Mucho se podría decir a los jóvenes en cuanto a su privilegio de ayudar a la causa de Dios aprendiendo lecciones de economía y abnegación. Muchos creen que deben permitirse este o aquel placer, y para poder hacerlo se acostumbran a una vida que les consume todas sus entradas. Dios quiere que nos conduzcamos mejor en este sentido.
Pecamos contra nosotros mismos cuando nos sentimos satisfechos con tener lo suficiente para comer, beber y vestir. Dios tiene reservado para nosotros algo superior. Cuando estemos dispuestos a hacer a un lado nuestros deseos egoístas y entregar las facultades del corazón y la mente a la obra de la causa de Dios, los agentes celestiales cooperarán con nosotros, haciéndonos una bendición para la humanidad.
Ahorrar para las misiones
El joven trabajador y ahorrativo, aunque sea pobre puede ahorrar un poco para la causa de Dios. Cuando yo no tenía más que doce años de edad, ya sabía lo que era economizar. Aprendí un oficio, junto con mi hermana, y aunque solamente ganábamos veinticinco centavos de dólar por día, podíamos ahorrar algo de esta suma para dar para las misiones. Ahorramos poco a poco hasta que tuvimos treinta dólares. Luego, cuando oímos el mensaje de la pronta venida del Señor, junto con un pedido de hombres y medios, consideramos un privilegio entregar los treinta dólares a nuestro padre y pedirle que los invirtiera en folletos para enviar el mensaje a los que se hallaban en tinieblas.
Es deber de todos los que se relacionan con la obra de Dios aprender la economía en el uso del tiempo y el dinero. Los que se complacen en la ociosidad revelan que dan poca importancia a las gloriosas verdades que nos han sido encomendadas. Necesitan adquirir hábitos de laboriosidad y aprender a trabajar teniendo únicamente en vista la gloria de Dios.
La abnegación
Los que no tienen buen criterio en el uso del tiempo y el dinero deberían pedir consejo a los que han tenido experiencia. Con el dinero que habíamos ganado en nuestro oficio, nos proveíamos de ropa mi hermana y yo. Le entregábamos el dinero a nuestra madre, diciéndole: "Compra de modo que después de pagar nuestra ropa quede algo para dar a la obra misionera". Y ella lo hacía, estimulando en nosotros el espíritu misionero.
El acto de dar, si es fruto de la abnegación, es un maravilloso estímulo para el dador. Imparte una educación que nos habilita más plenamente para comprender la obra de aquel que anduvo haciendo el bien, aliviando a los que sufrían y proveyendo a las necesidades de los destituidos. El Salvador no vivió para complacerse a sí mismo. No había en su vida rastro de egoísmo. Aunque estaba en un mundo que él mismo había creado, no reclamó ninguna parte como hogar suyo. "Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo nidos--dijo--, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza".1
El uso debido de los talentos
Si hacemos el mejor uso posible de nuestros talentos, el Espíritu de Dios nos conducirá continuamente a una mayor eficiencia. El Señor dijo al hombre que había negociado fielmente con sus talentos: "¡Bien, siervo bueno y fiel! Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor".2 También se esperaba del hombre que había recibido uno que hiciera el mejor uso posible de su talento. Si hubiera negociado con las mercaderías de su señor, el Señor hubiera multiplicado el talento.
Dios ha dado a cada hombre su obra "según su capacidad".3 Dios tiene la medida de nuestra capacidad y sabe qué responsabilidad darnos. Respecto al que ha sido hallado fiel ordena: "Confíenle mayor responsabilidad". Si se muestra fiel a ese cometido, vuelve a ordenar: "Confíenle aún más". Y así, mediante la gracia de Cristo, va creciendo hasta la plenitud de un hombre en Cristo Jesús.
¿No tienen más que un talento? Denlo a los cambistas y transfórmenlo en dos invirtiéndolo sabiamente. Hagan con todas sus fuerzas lo que sus manos hallen para hacer. Usen su talento tan sabiamente que cumpla la misión que le estaba señalada. Será digno de todos los esfuerzos el poder oír al fin las palabras, dirigidas a cada uno de ustedes: "¡Bien, siervo bueno y fiel!" Pero solo se les dirigirá la palabra "bien" a los que hayan hecho bien.
No hay tiempo que perder
Jóvenes y señoritas, no tienen tiempo que perder. Traten fervorosamente de poner madera sólida en la edificación del carácter. Les rogamos, por amor a Cristo, que sean fieles. Traten de redimir el tiempo. Conságrense diariamente al servicio de Dios, y hallarán que no necesitan muchos días de fiesta para pasar ociosamente, ni mucho dinero para gastar en darse los gustos. El cielo observa a quienes tratan de mejorar y de modelarse a la semejanza de Cristo. Cuando el agente humano se somete a Cristo, el Espíritu Santo lleva a cabo una gran obra en su favor.
Todo verdadero y abnegado obrero de Dios está dispuesto a gastar y a ser gastado en bien de otros. Cristo dice: "El que ama su vida, la perderá; y el que desprecia su vida en este mundo, para vida eterna la guardará".4 El verdadero cristiano muestra su amor hacia Dios y a sus semejantes en los esfuerzos fervientes y reflexivos que hace para ayudar a otros. Quizá pierda la vida en el servicio, pero cuando Cristo venga a recoger sus joyas, la encontrará otra vez.--The Youth's Instructor, 10 de septiembre de 1907.
La recompensa del sacrificio
Los medios usados para beneficiar a otros producirán recompensas. Las riquezas debidamente empleadas realizarán mucho bien. Se ganarán almas para Cristo. El que sigue el plan de vida de Cristo verá en las cortes celestiales a aquellos por quienes trabajó y se sacrificó en la tierra. Los redimidos recordarán agradecidos a los que fueron instrumentos de su salvación. El cielo será algo precioso para quienes hayan sido fieles en la obra de ganar a otros.--Palabras de Vida del Gran Maestro, 307.