El Testigo fiel se dirige a la iglesia de Efeso diciendo: "Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido." Apocalipsis 2:4, 5.
Al principio, lo que distinguía a la iglesia de Efeso era la sencillez y el fervor de un niño. Manifestaba hacia Cristo un amor sentido, vivo y ferviente. Los creyentes se regccijaban en el amor de Dios, porque Cristo estaba continuamente presente en su corazón. Alababan a Dios y su actitud agradecida concordaba con el agradecimiento de la familia celestial.
El mundo conocía que habían estado con Jesús. Los hombres pecaminosos, arrepentidos, perdonados, limpiados y santificados, eran asociados con Dios por medio de su Hijo. Los creyentes trataban fervientemente de recibir y obedecer toda palabra de Dios. Llenos de amor por su Redentor, procuraban como su más alto objeto ganar almas para Cristo. No querían guardar para sí el precioso tesoro de la gracia de Cristo. Sentían la importancia de su vocación y, abrumados por el mensaje: Paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres, ardían en deseos de proclamar las buenas nuevas hasta los confines más remotos de la tierra.
Los miembros de la iglesia estaban unidos en sus sentimientos y acciones. El amor por Cristo era la cadena de oro que los vinculaba entre sí. Continuaban conociendo al Señor siempre más perfectamente, y revelaban alegría, consuelo y paz en su vida. Visitaban a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y se conservaban sin mancha del mundo. Consideraban que dejar de hacerlo habría sido contradecir su profesión y negar a su Redentor.
En toda ciudad, se llevaba adelante la obra. Se convertían almas, que a su vez sentían que debían comunicar el inestimable tesoro. No podían descansar hasta que los rayos de luz que habían iluminado su mente resplandeciesen sobre otros. Multitudes de incrédulos llegaban a conocer la razón de la esperanza del cristiano. Se hacían cálidos e inspirados llamamientos personales a los pecaminosos y errantes, a los desechados y a aquellos que, aun profesando conocer la verdad, eran amadores de los placeres más que de Dios.
Pero después de un tiempo, el celo de los creyentes, su amor a Dios y entre sí, empezó a disminuir. Penetró la frialdad en la iglesia. Surgieron divergencias y los ojos de muchos dejaron de contemplar a Jesús como Autor y Consumador de su fe. Las masas que podrían haber sido convencidas y convertidas por la práctica fiel de la verdad fueron dejadas sin amonestación. Entonces fué cuando el Testigo fiel dirigió su mensaje a la iglesia de Efeso. Su falta de interés por la salvación de las almas demostraba que había perdido su primer amor; porque nadie puede amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas, sin amar a aquellos por quienes Cristo murió. Dios los llamó a arrepentirse y hacer las primeras obras, o quitaría su candelero de su lugar.
Lecciones de la iglesia de Efeso
¿No se repite el caso de Efeso en la iglesia de esta generación? ¿Cómo está empleando su conocimiento la iglesia que hoy ha recibido el conocimiento de la verdad de Dios? Cuando sus miembros vieron por primera vez la indecible misericordia de Dios por la especie caída, no podían permanecer en silencio. Los dominaba el anhelo de cooperar con Dios para dar a otros las bendiciones que habían recibido. Mientras impartían a otros, estaban continuamente recibiendo. Crecían en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo. ¿Qué sucede hoy?
Hermanos y hermanas que habéis aseverado durante largo tiempo creer la verdad, os pregunto individualmente: ¿Han estado vuestras prácticas en armonía con la luz, los privilegios y las oportunidades que os concedió el Cielo? Esta es una pregunta grave. El Sol de justicia ha amanecido sobre la iglesia, y a ésta le incumbe resplandecer. Es el privilegio de cada alma progresar. Los que están relacionados con Cristo crecerán en la gracia y en el conocimiento del Hijo de Dios hasta llegar a la plena estatura de hombres y mujeres. Si todos los que aseveran creer la verdad hubiesen sacado el mejor partido de su capacidad y oportunidad de aprender y obrar, podrían haber llegado a ser fuertes en Cristo. Cualquiera que sea su ocupación--agricultores, mecánicos, maestros o pastores,--si se hubiesen consagrado completamente a Dios habrían llegado a ser obreros eficientes para el Maestro celestial.
Pero, ¿qué están haciendo los miembros de la iglesia para ser designados coadjutores de Dios? ¿Dónde vemos angustia del alma? ¿Dónde vemos a los miembros de la iglesia absortos en temas religiosos, entregados a la voluntad de Dios? ¿Dónde vemos a los cristianos sintiendo su responsabilidad de hacer de la iglesia un pueblo próspero, despierto, comunicador de la luz? ¿Dónde están los que no escatiman trabajo y amor por el Maestro? Nuestro Redentor ha de ver del trabajo de su alma y ser satisfecho; ¿qué sucederá con los que profesan seguirle? ¿Quedarán satisfechos cuando vean el fruto de sus labores?
¿Por qué hay tan poca fe, tan poco poder espiritual? ¿Por qué son tan pocos los que llevan el yugo y la carga de Cristo? ¿Por qué hay que incitar a los miembros a emprender su obra por Cristo? ¿Por qué son tan pocos los que pueden revelar los misterios de la redención? ¿Por qué no resplandece como luz ante el mundo la imputada justicia de Cristo, por medio de los que profesan seguirle?
El resultado de la inacción
Cuando los hombres empleen sus facultades como lo indica Dios, sus talentos aumentarán, su capacidad se ensanchará y obtendrán una visión celestial al tratar de salvar a los perdidos. Pero mientras los miembros de la iglesia sean negligentes e indiferentes hacia la responsabilidad que Dios les ha dado de impartir la verdad a otros, ¿cómo pueden esperar recibir el tesoro del cielo? Cuando los que profesan ser cristianos no sienten preocupación por iluminar a los que están en las tinieblas, cuando dejan de impartir gracia y conocimiento, pierden discernimiento y su aprecio del valor que tienen los dones celestiales; y al no apreciarlos ellos mismos, dejan de sentir la necesidad de presentarlos a otros.
Vemos grandes iglesias congregadas en diferentes localidades. Sus miembros han obtenido un conocimiento de la verdad, y muchos se contentan con oír la palabra de vida sin tratar de impartir luz. Sienten poca responsabilidad por el progreso de la obra, poco interés en la salvación de las almas. Están llenos de celo en las cosas mundanales, pero no hacen intervenir su religión en sus quehaceres. Dicen: "La religión es religión, y los negocios son negocios." Creen que cada una de ambas cosas tiene su propia esfera, pero dicen: "Permanezcan separadas."
A causa de las oportunidades descuidadas y del abuso de los privilegios, los miembros de esas iglesias no están creciendo "en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo." 2 Pedro 3:18. Por lo tanto, son débiles en fe, deficientes en conocimiento, y niños en experiencia. No están arraigados ni afirmados en la verdad. Si permanecen así, los muchos engaños de los postreros días los seducirán seguramente; porque no tendrán visión espiritual para discernir entre la verdad y el error.
Dios ha dado a sus ministros el mensaje de verdad para que lo proclamen. Las iglesias han de recibirlo, y de toda manera posible comunicarlo, asimilándose los primeros rayos de la luz y difundiéndolos. En no hacerlo consiste nuestro gran pecado. Llevamos años de atraso. Los ministros han estado buscando el tesoro escondido, abriendo el cofre y dejando resplandecer las joyas de la verdad; pero los miembros de la iglesia no han hecho la centésima parte de lo que Dios requiere de ellos. ¿Qué podemos esperar sino deterioro en la vida religiosa cuando la gente escucha sermón tras sermón, y no pone en práctica la instrucción? Si no se la ejercita, la capacidad que Dios ha dado degenera. Más que esto, cuando las iglesias son dejadas en la inactividad, Satanás cuida de que estén empleadas. El ocupa el campo, alista a los miembros en ramos de trabajo que absorben sus energías, destruyen la espiritualidad y los hacen caer como pesos muertos sobre la iglesia.
Hay entre nosotros quienes, si tomasen tiempo para considerarlo, mirarían su posición indolente como un descuido pecaminoso de los talentos que Dios les ha dado. Hermanos y hermanas, vuestro Redentor y todos los santos ángeles se entristecen por la dureza de vuestro corazón. Cristo dió su vida para salvar almas, y, sin embargo, vosotros que habéis conocido su amor hacéis muy poco esfuerzo para impartir las bendiciones de su gracia a aquellos por quienes él murió. Semejante indiferencia y negligencia del deber asombra a los ángeles. En el juicio tendréis que encontraros con las almas a quienes descuidasteis. En aquel gran día, os sentiréis convencidos y condenados. El Señor os induzca ahora a arrepentiros, y perdone él a su pueblo por haber descuidado la obra que él le encomendó hacer en su viña.
"Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido." Apocalipsis 2:5. ¡Oh, cuán pocos conocen el tiempo de su visitación! ¡Cuán pocos, aun entre los que aseveran creer la verdad presente, comprenden las señales de los tiempos, o lo que hemos de experimentar antes del fin! Somos hoy objeto de la tolerancia de Dios; ¿pero cuánto tiempo continuarán los ángeles de Dios reteniendo los vientos para que no soplen?
No obstante la indecible misericordia de Dios hacia nosotros, ¡cuán pocos hay en nuestras iglesias que sean verdaderamente humildes, consagrados y temerosos siervos de Dios! ¡Cuán pocos corazones están llenos de gratitud porque han sido honrados y llamados a hacer algo en la obra de Dios y a participar de los sufrimientos de Cristo!
Hoy muchísimos de los que componen nuestras congregaciones están muertos en delitos y pecados. Van y vienen como la puerta sobre sus goznes. Durante años han escuchado complacientemente las verdades más solemnes y conmovedoras del alma, pero no las han puesto en práctica. Por lo tanto, son menos y menos sensibles a la preciosidad de la verdad. Los testimonios conmovedores de reproche y amonestación ya no despiertan arrepentimiento en ellos. Las melodías más dulces que provienen de Dios a través de los labios humanos--la justificación por la fe y la justicia de Cristo,--no les arrancan una respuesta de amor y gratitud. Aunque el Mercader celestial despliega delante de ellos las más ricas joyas de la fe y el amor, aunque los invita a comprar de él "oro afinado en fuego" y "vestiduras blancas" a fin de que sean vestidos, y "colirio" a fin de que vean, endurecen sus corazones contra él, y no cambian su tibieza por el amor y el celo. Aunque profesan tener piedad, niegan el poder de ella. Si continúan en este estado, Dios los rechazará. Se están incapacitando para ser miembros de su familia.
Ganar almas debe ser el blanco principal
No debemos creer que la obra del Evangelio depende principalmente del ministro. Dios ha dado a cada cual una obra que hacer en relación con su reino. Cada uno de los que profesan el nombre de Cristo debe trabajar ferviente y desinteresadamente, dispuesto a defender los principios de la justicia. Todos deben tomar una parte activa en fomentar la causa de Dios. Cualquiera que sea nuestra vocación, como cristianos tenemos una obra que hacer para dar a conocer a Cristo al mundo. Hemos de ser misioneros y tener por blanco principal ganar almas para Cristo.
Dios confió a su iglesia la obra de difundir la luz y proclamar el mensaje de su amor. Nuestra obra no consiste en condenar ni denunciar, sino en atraer juntamente con Cristo, rogando a los hombres que se reconcilien con Dios. Debemos estimular a las almas, atraerlas y ganarlas para el Salvador. Si tal no es nuestro interés, si rehusamos dar a Dios el servicio del corazón y la vida, le robamos al negarle nuestro tiempo, dinero, esfuerzo e influencia. Al dejar de beneficiar a nuestros semejantes, robamos a Dios la gloria que obtendría por la conversión de las almas.
Comencemos por los que están más cerca
Algunos que han profesado durante largo tiempo ser cristianos, y, sin embargo, no han sentido responsabilidad por las almas que perecen a la misma sombra de sus casas, piensan tal vez que tienen una obra que hacer en países extraños; ¿pero dónde está la evidencia de que son idóneos para esta obra? ¿En qué han manifestado preocupación por las almas? Estas personas necesitan primero ser enseñadas y disciplinadas en casa. Entonces la verdadera fe y el amor a Cristo crearían en ellas un ferviente deseo de salvar almas en su propio vecindario. Ejercitarían toda energía espiritual para trabajar con Cristo y aprenderían de él mansedumbre y humildad. Luego, si Dios quisiera que fueran a países extranjeros, estarían preparadas.
Empiecen en casa, en su propia familia, en su propio vecindario, entre sus propios amigos, los que desean trabajar para Dios. Allí encontrarán un campo misionero favorable. Esta obra misionera será una prueba de su habilidad o incapacidad para servir en un campo más amplio.
El ejemplo de Felipe con Natanael
El caso de Felipe y Natanael es un ejemplo de la verdadera obra misionera. Felipe había visto a Jesús, y estaba convencido de que era el Mesías. Lleno de gozo, deseaba que sus amigos conociesen también las buenas nuevas. Deseaba que la verdad que le había traído tanto consuelo fuese compartida por Natanael. La gracia verdadera revelará siempre su presencia en el corazón difundiéndose. Felipe fué a buscar a Natanael, y cuando le llamó, éste contestó desde el lugar donde oraba bajo la higuera. Natanael no había tenido oportunidad de escuchar las palabras de Jesús, pero había sido atraído a él en espíritu. Anhelaba recibir luz, y estaba en ese momento orando sinceramente por ella. Felipe exclamó con gozo: "Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas: a Jesús, de Nazaret." Juan 1:45. A la invitación de Felipe, Natanael buscó y halló al Salvador, y a su vez se unió a la obra de ganar almas para Cristo.
Uno de los medios más eficaces por los cuales se puede comunicar la luz, es por el esfuerzo privado y personal. En el círculo de la familia, en los hogares de nuestros vecinos, al lado de los enfermos, muy quedamente podemos leer las Escrituras y decir una palabra en favor de Jesús y la verdad. Así podemos sembrar una semilla preciosa que brotará y dará fruto.
La familia como campo misionero
Nuestra obra por Cristo debe comenzar con la familia, en el hogar. La educación de los jóvenes debe ser diferente de la que se les ha dado en lo pasado. El bienestar de ellos exige mayor labor que la que se les ha dedicado antes. No hay campo misionero más importante que éste. Por precepto y por ejemplo, los padres han de enseñar a sus hijos a trabajar por los inconversos. Los niños deben ser educados de tal manera que simpaticen con los ancianos y afligidos y traten de aliviar los sufrimientos de los pobres y angustiados. Debe enseñárseles a ser diligentes en la obra misionera; y desde los primeros años debe inculcárseles la abnegación y el sacrificio en favor del bienestar ajeno y del progreso de la causa de Cristo, a fin de que sean colaboradores con Dios.
Pero si han de saber alguna vez hacer obra misionera verdadera para los demás, deben aprender primero a trabajar por los de su casa, que tienen un derecho natural a su servicio de amor. Cada niño debe ser enseñado a cumplir su parte respectiva del trabajo necesario en el hogar. Nunca debiera avergonzarse de emplear sus manos para aliviar las cargas en la casa, o sus pies para hacer diligencias. Mientras esté así ocupado no entrará por sendas de negligencia y pecado. ¡Cuántas horas que los niños y los jóvenes despilfarran podrían ser dedicadas por ellos a llevar sobre sus fuertes hombros parte de las responsabilidades de la familia, que alguno debe llevar! Manifestarían así un amante interés en sus padres. Debe también arraigárselos en los principios de la reforma pro salud y el cuidado de su cuerpo.
¡Ojalá que los padres velasen con oración y cuidado por el bienestar eterno de sus hijos! Pregúntense: ¿Hemos sido negligentes? ¿Hemos descuidado esta obra solemne? ¿Hemos permitido que nuestros hijos llegasen a ser juguetes de las tentaciones de Satanás? ¿No tenemos que rendir una cuenta solemne ante Dios por haber permitido a nuestros hijos que empleasen sus talentos, su tiempo e influencia para obrar contra la verdad y contra Cristo? ¿No hemos descuidado nuestro deber como padres, y aumentado el número de los súbditos de Satanás?
Muchos han descuidado vergonzosamente el campo del hogar, y es tiempo de que se presenten recursos y remedios divinos para corregir este mal. ¿Qué excusas pueden presentar los que profesan seguir a Cristo por descuidar de enseñar a sus hijos a trabajar por él?
Dios quiere que las familias de la tierra sean un símbolo de la familia celestial. Los hogares cristianos, establecidos y dirigidos de acuerdo con el plan de Dios, se cuentan entre sus agentes más eficaces para formar el carácter cristiano y para adelantar su obra.
Si los padres desean ver un diferente estado de cosas en sus familias, conságrense completamente a Dios ellos mismos y cooperen con él en la obra por la cual se pueda realizar una transformación en su familia.
Cuando nuestras propias casas sean lo que deben ser, no dejaremos que nuestros hijos crezcan en la ociosidad y la indiferencia con respecto a lo que Dios les pide que hagan en favor de los necesitados que los rodean. Como herencia del Señor, estarán calificados para emprender la obra donde están. De tales hogares resplandecerá una luz que se revelará en favor de los ignorantes, conduciéndolos a la fuente de todo conocimiento. Ejercerán una poderosa influencia por Dios y su verdad.
Hay que instruir a la iglesia en la obra misionera
"Guarda, ¿qué de la noche?" Isaías 21:11. ¿Están los centinelas a quienes se hace esta pregunta en situación de dar a la trompeta un sonido certero? ¿Están los pastores cuidando fielmente el rebaño del que deben dar cuenta? ¿Están los ministros de Dios velando por las almas, comprendiendo que los que están bajo su cuidado han sido comprados por la sangre de Cristo? Ha de hacerse una gran obra en el mundo, y ¿qué esfuerzos estamos haciendo para realizarla? Los hermanos han oído demasiados sermones; pero, ¿se les ha enseñado a trabajar para aquellos por quienes Cristo murió? ¿Se les ha propuesto y presentado algún ramo de trabajo de tal manera que cada uno haya visto la necesidad de tomar parte en la obra?
Es evidente que todos los sermones que se han predicado no han desarrollado una gran clase de obreros abnegados. Debe considerarse que este asunto entraña los más graves resultados. Está en juego nuestro porvenir para la eternidad. Las iglesias se están marchitando porque no han empleado sus talentos en difundir la luz. Deben darse instrucciones cuidadosas que serán como lecciones del Maestro, para que todos puedan usar prácticamente su luz. Los que tienen la vigilancia de las iglesias, deben elegir a miembros capaces, y encargarles responsabilidades, al mismo tiempo que les dan instrucciones acerca de cómo pueden servir y beneficiar mejor a otros.
Debe emplearse todo medio de dar a conocer la verdad a millares que discernirán las evidencias y apreciarán la semejanza de Cristo en su pueblo si pueden tener la oportunidad de verla. Aprovéchese la reunión misionera para enseñar a la gente a hacer trabajo misionero. Dios espera que su iglesia discipline y prepare a sus miembros para la obra de iluminar al mundo. Debe darse una educación cuyo resultado sea suscitar a centenares de personas dispuestas a entregar sus talentos valiosos a los banqueros. Por el uso de estos talentos, se desarrollarán hombres que estarán preparados para ocupar posiciones de confianza e influencia y para sostener principios puros y sin contaminación. Así se realizará mucho bien para el Maestro.
Pónganse los miembros a trabajar
Muchos que poseen verdadera capacidad se están herrumbrando en la inacción, porque no saben cómo ponerse a trabajar en los ramos misioneros. Obténgase que alguien con capacidad presente a estos inactivos el ramo de trabajo que podrían hacer. Establézcanse pequeñas misiones en muchos lugares, para enseñar a hombres y mujeres a emplear y así aumentar sus talentos. Comprendan todos lo que se espera de ellos, y muchos de los que están ahora desocupados trabajarán fielmente.
La parábola de los talentos debe ser explicada a todos. Se debe hacer comprender a los miembros de las iglesias que son la luz del mundo, y que de acuerdo a sus diversas capacidades espera el Señor que iluminen y beneficien a otros. Sean ricos o pobres, grandes o humildes, Dios los llama a servirle activamente. Depende de la iglesia para el adelantamiento de su causa, y espera que los que profesan seguirle cumplan su deber como seres inteligentes. Es muy necesario que se dedique a la obra de salvar almas toda mente adiestrada, todo intelecto disciplinado, toda jota de capacidad.
No pasemos por alto las cosas pequeñas mientras buscamos una gran obra. Podéis hacer con éxito la obra pequeña, pero, al intentar una obra más grande podríais tal vez fracasar y caer en el desaliento. Poneos a trabajar dondequiera que veáis que hay trabajo que hacer. Haciendo con vuestras fuerzas lo que vuestras manos hallen para hacer será como desarrollaréis talentos y aptitudes para una obra mayor. Es al despreciar las oportunidades diarias y descuidar las cosas pequeñas, como muchos se vuelven infructuosos y marchitos.
Hay maneras en las cuales todos pueden prestar un servicio personal a Dios. Algunos pueden escribir una carta a un amigo lejano o enviar un periódico a alguien que está averiguando la verdad. Otros pueden dar consejos a los que están en dificultades. Los que saben tratar a los enfermos pueden ayudar en esto. Otros que tienen las cualidades necesarias pueden dar estudios bíblicos o dirigir clases bíblicas.
Deben idearse y ponerse en práctica entre las iglesias los métodos más sencillos de trabajar. Si los miembros aceptan unánimemente tales planes y con perseverancia los llevan a cabo, segarán una rica recompensa; porque su experiencia se irá enriqueciendo, su capacidad aumentará, y por sus esfuerzos salvarán almas.
No se necesita ser sabio para trabajar
Nadie debe sentir que porque no se ha educado no puede tomar parte en la obra del Señor. Dios tiene una obra para vosotros. El ha dado a cada uno su obra. Podéis escudriñar las Escrituras por vuestra cuenta. "El principio de tus palabras alumbra; hace entender a los simples." Salmos 119:130. Podéis orar por la obra. La oración del corazón sincero, ofrecida con fe, será oída en el cielo. Y habéis de trabajar según vuestra capacidad.
Cada uno ejerce una influencia para bien o para mal. Si el alma está santificada para el servicio de Dios y consagrada a la obra de Cristo, su influencia tenderá a recoger con Cristo.
Todo el cielo está en actividad, y los ángeles de Dios están esperando para cooperar con todos los que quieran idear planes por los cuales las almas para quienes Cristo murió puedan oír las gratas nuevas de la salvación. Los ángeles que sirven a los que han de heredar la salvación, dicen a cada santo: "Hay trabajo para vosotros." "Id, y ... hablad al pueblo todas las palabras de esta vida." Hechos 5:20. Si todos aquellos a quienes se dirige esta orden la obedeciesen, el Señor prepararía el camino delante de ellos y les daría recursos con los cuales ir.
Despiértese a los ociosos
Hay almas que están pereciendo sin Cristo, y los que profesan ser discípulos de Cristo las dejan morir. A nuestros hermanos se les han confiado talentos para la obra de salvar almas; pero algunos los han envuelto en un pañuelo y los han enterrado en el suelo. ¿Qué semejanza tienen estos ociosos con el ángel al cual se representa volando por en medio del cielo, proclamando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús? ¿Qué súplicas se pueden hacer a los ociosos para despertarlos, a fin de que vayan a trabajar para el Maestro? ¿Qué podemos decir al miembro de la iglesia perezoso para hacerle sentir la necesidad de desenterrar su talento y darlo a los banqueros? No habrá ociosos ni perezosos en el reino de los cielos. ¡Dios quiera presentar este asunto en toda su importancia a las iglesias dormidas! ¡Ojalá que Sión se levante y se vista sus ropas de gala! ¡Ojalá resplandezca!
Hay muchos ministros ordenados que nunca han atendido como pastores a la grey de Dios, que nunca han velado por las almas como quienes deben dar cuenta. En vez de desarrollarse, la iglesia queda en la condición de un cuerpo débil y deficiente. Los miembros de la iglesia, acostumbrados a confiar en la predicación, hacen poco para Cristo. No llevan fruto, sino que más bien aumentan su egoísmo e infidelidad. Ponen su esperanza en el predicador y dependen de sus esfuerzos para mantener viva su débil fe. Por cuanto los miembros de la iglesia no han sido debidamente instruídos por aquellos a quienes Dios puso como veedores, muchos son siervos perezosos que ocultan sus talentos en la tierra, y, sin embargo, se quejan de cómo el Señor los trata. Esperan ser atendidos como niños enfermos.
Esta condición de debilidad no debe continuar. Debe hacerse obra bien organizada en la iglesia, para que sus miembros sepan cómo impartir la luz a otros, y así fortalecer su propia fe y aumentar su conocimiento. Mientras impartan aquello que recibieron de Dios, serán confirmados en la fe. Una iglesia que trabaja es una iglesia viva. Somos incluídos en la edificación como piedras vivas, y cada piedra ha de emitir luz. Cada cristiano es comparado a una piedra preciosa que capta la gloria de Dios y la refleja.
La idea de que el ministro debe llevar toda la carga y hacer todo el trabajo, es un gran error. Podría suceder que, recargado de trabajo y quebrantado, descendiera al sepulcro cuando, si la carga hubiese sido compartida como el Señor quería, habría continuado viviendo. A fin de que la carga sea distribuida, deben educar a la iglesia los que pueden enseñar a otros a seguir a Cristo y trabajar como él trabajó.
Los jóvenes han de ser misioneros
No se pase por alto a los jóvenes; déjeselos participar en el trabajo y la responsabilidad. Hágaseles sentir que tienen que contribuir a beneficiar a otros. Aun a los niños debe enseñárseles a hacer pequeñas diligencias de amor y misericordia para los que son menos afortunados que ellos.
Ideen los sobreveedores de la iglesia planes por los cuales la juventud pueda aprender a emplear los talentos que le han sido confiados. Hagan los miembros de más edad en la iglesia una obra ferviente y compasiva por los niños y jóvenes. Apliquen los ministros toda su inteligencia a idear planes por los cuales los miembros más jóvenes de la iglesia puedan ser inducidos a cooperar con ellos en la obra misionera. Pero no se imaginen que pueden despertar su interés predicándoles un largo sermón en la reunión misionera. Deben idear planes por los cuales se pueda despertar vivo interés. Tengan todos una parte que desempeñar. Enséñese a los jóvenes a hacer lo que se les indique, y traigan de semana en semana sus informes a la reunión misionera, contando lo que hayan experimentado y el éxito que por la gracia de Cristo hayan obtenido. Si tales informes fuesen traídos por personas que trabajasen con consagración, las reuniones misioneras no serían áridas ni tediosas. Rebosarían de interés y no faltarían asistentes.
En toda iglesia, los miembros deben ser adiestrados de tal manera que dediquen tiempo a ganar almas para Cristo. ¿Cómo puede decirse de la iglesia: "Vosotros sois la luz del mundo," a menos que sus miembros estén realmente impartiendo luz?
Despierten y comprendan su deber los que están encargados del rebaño de Cristo, y pongan a muchas almas a trabajar.
Despiértense las iglesias
Pronto se realizarán cambios peculiares y rápidos, y el pueblo de Dios debe estar dotado del Espíritu Santo para que, con sabiduría celestial, pueda hacer frente a las emergencias de esta época y hasta donde sea posible contrarrestar los movimientos desmoralizadores del mundo. Si la iglesia no se duerme, si los discípulos de Cristo velan y oran, podrán tener luz para comprender y apreciar los movimientos del enemigo.
¡El fin está cerca! Dios invita a la iglesia a poner en orden las cosas que quedan. Colaboradores de Dios, estáis facultados por el Señor para llevar a otros al reino. Habéis de ser los agentes vivos de Dios, conductos de luz para el mundo, y en derredor vuestro hay ángeles del cielo, enviados por Cristo para sosteneros y fortaleceros mientras trabajáis por la salvación de las almas.
Me dirijo a los miembros de las iglesias de toda asociación: Destacaos como separados y distintos del mundo, como personas que están en el mundo, pero que no son de él, y reflejad los brillantes rayos del Sol de justicia, siendo puros, santos y sin contaminación, y haciendo brillar con fe la luz en todos los caminos y vallados de la tierra.
Despiértense las iglesias antes de que sea eternamente demasiado tarde. Asuma cada miembro su obra individual y vindique el nombre del Señor que lleva sobre sí. Que la fe sana y la ferviente piedad reemplacen la pereza y la incredulidad. Cuando la fe eche mano de Cristo, la verdad deleitará el alma y los servicios religiosos no serán áridos ni carentes de interés. Vuestras reuniones de testimonios, ahora tibias y sin aliento, serán vivificadas por el Espíritu Santo; y diariamente tendréis una rica experiencia mientras practiquéis el cristianismo que profesáis. Se convertirán los pecadores, serán conmovidos por la Palabra de verdad y dirán como dijeron algunos que escucharon las enseñanzas de Cristo: "Hemos visto y oído maravillas hoy."
En vista de lo que podría haberse hecho si la iglesia hubiese cumplido con las responsabilidades que Dios le diera, ¿seguirán durmiendo sus miembros o se despertarán y reconocerán el honor a ellos concedido por la misericordiosa providencia de Dios? ¿Asumirán su cometido hereditario y, valiéndose de la luz presente, sentirán la necesidad de levantarse para hacer frente a la urgente emergencia que ahora se presenta? ¡Ojalá que todos se despertasen y manifestasen al mundo que su fe es una fe viva, que aguarda al mundo una crisis vital y que Jesús vendrá pronto! Dejemos ver a los hombres que creemos estar en los deslindes del mundo eterno.
La edificación del reino de Dios queda rezagada o fomentada de acuerdo con la infidelidad o la fidelidad de los agentes humanos. La obra queda estorbada cuando los agentes humanos no cooperan con los agentes divinos. Los hombres pueden orar: "Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra;" pero si en su vida no actúan de acuerdo con su oración, sus peticiones serán infructuosas.
Pero aunque seamos débiles, sujetos a error y pecado, el Señor nos ofrece asociarnos con él. Nos invita a colocarnos bajo la instrucción divina. Uniéndonos con Cristo, podemos realizar las obras de Dios. "Sin mí--dijo Cristo--nada podéis hacer."
Por intermedio del profeta Isaías se nos hace esta promesa: "Irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia." Isaías 58:8. Es la justicia de Cristo la que va delante de nosotros, y la gloria de Jehová ha de ser nuestra retaguardia. Miembros de las iglesias del Dios vivo, estudiad estas promesas, y considerad cómo vuestra falta de fe, de espiritualidad y de poder divino, impiden la llegada del reino de Dios. Si salierais para hacer la obra de Cristo, los ángeles de Dios abrirían el camino delante de vosotros, preparando los corazones para recibir el Evangelio. Si cada uno fuese un misionero vivo, el mensaje para este tiempo sería proclamado prestamente en todos los países, a todo pueblo, nación y lengua. Esta es la obra que debe ser hecha antes que venga Cristo con poder y grande gloria. Invito a la iglesia a orar fervorosamente para que pueda comprender sus responsabilidades. ¿Sois individualmente colaboradores de Dios? Si no, ¿por qué no lo sois? ¿Cuándo os proponéis hacer la obra que el cielo os ha señalado?