Algunos de nuestros hermanos han dicho y escrito muchas cosas que se interpretan como opuestas al gobierno y las leyes. Es un error exponernos así a una interpretación errónea. No es prudente censurar continuamente lo que están haciendo los gobernantes. Nuestra obra no consiste en atacar a los individuos o las instituciones. Debemos ejercer gran cuidado para no ser interpretados como opositores a las autoridades civiles. Es verdad que nuestra guerra es agresiva, pero nuestras armas deben basarse en un claro "Así dice Jehová." Nuestra obra consiste en preparar un pueblo que subsista en el gran día de Dios. No debemos desviarnos y entrar en cosas que estimularán la controversia, ni despertar antagonismo en los que no son de nuestra fe.
No debemos trabajar de una manera que nos señale como pareciendo abogar por la traición. Debemos eliminar de nuestros escritos y expresiones toda declaración que, por sí misma, podría representarse falsamente y hacernos aparecer como opositores a la ley y al orden. Todo debe considerarse cuidadosamente, no sea que sentemos por escrito algo que parezca alentar la deslealtad para con nuestro país y sus leyes. No se requiere de nosotros que desafiemos a las autoridades. Vendrá un momento en que, a causa de nuestra defensa de la verdad bíblica, seremos tratados como traidores; pero no lo apresuremos por actos imprudentes que despierten animosidad y disensión.
Llegará el momento en que las expresiones incautas de un carácter denunciador, que hayan sido pronunciadas o escritas negligentemente por nuestros hermanos, serán usadas por nuestros enemigos para condenarnos. Las emplearán no sólo para condenar a los que hicieron las declaraciones, sino que las cargarán a toda la organización adventista. Nuestros acusadores dirán que en tal y tal día, uno de nuestros hombres de responsabilidad habló así y así contra la administración de las leyes de este gobierno. Muchos se quedarán asombrados al ver cómo fueron archivadas muchas cosas que darán pie a los argumentos de nuestros adversarios. Muchos se sorprenderán al oír cómo sus propias palabras se repiten exageradas, para darles un significado que no se proponían darles. Por lo tanto, ejerzan cuidado nuestros hermanos y hablen cautelosamente en todo momento y en toda circunstancia. Sean todos cautos, no sea que por expresiones temerarias provoquen un tiempo de aflicción antes de la gran crisis que ha de probar las almas de los hombres.
Cuanto más escaseen los cargos directos que hagamos contra las autoridades y potestades, tanto mayor será la obra que podremos realizar en los Estados Unidos y en los otros países, pues las demás naciones seguirán el ejemplo de los Estados Unidos. Si bien éstos encabezarán el movimiento, la misma crisis sobrevendrá a nuestro pueblo en todas partes del mundo.
Nuestra obra consiste en magnificar y exaltar la ley de Dios. La verdad de la santa Palabra de Dios debe ser manifestada. Debemos enaltecer las Escrituras como norma de vida. Con toda modestia, con un espíritu de gracia y el amor de Dios, debemos indicar a los hombres que el Señor Dios es el Creador de los cielos y de la tierra, y que el séptimo día es reposo de Jehová.
En el nombre del Señor hemos de avanzar, desplegar su estandarte y defender su Palabra. Cuando las autoridades nos ordenen que no hagamos esta obra; cuando nos prohiban proclamar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, entonces será necesario que digamos como los apóstoles: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído."
La verdad ha de ser presentada con el poder del Espíritu Santo. Es lo único que puede dar eficacia a nuestras palabras. Únicamente por el poder del Espíritu se habrá de ganar y conservar la victoria. El agente humano debe ser movido por el Espíritu de Dios. Los obreros deben ser guardados para la salvación por el poder de Dios mediante la fe. Deben tener sabiduría divina, a fin de que nada de lo que digan incite a los hombres a cerrarnos el camino. Inculcando la verdad espiritual, hemos de preparar un pueblo que podrá, con mansedumbre y temor, dar razón de su fe ante las más altas autoridades de nuestro mundo.
Necesitamos presentar la verdad en su sencillez, defender la piedad práctica; y debemos hacer esto con el espíritu de Cristo. La manifestación de un espíritu tal ejercerá la mejor influencia sobre nuestras propias almas, y tendrá un poder convincente sobre los demás. Demos al Señor oportunidad de obrar por intermedio de sus propios agentes. No nos imaginemos que podremos trazar planes para el futuro; reconozcamos a Dios como el que está manejando el timón en todo tiempo y en toda circunstancia. El obrará por los medios adecuados, y sostendrá, ensanchará y fortalecerá su pueblo.
Con celo santificado
Los agentes del Señor deben tener un celo santificado y completamente regido por él. Los tiempos tormentosos nos sobrecogerán bastante pronto, y no debemos seguir una conducta impropia que apresure su llegada. Vendrá una tribulación de un carácter tal que impulsará hacia Dios a todos los que deseen ser suyos y solamente suyos. Hasta que seamos probados en el horno de fuego no nos conoceremos a nosotros mismos, y no es propio que midamos el carácter de los demás ni condenemos a aquellos que no han recibido todavía la luz del mensaje del tercer ángel.
Si deseamos que los hombres se convenzan de que la verdad que creemos santifica el alma y transforma el carácter, no los abrumemos constantemente con acusaciones vehementes. Con ello no lograríamos sino imponerles la conclusión de que la doctrina que profesamos no puede ser la cristiana, ya que no nos hace bondadosos ni corteses. El cristianismo no se manifiesta por acusaciones pugilísticas y condenatorias.
Muchos de nuestros hermanos corren el riesgo de procurar ejercer sobre otros un poder controlador y oprimir a sus semejantes. Existe el peligro de que aquellos a quienes se han confiado responsabilidades conozcan un solo poder: el de la voluntad no santificada. Algunos han ejercido este poder sin escrúpulo y han perjudicado grandemente a aquellos a quienes el Señor está usando. Una de las mayores maldiciones de nuestro mundo (que se ve en las iglesias y por doquiera) es el amor a la supremacía. Los hombres se dejan absorber por la búsqueda del poder y de la popularidad. Para nuestro agravio y vergüenza, este espíritu se ha manifestado en las filas de los observadores del sábado. Pero el éxito espiritual es solamente para los que han adquirido mansedumbre y humildad en la escuela de Cristo.
Debemos recordar que el mundo nos juzgará por lo que aparentemos ser. Procuren no manifestar inconsecuencia de carácter los que quieren representar a Cristo. Antes de avanzar al frente, veamos que el Espíritu Santo haya sido derramado sobre nosotros. Cuando tal sea el caso daremos un mensaje decidido, pero de un carácter mucho menos condenatorio que el que han estado dando algunos; y todos los creyentes serán mucho más fervientes en pro de la salvación de nuestros oponentes. Dejemos a Dios la responsabilidad de condenar a las autoridades y a los gobiernos. Con mansedumbre y amor, defendamos como centinelas fieles los principios de la verdad tal cual es en Jesús.
La mansedumbre es una gracia preciosa, que nos hace dispuestos a sufrir en silencio y a soportar las pruebas. La mansedumbre es paciente, y trabaja para ser feliz en toda circunstancia. La mansedumbre es siempre agradecida, compone sus propios cantos de felicidad y llena el corazón de melodías para Dios. La mansedumbre sufrirá chascos y perjuicios sin buscar represalias. La mansedumbre no consiste en callar y enfurruñarse. Un temperamento sombrío es lo opuesto de la mansedumbre; porque no hace sino herir y causar dolor a otros, sin obtener placer para sí.
Ví que en cada caso es nuestro deber obedecer las leyes de nuestro país, a menos que estén en conflicto con la ley superior que Dios pronunció con voz audible desde el Sinaí, y que grabó luego en piedra con su propio dedo. "Daré mi ley en sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo." Jeremías 31:33. El que tiene la ley de Dios escrita en el corazón obedecerá a Dios antes que a los hombres, y desobedecerá a todos los hombres antes que desviarse en lo mínimo del mandamiento de Dios. Los hijos de Dios, enseñados por la inspiración de verdad e inducidos por una buena conciencia a vivir según toda Palabra de Dios, tendrán su ley escrita en el corazón como la única autoridad que puedan reconocer u obedecer. La sabiduría y la autoridad divina son supremas.