Dios ha colocado a los hombres en el mundo, y estos tienen el privilegio de comer, beber, comerciar, casarse y darse en matrimonio; no obstante, lo único seguro es hacer estas cosas en el temor de Dios. Deberíamos vivir en este mundo teniendo en cuenta el mundo eterno. El gran crimen en los matrimonios de los días de Noé era que los hijos de Dios formaban alianzas con las hijas de los hombres. Los que profesaban reconocer y reverenciar a Dios se asociaban con quienes eran de corazón corrompido, y se casaban, sin distinción, con quienes querían. Hoy en día hay muchos que no tienen experiencia religiosa profunda y que harán exactamente las cosas que se hacían en los días de Noé. Contraerán matrimonio sin considerar cuidadosamente el asunto ni orar al respecto. Muchos aceptan los votos sagrados con tanta ligereza como si efectuasen una transacción comercial; el amor verdadero no es el motivo de la alianza.
Necedad profana
La idea del matrimonio parece tener un poder hechizante sobre la mente de muchos jóvenes. Dos personas llegan a conocerse, se enamoran ciegamente y cada una absorbe la atención de la otra. Se oscurece la razón y se depone el buen criterio. No quieren someterse a ningún consejo ni gobierno, sino que insisten en hacer su voluntad, indiferentes a las consecuencias.
El engreimiento que los posee es como una epidemia o contagio que tiene que seguir su curso, y no parece haber forma de detener las cosas. Quizás haya entre los que los rodean quienes se den cuenta de que si los interesados se unen en matrimonio serán desgraciados toda la vida. Pero son vanos los ruegos y las exhortaciones. Tal vez se aminore y destruya por tal unión la utilidad de uno a quien Dios bendeciría en su servicio, pero el razonamiento y la persuasión son igualmente desatendidos.
Ningún efecto tiene lo que puedan decir los hombres y las mujeres de experiencia; es impotente para cambiar la decisión a la cual los han conducido sus deseos. Pierden el interés en la reunión de oración y en todo lo que pertenece a la religión. Están cegados mutuamente y descuidan los deberes de la vida, como si fueran asuntos de poca importancia. Noche tras noche estos jóvenes queman el aceite de medianoche hablando, ¿acaso de cosas de interés solemne? ¡Oh, no! De cosas frívolas, sin ninguna importancia.
La violación de las leyes de la salud y del recato
Los ángeles de Satanás montan guardia junto a quienes dedican buena parte de la noche a las entrevistas amorosas. Si pudieran ser abiertos sus ojos verían a un ángel tomando nota de sus palabras y actos. Están violando las leyes de la salud y la modestia. Sería mejor que reservaran algunas horas de noviazgo para su vida matrimonial. Pero, por lo general, con el matrimonio termina toda devoción manifestada durante los días del noviazgo.
Esas horas nocturnas de disipación, en esta época de depravación, llevan frecuentemente a la ruina a las dos personas que se entregan a ellas. Satanás se regocija, y se deshonra a Dios cuando los hombres y las mujeres se deshonran a sí mismos. El buen nombre del honor es sacrificado bajo el hechizo de esta ceguera, y no puede ser solemnizado el matrimonio de tales personas bajo la aprobación de Dios. Se han casado porque la pasión los impulsó, y cuando haya pasado la novedad del asunto, empezarán a darse cuenta de lo que han hecho. A los seis meses de haber hecho el voto, sus sentimientos han experimentado un cambio. En la vida conyugal, cada uno ha llegado a conocer mejor el carácter del compañero escogido. Cada uno descubre imperfecciones que no se veían durante la ceguera y locura de sus relaciones anteriores. Las promesas hechas ante el altar ya no los ligan. Como consecuencia de los matrimonios precipitados hay, aun entre el pueblo profeso de Dios, separaciones, divorcios y gran confusión en la iglesia.
El desdén por los consejos
Esta forma de casarse y darse en matrimonio es una de las tretas especiales de Satanás, y casi siempre tienen éxito sus planes. Experimento una sensación de la más penosa impotencia cuando las partes vienen a consultarme a este respecto. Puedo decirles las palabras que Dios quiere que les diga; pero ellos ponen en duda cada punto, y defienden el criterio de sus propósitos, y finalmente los realizan.
Parecen no tener poder para vencer sus deseos e inclinaciones, y se quieren casar a toda costa. No consideran con oración y cuidado el asunto, entregándose en las manos de Dios para ser guiados y manejados por su Espíritu. No parecen tener presente el temor de Dios. Creen entender plenamente el asunto, sin la sabiduría de Dios ni el consejo del hombre.
Cuando es demasiado tarde descubren que han cometido un error, y que han puesto en peligro su felicidad en esta vida y la salvación de su alma. No quisieron admitir que alguien, fuera de ellos, pudiera saber algo en cuanto al asunto cuando, si hubieran aceptado los consejos, se habría ahorrado años de ansiedad y penas. Pero son inútiles los consejos dados a quienes están resueltos a hacer su voluntad. A tales individuos, la pasión los hace pasar por encima de todas las barreras que puedan oponer la razón y el buen criterio.
Características del verdadero amor
El amor es una planta de origen celestial. No es irrazonable, no es ciego. Es puro y santo. Pero la pasión del corazón carnal es enteramente otra cosa. Mientras el amor puro hará intervenir a Dios en todos sus planes y estará en perfecta armonía con el Espíritu de Dios, la pasión será terca, irreflexiva, irrazonable, desafiante de toda sujeción, y hará un ídolo del objeto de su elección.
La gracia de Dios se mostrará en toda la conducta del que posee verdadero amor. La modestia, la sencillez, la sinceridad, la moralidad y la religión caracterizarán cada paso hacia la alianza del matrimonio. Los que tienen un dominio tal no se dejarán absorber por la relación con otra persona hasta el punto de perder el interés en la reunión de oración y en el culto religioso [...].
En busca de la dirección divina
Si los hombres y las mujeres tienen el hábito de orar dos veces al día antes de pensar en el matrimonio, deberían orar cuatro veces diarias cuando tienen en vista semejante paso. El matrimonio es algo que influirá en su vida y la afectará tanto en este mundo como en el venidero. El cristiano sincero no llevará adelante sus planes en este sentido sin el conocimiento de que Dios aprueba su conducta. No querrá escoger por sí mismo, sino sentirá que Dios debe escoger por él. No nos hemos de complacer a nosotros mismos, pues Cristo no lo hizo. No quisiera que se entienda que hay que casarse con quien uno no ama. Esto sería un pecado. Pero no se debería permitir que la imaginación y la naturaleza emotiva conduzcan a la ruina. Dios requiere el corazón entero, los afectos supremos.
La mayoría de los matrimonios de nuestra época, y la forma en que se los realiza, hace de ellos una de las señales de los últimos días. Los hombres y las mujeres son tan persistentes, tan tercos, que Dios es dejado fuera del asunto. La religión es dejada a un lado como si no tuviera parte que representar en esta cuestión solemne e importante. Pero a menos que los que profesan creer en la verdad sean santificados por ella, exaltados en pensamiento y carácter, estarán ante Dios en una condición menos favorable que el pecador que nunca ha sido iluminado respecto a sus demandas.--The Review and Herald, 25 de septiembre de 1888.