esperanza de que otros que enfrenten condiciones similares puedan recibir ánimo al conocer estas cartas y al entender las circunstancias que las rodearon, es que se ha decidido publicarlas.

El contexto de las cartas

Aquellos que han tenido que tratar con personas que han sido víctimas de derrames pueden identificarse con Elena G. de White cuando escribió: "No he perdido el amor por mi esposo, pero hay cosas que no puedo explicar".--Carta 67, 1876. Una semana antes había escrito: "No puedo menos que sentir temor por los repentinos cambios en la forma de ser de Jaime".--Carta 64, 1876. El cambio de personalidad que afectó a Jaime White después de haber tenido varios derrames era difícil de entender, no solo para su esposa, sino para sus colaboradores.

Antes de su enfermedad, Jaime White era un líder dinámico y enérgico; después, experimentó serios cambios en su personalidad que lo transformaron en un hombre suspicaz y exigente, aunque a veces parecía volver a su forma anterior de ser. Tal fue la situación que Elena G. de White estaba enfrentando cuando escribió estas cuatro cartas.

En ocasiones, el pastor White, por no medir sus palabras, se expresaba con mucha dureza. En su autobiografía, refiriéndose a alguien que lo había criticado, dijo lo siguiente:

"Ver a un hombre tosco, duro, que no posee más ternura que la de un cocodrilo, y tan carente de sensibilidad moral y religiosa como una hiena, derramando lágrimas hipócritas solo para causar efecto, es bastante para causar risa al santo más serio".--Life Incidents, 115-116 (1868).

La personalidad enérgica del pastor White fue una ayuda valiosa en los años formativos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Con las visiones de su esposa que constantemente lo desafiaban, el pastor White comenzó la obra de publicaciones, construyó instituciones, promovió la organización de la Iglesia, y alimentó el rebaño. Además de esto, sirvió como presidente de la Asociación General durante diez años.

Sin embargo, cuando esa fuerte personalidad alterada por una serie de derrames se volvió contra su familia--incluyendo a su esposa--y sus colaboradores, la paciencia y la fuerza de voluntad de Elena G. de White parecieron distenderse hasta el límite. Alguien que lee solamente estas cuatro cartas, podría tener un cuadro distorsionado de la relación entre Jaime y Elena G. de White. Se debe mantener en mente otras declaraciones como la que sigue, que fue escrita por Jaime White acerca de su esposa:

"El matrimonio marca un punto importante en la vida de los hombres. En las palabras del sabio, "El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová". Proverbios 18:22 [...]. Nosotros nos casamos el 30 de agosto de 1846, y desde entonces hasta el presente ella ha sido mi corona de gozo".--Life Sketches of Ellen G. White, 125-126 (1880).

A veces, en medio de su enfermedad, Jaime White comprendía que sus acciones no habían estado en armonía con sus buenas intenciones. En 1879 les escribió a su hijo William y su nuera Mary:

"Quisiera llamar la atención de ustedes a un asunto de seria importancia. Queridos hijos, probablemente he errado en decir cosas muy hirientes al escribir acerca de los errores de mentes jóvenes. Mi naturaleza es desquitarme cuando soy puesto bajo tensiones sin medida. Desearía ser un hombre mejor".--27 de febrero de 1879.

No sabemos exactamente lo que ocurrió después que Elena G. de White escribió la cuarta carta de la serie, donde pedía a su amiga que las destruyera. Sin embargo, sabemos que en menos de diez días de haber escrito la última carta, Elena G. de White viajó para acompañar a su esposo al congreso en Kansas. En realidad, el mismo día en que ella escribió la tercera carta a su amiga, también le escribió a su esposo lo siguiente:

"Me entristece haber dicho o escrito cosas que te afligieron. Perdóname, y en adelante seré mucho más cuidadosa de no comenzar temas que puedan molestarte o irritarte".--Carta 27, 1876.

Desafortunadamente, el pastor White nunca se recuperó totalmente de su enfermedad. Tenía sus días buenos, pero estaban mezclados con períodos de depresión. Un comentario hecho por el presidente de la Asociación General dos años después de la muerte de Jaime White, muestra la interpretación caritativa que sus colaboradores le daban a ciertas acciones que eran inducidas por la enfermedad:

"Nuestro querido hermano White pensaba que éramos sus enemigos porque no veíamos las cosas como él las veía. Pero nunca me molesté contra este hombre de Dios, este pionero que trabajó tan arduamente por la causa. Siempre atribuí sus actitudes a su enfermedad y dolencias".--Carta de G. I. Butler a J. N. Andrews, 25 de mayo de 1883.

Creemos que este breve repaso de las circunstancias en las que Elena G. de White escribió estas cuatro cartas a Lucinda Hall, puede proporcionar la perspectiva necesaria a los lectores que examinarán estas cartas que Elena G. de White solicitó que se destruyeran.--Patrimonio White, 6 de agosto de 1987.

Primera carta

Querida Hna. Lucinda, Recibimos tu carta ayer por la tarde. También recibimos una de Jaime. Lucinda, no sé si debo cambiar ahora una certidumbre por una incertidumbre. Si me fuera al Este, la felicidad de Jaime podría tornarse irritación y protesta. Estoy completamente disgustada con este estado de cosas, y no quisiera hacer nada que pudiera desembocar en esto. Cuanto más pienso en el tema, tanto más decidida estoy a quedarme aquí, a menos que Dios me dé una luz diferente. Quizá nunca tenga una oportunidad mejor que la que tengo al presente para hacer el trabajo que Dios me pide que haga. Estoy pidiendo luz, y si es mi deber asistir a los congresos, lo sabré.

Mary está ayudando ahora, pero si yo vuelvo al Este, ella se retirará. Satanás ha estado obstruyendo mi trabajo de escribir por largos años, y no quiero volver a eso. Temo a los cambios de genio de Jaime; sus fuertes emociones, sus censuras y la forma en que me juzga. Se ha sentido libre de tratar de restringir mi libertad, y decirme que es un mal espíritu el que me dirige, etc. Y no es fácil colocarse nuevamente en una posición donde él se interpondrá en mi camino y yo en el suyo.

No Lucinda; no pienso asistir a los congresos este año. Dios en su providencia nos ha dado trabajos que realizar a ambos, y debemos hacerlos en forma separada, independiente. Él está feliz y yo también lo estoy; pero me temo que la felicidad cambiaría si nos encontráramos. Respeto tu juicio, pero creo que debo sentirme libre de hacer mi trabajo. No puedo soportar el pensamiento de perjudicar la obra de Dios por la depresión que he experimentado innecesariamente. Mi trabajo está en Oakland; no voy a dar un solo paso hacia el Este, a menos que el Señor me diga: "Ve". Entonces, alegremente y sin murmurar, lo haré.

Una gran parte de mi utilidad en la vida se ha perdido. Si Jaime se hubiera retractado, sería diferente. Él dijo que no debíamos controlarnos el uno al otro; yo no lo he hecho, pero el sí, y mucho más. Nunca he sentido este asunto como lo siento ahora. No puedo tener confianza en el juicio de Jaime con referencia a mi trabajo. Él parece querer dirigirme como si yo fuera una niña. "No vayas a tal lugar; no te encuentres con la Hna. Willis porque te va a influir; no debieras ir a Petaluma, etc." Pienso que Dios no ha resuelto que debo decidir mis deberes mediante mi esposo. Creo que Dios me los mostrará si confío en él.

Ahora estoy alegre y feliz. Mis nervios se están calmando, mi sueño es dulce y mi salud es buena. Espero no haberte escrito cosas fuera de lugar; pero no son nada más que mis sentimientos, y nadie sabe estas cosas sino tú.

Que el Señor me ayude a sentir y hacer lo que es correcto. Si las cosas fueran diferentes, sentiría que es mi deber asistir a los congresos. Pero como están las cosas, no siento que sea mi deber. Dios me está bendiciendo en mi trabajo. Si Dios me muestra en un sueño o de alguna otra manera una nueva dirección, seguiré alegremente esa luz, porque Dios es el que vive y reina. Siempre responderé a sus llamados y trataré de hacer su voluntad.--Carta 64, 10 de mayo de 1876.

Segunda carta

Querida Hna. Lucinda, Desearía que me escribieras más a menudo con noticias. He decidido permanecer aquí, y no asistir a ninguno de los congresos. No me atrevo a ir al Este sin la seguridad de que Dios me está dirigiendo. Estoy plenamente decidida a ir si la luz brilla en mi camino. Pero el Señor sabe lo que es mejor para mí, para Jaime, y para su causa. Mi esposo está feliz ahora, ¡bendita noticia! Si supiera que esa felicidad le va a durar, estoy dispuesta a permanecer aquí. Si mi presencia es perjudicial para su felicidad, que Dios no permita que me interponga en su camino. Yo haré mi obra bajo la dirección de Dios, y él puede hacer su obra bajo la dirección de Dios. No nos vamos a interponer en el camino del otro. Mi corazón está decidido, confiando en Dios; esperaré para saber si Dios abre un camino delante de mí.

No creo que mi esposo realmente desee mi compañía. Seguramente estaría feliz si asisto a los congresos, pero él tiene tal concepto de mí, como me lo ha expresado de vez en cuando, que yo misma no me siento feliz en su presencia. Y no podré hasta que él vea las cosas de manera diferente. En gran medida me culpa de su infelicidad, cuando él mismo se la ha acarreado por su falta de dominio propio. No puedo estar en armonía con él hasta que las cosas cambien. Me ha dicho demasiadas cosas como para poder ahora orar y trabajar juntos. Creo que mi deber es no colocarme a mí misma en una posición en la que él sea tentado a hablarme y expresar sus sentimientos como lo ha hecho antes. No puedo y no quiero estar tan limitada y disminuida como lo estuve.--Carta 65, 12 de mayo de 1876.

Tercera carta

Querida Lucinda, Una carta que recibí de mi esposo anoche me muestra que está más decidido que nunca a indicarme lo que debo hacer. He decidido no asistir a los congresos este año. Mi esposo puede hacer su obra solo. Estoy segura que lo hará.

Me escribe que Walling quisiera que le llevase los niños para que participaran del Centenario. Pero la última vez que viajaron costó cincuenta dólares. Si él quiere tenerlos debería venir a buscarlos. Podría enviárselos con el Hno. Jones, pero entonces no podría tenerlos más a mi cargo. Lleva mucho tiempo incluso preparar a los niños para un viaje. Jaime no se expresó en este sentido; solo me ha consultado si puede usar parte de Notas biográficas para la revista Signs of the Times [Señales de los Tiempos], y si puede usar el nombre de Israel Dammon en el artículo. Pienso que él estaría satisfecho de controlar mi cuerpo y alma si pudiera, pero eso no puede ser. A veces me parece que no está en su sano juicio; no sé. Que Dios pueda enseñarle, guiarlo y dirigirlo. Su última carta me ha afirmado en la decisión de permanecer de este lado de las montañas.

En sus cartas me ha escrito muy duramente acerca de Edson, pero no quiere que yo ni siquiera mencione el nombre de Edson en mis cartas. Yo le contesté, y aquí están mis propias palabras, porque él me devolvió la carta:

"Por favor, si estás feliz sé agradecido y no agites temas desagradables que sientes que debes escribirme a mí; no hagas referencia a estas cosas. Y cuando desees hacer declaraciones con relación a tu propio hijo, deja la pluma a un lado y no lo hagas. Pienso que el Señor estará más complacido y no lastimarás tu propia alma. Deja que el Señor me guíe en cuanto a la forma en que debo tratar a Edson; todavía confío que su mano puede guiarme y dirigirme. Su mano guiadora es mi confianza".

Él se ha sentido llamado a prevenirme del peligro de dejarme guiar o engañar por Edson. También se ha sentido llamado a advertirme que debo cuidarme de la Hna. Willis, de ir a Petaluma, etc. Espero que cuando mi esposo se vaya no se lleve a Dios consigo y nos deje caminando a la luz de nuestros propios ojos y en la sabiduría de nuestros propios corazones.

En su última carta nuevamente me repite que no quiere que le haga comentarios acerca de lo que él escribe. Aquí están sus declaraciones:

"Puedes estar segura que ninguna de estas cosas me hunden ni en la medida de un cabello. Me gustaría encontrarme contigo y con Mary en el congreso de Kansas, siempre y cuando me trates al mismo nivel que tú misma, a no ser que tengas una directa revelación del Señor. Estaré contento de trabajar contigo, pero pienso que si se me ha dado la responsabilidad de supervisar toda la obra, sería incorrecto si dependiera de las opiniones privadas de cualquier otra persona. En ese caso estaría dependiendo de la infalibilidad de otros. Si no puedo tomar mis propias decisiones, entonces debería cortésmente dejar mis responsabilidades. No quiero tener más controversias con mi querida esposa. Ella puede tener su forma de ver las cosas, y si no le gusta mi posición con referencia a Edson, ¿será que puede guardarse su opinión para sí misma y dejarme gozar de la mía? Tus comentarios me han sonsacado. Tú no puedes soportar mis declaraciones, pero yo sí he tenido que hacerlo.

"Con relación a si debes venir a Kansas, no estoy ansioso en lo más mínimo. A juzgar por la última página de tu carta, pienso que será mejor trabajar separados hasta que puedas dejar de lado tus esfuerzos de condenarme continuamente. Si tienes un mensaje del Señor para mí, espero estar dispuesto a temblar ante su palabra. Pero aparte de eso, debes considerarme como tu igual; de otra manera será mejor que trabajemos solos.

"No te preocupes de recordarme las cosas en las que no concordamos; ya las tengo en mi corazón. Pero mientras tenga que actuar, prefiero usar la vieja cabeza que Dios me ha dado, hasta que él mismo me muestre que estoy equivocado. Tu cabeza no calza bien sobre mis hombros; mantenla donde corresponde, y yo trataré de honrar a Dios usando mi propia cabeza. Estaré contento de tener noticias tuyas, pero no pierdas tu precioso tiempo y energías tratando de sermonearme en asuntos que son de tu opinión personal".

Y hay una considerable cantidad adicional de comentarios del mismo tipo. Ahora, Lucinda, mi decisión está tomada; no voy a cruzar el país este verano. Me sentiría feliz de dar mi testimonio en los congresos, pero no puedo hacerlo sin temer otros resultados peores.

¿Me escribirás algo con referencia a estas cosas? ¿Por qué guardas silencio? ¿Cómo está la salud de James? Tuve un sueño con referencia a él que me dejó muy preocupada. ¿Cuál es tu idea acerca de los niños?--Carta 66, 16 de mayo de 1876.

Cuarta carta

Querida Hna. Lucinda, Lamento haberte escrito las cartas que te escribí. Por más que me sintiera mal, no debía haberte preocupado con ellas. Quémalas, y nunca más voy a molestarte con mis problemas. El Señor es mi refugio; me ha invitado a ir a él cuando estoy trabajada y cansada. No importa cuáles sean las circunstancias, no quiero ser culpable de expresarte otra vez estas cosas. El silencio en las cosas desagradables y desconcertantes siempre ha sido una bendición para mí. Cuando salga de esto, voy a lamentar haberlo hecho.

Tú sabes que cuando te fuiste, no quedó nadie con quien pudiera compartir mis pesares por más tristes que estos fueran; pero eso no es excusa. Le he escrito una carta de confesión a Jaime. Puedes leer todas las cartas que llegan para él desde Oakland y enviárselas a Kansas donde él está. No sé a quién enviarle las cartas en Kansas para que se las entreguen.

Anoche recibí una nueva carta de Jaime en la que expresa sentimientos totalmente diferentes, pero aún no me atrevo a cruzar las planicies. Es mejor que nos mantengamos separados. No he perdido el amor por mi esposo, pero no puedo explicar algunas cosas. No voy a asistir a ninguno de los congresos en el Este. Me voy a quedar en California para dedicarme a escribir.

Las últimas cartas me han hecho tomar la decisión. Las considero como la luz que había estado pidiendo. Hubiera querido ir a la reunión en Kansas, pero no me sentía libre de iniciar el viaje. Está bien; el Señor sabe qué es lo mejor para todos nosotros.

No estoy segura si era tu deber regresar al Este cuando lo hiciste; creo que hubiéramos cumplido mucho más trabajo estando juntas. Pero entiendo las circunstancias, y no quiero emitir una palabra de censura sobre ti o sobre mi esposo, o sobre cualquier otra persona.

Frecuentemente escribo unas veinte páginas por día. He dejado de lado Notas biográficas, para seguir preparando los Testimonios. Mary Clough trabaja como siempre, con interés y alegría. Es una preciosa ayuda. No sé qué haríamos en la casa sin la ayuda de este empleado; hace el pan, los bollos y los pasteles, y cocina las verduras. Se le ha pagado dos dólares por semana, y en las últimas dos semanas, dos dólares y medio. En dos semanas más comenzará a recibir tres dólares. Mary le está enseñando a cocinar; es buen empleado y toma cuidado de toda la casa.

¿Donde está Frankie Patten? ¿Está planeando venir o no? Coméntame algo de todo esto. Cariños a todos.--Carta 67, 17 de mayo de 1876.

Carta a su esposo

El 16 de mayo de 1876, el mismo día en que Elena G. de White le escribió la tercera carta de esta serie a su amiga Lucinda, también le escribió una carta a Jaime White, que comenzaba así:

Mi querido esposo, Me entristece haber dicho o escrito cosas que te afligieron. Perdóname, y en adelante seré mucho más cuidadosa para no abordar temas que puedan molestarte o irritarte. Vivimos en el tiempo más solemne y no podemos permitirnos a esta edad avanzada que nuestras diferencias nos separen en nuestros sentimientos. Puede ser que yo no vea las cosas como tú las ves, pero no creo que sea mi deber tratar de hacerte ver las cosas como yo las veo. Por todas las veces que lo he hecho, te pido disculpas.

Quiero tener un corazón manso y humilde y un espíritu apacible. En cualquier ocasión en que mis sentimientos me han llevado a levantar mi voz y actitud, he estado equivocada sin importar cuál haya sido la circunstancia. Jesús dijo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". Mateo 11:29.

Deseo que mi yo se esconda en Jesús. Deseo que mi yo sea crucificado. No reclamo para mí la infalibilidad, ni siquiera la perfección de un carácter cristiano. No estoy libre de errores y defectos en mi vida. Si hubiera seguido al Salvador más de cerca, no tendría que lamentar mi falta de semejanza a su querida imagen.

El tiempo es corto; muy corto. Y la vida es incierta. No podemos saber cuándo terminará el tiempo de gracia. Si caminamos humildemente ante el Señor, nos permitirá finalizar nuestras labores con gozo. No habrá nuevamente una línea o una expresión en mis cartas que pueda causarte dolor. Nuevamente, perdóname por cada acción o palabra que te ha entristecido.

He estado pidiendo fervorosamente a Dios que me ilumine para saber si debo viajar al Este, y he decidido que mi trabajo está aquí, para escribir y hacer las cosas que el Espíritu de Dios me ordene. Estoy buscando fervorosamente la vida eterna. Mary y yo trabajamos tan fuerte como podemos; Dios en su providencia me ha dado esta obra y no me animo a dejarla. Vamos a orar para que el Señor pueda sostenerte, pero personalmente no veo luz en viajar hacia el Este.--Manuscript Releases 20:23 (1876).

Aparentemente, pocos días después Elena G. de White cambió de opinión. Viajó al Este y acompañó a su esposo en todos los congresos que se realizaron en el verano de 1876. En total asistieron a catorce congresos y trabajaron en perfecta armonía. Regresaron a Battle Creek para completar el trabajo para la publicación del segundo tomo del libro Spirit of Prophecy, y volvieron a California para continuar trabajando juntos.

Jaime White se recobra de otro derrame--Nuestro congreso finalizó y estamos todos de vuelta en casa. Papá soportó el congreso mejor de lo que se podía esperar. Se está recuperando muy lentamente, pues no come lo suficiente para sostener sus fuerzas. Hemos tenido preciosos momento de oración en su favor y nuestra fe está siendo probada; pero no estamos desanimados.

Me siento mejor que esta vez haya sido un ataque de parálisis. Está muy quieto, paciente, tierno y bondadoso. Sus cuidados dependen mayormente de mí, ya que cuando me siento a su lado parece sentirse tranquilo. Pero nuestra fe está reclamando las promesas de Dios en su favor para una completa recuperación, y creemos que nos será concedido. Dios tiene una gran obra para él y para mí, y nos dará fuerzas para realizarla.

Dios me ha sostenido en la doble carga que me tocó llevar en los cinco congresos a los que he asistido. Me siento con el mejor de los ánimos. Trabajé en forma extremadamente dura, pero el Señor me ayudó. Ahora espero completar el libro, y entonces dejar de escribir por el momento.--Manuscript Releases 10:36-37 (1877).

Jaime White parece ser el mismo de antes--Pude hablar con plena libertad durante una hora; todos prestaban mucha atención. La mejor parte de todo fue que papá fue hasta la plataforma y cantó y oró como antes. Esta es la obra que Dios ha hecho, y es su nombre el que debe recibir toda la gloria.--Manuscript Releases 10:36 (1877).

Carta escrita pocas semanas después de la muerte de Jaime White--Extraño a papá más y más, y especialmente siento su pérdida cuando estoy aquí en las montañas. Ha sido una cosa muy diferente haber estado aquí con él, que ahora sin él. Nuestra vida estaba tan entretejida que me resulta casi imposible ser de alguna utilidad sin él.--Carta 17, 1881.

Cartas escritas años después de la muerte de Jaime White--Después mi esposo, el fiel siervo de Jesucristo, quien estuvo a mi lado durante 36 años, me fue quitado, y yo quedé para trabajar sola. El duerme en Jesús. No tengo lágrimas para derramar sobre su sepulcro. ¡Pero cuánto lo echo de menos! ¡Cómo anhelo sus palabras de consejo y sabiduría! ¡Cómo anhelo escuchar sus oraciones mezcladas con mis oraciones para pedir luz y dirección, para pedir sabiduría a fin de saber cómo planificar la obra!--Mensajes Selectos 2:296 (1899).

Mi esposo murió en 1881. Desde ese tiempo he hecho más trabajo que en el resto de mi vida para llevar adelante la responsabilidad de escribir y publicar libros. Cuando mi esposo estaba en su lecho de muerte, le prometí que con la ayuda de nuestros dos hijos, y si el Señor me daba fuerzas, llevaríamos adelante la obra que habíamos realizado juntos. No he buscado una vida fácil; he rehusado fracasar o desanimarme. Y aunque no se me ha dicho en palabras que voy a ver nuevamente a mi esposo en la ciudad de Dios, no necesito la evidencia de palabras para tener esa seguridad, porque tengo la evidencia de la Palabra de Dios, de que mi esposo amó la verdad y guardó la fe. Y tengo la seguridad de que si yo sigo haciendo la voluntad de Dios como su fiel mensajera, mi esposo y yo nos reuniremos en el reino de Dios. No tengo ni un ápice de duda de que mi esposo estaba preparado cuando dejó su armadura.

El año posterior a la muerte de mi esposo fue el más atribulado que he experimentado en mi vida. Pero después que experimenté el milagro de sanación que ocurrió en la carpa durante el congreso de Healdsburg, sentí que el Señor me había preservado la vida para que diera un mensaje decisivo, y que los ángeles de Dios estarían a mi lado. Si no fuera porque el Señor es mi ayudador, no podría realizar el trabajo que estoy realizando. Y mientras él me prolongue la vida, seguiré cumpliendo con mi deber; porque esta no es mi obra sino la obra del Señor.

Mi hermana, nosotros podemos creer en las promesas del Señor. Nunca le pedí a Dios que me revelara si he de ser salva y si mi esposo será salvo. Creo que si vivo en obediencia a los mandamientos de Dios; si no me desanimo; si ando en la luz como Cristo está en la luz, me veré cara a cara con mi Salvador. Y me esfuerzo por alcanzarlo. No confío en el hombre ni hago de la carne mi sostén; pero tengo la promesa de que si soy fiel en dar los mensajes que Dios me ha dado, recibiré la corona de la vida. El ganar esta corona depende de mi creencia en el mensaje de verdad, y de aferrarme por la fe en la promesa de Dios de que él me dará su gracia para cumplir los deberes que él me ha requerido. Si yo cumplo fielmente con mi deber, no seré responsable del camino que otros elijan, pues no se me podrá culpar de no haberlos advertido.--Carta 82, 1906.