Nuestros casos se hallan pendientes en el tribunal del cielo. Día tras día rendimos allí nuestras cuentas. Cada cual será recompensado según sus obras. Los holocaustos y sacrificios no eran aceptables para Dios en los tiempos antiguos, a menos que fuese correcto el espíritu con que se ofrecía el don. Samuel dijo: "¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas, como en obedecer a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros." 1 Samuel 15:22. Todo el dinero de la tierra no puede comprar la bendición de Dios ni asegurarnos una sola victoria.
Muchos harían cualquier sacrificio menos el que deben hacer, que consiste en entregarse a sí mismos, en someter su voluntad a la voluntad de Dios. Cristo dijo a sus dicípulos: "Si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." Mateo 18:3. Esta es una lección de humildad. Debemos todos llegar a ser humildes como niños a fin de heredar el reino de Dios.
Nuestro Padre celestial ve el corazón de los hombres y conoce su carácter mejor que ellos mismos. Ve que algunos tienen susceptibilidades y facultades que, debidamente encauzadas, podrían emplearse para su gloria, para ayudar en el adelantamiento de su obra. El prueba a estas personas y en su sabia providencia las coloca en diferentes puestos y circunstancias, para que revelen lo que está en su corazón y los puntos débiles de su carácter, que ellas mismas desconocen. Les da oportunidad de corregir estas debilidades, de pulir las toscas aristas de su naturaleza y de prepararse para su servicio, a fin de que cuando él las llame a obrar estén listas y los ángeles del cielo puedan unir sus labores con el esfuerzo humano en la obra que debe ser hecha en la tierra.
A los hombres a quienes Dios destina para ocupar puestos de responsabilidad, él les revela en su misericordia sus defectos ocultos, a fin de que puedan mirar su interior y examinar con ojo crítico las complicadas emociones y manifestaciones de su propio corazón, y notar lo que es malo, para que puedan modificar su disposición y refinar sus modales. En su providencia, el Señor pone a los hombres donde él pueda probar sus facultades morales y revelar sus motivos, a fin de que puedan mejorar lo que es bueno en ellos y apartar lo malo. Dios quiere que sus siervos se familiaricen con el mecanismo moral de su propio corazón. A fin de lograrlo, permite con frecuencia que el fuego de la aflicción los asalte para que se purifiquen. "¿Y quién podrá sufrir el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar cuando él se mostrará? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y sentarse ha para afinar y limpiar la plata: porque limpiará los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata; y ofrecerán a Jehová ofrenda con justicia." Malaquías 3:2, 3.
La purificación del pueblo de Dios no puede lograrse sin que dicho pueblo soporte padecimientos. Dios permite que los fuegos de la aflicción consuman la escoria, separen lo inútil de lo valioso, a fin de que el metal puro resplandezca. Nos hace pasar de un fuego a otro, probando nuestro verdadero valor. Si no podemos soportar estas pruebas, ¿qué haremos en el tiempo de angustia? Si la prosperidad o la adversidad descubren falsedad, orgullo o egoísmo en nosotros, ¿qué haremos cuando Dios pruebe la obra de cada uno como por fuego y revele los secretos de todo corazón?
La verdadera gracia está dispuesta a ser probada; y si estamos poco dispuestos a que nos escudriñe el Señor, nuestra condición es verdaderamente grave. Dios es refinador y purificador de las almas; en el calor del horno, la escoria queda para siempre separada del verdadero oro y plata del carácter cristiano. Jesús vigila la prueba. El sabe lo que es necesario para purificar el metal precioso a fin de que refleje el esplendor de su amor divino.
Jesús abrió el camino
Dios acerca a los suyos a sí mediante pruebas difíciles, mostrándoles su propia debilidad e incapacidad y enseñándoles a confiar en él como su única ayuda y salvaguardia. Así logra su objeto. Así quedan preparados para que se los emplee en cualquier emergencia, para desempeñar importantes puestos de confianza y para lograr los grandes fines para los cuales les fueron dadas sus facultades. Dios prueba a los hombres a la derecha y a la izquierda, y así los educa, prepara y disciplina. Jesús, nuestro Redentor, representante y cabeza del hombre, soportó este proceso de prueba. Sufrió más de lo que nosotros podemos ser llamados a sufrir. Llevó nuestras enfermedades y fué tentado en todo como nosotros. No lo sufrió por su propia culpa, sino por causa de nuestros pecados; y ahora, fiando en los méritos de nuestro Vencedor, podemos llegar a ser vencedores en su nombre.
La obra de refinamiento y purificación que Dios ejecuta debe proseguir hasta que sus siervos estén tan humillados, tan muertos al yo que, cuando se los llame al servicio activo, sean sinceros en buscar la gloria de Dios. Entonces él aceptará sus esfuerzos; no obrarán impetuosamente, por impulso; no se apresurarán y pondrán en peligro la causa del Señor, siendo esclavos de tentaciones y pasiones, ni seguirán sus propios ánimos carnales encendidos por Satanás. ¡Oh, cuán terriblemente mancillada queda la causa de Dios por la perversa voluntad del hombre y su genio insumiso! ¡Cuánto sufrimiento trae él sobre sí al seguir sus propias y temerarias pasiones! Dios arroja vez tras vez a los hombres al suelo, y aumenta la presión hasta que la perfecta humildad y una transformación de carácter los pongan en armonía con Cristo y el espíritu del cielo y sean vencedores de sí mismos.
Dios ha llamado a hombres de diferentes estados y los ha ido probando para ver qué carácter desarrollarían, para ver si se les podía confiar la guardia del fuerte en y para ver si suplirían o no las deficiencias de los hombres que ya estaban allí, y si, al ver los fracasos de ellos, rehuirían el ejemplo de los que no son aptos para dedicarse a la sacratísima obra de Dios. El ha seguido a los hombres de con continuas amonestaciones, reproches y consejos. Ha derramado gran luz sobre los que ofician en su causa allí, para que el camino les fuese claro. Pero si ellos prefieren seguir su propia sabiduría, despreciando la luz, como la despreció Saúl, se extraviarán seguramente y causarán mucha perplejidad a la causa. Delante de ellos han sido puestas la luz y las tinieblas, pero con demasiada frecuencia han elegido las tinieblas.
El mensaje de Laodicea
El mensaje de Laodicea se aplica a los hijos de Dios que profesan creer en la verdad presente. La mayoría de ellos son tibios y sólo profesan la verdad. Tienen el nombre de cristianos, pero nada de celo. Dios indicó que quería, en el corazón de la obra, hombres que corrigiesen el estado de cosas que existía allí y permaneciesen como fieles centinelas en su puesto del deber. Les ha dado luz con respecto a todo punto, para instruirlos, estimularlos y confirmarlos, según lo requería el caso. Pero no obstante todo esto, los que debieran ser fieles y veraces, fervientes en el celo cristiano y de espíritu misericordioso, los que debieran conocer y amar fervientemente a Jesús, ayudan al enemigo a debilitar y desalentar a aquellos a quienes Dios está empleando para fortalecer la obra. El término "tibio" se aplica a esta clase de personas. Profesan amar la verdad, pero son deficientes en la devoción y el fervor cristiano. No se atreven a abandonar del todo la verdad y correr el riesgo de los incrédulos; pero no están dispuestos a morir al yo y seguir de cerca los principios de su fe.
La única esperanza de los laodicenses consiste en tener una visión más clara de su situación delante de Dios, un conocimiento de la naturaleza de su enfermedad. No son ni fríos ni calientes; ocupan una posición neutral, y al mismo tiempo se lisonjean de que no les falta nada. El Testigo Fiel aborrece esa tibieza. Abomina la indiferencia de esa clase de personas. Dice: "¡Ojalá fueses frío, o caliente!" Apocalipsis 3:15. Como el agua tibia, le causan náuseas. No son ni despreocupados ni egoístamente tercos. No se empeñan cabal y cordialmente en la obra de Dios, identificándose con sus intereses; sino que se mantienen apartados y están listos para abandonar su puesto cuando lo exigen sus intereses personales y mundanos. Falta en su corazón la obra interna de la gracia. De los tales se dice: "Tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo." Vers. 17.
El remedio de Dios
La fe y el amor son el oro puro, o las verdaderas riquezas que el Testigo Fiel les aconseja a los tibios que compren. Por ricos que seamos en los tesoros terrenales, toda nuestra riqueza no nos habilita para comprar los preciosos remedios que curan esa enfermedad del alma que se llama tibieza. El intelecto y las riquezas terrenales eran impotentes para suprimir los defectos de la iglesia de Laodicea o para remediar su deplorable condición. Sus miembros eran ciegos, y sin embargo creían que nada les faltaba. El Espíritu de Dios no iluminaba sus mentes, y ellos no percibían su estado pecaminoso; por lo tanto, no sentían necesidad de ayuda.
El no poseer las gracias del Espíritu es triste en verdad; pero es una condición aun más terrible hallarnos así destituidos de la espiritualidad y de Cristo y, sin embargo, tratar de justificarnos diciendo a aquellos que se alarman por nosotros que no necesitamos sus temores y compasión. ¡Terrible es el poder del engaño en la mente humana! ¡Qué ceguera la que pone la luz en lugar de las tinieblas y las tinieblas en lugar de la luz! El Testigo Fiel nos aconseja que compremos de él oro afinado en el fuego, vestiduras blancas y colirio.
El oro probado en el fuego que se recomienda aquí, es la fe y el amor. Enriquece el corazón, porque se lo ha refinado hasta su máxima pureza, y cuanto más se lo prueba, tanto más resplandece. La vestidura blanca es la pureza de carácter, la justicia de Cristo impartida al pecador. Es a la verdad una vestidura de tejido celestial, que puede comprarse únicamente de Cristo, para una vida de obediencia voluntaria. El colirio es aquella sabiduría y gracia que nos habilitan para discernir entre lo malo y lo bueno, y para reconocer el pecado bajo cualquier disfraz. Dios ha dado a su iglesia ojos que él quiere que sean ungidos con sabiduría para que vean claramente; pero muchos sacarían los ojos de la iglesia si pudiesen, porque no quieren que sus obras salgan a luz, no sea que resulten reprendidos. El colirio divino impartirá claridad al entendimiento. Cristo es el depositario de todas las gracias. El dice: "Yo te amonesto que de mí compres." Apocalipsis 3:18.
Algunos serán eliminados
Tal vez algunos digan que esperar el favor de Dios por nuestras buenas obras es exaltar nuestros propios méritos. A la verdad, no podemos comprar una sola victoria con nuestras buenas obras; sin embargo, no podemos ser vencedores sin ellas. La compra que Cristo nos recomienda consiste tan sólo en cumplir con las condiciones que él nos ha dado. La verdadera gracia, que es de valor inestimable, y que soportará la prueba y la adversidad, se obtiene únicamente por la fe y por una obediencia humilde acompañada de oración. Las gracias que soportan las pruebas de la aflicción y la persecución, y la evidencia de su pureza y sinceridad, son el oro que es probado en el fuego y hallado puro. Cristo ofrece vender al hombre este precioso tesoro: "Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego." El cumplimiento muerto y frío del deber no nos hace cristianos. Debemos salir de la condición de tibieza y experimentar una verdadera conversión, o no llegaremos al cielo.
Se me llamó la atención a la providencia de Dios entre su pueblo, y se me mostró que cada prueba del proceso de refinamiento y purificación impuesto a los que profesaban ser cristianos demostraba si algunos eran escoria. El oro fino no aparece siempre. En toda crisis religiosa, algunos caen bajo la tentación. El zarandeo de Dios avienta multitudes como hojas secas. La prosperidad contribuye a que ingresen en la iglesia multitudes que meramente profesan la religión. La adversidad las elimina de la iglesia. El espíritu de esta clase de personas no es firme en Dios. Se separan de nosotros porque no son de los nuestros; porque cuando la tribulación o la persecución surgen por causa de la Palabra, muchos se escandalizan.
Recuerden los tales cuando, hace sólo unos meses, estaban juzgando los casos de otros que se hallaban en condición similar a la que ahora ocupan ellos. Recuerden cuidadosamente de qué se preocuparon con respecto a los tentados. Si alguno les hubiese dicho que a pesar de su celo y trabajo para corregir a los otros se habían de encontrar, a la larga, en una situación semejante de tinieblas, habrían dicho, como le dijo Hazael al profeta: "¿Es tu siervo perro, que hará esta gran cosa?" 2 Reyes 8:13.
Se engañan a sí mismos. Durante la calma, ¡qué firmeza manifiestan! ¡Cuán buenos marinos parecen ser! Pero cuando se presentan las furiosas tempestades de las pruebas y las tentaciones, sus almas naufragan. Puede que haya hombres que tengan excelentes dones, mucha capacidad, espléndidas cualidades; pero un defecto, un solo pecado albergado, ocasionará al carácter lo que al barco una tabla carcomida: un completo desastre y una ruina absoluta.
Los hombres que ocupan puestos de responsabilidad deben progresar continuamente. No deben aferrarse a los métodos antiguos y creer que no es necesario convertirse en obreros que empleen métodos científicos. Aunque cuando viene al mundo el hombre es el más impotente de los seres que ha creado Dios, y es el más perverso por naturaleza, es capaz, sin embargo, de progresar constantemente. Puede ser ilustrado por la ciencia, ennoblecido por la virtud, y puede progresar en dignidad mental y moral, hasta alcanzar una perfección de la inteligencia y una pureza de carácter tan sólo un poco inferiores a la perfección y la pureza de los ángeles. Con la luz de la verdad que resplandece sobre los intelectos humanos y el amor de Dios que se derrama en su corazón, no podemos concebir lo que pueden llegar a ser ni cuán grande obra pueden hacer.
Necesidad de progreso constante
Sé que el corazón humano está ciego con respecto a su verdadera condición; pero no puedo dejaros sin hacer un esfuerzo por ayudaros. Os amamos, y queremos veros progresar hacia la victoria. Jesús os ama. El murió por vosotros y quiere que os salvéis. No deseamos obligaros a quedar en ; pero queremos que hagáis una obra cabal en beneficio de vuestra propia alma, que corrijáis todos los males que haya allí y que hagáis todo esfuerzo posible para dominar el yo, no sea que perdáis el cielo. Esto es algo que no debéis permitir. Por amor a Cristo, resistid al diablo y él huirá de vosotros.
La obra que consiste en podarnos y purificarnos para el cielo, es una obra grande y nos costará mucho sufrimiento y prueba, porque nuestra voluntad no quiere sujetarse a la de Cristo. Debemos pasar por el horno de fuego hasta que éste haya consumido la escoria y seamos purificados y reflejemos la imagen divina. Los que siguen sus inclinaciones y se rigen por las apariencias no son buenos jueces de lo que Dios está haciendo. Están llenos de descontento. Ven fracaso donde hay en verdad triunfo, y gran pérdida donde hay ganancia; como Jacob, están listos para exclamar: "Contra mí son todas estas cosas" (Génesis 42:36), cuando las mismas cosas de las cuales se quejan obran para su propio bien.
Sin cruz no hay corona. ¿Cómo puede uno hacerse fuerte en el Señor sin pruebas? Para tener fuerza, debemos ejercitarnos. Para tener fe enérgica, debemos estar colocados en circunstancias donde nuestra fe se ejercitará. Precisamente antes de su martirio, el apóstol Pablo exhortó así a Timoteo: "Sé participante de los trabajos del evangelio según la virtud de Dios." 2 Timoteo 1:8. Por medio de mucha tribulación es como hemos de entrar en el reino de Dios. Nuestro Salvador fué probado de toda manera posible, y sin embargo triunfó continuamente en Dios. Es nuestro privilegio ser fuertes en la fortaleza de Dios en todas las circunstancias y gloriarnos en la cruz de Cristo.