Satanás se presenta al hombre con sus tentaciones de la forma en que se presentó ante Cristo: como ángel de luz. Ha estado trabajando para debilitar física y moralmente al hombre con el objetivo de vencerlo con sus tentaciones, y luego triunfar sobre su ruina. Y ha tenido acceso a quienes están esclavizados por los apetitos, sin tener en cuenta los resultados. Bien sabe él que es imposible al hombre desempeñar sus obligaciones para con Dios y sus semejantes mientras malogra las facultades que Dios le ha dado. El cerebro es la capital del cuerpo. Si las facultades perceptivas son entorpecidas por cualquier clase de intemperancia, no se disciernen las cosas eternas.
La relación de la salud con la formación del carácter
Dios no da permiso al hombre para violar las leyes de su ser. Pero el hombre, al ceder a las tentaciones de Satanás complaciéndose en la intemperancia, pone las facultades superiores bajo el dominio de los apetitos y pasiones animales. Cuando estos logran ascendiente, el hombre, que fue creado un poco inferior a los ángeles, con facultades susceptibles del más elevado cultivo, se entrega al control de Satanás, y este tiene fácil acceso a quienes están esclavizados por los apetitos. Por causa de la intemperancia, algunos sacrifican una mitad, otros los dos tercios de sus facultades físicas, mentales y morales, y se hacen juguetes del enemigo.
Los que quieren tener mentes despejadas para discernir las estratagemas de Satanás deben poner sus apetitos físicos bajo el dominio de la razón y de la conciencia. La moral y la acción vigorosa de las facultades superiores de la mente son esenciales para la perfección del carácter cristiano. Y la fuerza o debilidad de la mente tienen mucho que ver con nuestra utilidad en este mundo y con nuestra salvación final. Es deplorable la ignorancia que ha prevalecido con respecto a la ley de Dios y nuestra naturaleza física. La intemperancia de cualquier clase es una violación de las leyes de nuestro ser. La imbecilidad prevalece en un grado temible. El pecado se hace atrayente bajo el manto de luz con que Satanás lo cubre, y él se complace en retener el mundo cristiano en sus hábitos diarios bajo la tiranía de las costumbres, como los paganos, y gobernado por el apetito.
La intemperancia degrada
Si los hombres y las mujeres inteligentes tienen sus facultades morales entorpecidas por cualquier clase de intemperancia, son poco superiores a los paganos en muchos de sus hábitos. Satanás desvía constantemente a la gente de la luz salvadora hacia las costumbres y la moda, sin tener en cuenta su salud física, moral y mental. El gran enemigo sabe que si predominan el apetito y la pasión, se sacrifican la salud del cuerpo y la fuerza del intelecto en el altar de la satisfacción de los apetitos, y el hombre es llevado a una rápida ruina. Si el intelecto iluminado lleva las riendas, dominando las propensiones animales y manteniéndolas sujetas a las facultades morales, Satanás sabe que es pequeño su poder para vencer con sus tentaciones [...].
Una buena parte del mundo cristiano carece del derecho de llamarse cristiano. Sus hábitos, su extravagancia, el trato general de su cuerpo, violan la ley física y son contrarios a la norma bíblica. Ellos mismos, con su curso de vida, se están acarreando sufrimiento físico y debilidad moral y mental.--The Review and Herald, 8 de septiembre de 1874.
El dominio propio es un deber
El cuerpo tiene que ser puesto en sujeción. Las facultades superiores de nuestro ser deben gobernar. Las pasiones han de obedecer a la voluntad, que a su vez ha de obedecer a Dios. El poder soberano de la razón, santificado por la gracia divina, debe dominar en nuestra vida.
Las exigencias de Dios deben estamparse en la conciencia. Hombres y mujeres deben despertar y sentir su obligación de dominarse a sí mismos, su necesidad de ser puros y libertados de todo apetito depravante y de todo hábito perverso. Han de reconocer que todas las facultades de su mente y de su cuerpo son dones de Dios, y que deben conservarlas en la mejor condición posible para servirle.--El Ministerio de Curación, 92.