Estimados Jóvenes: De vez en cuando el Señor me ha dado testimonios de amonestación para vosotros. Os alentará si queréis entregarle los mejores y más santos afectos de vuestro corazón. A medida que estas amonestaciones reviven distintamente delante de mí, comprendo vuestros peligros en una forma que yo sé que vosotros no discernís. La escuela situada en Battle Creek reúne a muchos jóvenes de diferente idiosincrasia. Si estos jóvenes no son consagrados a Dios ni obedientes a su voluntad, y no andan humildemente en los caminos de sus mandamientos, la fundación de una escuela en Battle Creek causará gran desaliento a la iglesia. Esa escuela puede ser una bendición o una maldición. Os suplico a vosotros que habéis tomado el nombre de Cristo que os apartéis de toda iniquidad y que desarrolléis un carácter que Dios pueda aprobar.
Pregunto: ¿Creéis que los testimonios de reprensión que os han sido dados provienen de Dios? Si realmente creéis que la voz de Dios os ha hablado, señalando vuestros peligros, ¿prestáis atención a los consejos dados? ¿Mantenéis estos testimonios frescos en vuestra mente leyéndolos a menudo y con oración en vuestro corazón? El Señor os ha hablado, niños y jóvenes, vez tras vez; pero habéis sido tardos en escuchar sus amonestaciones. Si la rebeldía no hubiese endurecido vuestro corazón contra lo que Dios ha dicho acerca de vuestro carácter y de vuestros peligros y contra la conducta que se os ha trazado, algunos de vosotros habríais prestado atención a lo que se requiere de vosotros para que podáis obtener fuerza espiritual y ser una bendición en la escuela, la iglesia y entre todos aquellos con quienes tratáis.
Jóvenes y niñas, sois responsables ante Dios por la luz que os ha dado. Esta luz y estas amonestaciones, si no las escucháis, se levantarán en el juicio contra vosotros. Se os han señalado claramente los peligros que corréis; se os han dirigido palabras de cautela y habéis sido guardados por todos lados y rodeados de advertencias. Habéis escuchado en la casa de Dios las verdades más solemnes y escrutadoras del corazón, presentadas por los siervos del Señor con la manifestación de su Espíritu. ¿Qué peso han tenido sobre vuestro corazón estas solemnes súplicas? ¿Qué influencia ejercen sobre vuestro carácter? Se os pedirá cuenta de cada una de estas súplicas y advertencias. Se levantarán en el juicio para condenar a los que viven en la vanidad, liviandad y orgullo.
Amados jóvenes amigos, lo que sembráis, segaréis. Ahora es el tiempo de la siembra para vosotros. ¿Cuál será la mies? ¿Qué estáis sembrando? Cada palabra que pronunciáis, cada acto que ejecutáis es una semilla que dará fruto, bueno o malo, y resultará en gozo o pesar para el que la siembre. Según la semilla que se siembre, será la cosecha. Dios os ha dado gran luz y muchos privilegios. Después que ha sido dada esta luz, después que vuestros peligros os han sido presentados claramente, la responsabilidad recae sobre vosotros. La manera en que empleéis la luz que Dios os da, hará inclinar la balanza para vuestra felicidad o desgracia. Vosotros mismos estáis moldeando vuestros destinos.
Todos ejercéis influencia para bien o para mal sobre la mente y el carácter de los demás. Y en los registros del cielo queda escrito exactamente qué clase de influencia ejercéis. Un ángel os acompaña, y toma nota de vuestras palabras y acciones. Cuando os levantáis por la mañana, ¿sentís vuestra impotencia y vuestra necesidad de fuerza divina? ¿Y dais a conocer humildemente, de todo corazón, vuestras necesidades a vuestro Padre celestial? En tal caso, los ángeles notan vuestras oraciones, y si éstas no han salido de labios fingidores, cuando estéis en peligro de pecar inconscientemente y de ejercer una influencia que induciría a otros a hacer el mal, vuestro ángel custodio estará a vuestro lado, para induciros a seguir una conducta mejor, escoger las palabras que habéis de pronunciar, y para influir en vuestras acciones.
Si no os consideráis en peligro y si no oráis por ayuda y fortaleza para resistir las tentaciones, os extraviaréis seguramente; vuestro descuido del deber quedará anotado en el libro de Dios en el cielo, y seréis hallados faltos en el día de prueba.
Hay en derredor de vosotros algunas personas que han recibido instrucción religiosa, y otros que han sido complacidos, mimados, adulados y alabados, hasta el punto de haber quedado literalmente echados a perder para la vida práctica. Hablo de personas a quienes conozco. Su carácter se ha torcido tanto por la indulgencia, la adulación y la indolencia que son inútiles para esta vida. Siendo así, ¿qué se puede esperar de ellos para aquella vida donde todo es pureza y santidad, y donde todos tendrán un carácter armonioso? He orado por estas personas; les he hablado personalmente. Pude ver la influencia que ejercerían sobre otras mentes, al inducirlas a ser vanidosas, a desvivirse por la indumentaria y a descuidar sus intereses eternos. La única esperanza que hay para esta clase de personas consiste en que presten atención a sus caminos, humillen su corazón vano y orgulloso delante de Dios, confiesen sus pecados y se conviertan.
El amor a la ostentación y la diversión
La vanidad en el vestir como el amor a la diversión es una gran tentación para los jóvenes. Dios tiene sobre éstos derechos sagrados. Exige todo el corazón, toda el alma, todos los afectos. La respuesta que se da a veces a esta declaración es: "¡Oh, no profeso el cristianismo!" ¿Qué importa si no lo hacéis? ¿No tiene Dios sobre vosotros los mismos derechos que sobre el que profesa ser su hijo? Debido a que os atrevéis a descuidar las cosas sagradas, ¿pasará el Señor por alto vuestro pecado de negligencia y rebelión? Cada día en que despreciéis el derecho de Dios y toda oportunidad de misericordia que menospreciéis, serán cargados a vuestra cuenta y aumentarán la lista de pecados que se presentará contra vosotros en el día en que se investiguen las cuentas de cada alma. Me dirijo a vosotros, jóvenes y niñas, sea que profeséis o no el cristianismo. Dios exige vuestros afectos, vuestra gozosa obediencia y devoción. Tenéis ahora un corto tiempo de gracia y podéis aprovechar esta oportunidad para entregaros incondicionalmente a Dios.
La obediencia y la sumisión a los requerimientos de Dios son las condiciones que expone el apóstol inspirado, por las cuales llegamos a ser hijos de Dios y miembros de la familia real. Jesús ha rescatado por su propia sangre, del abismo y la ruina a la cual Satanás los obligaba a ir, a todo niño y joven, y a todo hombre y mujer. Debido a que los pecadores no aceptarán la salvación que se les ofrece gratuitamente, ¿quedarán libres de sus obligaciones? El hecho de que decidan permanecer en pecado y audaz transgresión, no reduce su culpabilidad. Jesús pagó un precio por ellos y le pertenecen. Son su propiedad; y si no quieren obedecer a Aquel que dió su vida por ellos, y dedican su tiempo, fortaleza y talento al servicio de Satanás, están ganando su salario, que es la muerte.
La gloria inmortal y la vida eterna son la recompensa que nuestro Redentor ofrece a los que quieran obedecerle. Gracias a él, es posible que ellos perfeccionen su carácter cristiano mediante su nombre y venzan por su cuenta como él venció en su favor. Les ha dado un ejemplo en su propia vida, mostrándoles cómo pueden vencer. "Porque la paga del pecado es muerte: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." Romanos 6:23.
Los derechos de Dios son igualmente válidos para todos. Los que prefieren descuidar la gran salvación que se les ofrece gratuitamente; los que prefieren servirse a sí mismos y permanecer siendo enemigos de Dios, enemigos del Redentor que se sacrificó a sí mismo, están ganando su paga. Están sembrando para la carne y de la carne cosecharán corrupción.
Los que se han revestido de Cristo por el bautismo, demostrando por este acto que se separan del mundo y que se han comprometido a andar en novedad de vida, no deben levantar ídolos en su corazón. Los que se regocijaron una vez en la evidencia de que sus pecados eran perdonados, que gustaron el amor del Salvador, y que luego persisten en unirse con los enemigos de Cristo, rechazando la perfecta justicia que Jesús les ofrece y escogiendo los caminos que él ha condenado, serán juzgados más severamente que los paganos que nunca tuvieron la luz, y que nunca conocieron a Dios ni su ley. Los que se niegan a seguir la luz que Dios les ha dado, prefiriendo las diversiones, vanidades y locuras del mundo y negándose a conformar su conducta con los santos y justos requerimientos de la ley de Dios, son culpables de los más graves pecados a la vista de Dios. Su culpabilidad y su paga serán proporcionales a la luz y a los privilegios que tuvieron.
Vemos al mundo absorto en sus propias diversiones. Los primeros y principales pensamientos de la gran mayoría, especialmente de las mujeres, se dedican a la ostentación. El amor a la indumentaria y los placeres está destruyendo la felicidad de millares. Y algunos de los que profesan amar y guardar los mandamientos de Dios imitan a esa clase de personas, tanto como les es posible hacerlo sin perder el nombre de cristianos. Algunos de los jóvenes tienen tanta afición a la ostentación, que hasta están dispuestos a renunciar al nombre de cristianos para seguir su inclinación a la vanidad y la indumentaria, y el amor a los placeres.
La abnegación en el vestir es parte de nuestro deber cristiano. El vestir sencillamente y abstenerse de ostentar joyas y adornos de toda clase está de acuerdo con nuestra fe. ¿Pertenecemos al número de aquellos que ven la insensatez de los mundanos al entregarse a la extravagancia en el vestir y al amor de las diversiones? En tal caso, debiéramos pertenecer a la clase que rehuye todo lo que sanciona este espíritu que se posesiona de la mente y del corazón de quienes viven para este mundo solamente y no piensan ni se interesan en el venidero.
Jóvenes cristianos, he visto en algunos de vosotros un amor a los vestidos y a la ostentación que me ha apenado. En algunos que han sido bien instruídos, que tuvieron privilegios religiosos desde su infancia y se vistieron de Cristo por el bautismo, confesando así que morían al mundo, he visto tal vanidad en la indumentaria y liviandad en la conducta, que han agraviado al amado Salvador y ocasionado oprobio para la causa de Dios. He notado con pena vuestra decadencia religiosa y vuestra disposición a adornar vuestra vestimenta. Algunos han tenido la mala suerte de llegar a poseer cadenas o alfileres de oro, o ambas cosas, y han manifestado el mal gusto de exhibirlos, para atraer la atención. No puedo sino asociar estos caracteres con el vano pavo real que ostenta sus vistosas plumas para ser admirado. Es todo lo que esta pobre ave tiene para atraer la atención, porque su graznido y su forma no son nada atrayentes.
El adorno de un espíritu manso y humilde
Los jóvenes pueden esforzarse por destacarse en la búsqueda del adorno de un espíritu manso y humilde, joya de inestimable valor que puede llevarse con gracia divina. Este adorno poseerá atracción para muchos en este mundo y será considerado de gran valor por los ángeles del cielo, y sobre todo por nuestro Padre celestial; quienes lo llevan serán huéspedes idóneos de sus atrios.
Los jóvenes tienen facultades que, debidamente cultivadas, los capacitarían para ocupar casi cualquier puesto de confianza. Si se propusieran obtener una educación para ejercitar y desarrollar las facultades que Dios les ha dado a fin de ser útiles y beneficiar a otros, su mente no se atrofiaría. Manifestarían profundidad de pensamiento y firmeza de principios, y ganarían influencia y respeto. Ejercerían sobre los demás una influencia elevadora, que induciría a las almas a ver y reconocer el poder de una vida cristiana inteligente. Los que se interesan más en el ostentoso adorno de sus personas que en educar la mente y ejercitar sus facultades para tener mayor utilidad, y glorificar a Dios, no comprenden su responsabilidad ante Dios. Se sentirán inclinados a ser superficiales en todo lo que emprendan, limitarán su utilidad y atrofiarán su intelecto.
Me siento hondamente apenada por los padres de estos jóvenes, como también por los hijos. La responsabilidad de la deficiente preparación de los hijos tendrá que recaer sobre alguien. Los padres que han mimado y complacido a sus hijos, en vez de refrenarlos juiciosamente de acuerdo a los buenos principios, pueden ver los caracteres que han formado. Según la preparación, es el carácter.
El fiel Abrahán
Mis pensamientos se remontan al fiel Abrahán, quien, en obediencia a la orden divina que le fuera dada en visión nocturna en Beer-seba, prosigue su viaje junto con Isaac. Ve delante de sí la montaña que Dios le ha prometido señalar como lugar donde debe ofrecer su sacrificio. Saca la leña del hombro de su siervo, y la pone sobre Isaac, el que ha de ser ofrecido. Ciñe su alma con firmeza y severidad llena de agonía, dispuesto a realizar la obra que Dios le exige que haga. Con corazón angustiado y mano enervada, toma el fuego, mientras que Isaac pregunta: "Padre mío. ... He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Génesis 22:7. Pero, oh, Abrahán no puede decírselo en ese momento.
El padre y el hijo construyen el altar, y llega para Abrahán el terrible momento de dar a conocer a Isaac lo que ha hecho agonizar su alma durante todo el largo viaje, a saber, que Isaac mismo es la víctima. Isaac ya no es un niño; es un joven adulto. Podría rehusar someterse al designio de su padre, si quisiera hacerlo. No acusa a su padre de locura, ni siquiera procura cambiar su propósito. Se somete. Cree en el amor de su padre y sabe que no haría el terrible sacrificio de su único hijo si Dios no se lo hubiera ordenado. Isaac queda atado por las manos temblorosas y amantes de su padre compasivo, porque Dios lo ha dicho. El hijo se somete al sacrificio, porque cree en la integridad de su padre. Pero, cuando está listo, cuando la fe del padre y la sumisión del hijo han sido plenamente probadas, el ángel de Dios detiene la mano alzada de Abrahán que está por matar a su hijo, y le dice que basta. "Conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único." Vers. 12.
Este acto de fe de Abrahán ha sido registrado para nuestro beneficio. Nos enseña la gran lección de confiar en los requerimientos de Dios, por severos y crueles que parezcan; y enseña a los hijos a someterse enteramente a sus padres y a Dios. Por la obediencia de Abrahán se nos enseña que nada es demasiado precioso para darlo a Dios.
Una lección en figura
Isaac prefiguró al Hijo de Dios, que iba a ser ofrecido por los pecados del mundo. Dios quería inculcar en Abrahán el Evangelio de la salvación del hombre. Para ello y a fin de que la verdad fuese una realidad para él como también para probar su fe, le pidió que quitase la vida a su amado Isaac. Todo el pesar y la agonía que soportó Abrahán por esta sombría y temible prueba, tenía por propósito grabar profundamente en él la comprensión del plan de redención en favor del hombre caído. Se le hizo entender mediante su propia experiencia cuán inmensa era la abnegación del Dios infinito al dar a su propio Hijo para que muriese a fin de rescatar al hombre de la ruina completa. Para Abrahán, ninguna tortura mental podía igualarse con la que sufrió al obedecer la orden divina de sacrificar a su hijo. Dios entregó a su Hijo a una vida de humillación, pobreza, trabajo, odio, y a la muerte agonizante de la crucifixión. Pero, no había ningún ángel que comunicase el gozoso mensaje: "Basta; no necesitas morir, mi muy amado Hijo." Legiones de ángeles aguardaban tristemente, esperando que, como en el caso de Isaac, Dios impidiera en el último momento su muerte ignominiosa. Pero no se les permitió a los ángeles llevar un mensaje tal al amado Hijo de Dios. La humillación que sufrió en el tribunal y en el camino al Calvario, prosiguió. Fué escarnecido, ridiculizado, escupido. Soportó las burlas, los desafíos y el vilipendio de los que le odiaban, hasta que en la cruz doblegó su frente y murió.
¿Podría Dios habernos dado prueba mayor de su amor que al dar así a su Hijo para que pasase por estas escenas de sufrimiento? Y como el don de Dios al hombre fué el don gratuito de su amor infinito, así sus derechos a nuestra confianza, nuestra obediencia, todo nuestro corazón y la riqueza de nuestros afectos, son correspondientemente infinitos. Requiere todo lo que el hombre puede dar. La sumisión de nuestra parte debe ser proporcional al don de Dios. Debe ser completa, sin ninguna reserva. Todos somos deudores de Dios. El tiene sobre nosotros derechos que no podemos satisfacer sin entregarnos en sacrificio pleno y de buen grado. Exige nuestra obediencia pronta y voluntaria, y no aceptará nada que no llegue a esto. Tenemos ahora oportunidad de asegurarnos el amor y el favor de Dios. Este puede ser el último año de vida de algunos de los que leen esto. ¿Hay, entre los jóvenes que leen esta súplica, quiénes prefieran los placeres de este mundo a la paz que Cristo da a quien busca fervientemente su voluntad y la hace alegremente?
Se pesan los caracteres
Dios pesa nuestros caracteres, conducta y motivos en la balanza del santuario. Será algo terrible si nuestro Redentor, quien murió en la cruz para atraer nuestros corazones a él, nos declara faltos de amor y obediencia. Dios nos ha concedido dones grandes y preciosos. Nos ha dado luz y un conocimiento de su voluntad para que no necesitemos errar o andar en tinieblas. Ser pesado en la balanza y ser hallado falto en el día del juicio y recompensa finales, será terrible, un error espantoso que nunca podrá ser corregido. Amigos jóvenes, ¿se recorrerá en vano el libro de Dios para buscar vuestros nombres?
Dios os ha señalado una obra que debéis hacer para él, y que os hará colaboradores con él. En todo vuestro derredor hay almas que salvar. Hay personas a quienes podéis estimular y bendecir por vuestros fervientes esfuerzos. Podéis apartar las almas del pecado y llevarlas a la justicia. Cuando comprendáis vuestra responsabilidad para con Dios, sentiréis la necesidad de ser fieles en la oración, fieles en cuanto a velar contra las tentaciones de Satanás. Si sois verdaderamente cristianos, os sentiréis más inclinados a lamentaros por las tinieblas morales del mundo que a participar de su liviandad y ostentación. Estaréis entre aquellos que suspiran y lloran por las abominaciones que se cometen en la tierra. Resistiréis las tentaciones de Satanás a participar de la vanidad y de los adornos ostentosos. Sólo una mente estrecha y un intelecto atrofiado pueden satisfacerse con esas cosas triviales y descuidar las altas responsabilidades.
Los jóvenes de nuestra época pueden trabajar con Cristo si quieren; y al trabajar, su fe se fortalecerá, y aumentará su conocimiento de la voluntad divina. Cada verdadero propósito y acto correcto será registrado en el libro de la vida. Ojalá pudiese yo despertar a los jóvenes para que vean y sientan cuán pecaminoso es vivir para su propia satisfacción, y atrofiar su intelecto con las cosas vanas de esta vida. Si quisieren elevar sus pensamientos y palabras por encima de los atractivos frívolos de este mundo, y tener por propósito glorificar a Dios, su paz, que supera todo entendimiento, les pertenecerá.