Mensajes para los Jóvenes (1967)

Capítulo 36

Una experiencia viviente

El Señor de la vida y la gloria vistió su divinidad de humanidad para mostrar al hombre que Dios, mediante el don de Cristo, quiere unirnos con él. Sin estar en comunión con Dios, a nadie le es posible ser feliz. El hombre caído ha de aprender que nuestro Padre celestial no puede estar satisfecho hasta que su amor circunde al pecador arrepentido, transformado por los méritos del inmaculado Cordero de Dios.

A este fin tiende la obra de todos los seres celestiales. Tienen que trabajar, bajo las órdenes de su General, para la restauración de aquellos que por la transgresión se han separado de su Padre celestial. Se ha ideado un plan por el cual se revelarán al mundo la maravillosa gracia y el amor de Cristo. El amor de Dios se revela en el precio infinito pagado por el Hijo de Dios para el rescate del hombre. Este glorioso plan de redención es amplio en sus provisiones para salvar al mundo entero. El hombre pecador y caído puede ser hecho completo en Jesús mediante el perdón del pecado y la justicia imputada de Cristo.

El poder de la cruz

Jesucristo tomó la forma humana para poder abarcar con su brazo humano la raza, mientras se asía con su brazo divino al trono del Infinito. Plantó su cruz a mitad de camino entre la tierra y el cielo, y dijo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo".1 La cruz había de ser el centro de atracción.

Había de hablar a todos los hombres y atraerlos a través del abismo que el pecado había hecho, para unir al hombre finito con el Dios infinito. Sólo el poder de la cruz puede separar al hombre de la fuerte confederación del pecado. Cristo se dio a sí mismo para la salvación del pecador. Aquellos cuyos pecados son perdonados, que aman a Jesús, se unirán con él. Llevarán el yugo de Cristo. Este yugo no ha de estorbarlos ni hará de su vida religiosa una vida de afán que no satisface. No; el yugo de Cristo ha de ser el medio preciso por el cual la vida cristiana ha de llegar a ser una vida de placer y de gozo. El cristiano se sentirá gozoso al contemplar lo que el Señor ha hecho al dar a su Hijo unigénito para que muriese por el mundo, "para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".2

La lealtad a Cristo

Aquellos que se hallan bajo la ensangrentada bandera del príncipe Emanuel deberían ser fieles soldados del ejército de Cristo. Nunca deberían ser desleales, nunca infieles. Muchos de los jóvenes se ofrecerán voluntariamente para ponerse de parte de Jesús, Príncipe de la vida. Pero si quieren continuar de parte de él, deben contemplar constantemente a Jesús, su Capitán, a la espera de sus órdenes. No pueden ser soldados de Cristo, y no obstante comprometerse en la confederación de Satanás ayudándolo, pues entonces serían enemigos de Cristo. Traicionarían cometidos sagrados. Formarían un eslabón entre Satanás y los verdaderos soldados, de modo que mediante estos agentes vivientes, el enemigo trabajaría constantemente para hurtar los corazones de los soldados de Cristo.

Os pregunto, queridos jóvenes que profesáis ser soldados de Jesucristo: ¿Qué batallas habéis peleado? ¿Cuáles han sido vuestros combates? Cuando la Palabra de Dios os ha revelado claramente vuestra obra, ¿habéis rehusado hacerla porque no convenía a vuestras inclinaciones? ¿Os ha seducido la atracción del mundo apartándoos del servicio de Cristo? Satanás se ocupa en idear atractivos engañosos, y por la transgresión en lo que parece ser de poca importancia os aparta de Jesús. Luego presenta seducciones mayores para alejaros completamente de Dios.

Podéis tener vuestros nombres escritos en los libros de la iglesia y llamaros hijos de Dios, y no obstante vuestro ejemplo, vuestra influencia, representan falsamente el carácter de Cristo, y hacéis que otros se aparten de él. No hay felicidad, paz ni gozo para un creyente profeso que no esté alistado con toda el alma en la obra que el Señor le ha dado para hacer. Lleva constantemente el mundo a la iglesia, porque no se arrepiente, ni confiesa sus pecados, ni se entrega a Dios, sino que se entrega más y más al mundo, poniéndose en la batalla más bien del lado de Satanás que del de Cristo.

Se necesita un conocimiento experimental

Quisiera rogar a los jóvenes que corten hasta el más delgado hilo que los liga en práctica y espíritu al mundo. "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré. Y seré a vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso".3

¿Quiere prestar atención nuestra juventud a esta invitación? Cuán poco se percatan nuestros jóvenes de la necesidad de dar con su vida y carácter un ejemplo cristiano ante sus jóvenes compañeros. Muchos de nuestros jóvenes comprenden la teoría de la verdad, pero cuán pocos comprenden, por conocimiento experimental, la relación práctica de la verdad con cada una de sus acciones. ¿Dónde están los jóvenes misioneros que hacen cualquier obra que se les presenta en el gran campo de la mies? ¿Dónde están los que diariamente aprenden en la escuela de Cristo? Nunca debieran sentir que están preparados para graduarse. Esperen en la sala de audiencias del Señor a fin de que se les indique cómo deben trabajar en unión con los seres celestiales. Queridos jóvenes, deseo hablaros decididamente porque quiero que seáis salvos. No perdáis más tiempo. No podéis servir a Dios y a Mammón. Aparentemente podéis ser cristianos, pero cuando vienen las tentaciones, cuando sois severamente probados, ¿no cedéis por lo general?

La comunión con Cristo

El conflicto en que debéis tomar parte activa se desarrolla en vuestra vida diaria. ¿No queréis, en tiempos de prueba, poner vuestros deseos junto a la Palabra escrita y buscar en ferviente oración a Jesús para que os aconseje? Muchos declaran que no hay ciertamente mal alguno en ir a un concierto y descuidar la reunión de oración o ausentarse de las reuniones donde los siervos de Dios han de presentar un mensaje del cielo. Es más seguro para vosotros estar donde Cristo dijo que él estaría.

Los que aprecian las palabras de Cristo no se alejarán de la reunión de oración o de la reunión donde el mensajero del Señor ha sido enviado para decirles cosas de interés eterno. Jesús ha dicho: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".4 ¿Podéis permitiros escoger vuestro placer y perder la bendición? La indulgencia en estas cosas tiene una marcada influencia, no sólo en vuestra vida y carácter, sino en la vida y el carácter de vuestros compañeros.

Si todos los que profesan ser seguidores de Cristo fuesen así de hecho y en verdad, tendrían la mente de Cristo y obrarían las obras de Dios. Resistirían la tentación de complacer el yo y mostrarían que no disfrutan más de los frívolos placeres del mundo que del privilegio de encontrarse con Cristo en la reunión de testimonios. Entonces tendrían una decidida influencia sobre otros y los inducirían a seguir su ejemplo.

Las acciones hablan en más alta voz que las palabras, y aquellos que aman el placer no aprecian las ricas bendiciones de estar en la asamblea del pueblo de Dios. No aprecian el privilegio de influir en sus compañeros para que vayan con ellos, con la esperanza de que sus corazones sean enternecidos por el Espíritu del Señor. ¿Quién va con ellos a estas reuniones mundanas? Jesús no está allí para bendecir a los congregados. Pero Satanás hará acudir a la mente muchas cosas que no dejan lugar para los asuntos de interés eterno. Es para él una oportunidad de confundir el bien mezclándolo con el mal.

La asistencia a las reuniones mundanas crea un gusto por las distracciones excitantes y debilita la fuerza moral. Los que aman el placer pueden mantener una forma de piedad, pero no tienen relación vital con Dios. Su fe está muerta, su celo ha desaparecido. No sienten la preocupación de decir una palabra oportuna a las almas que están sin Cristo y de instarlas a entregar sus corazones al Señor (Youth's Instructor, abril 23, 1912).

La religión no es un sentimiento

La religión pura y sin mancha no es un sentimiento, sino la ejecución de obras de misericordia y amor. Esta religión es necesaria para la salud y la felicidad. Entra en el templo contaminado del alma y con un azote echa a los pecaminosos intrusos. Tomando el trono, consagra todo con su presencia, iluminando el corazón con los rayos brillantes del Sol de Justicia. Abre las ventanas del alma hacia el cielo, dejando entrar la luz del amor de Dios. Juntamente con ella penetran la serenidad y la calma. Aumenta la fuerza física, mental y moral, porque la atmósfera del cielo, como agente viviente, activo, llena el alma. En el interior se forma Cristo, la esperanza de la gloria (Review and Herald, octubre 15, 1901).