Mensajes para los Jóvenes (1967)

Capítulo 44

La abnegación

CRISTO se despojó de sí mismo, y el yo no apareció en nada de lo que hizo. Subordinó todas las cosas a la voluntad de su Padre. Cuando estaba por terminar su misión en la tierra, pudo decir: "Te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese".1 Y nos invita: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón".2 Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame";3 destrone al yo y no le deje tener más la supremacía del alma.

El que contempla a Cristo en su abnegación, en su humildad de corazón, será constreñido a decir, como Daniel cuando contempló como una semejanza de hijo de hombre: "Mi fuerza se cambió en desfallecimiento. . ."4 La naturaleza humana está siempre luchando para manifestarse, lista para la contienda; pero el que aprende de Cristo, se despoja del yo, del orgullo, del amor a la supremacía, y hay silencio en el alma. El yo es puesto a la disposición del Espíritu Santo. No estamos ansiosos, entonces, de tener el puesto más elevado. No tenemos ambición para abrirnos paso y figurar; en cambio, sentimos que nuestro más elevado lugar está a los pies de nuestro Salvador. Contemplamos a Jesús, y escuchamos, esperando que su mano y su voz nos guíen. El apóstol Pablo pasó por esta experiencia y dijo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí".5--El Discurso Maestro de Jesucristo, 19, 20.