Mensajes para los Jóvenes

Capítulo 100

El diezmo

La gran obra que Jesús anunció que había venido a hacer fue confiada a los que le siguen en la tierra. Cristo, como nuestra cabeza, nos guía en la gran obra de salvación, y nos invita a seguir su ejemplo. Nos ha dado un mensaje mundial. Esta verdad debe extenderse a todas las naciones, lenguas y pueblos. El poder de Satanás debe ser desafiado y vencido por Cristo y también por sus discípulos. Una gran guerra debe reñirse contra las potestades de las tinieblas. Y para que esta obra se lleve a cabo con éxito, se requieren recursos. Dios no se propone enviarnos recursos directamente del cielo, sino que deposita en las manos de sus seguidores, talentos y recursos para que los usen con el fin de sostener esta guerra.

Él ha dado a su pueblo un plan para obtener sumas suficientes con qué financiar sus empresas. El plan de Dios en el sistema del diezmo es hermoso por su sencillez e igualdad. Todos pueden practicarlo con fe y valor porque es de origen divino. En él se combinan la sencillez y la utilidad, y no requiere profundidad de conocimiento para comprenderlo y ejecutarlo. Todos pueden sentir que son capaces de hacer una parte para llevar a cabo la preciosa obra de salvación. Cada hombre, mujer y joven puede llegar ser un tesorero del Señor, un agente para satisfacer las demandas de la tesorería. Dice el apóstol: "Cada uno de vosotros aparte algo según haya prosperado, y guárdelo".1

Por este sistema se alcanzan grandes objetivos. Si todos lo aceptaran, cada uno sería un vigilante y fiel tesorero de Dios, y no faltarían recursos para llevar a cabo la gran obra de proclamar el último mensaje de amonestación al mundo. La tesorería estaría llena si todos adoptaran este sistema, y los contribuyentes no serán más pobres por ello. Mediante cada inversión hecha, llegarán a estar más vinculados a la causa de la verdad presente. Estarán "atesorando para sí buen fundamento para lo por venir", con el fin de echar "mano de la vida eterna".2--Joyas de los Testimonios 1:367, 368.

El reconocimiento de la propiedad de Dios

La consagración a Dios de un diezmo de todas las entradas, ya fueran de la cosecha o la siega, del rebaño o la manada, del trabajo manual o el intelectual; la consagración de un segundo diezmo destinado al alivio del pobre y a otros usos benéficos, tendían a mantener siempre presente ante el pueblo el principio de que Dios es dueño de todo, y que ellos tenían la oportunidad de ser los canales por medio de los cuales fluyeran sus bendiciones. Era una educación adaptada para acabar con todo egoísmo, y para cultivar la grandeza y la nobleza de carácter.--La Educación, 44.

Pertenece a Dios

"Todo el diezmo de la tierra [...] es del Señor".3 En este pasaje se halla la misma forma de expresarse que en la ley del sábado. "El sábado es el día de reposo del Señor tu Dios".4 Dios reservó para sí una porción específica del tiempo y de los recursos pecuniarios del hombre, y nadie podía dedicar sin culpa cualquiera de esas cosas a sus propios intereses.--Historia de los Patriarcas y Profetas, 565.