Mensajes para los Jóvenes

Capítulo 39

Seriedad de propósito

Cuando los cuatro jóvenes hebreos estaban recibiendo una educación para la corte del rey en Babilonia, no tenían idea de que la bendición del Señor era un sustituto del abrumador esfuerzo requerido de ellos. Eran diligentes en el estudio, pues discernían que, mediante la gracia de Dios, su destino dependía de su propia voluntad y acción. Debían aportar toda su habilidad al trabajo y, exigiendo un esfuerzo severo a sus facultades, tenían que sacar el mayor provecho de sus oportunidades para estudiar y trabajar.

La cooperación con Dios

Mientras estos jóvenes edificaban su propia salvación, Dios producía en ellos el querer y el hacer su beneplácito. En esto se revelan las condiciones del éxito. Para hacer nuestra la gracia de Dios, debemos desempeñar nuestra parte. Dios no se propone llevar a cabo en lugar de nosotros el querer ni el hacer. Su gracia es dada para obrar en nosotros el querer y el hacer, pero nunca como sustituto de nuestro esfuerzo. Nuestro ser debe ser despertado a este trabajo de cooperación. El Espíritu Santo actúa en nosotros para que podamos trabajar en nuestra propia salvación. Esta es la lección práctica que el Espíritu Santo se esfuerza por enseñarnos. "Porque Dios es el que obra en vosotros, tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad".1 El Señor cooperará con todos los que fervientemente se esfuercen por ser fieles en su servicio, así como cooperó con Daniel y sus tres compañeros. Las refinadas cualidades mentales y el elevado tono de carácter moral no son frutos de la casualidad. Dios da oportunidades; el éxito depende del uso que se haga de ellas. Es necesario discernir prestamente las puertas que abre la Providencia y entrar ansiosamente por ellas. Hay muchos que podrían llegar a ser hombres poderosos si, como Daniel, dependieran de Dios para recibir gracia para vencer, y fuerza y eficiencia para hacer su trabajo.

Servir de todo corazón

Me dirijo a ustedes, jóvenes: Sean fieles. Hagan de corazón su trabajo. No imiten a los que son perezosos y prestan un servicio a medias. Las acciones, repetidas con frecuencia, forman los hábitos; los hábitos forman el carácter. Lleven a cabo pacientemente los pequeños deberes de la vida. Mientras no den la importancia que corresponde a la fidelidad en los pequeños deberes, no será satisfactoria la edificación de su carácter. A la vista del Omnipotente, todo deber es importante. El Señor ha dicho: "El que es fiel en lo muy poco, también en lo más será fiel".2 En la vida de un verdadero cristiano no hay cosas sin importancia.

Muchos que dicen ser cristianos están actuando en oposición a Dios. Muchos esperan que se les presente una gran obra que hacer. Diariamente pierden oportunidades de mostrar su fidelidad a Dios; diariamente dejan de desempeñar de todo corazón los pequeños deberes de la vida que les parecen sin interés. Pasa su vida mientras esperan alguna gran obra en la cual puedan ejercitar sus supuestos grandes talentos y así satisfacer sus ambiciosos anhelos.

Queridos jóvenes amigos, hagan la obra que tengan más a mano. Dirijan su atención hacia algún humilde ramo de trabajo que esté a su alcance. Pongan su mente y su corazón en la ejecución de ese trabajo. Fuercen sus pensamientos a actuar inteligentemente en relación con las cosas que pueden hacer en su casa. De este modo se estarán preparando para ser de mayor utilidad. Recuerden que está escrito acerca del rey Ezequías: "En todo cuanto emprendió [...] lo hizo de todo corazón, y fue prosperado".3

El valor de la concentración

La capacidad de fijar los pensamientos en la labor emprendida es una gran bendición. Los jóvenes temerosos de Dios tendrían que esforzarse por desempeñar sus deberes con reflexiva consideración, manteniendo los pensamientos en su debido curso y poniendo de su parte lo mejor de que son capaces. Deberían reconocer sus deberes actuales y cumplirlos sin permitir que la mente se desvíe. Esta clase de disciplina mental será útil y beneficiosa durante toda la vida. Quienes aprenden a concentrar sus pensamientos en todo lo que emprenden, por pequeña que parezca la tarea, serán útiles en el mundo.

Queridos jóvenes, sean fervientes, sean perseverantes. "Ceñid vuestra mente".4 Manténganse firmes como Daniel, el fiel hebreo, quien se propuso en su corazón ser leal a Dios. No chasqueen a sus padres y amigos. Y hay alguien más a quien recordar. No chasqueen a aquel que tanto los amó, que dio su vida para que fuera posible que ustedes sean colaboradores de Dios.

El motivo más elevado

El deseo de honrar a Dios debiera ser para nosotros el más poderoso de los motivos. Nos debería inducir a hacer todo esfuerzo por aprovechar los privilegios y las oportunidades que nos han sido dadas, para que entendamos cómo usar sabiamente los bienes del Señor. Nos debería inducir a mantener el cerebro, los huesos, los músculos y los nervios en la condición más sana, para que nuestra fuerza física y claridad mental nos hagan mayordomos fieles. Si se le da ocasión de actuar al interés egoísta, atrofia la mente y endurece el corazón; si se le permite que gobierne, destruye el poder moral. Entonces se produce el chasco [...].

El verdadero éxito es impartido a los hombres y las mujeres por el Dios que dio éxito a Daniel. Aquel que leía en el corazón de Daniel, contemplaba con placer la pureza de los motivos de su siervo y su determinación de honrar al Señor. Los que en su vida cumplen el propósito de Dios, deben hacer esfuerzos esmerados, aplicándose estrecha y fervientemente a la realización de cualquier cosa que él les dé para hacer.--The Youth's Instructor, 20 de agosto de 1903.

Gozo permanente

A lo largo del áspero camino que conduce a la vida eterna hay también manantiales de gozo para refrescar a los fatigados. Los que andan en las sendas de la sabiduría se regocijan en gran manera, aun en la tribulación; porque aquel a quien su espíritu ama marcha invisible a su lado. A cada paso hacia arriba disciernen con más claridad el toque de su mano; vívidos fulgores de la gloria del Invisible alumbran su senda; y sus himnos de alabanza, entonados en una nota aún más alta, se elevan para unirse con los cánticos de los ángeles delante del trono.--El Discurso Maestro de Jesucristo, 119.