Joyas de los Testimonios, Tomo 2

Capítulo 13

Cristo nuestra justicia

"SI confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad." 1 Juan 1:9.

Dios requiere que confesemos nuestros pecados, y humillemos nuestro corazón delante de él; pero al mismo tiempo debemos tener confianza en él, como en un Padre tierno, que no abandonará a aquellos que ponen su confianza en él. Muchos de nosotros andan por la vista y no por la fe. Creemos las cosas que se ven, pero no apreciamos las preciosas promesas que nos son dadas en la Palabra de Dios; y sin embargo, no podemos deshonrar a Dios más decididamente que al demostrar que desconfiamos de lo que dice, y que nos preguntamos si el Señor está de veras con nosotros o nos está engañando.

Dios no renuncia a nosotros por causa de nuestros pecados. Tal vez cometamos errores, y agraviemos su Espíritu; pero cuando nos arrepentimos y acudimos a él con corazón contrito, no nos desecha. Hay obstáculos que eliminar. Se han albergado malos sentimientos, y ha habido orgullo, suficiencia propia, impaciencia y murmuraciones. Todas estas cosas nos separan de Dios.

Deben confesarse los pecados, debe la gracia realizar una obra más profunda en el corazón. Los que se sienten débiles y desalentados pueden llegar a ser fuertes hombres de Dios, y hacer una obra noble para el Maestro. Pero deben obrar desde un punto de vista elevado; no deben sentir la influencia de motivos egoístas.

Debemos aprender en la escuela de Cristo. Nada sino su justicia puede darnos derecho a una sola de las bendiciones del pacto de gracia. Durante mucho tiempo hemos deseado y procurado obtener estas bendiciones, pero no las hemos recibido porque albergábamos la idea de que podíamos hacer algo para hacernos dignos de ellas. No hemos desviado la mirada de nosotros mismos, creyendo que Jesús es un Salvador vivo. No debemos pensar que nuestra propia gracia y méritos nos salvarán; la gracia de Cristo es nuestra única esperanza de salvación. Por el profeta promete el Señor: "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar." Isaías 55:7. Debemos creer en la promesa escueta, y no aceptar el sentimiento en lugar de la fe. Cuando confiemos plenamente en Dios, cuando confiemos en los méritos de Jesús como Salvador que perdona el pecado, recibiremos toda la ayuda que podamos desear.

Los méritos de Cristo son nuestra única esperanza

Miramos al yo, como si pudiésemos salvarnos a nosotros mismos; pero Jesús murió por nosotros porque éramos impotentes para ello. En él está nuestra esperanza, nuestra justificación, nuestra justicia. No debemos abatirnos, ni temer que no tengamos Salvador, o que él no tenga para con nosotros pensamientos de misericordia. En este mismo momento está realizando su obra en nuestro favor, e instándonos a acudir a él en nuestra impotencia, y ser salvos. Le deshonramos por nuestra incredulidad. Es asombroso cómo tratamos a nuestro mejor Amigo, cuán poca confianza depositamos en Aquel que puede salvarnos hasta lo sumo, y que nos ha dado toda evidencia de su gran amor.

Hermanos míos, ¿esperáis que vuestros méritos os recomienden al favor de Dios, pensando que debéis estar libres del pecado antes de confiar en su poder para salvarnos? Si ésta es la lucha que se realiza en vuestra mente, temo que no adquiriréis fuerza, y os desanimaréis finalmente.

En el desierto, cuando el Señor permitió que las serpientes venenosas mordiesen a los israelitas rebeldes, se le indicó a Moisés que alzase una serpiente de bronce e invitase a todos los heridos a mirarla y vivir. Pero muchos no vieron ayuda en este remedio señalado por el cielo. En todo su alrededor había muertos y moribundos, y sabían que sin la ayuda divina estaban perdidos irremisiblemente; pero lamentaban sus heridas, sus dolores, su muerte segura, hasta que perdían la fuerza y sus ojos se volvían vidriosos, cuando podrían haber sido curados instantáneamente.

"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto," así también fué alzado "el Hijo del hombre," "para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna." Juan 3:14, 15. Si reconocéis vuestros pecados, no dediquéis todas vuestras facultades a lamentaros por ellos; antes mirad y vivid. Jesús es vuestro único Salvador; y aunque millones de los que necesitan ser sanados rechacen la misericordia que les ofrece, nadie que confíe en sus méritos será abandonado a perecer. Aunque comprendamos nuestra condición impotente sin Cristo, no debemos desalentarnos; debemos confiar en un Salvador crucificado y resucitado. ¡Pobre alma enferma del pecado y desalentada, mira y vive! Jesús empeñó su palabra; y salvará a cuantos acudan a él.

Venid a Jesús y recibid descanso y paz. Podéis tener la bendición ahora mismo. Satanás sugiere que sois incapacitados, y que no podéis beneficiaros. Es verdad que no tenéis poder. Pero elevad a Jesús ante él diciendo: "Tengo un Salvador resucitado. En él confío, y nunca permitirá él que yo quede confundido. En su nombre triunfo. El es mi justicia y mi corona de regocijo." Nadie sienta que su caso es desesperado; porque no es así. Tal vez os veáis pecaminosos y perdidos; pero precisamente por esto necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Estos momentos son de oro. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad." 1 Juan 1:9. Los que tienen hambre y sed de justicia serán hartos; porque Jesús lo ha prometido. ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibirnos, y su gran corazón lleno de amor aguarda para bendecirnos.

Guardados por su poder

Algunos parecen creer que deben estar a prueba, y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder pedir su bendición. Pero estas amadas almas pueden reclamar su bendición ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para ayudar a sus flaquezas, o no podrán adquirir un carácter cristiano. Jesús se deleita en que acudamos a él tal como somos: pecaminosos, indefensos y dependiendo de él.

El arrepentimiento, tanto como el perdón, es don de Dios por Cristo. Por la influencia del Espíritu Santo es como quedamos convencidos de pecado, y sentimos nuestra necesidad de perdón. Nadie sino el contrito será perdonado; pero la gracia de Dios es lo que hace penitente al corazón. El conoce todas nuestras flaquezas y nos ayudará.

Algunos de los que acuden a Dios por el arrepentimiento y la confesión, y hasta creen que sus pecados están perdonados, no se aferran como debieran a las promesas de Dios. No ven que Jesús es un Salvador siempre presente; y no están dispuestos a confiarle la custodia de sus almas, seguros de que él perfeccionará la obra de gracia iniciada en su corazón. Aunque piensan que se están confiando a Dios, dependen mucho de sí mismos. Son almas concienzudas que confían parcialmente en Dios y parcialmente en sí mismas. No miran a Dios, para ser guardados por su poder, sino que dependen de la vigilancia contra la tentación y del cumplimiento de ciertos deberes para ser aceptados por él. No hay victorias en esta clase de fe. Las tales personas trabajan inútilmente; sus almas están en servidumbre continua, y no hallarán descanso hasta que pongan sus cargas a los pies de Jesús.

Hay necesidad de una vigilancia constante, de devoción fervorosa y amante; pero estas cosas vendrán naturalmente cuando el alma sea guardada por el poder de Dios mediante la fe. Nada podemos hacer, absolutamente nada, para recomendarnos al favor divino. No debemos confiar en absoluto en nosotros mismos, ni en nuestras buenas obras; pero cuando, como seres pecaminosos y sujetos a yerros, acudimos a Cristo, podemos hallar descanso en su amor. Dios aceptará a todo aquel que acuda a él, confiando plenamente en los méritos de un Salvador crucificado. El amor brota en el corazón. Tal vez no haya éxtasis del sentimiento, pero hay una confianza permanente y apacible. Toda carga será liviana; porque el yugo que Cristo impone es fácil. El deber se convierte en delicia, y el sacrificio en placer. La senda que antes parecía rodeada de tinieblas se ilumina con las rayos del Sol de Justicia. Esto es andar en la luz como Cristo está en la luz.