Mensajes para los Jóvenes (1967)

Capítulo 60

Dando testimonio por Cristo

Todos los que están de parte del Señor han de confesar a Cristo. "Vosotros sois mis testigos, dice Jehová". La fe del verdadero creyente se manifestará por la pureza y santidad del carácter. La fe obra por amor y purifica el alma, y con la fe habrá la correspondiente obediencia, una ejecución fiel de las palabras de Cristo. El cristianismo es siempre intensamente práctico, y se adapta a todas las circunstancias de la vida real. "Vosotros sois mis testigos".1 ¿Ante quién? Ante el mundo, pues habéis de llevar con vosotros una influencia santa. Cristo ha de habitar en vuestra alma, y debéis hablar de él y manifestar los encantos de su carácter.

Nuestra conversación

La religión de moda de la época ha amoldado en tal forma el carácter, que los jóvenes que profesan la religión de Cristo rara vez mencionan su nombre a sus compañeros. Conversan de muchos asuntos, pero no hacen del precioso plan de la redención un tema de conversación. Suponed que como cristianos prácticos cambiáramos este orden de cosas y mostráramos "las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable".2 Si Cristo habita en el corazón por la fe, no podéis guardar silencio. Si habéis hallado a Jesús, seréis verdaderos misioneros. Habéis de ser entusiastas en este asunto, y hacer saber a los que no aprecian a Jesús, que lo habéis hallado precioso para vuestra alma, que él ha puesto en vuestra boca un cántico de alabanza a Dios.

Jóvenes amigos, ¿queréis empezar vuestra vida cristiana como quienes tienen en su corazón el calor del amor de Jesús? Nunca sabréis cuánto bien podéis hacer a los que no se consideran hijos de Dios, dirigiéndoles palabras tiernamente razonables y serias en cuanto a la salvación de sus almas. Por otra parte, quizá nunca sepáis, hasta el día del juicio, cuántas oportunidades de ser testigos de Cristo habéis dejado pasar sin aprovechar. Quizá nunca sepáis en este mundo el daño que habéis hecho a alguna alma por vuestros pequeños actos de frivolidad, vuestra conversación vulgar, vuestra liviandad, completamente inconsecuentes con vuestra santa fe.

Cómo ganar a los amados

Es cierto, podéis sentir una especie de ansiedad por las almas de los que amáis. Quizá tratéis de abrirles los tesoros de la verdad, y en vuestro fervor, derraméis lágrimas por su salvación, pero cuando vuestras palabras parecen hacer poca impresión y no hay una respuesta evidente a vuestras oraciones, casi os sentís tentados a reprochar a Dios porque vuestras labores no dan fruto. Os parece que vuestros amados tienen corazones especialmente duros, y que no responden a vuestros esfuerzos. Pero ¿habéis pensado seriamente que la falta puede estar en vosotros mismos? ¿Habéis pensado que estáis derribando con una mano lo que os esforzáis por construir con la otra?

A veces habéis permitido que el Espíritu de Dios os maneje, y otras, habéis negado vuestra fe con vuestra práctica, y habéis destruido vuestra labor por los familiares, pues vuestras prácticas han dejado sin efecto vuestros esfuerzos en favor de ellos. Vuestro mal genio, vuestro lenguaje no hablado, vuestras maneras, vuestra disposición quejosa, vuestra carencia de fragancia cristiana, vuestra falta de espiritualidad, la misma expresión de vuestro rostro, ha dado testimonio contra vosotros. . .

No menospreciéis nunca la importancia de las cosas pequeñas. Las cosas pequeñas proporcionan la disciplina real de la vida. Por medio de ellas se educa el alma para crecer a la semejanza de Cristo, o llevar la imagen del mal. Dios nos ayuda a cultivar hábitos de pensamiento, palabra, aspecto y acción que testificarán ante los que nos rodeen, de que hemos estado con Jesús y aprendido de él (Youth's Instructor, marzo 9, 1893).

El fervor

La vida pasada en trabajo activo por Dios es una bendición. Multitudes que pierden su tiempo en bagatelas, en remordimientos ociosos, y en murmuraciones sin provecho podrían tener una experiencia enteramente diferente si apreciasen la luz que Dios les ha dado y la hiciesen brillar sobre otros; y muchos hacen su vida desgraciada, por su egoísmo y su amor a la comodidad. Sus vidas, mediante una actividad diligente, podrían llegar a ser como los brillantes rayos del sol para guiar hacia el sendero que lleva al cielo a los que se hallan en el oscuro camino de la muerte. Si lo hacen, sus corazones se llenarán de paz y gozo en Jesucristo (Review and Herald, octubre 25, 1881).