Satanás es un enemigo vigilante, atento a su propósito de inducir a los jóvenes a una conducta enteramente contraria a la que Dios aprobaría. El sabe perfectamente que nadie puede hacer tanto bien como los jóvenes y las señoritas consagrados a Dios. Los jóvenes, si fueran correctos, podrían ejercer una poderosa influencia. Los predicadores o laicos avanzados en años no pueden tener sobre la juventud ni la mitad de la influencia que pueden tener sobre sus compañeros los jóvenes consagrados a Dios. Deberían ellos sentir sobre sí la responsabilidad de hacer todo lo que puedan para salvar a sus semejantes, aun al precio del sacrificio de su placer y sus deseos naturales. El tiempo y aun los medios, si se requirieran, deberían ser consagrados a Dios.
Los que profesan piedad deberían tener conciencia del peligro de los que están sin Cristo. Pronto terminará su tiempo de gracia. Los que podrían haber ejercido su influencia para salvar almas si hubiesen seguido el consejo de Dios y que en cambio han dejado de cumplir su deber por causa del egoísmo y la indolencia, o porque se avergonzaban de la cruz de Cristo, no sólo perderán su alma, sino que tendrán sobre sus vestiduras la sangre de los pobres pecadores. A los tales se exigirá cuenta del bien que podrían haber hecho si se hubiesen consagrado a Dios, y que no hicieron por su infidelidad.
Los que han probado realmente las dulzuras del amor redentor no quieren ni pueden descansar hasta dar a conocer a todos los que se relacionan con ellos, el plan de la salvación. Los jóvenes deberían preguntar: "Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Cómo puedo honrar y glorificar tu nombre en la tierra?" Alrededor de nosotros perecen almas, y sin embargo, ¿qué responsabilidad llevan los jóvenes de ganar almas para Cristo?
Solicitud por otros
Los que asisten a la escuela podrían tener influencia en favor del Salvador, pero ¿quiénes nombran el nombre de Cristo, y a quiénes se ve rogar con tierno fervor a sus compañeros para que abandonen los caminos de pecado y escojan el camino de la santidad?
Esta es la conducta que deberían seguir los jóvenes creyentes, pero no lo hacen; está más de acuerdo con sus sentimientos el unirse con el pecador en sus diversiones y placeres. Los jóvenes tienen un vasto campo de utilidad, pero no lo ven. ¡Oh, si ejercitasen ahora sus facultades mentales buscando un modo de aproximarse a los pecadores que perecen a fin de darles a conocer el camino de la santidad y mediante la oración y los ruegos, ganar aunque sea un alma para Cristo!
¡Qué noble empresa! ¡Un alma que alabará a Dios durante la eternidad! ¡Un alma que gozará felicidad y vida eterna! ¡Una gema en su corona que brillará como una estrella para siempre jamás! Pero aun más de uno puede ser llevado del error a la verdad, del pecado a la santidad. Dice el Señor por medio del profeta: "Y los que enseñan la justicia a la multitud, [resplandecerán] como las estrellas a perpetua eternidad".1 Entonces, aquellos que se ocupan con Cristo y los ángeles en la obra de salvar a las almas que perecen, son ricamente recompensados en el reino del cielo.
Vi que muchas almas podrían ser salvadas si los jóvenes estuviesen donde debieran estar, consagrados a Dios y a la verdad; pero generalmente se colocan en un terreno donde se hace necesario trabajar constantemente por ellos; de otra manera llegarían a ser del mundo. Son una fuente de ansiedad e inquietud constantes. Por ellos se derraman lágrimas, y del corazón de los padres se elevan oraciones angustiosas en su favor. Y no obstante, siguen adelante, indiferentes al dolor que su conducta causa. Siembran espinas en el pecho de aquellos que morirían por salvarlos y quisieran que llegasen a ser lo que Dios se propuso que fuesen por los méritos de la sangre de Cristo. . .
Una obra que hacer
Jóvenes de ambos sexos, vi que Dios tiene una obra para que vosotros hagáis; tomad vuestra cruz y seguid a Cristo, o sois indignos de él. Mientras permanecéis en apática indiferencia, ¿cómo podéis saber cuál es la voluntad de Dios con respecto a vosotros? Y ¿cómo esperáis ser salvos, a menos que como siervos fieles hagáis la voluntad de vuestro Señor? Todos los que posean la vida eterna habrán procedido bien. El Rey de gloria los honrará haciéndolos estar a su mano derecha mientras les diga: "Bien, buen siervo y fiel".2 ¿Cómo podéis saber cuántas almas podríais salvar de la ruina, si, en lugar de procurar descubrir qué trabajo podéis hacer en la viña de vuestro Maestro, estáis ideando medios para vuestro propio placer?
¿Cuántas almas se han salvado por medio de esas reuniones destinadas a conversar y a ensayar música? Si no podéis señalar una sola alma salvada por ese medio, apartaos ¡oh! apartaos hacia una nueva línea de conducta. Empezad a orar por las almas, acercaos a Cristo, bien junto a su costado sangrante. Adorne un espíritu manso y tranquilo vuestras vidas y asciendan a él vuestras peticiones fervientes, imperfectas, humildes, para que os dé sabiduría a fin de que tengáis éxito en salvar no sólo vuestra propia alma, sino las de otros.
Orad más de lo que cantáis. ¿No tenéis mayor necesidad de la oración que del canto? Jóvenes varones y mujeres, Dios os llama a trabajar, a trabajar por él. Cambiad completamente vuestra conducta. Vosotros podéis hacer una obra que los que sirven mediante la palabra y la doctrina no pueden hacer. Podéis alcanzar una clase a la cual no puede conmover el pastor.--Testimonios para la Iglesia 1:511-513.
Donde empezar
Los que desean trabajar para Dios, empiecen en su propio hogar, entre sus propios familiares, en su propio vecindario, entre sus propios amigos. Entre ellos hallarán un campo misionero favorable. Esta obra misionera en el hogar es una prueba que revela su capacidad o incapacidad para el servicio en un campo más vasto.--Testimonios para la Iglesia 6:428.
El medio de más éxito
En nuestra obra, el esfuerzo individual logrará mucho más de lo que se puede estimar. Es por falta de él por lo que las almas perecen. Un alma es de valor infinito; el Calvario nos dice su precio. Un alma ganada para Cristo, contribuirá a ganar a otras, y la cosecha de bendición y salvación irá siempre en aumento.--Obreros Evangélicos, 192.